𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟿
Merchant, 30 de junio de 1892
Para no aterrar por completo a sus parientes —y para que Janeth dejara de reprocharlo de una vez por todas— el periodista le escribió una corta nota a su esposa, explicándole porqué se había ido. Pero no le dijo dónde realmente estaba o cuando regresaría, porque aún se sentía furioso con ella, y su orgullo herido no le permitía ver que él era quien realmente estaba equivocado en la situación. Así que, para todos los efectos, se había ido a Saint-Lauren a trabajo. Nadie podía reclamar sobre un viaje a trabajo.
—Tú le prometiste a Charles la mano de Eleonor. Tú le dijiste que, cuando ella tuviera la edad necesaria para tomar tan importante decisión, respetarías su veredicto final —su amante le recordó.
—Lo sé.
—Y la ha tomado.
—Lo sé.
—Solo te piden que cumplas con tu parte del acuerdo.
—¡Lo sé! — Theodore explotó—. ¡¿Pero irse de casa sin siquiera avisarme?! ¡¿De veras ella tuvo que hacerme eso?!
—Por lo que me dices, ambos han intentado conversar contigo a meses y los has estado ignorando. Así que sí, tuvieron que hacerlo...
—¡Tenía otros problemas más graves con los que lidiar!
—Y no lo niego, pero hacerte el sordo, ciego y tonto solo empeoró las cosas —Jane cruzó sus brazos, bebiendo un poco de su café—. No culpo a tu hija por estar molesta. Yo también lo estaría.
La mañana acababa de nascer, cuando esta discusión comenzó. Caroline seguía durmiendo en su habitación, mientras sus guardianes charlaban a solas en la sala, habiendo desayunado unos quince minutos atrás. La actriz estaba sentada en el sofá, sujetando una taza entre las manos, mientras Theodore caminaba de un lado a otro por el recinto, irritado. Él, habiéndole explicado la delicada situación en la que se encontraba, le había pedido consejos sobre qué hacer a seguir. Sabía que ella sería sincera al punto de ser hiriente y eso era justo lo que necesitaba; honestidad pura. De lo contrario, seguiría molesto, inmerso en su soberbia y negación.
—Espera... ¿lo estarías?
—Claro. Es evidente que ella y Charles se aman de verdad, y tú lo sabes. Él no hubiera esperado tanto tiempo para desposarla si esto no fuera cierto, aún más considerando su diferencia de edad. Antes era noble, que ambos no estuvieran juntos por ello. Pero ahora, considerando lo adinerada que es la familia Fouché, que él aún no esté casado es un problema. Ya tiene veinticuatro años y todavía no provee un heredero. Pronto, sus padres comenzarán a frustrarse con él y peor, con Eleonor.
—¿Eso crees?
—Estoy segura de ello —tomó otro sorbo de café—. Tienes que actuar rápido, Theo. No tan solo el cariño de tu hija por ti está en juego, su reputación y su futuro también.
Aquella ominosa acusación fue exactamente la que su alma andaba buscando, desde el inicio de la charla. Una relevación grave, que lo hiciera despabilar y desapegarse de sus sentimientos más bajos.
Sí, Eleonor y Charles lo habían engañado con ayuda de Helen. Ya tenían una casa nueva que habitar, a solas, y ni siquiera lo habían invitado a conocerla de antemano. Pero Jane tenía razón; no eran culpados de nada. Theodore era el que no se había dispuesto a escucharlos, a darles parte de su tiempo. Por miedo a perder a su hija, a su querida Lenny, se había comportado de manera reprochable y sido extremadamente descortés.
—¿Qué debería hacer entonces?
—¿Disculparte?
Él bufó.
—Eso es obvio. Me refiero a con quién debería hablar primero. ¿Mi hija o Charles?... Él es el más perjudicado de los dos, a final de cuentas. ¿Qué harías tú?
Jane puso su taza a un lado y lo miró con una expresión meditabunda.
—Creo que ya has respondido en mi lugar —le sonrió, antes de repetir:—Él es el más perjudicado de los dos.
Theodore hizo una mueca molesta, se sentó a su lado y dejó a su cuerpo derrumbarse como un árbol recién talado. Reposando su cabeza sobre el regazo de la dama, buscó su cariño como un gato solitario, casi ronroneando cuando sus cálidos dedos comenzaron a acariciar su canoso cabello.
Se imaginó cuán escandalosa aquella escena les parecería a sus familiares si lo pudieran ver ahí y por un instante sonrió.
Queriendo aprovechar aquel momento de calma y confort al máximo, cerró los ojos y se concentró en oír el chisporroteo lejano de la chimenea.
—No te quedes dormido, Caroline estará aquí en breve.
—No me pidas lo imposible —él murmuró, sacándole una risa a su amante.
—Ya... está bien, perezoso —llevó su mano a la tez del hombre, apartando sus mechones de su rostro—. Quédate unos minutos más ahí. Te despertaré en media hora.
—¿Ya te he dicho que te amo?
Ella sacudió su cabeza.
—Tonto.
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Luego de almorzar, Theodore tomó la espontánea decisión de caminar hacia el quiosco de prensa más cercano a la residencia Durand y contratar el servicio de uno de los jóvenes repartidores de periódicos que rondaban por allí. Le pagó al muchacho para que fuera hacia la tienda náutica de los Fouché y le entregara un mensaje a Charles; lo encontraría en el Viking's por la tarde, para que ambos pudieran conversar a solas mientras bebían algunos tragos.
Quería al fin darle su permiso para que se casara con Eleonor. (Si bien que, a este punto, el periodista ya no sabía si dicho permiso siquiera valía algo. Tenía claro que ambos se comprometerían, aunque él se opusiera a ello).
—Griffin... —algunas horas más tarde el señor Gauvain se sentó frente al tabernero, quitándose el sombrero de la cabeza y pidiéndole: —Dame un vaso de Coihue.
—¿Puro?
—Sí.
El hombre apenas le terminó de servir el destilado y Theodore ya se lo estaba tragando, como si fuera agua.
—Dame otro.
—¿Tan rápido? ¿Qué le pasa hoy, Gauvain?
—Tengo unos asuntos pendientes que resolver y necesito llenarme de valor para ello. Y ambos sabemos que no hay mejor manera para ganar coraje que embriagándose —secó también el nuevo vaso—. A lo que me lleva, ¿no tienes nada más fuerte que esto?
—¿Más fuerte? Solo absenta.
—Sirve —concordó, algo exasperado.
Su yerno llegó al bar un poco después de que él terminara de consumir el verdoso líquido. Ya se sentía mareado para ese entonces, pero aún no había llegado al punto de carecer de lucidez y de sentido común. Caminar derecho era un desafío, pero no razonar. Podía conversar.
—Pensé que usted estaba de viaje en Saint-Lauren —Charles se sentó a su lado, dejando su boina al lado de su sombrero.
El señor Gauvain respiró hondo y, sintiéndose culpable por haberle mentido, miró al joven con una mueca de desagrado.
—Regresé.
Si no fuera por las voces animadas de los demás clientes a su alrededor, el silencio entre ambos hubiera sido intimidante. La tensión entre ambos era tan fuerte que llegaba a ser palpable. Griffin, percibiendo cuán incómodo el aire se había vuelto, se les acercó para tomar el pedido de Charles: Una cerveza de castañas.
—¿Algo más, señor Fouché?
—No, con eso es suficiente.
El tabernero asintió, le echó una última mirada compasiva a Theodore y se marchó a llenarle el cáliz.
—Te debo una disculpa —el periodista le dijo al joven, al terminar su absenta—. No he cumplido con mi parte del acuerdo que hicimos a tantos años atrás. He sido terco, arrogante, y me he hecho de anodino para evitar confrontar a mis temores. Por eso, genuinamente lo siento.
—Disculpa aceptada —el muchacho respondió, sin rencor alguno en su voz.
Theodore, sorprendido por su templada y comedida reacción, despegó sus ojos de los barriles de vino a su frente para mirar a su yerno.
—¿No estás molesto?
—La molestia es para los infelices, señor. Y créame, estoy lejos de serlo —Griffin regresó y le entregó su cerveza—. Gracias —Charles enseguida le murmuró al tabernero, viéndolo irse mientras tomaba su primer sorbo.
—¿Y qué hay de Eleonor? Dudo que ella esté tranquila.
—No lo está, efectivamente. Porque a diferencia de mí, ella sí se siente infeliz —bajó su vaso—. De hecho... me rectifico, no infelicidad lo que siente, sino desilusión y decepción por su comportamiento. No tome esto como una ofensa, pero intente entender nuestro punto de vista. Usted se fue, después de una discusión horrenda, no nos dio la menor oportunidad de disculparnos, ni nos pidió nuestro perdón... nada. Se desvaneció, en la semana en que Lenny se mudaría de su casa, sin decirle adónde se había ido, o cuándo volvería... solo nos enteramos de su destino días después de su partida. Pero al parecer, hasta eso fue una mentira, ¿no? No estaba en Saint-Lauren.
—No quería que nadie me encontrara —Theodore admitió—. No quería charlar con nadie en ese entonces. Por eso dije que me había ido... pero ahora veo que mentir no sirvió de nada, solo empeoró las cosas —él sintió su rostro arder. Había sido bofeteado por su propia vergüenza—. Así que me disculpo nuevamente.
—No es a mí quién le debe una disculpa, señor. Es a Eleonor.
—Tienes razón —estiró su espalda, respirando hondo—. A ti te debo una explicación. De por qué me he comportado como un completo idiota...
—Tiene miedo de dejarla ir —Charles lo interrumpió con la verdad que ya conocía—. Tiene miedo de que yo la lastime. De que nuestro matrimonio sea un desastre y ella se vea atada a él por el resto de sus días. Que sea infeliz, que se arrepienta de lo que hizo, que sufra... así como usted y la señora Gauvain ha sufrido.
—Como yo he... —el periodista casi se cayó de su asiento al repetir aquellas palabras, que solo podían significar una cosa: su yerno poseía más información sobre su relación con Helen de lo que él creía—. ¿A qué te refieres con eso?
—Pues... conversé con la señora Gauvain hace unos días —el joven le dijo, luego bebió más cerveza—. Después de haberlo visto a usted, cerca del lago, jugando a solas con una muchacha, fui a visitarla... a contarle sobre ello y pedirle explicaciones. ¿Quién era esa chica? ¿Por qué usted la trataba como un padre trataría a su hija? Tenía muchas preguntas... y ella me dio las respuestas.
—¿Qué?
—Esa chica... es la hija de su amante, ¿no es así? —Charles indagó, con seriedad.
Theodore se rio de nervioso.
—¿Qué dices? ¡Eso es un absurdo!...
—La señora Helen me lo confesó —el muchacho insistió, con voz austera e imponente—. Así que ya no insista en mentir, por favor.
—No... ella no... —el periodista sacudió la cabeza y su sonrisa agria se derritió a una mueca de profundo asco y repugna.
Se levantó, poco importándose por pagar su cuenta y corrió a la calle. Griffin, ya conociéndolo a años, no lo detuvo. Sabía que eventualmente el dinero aparecería y que, si el señor Gauvain se había marchado con semejante apuro, debía tener una buena razón para ello.
—Tome —Charles dejó algo de efectivo sobre la barra de todas formas, antes de recoger su boina y el olvidado sombrero de su suegro—. Espero que esto sea suficiente para cubrir la cuenta.
—Vaya a buscarlo —el tabernero ni siquiera contó las monedas, más preocupado por el estado de su amigo que por la deuda.
El joven señor Fouché entonces asintió, le hizo una pequeña reverencia como despedida y salió del establecimiento. Afuera, la nieve que caía era tan gruesa como la de ayer. El viento austral que lo besaba desde el mar, tan frío que llegaba a quemarle la piel. Y él, pese a estar bien abrigado, le dio vuelta a la solapa de su sobretodo para proteger el rostro y calentarse el cuello. De veras no entendía cómo su suegro lograba trabajar en estas condiciones, año tras año. Ni cómo lograba caminar tan rápido por la ventisca, con una pierna coja y los pensamientos dispersos.
—¡Señor Gauvain! —Charles le gritó, pero eso solo lo hizo acelerar el paso—. ¡No me siga ignorando! ¡Lo seguiré adónde sea!
—¡No me acuse de crímenes falsos entonces!
—¡¿Cómo pueden ser falsos si su propia esposa está dispuesta a admitirlos?!
—¡Helen no sabe de lo que habla! —rugió, pero al ver que la niebla solo empeoraba conforme caminaba, se detuvo. No conocía el barrio latino lo suficiente como para explorarlo en tales condiciones. Sabía que era un lugar peligroso en días normales; hoy, sin poder ver sus alrededores, era una invitación abierta a ser asaltado y ejecutado, sin manera de defenderse. Careciendo otra opción a no ser confrontar a su yerno, Theodore al fin se dio la vuelta—. ¡Ella!... ¡Ella te mintió!
—Bien, entonces ¿quién es esa chica a la que vi?
—Es.... ¡es una hija de una prima lejana!
Charles se rio.
—¿Por qué sigue mintiendo? ¿Por qué solo no me cuenta la verdad?
—¡PORQUE ELEONOR SE ENTERARÍA DE TODO! —el periodista perdió la paciencia.
Su pierna le dolía. Su corazón galopaba contra su pecho. Su mayor temor se estaba convirtiendo en realidad; sus hijos sabrían qué tanto hacía fuera de casa. Ellos sabrían que tenía una amante, que su matrimonio no era genuino y lo acusarían de ser un padre pecaminoso, hipócrita, canalla...
—Ella no tiene por qué hacerlo —el muchacho dio un paso adelante—. La señora Helen me prohibió de contarle, de hecho. Así que no lo haré. Este tema no me incube. Pero si quiero que usted me cuente su parte de la historia. Quiero saber si todo lo que la señora me dijo es cierto.
—¿Y qué es lo que le dijo? ¿Hm? ¿Que soy un hombre orgulloso, impulsivo, egoísta? ¿Infiel? ¿Qué soy un bribón sin vergüenza?...
—¡No! —Charles frunció el ceño, entre ofendido y preocupado—. ¡Claro que no! ¿De qué está hablando?
Theodore retrocedió. Corrió una mano por su rojizo rostro. Reconoció que se había pasado de línea.
—Helen te contó entonces... que fue ella la que...
—Sí —su yerno lo ojeó de pies a cabeza, como si no reconociera al sujeto desesperado, nervioso y angustiado al que tenía enfrente—. Me contó todo. Cómo ustedes se conocieron, porqué se casaron, porqué ella... hizo lo que hizo con el señor Tubbs —decidió decir con discreción, temiendo que alguien los estuviera escuchando más allá de la niebla—. Y no lo injurió en momento alguno. Jamás lo acusó de nada.
—Entonces realmente ha cambiado —él pestañeó, conmovido por la revelación—. Pensé... no. ¿Sabes qué?, no importa lo que pensé —subió la vista—. ¿Quieres la verdad? ¿Mi versión de los hechos? De acuerdo, hablemos. Pero tienes que jurarme algo.
—Depende de qué sea.
—Eleonor no sabrá de nada. Nunca.
—Ya le dije que no se lo contaré...
—Pero prométemelo —rogó—. Por favor.
Charles suspiró. Estaba cansado de repetirse, pese a entender por qué debía hacerlo.
—Lo prometo.
Theodore los hizo regresar al Viking's, pero de esta vez no se sentaron en el área para clientes. Con el permiso de Griffin, entraron a la bodega subterránea, dónde podrían charlar con privacidad.
El periodista se sentó sobre un tonel y su yerno sobre otro. Durante una hora, habló lo suficiente para quedarse afónico. El muchacho, por su parte, no dijo nada. Lo dejó confesarse por voluntad propia, manteniendo una postura relajada y un rostro gentil.
El señor Gauvain no sabía cómo interpretar su tranquilidad. O estaba siendo engañado y el joven lo delataría al resto de su familia así que volviera a casa, o usaría su conocimiento para torcerle la mano y conseguir algo a cambio. Pero algo sabía; sus intenciones no podrían ser buenas.
—¿Entonces es cierto? ¿Nicholas no es su hijo?
—Lo es —el periodista respondió de inmediato—. Tal vez no de sangre, pero... es mi hijo.
—Claro. Perdón. No fue mi intención...
—¿Tienes ahora todas las explicaciones que buscabas? —lo cortó—. ¿Entiendes ahora por qué temo tanto al matrimonio entre tú y mi hija? —indagó, agitado, y vio a su yerno asentir—. No quiero que ustedes estén presos a su unión como yo y Helen lo estamos, a años. No quiero que les ocurra lo mismo que nos ocurrió. Vivir como nosotros no es noble, ni justo. Tener una doble vida no es fácil, ni sano. Pero no tenemos otra opción.
—¿Y por qué no se divorcian?
—¿Por qué? —Theodore casi se ríe de su ingenuidad—. La reputación de mi familia estaría arruinada. La sociedad no respeta a las mujeres divorciadas ni las compadece. Les quita su prestigio, las despoja de respeto, y peor, humilla a sus hijos. Y yo... como hombre, estaría bien. Pero todos a los que amo no... y puedo ser un sujeto egocéntrico, egoísta, muchas veces tonto... pero no podría hacerlos sufrir por algo así jamás. Nunca —sacudió la cabeza—. Sin mencionar que las ventas de mi diario sufrirían... puedo no tener a muchos lectores conservadores, pero sí tengo a muchos cristianos, cuáqueros, religiosos de varios tipos... y no puedo perderlos como clientes. Sería un tiro en el pie.
—¿Entonces a esto se reduce todo? ¿Imagen y dinero?... ¿Qué hay del amor?
—El mundo no gira en torno al amor, Charles —lo criticó—. No se vive de amor. No se come, con el amor. No eres respetado, por el amor... En nuestro mundo, lo que vale es lo que enseñas. Lo que tienes. Lo que finges ser. Cómo te perciben. Lamentablemente, ese es el caso.
—¿Prefiere entonces ser un cínico?
—No me ofenda.
—No lo hago. Apenas quiero entender. Si usted ama a otra mujer, ¿por qué continúa casado?
—Le acabo de dar mis motivos.
—No me parecen suficientes.
—Cuando hayas vivido lo mismo que yo, te parecerán —Theodore se levantó—. Intentar cambiar tu opinión a mi respecto ahora que sabes quién realmente soy, y cómo vivo, será inútil. Así que no lo haré... lo único que quiero saber, es si de verdad estás seguro de que amas a Eleonor.
—¿Cree usted que estaría aquí si no lo hiciera?
El periodista apoyó las manos en la cintura. Charles podía ser insolente a veces, pero ser fluente en el sarcasmo hacia que cada uno de sus ultrajes fuera cómico.
—No —tragó en seco—. Estoy seguro que no. Y es por eso que... te doy mi bendición para que te cases con ella. Siempre la has tenido, de hecho. Desde el día en que te di ese reloj —miró a la leontina que colgaba de su chaleco—. Solo júrame que la harás feliz.
Su yerno se levantó y le estiró la mano, sin perder su expresión neutral, bordeando calculista.
—Ya la hago.
Theodore soltó una risa aireada —poco alegre, pero resignada—.
—Ah... y no le digas a mi familia que sigo en Merchant.
—Nadie sabrá de nada —el joven soltó su palma—. Pero vuelva a casa pronto. Laurie y Nicholas lo extrañan.
—Lo pensaré.
Charles caminó hacia la puerta, listo para irse, cuando una última pregunta le cruzó la mente:
—¿Qué hago si algún día Eleonor se entera de todo esto por cuenta propia? ¿Debo fingir no saber de nada, o contarle todo lo que sé?
—Cuéntale todo. Prefiero que escuche la verdad viniendo de alguien que la ama, y que la quiere proteger. No un extraño —cruzó los brazos—. Pero...
—¿Qué?
—No le digas que fue Helen la culpable de todo lo que pasó. No le digas que su madre fue la primera en ser infiel. Dile que fui yo.
—¿Por qué?
—Porque no quiero que la deteste aún más de lo que ya lo hace. Sé que Lenny tiene un buen corazón, pero no creo que haya perdonado a Helen aún por casi obligarla a casarse con el hijo de August Tubbs. Si ella se entera de sus razones para querer eso...
—Le perderá todo respeto.
—Exactamente —Theodore asintió—. Así que dile que yo fui el que causó la primera riña entre nosotros. Cúlpame. Prefiero que ella me odie con todo su corazón, que odie a su propia madre.
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