𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻𝟸
Merchant, 03 de enero de 1901
La noche de gala en la que se entregaría el premio Chateaubriand era bastante cálida. Por ello, vestidos sin manga y con escote fueron bienvenidos, así como trajes de algodón y de lino.
Helen y Theodore Gauvain no escaparon de la norma. Llegaron a la Universidad de Merchant —la organización que distribuía el premio— con atuendos aptos para el calor de la velada. Además, para apoyar la causa de los repartidores de periódicos de la ciudad, quienes habían entrado en paro para demandar condiciones de trabajo dignas por parte de sus empleadores, el señor Gauvain había intercambiado su sombrero refinado de burgués por una gorra "newsboy" —una boina café, con visera, comúnmente usada por los jóvenes repartidores y por los demás integrantes de la clase obrera—.
Ya que la Gaceta Dorada era el único diario que no había sido afectado por el paro, el gesto de Theodore causó mucha conmoción y habladuría a su alrededor. A él aquello no le molestó en lo absoluto, pues la causa era justa. Sí lo hizo reírse de las expresiones pasmadas y ofendidas de los demás ricos sentados en el salón usado para la ceremonia. Sus muecas de espanto eran impagables.
Para hacer a la situación aún más peculiar, en un giro inesperado Helen lo apoyó en su decisión de llevarla puesta, pese a sentirse intimidada por las miradas prejuiciosas y poco discretas de los demás invitados.
—Te ves apuesto con esa gorra —ella incluso le dijo, con un tono simpático, mientras los dos se sentaban en su mesa, a esperar el arribo de Janeth.
Para evitar levantar sospechas, la editora atendió al evento acompañada por el doctor Allix. Ambos se acomodaron en la misma mesa que los Gauvain y mantuvieron conversaciones casuales hasta que el presentador de la premiación subiera al escenario a discursar.
Para probar que la vida realmente era cíclica, ella había llegado allí usando un bellísimo vestido azul. Theodore le sonrió con ternura, antes de redirigir su vista hacia el palco.
Se veía tan hermosa como en la noche que se conocieron.
No, se rectificaba.
Se veía aún más bella que en aquel entonces.
Mientras la ceremonia continuaba, ambos intercambiaron varias miradas encariñadas y tuvieron toda una conversación a través de ellas. Para cuando el anuncio del ganador del galardón principal de la velada llegó, los dos ya se habían comunicado lo siguiente; no importaba quién sería el vencedor, porque la victoria de estar allí, lado a lado, ya era compartida.
—Y el premio Chateaubriand a la mejor novela de la década es de... —el anciano que a horas hablaba sobre el palco abrió el sobre que sostenía y lo leyó, entusiasmado:— ¡La señora Leónie Grant!
A Janeth no le importó la oleada de aplausos que recibió, ni los silbidos de felicitaciones que escuchó a su alrededor. Ver a Theodore ser el primero en levantarse de su asiento a aplaudirla fue la verdadera recompensa que su alma anhelaba, sin saberlo. Nada la hizo más sonreír con más alegría, ni sentirse más orgullosa de sí misma, que saber que el hombre al que amaba con todo su cuerpo y alma, la veneraba y respetaba de vuelta.
—¡Ve! —él se rio, apuntando al escenario—. ¡Tienes que recibir tu premio!
Y con una carcajada dichosa, ella lo hizo, convirtiéndose así en la primera mujer en poseer la prestigiosa estatuilla de la Universidad de Merchant.
En ese momento, hasta llegó a sentir la presencia de su hija a su lado, diciéndole con entusiasmo que lo había logrado: ahora era una dama de buena fama y de honor, como a tantos años lo había soñado.
Su pasado al fin podía descansar.
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