Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟺𝟶

Merchant, 10 de enero de 1892

En los últimos tres años, tanto la vida del periodista como la de los habitantes de las Islas de Gainsboro habían sufrido inúmeras transformaciones.

La esposa del ministro de justicia, Elise Chassier, había sido asesinada. El hermano del político, Jean-Luc Chassier —quien era uno de los músicos más reconocidos de la nación— había sido acusado del homicidio y encerrado en la prisión de Isla Negra. El crimen y todos los detalles del mismo habían conmovido y asombrado al pueblo del pequeño país. Y la materia que Theodore hizo al respecto lo elevó de "periodista respetado" a "reportero ilustre", además de llevarlo a competir en ventas con el Times y el Denver —los dos diarios más famosos del archipiélago—. Este aumento de popularidad aumentó a la vez sus ingresos y, con su nueva fortuna, él pudo construir dos imprentas más, ampliado su distribución a Brookmount y Carcosa.

Juntando esto con la publicación de los tres primeros tomos de la novela que venía escribiendo junto a Jane —"En El Margen del Mundo"— y su alianza histórica con la imprenta Onasina de Estex —de la cual ahora era socio— era más que justo afirmar que él se había convertido en un magnate de la prensa.

Por un lado, su incremento de gloria, poder y prestigio fue positivo, su nombre sería para siempre recordado en la historia de su patria. Por el otro, fue peligrosísimo, lo habían intentado asesinar cinco veces en el último año apenas. Cuchillazos, disparos a quemarropa, amenazas de bomba, incendios; ya había soportado de todo, sin jamás salir herido.

Pero esto, claro, había sucedido antes del regreso de Frankie al puerto. Luego de pasar incontables meses encerrado en la prisión de Isla Negra, él y sus hombres habían logrado escaparse de ahí y regresar a Merchant, siendo recibidos por gritos, silbidos y aplausos. Nunca un criminal había sido tan querido por el pueblo.

Pero el entusiasmo era entendible. Con el alza de la inflación, el aumento de los impuestos y las terribles reformas legales realizadas por la gestión del alcalde, el puerto se había convertido en un escenario trágico. Jamás había sido un lugar agradable en primer lugar, pero con la escasez de empleos y la hambruna ocasionada por la falta de ingresos, se había convertido en un verdadero infierno. Además, la falta de caridad y empatía de las clases más privilegiadas hizo nacer a una nueva generación de delincuentes, de esos sin morales, sin piedad y sin escrúpulos. Encontrar a cuerpos desangrados por el medio de la calle ya no era una ocurrencia exclusiva de los barrios bajos. Hasta en el de Theodore ya habían aparecido algunos individuos apaleados —por deberle dinero a alguien o por ser víctima de algún crimen impulsivo, nadie supo determinar—. La situación de la ciudad era pavorosa.

Y esto fue justamente lo que el periodista le explicó al comandante, en la entrevista que le hizo poco tiempo después de su reaparición. La ciudad estaba entregue al caos.

Voy a matar a Morsen —Frankie le juró—. No tengo idea cómo, o cuándo. Pero de verdad voy a matar a Morsen.

Theodore sabía que sus ganas eran genuinas, pero también que él aún no tenía los medios de convertir a sus sueños en realidad aún. Porque, por más poderoso y adinerado que el Ladrón fuera, Morsen estaba rodeado de mercenarios y sicarios las veinticuatro horas del día. Asesinarlo era una tarea imposible. Eso el propio criminal se lo confesó.

Al menos ahora que he vuelto, puedo garantizarte algo, Gauvain. Ya nadie osará poner un dedo sobre ti o tu familia. Ejecutaré a todos los que lo intenten.

Aquella debió ser una promesa reconfortante, pero el periodista no pudo sentirse más que aprensivo por ella. Violencia era lo último que quería, pero considerando el actual estado de su ciudad, era lo único que podría ponerle un fin definitivo a todos los ataques que venía sufriendo.

Su malestar solo empeoró cuando, unas horas después de entrevistar a Frankie, uno de los parásitos más despreciables de su vida regresó para estresarlo; Albert Durand.

El día en que aquella alimaña se atrevió a cruzar su camino nuevamente había sido uno extremadamente estresante, y no tan solo por la conversación que tuvo con el comandante. Por la mañana también participó de tres reuniones de negocios para gestionar la construcción de una casa editorial en su nombre, tuvo una charla bastante intensa con Charles sobre su futuro matrimonio con Eleonor, y fue forzado a prestarle una visita al director del colegio de Lawrence, quien había sido suspendido por poner tachuelas en el asiento de su profesor. Lo único que Theodore quería en aquel momento era abrazar a Jane por unos solidos diez minutos, sin hablar, sin abrir los ojos, sin siquiera pensar. Pero cuando llegó a su casa, supo que eso no sería posible. Era ella quien necesitaba de su apoyo ahora.

—¡Vete de aquí, Albert!

—¡Quiero hablar con mi h-hija! —el artista le gritó de vuelta, de pie al frente de su residencia.

Tenía una apariencia sucia y maltrecha, sujetaba en la mano una botella de ron a medio beber y parecía haber perdido unos quince kilos desde su última visita. La vida no lo había tratado bien, pero él tampoco había sido muy merecedor de su piedad.

—¿Qué haces aquí? —Theodore se le aproximó, ya preparándose para intercambiar algunos golpes si necesario.

—¡Vengo a v-ver a Caroline!

—Después de tantos años lejos uno pensaría que ya te habías olvidado de ella.

—¡Tú me hiciste apartarme de su lado!

El señor Gauvain lo atrapó por las solapas de su abrigo y lo arrastró hacia la acera.

—Si de veras de importaras por tu hija jamás te hubieras ido. Te hubieras quedado, luchado por su amor y por su entendimiento. Pero te fuiste por dinero y sin duda has regresado por lo mismo —lo empujó adelante, haciéndolo tropezar y casi caerse de cara en el pavimento—. ¿A quién le estás debiendo ahora? Para volver a Merchant, debe ser alguien importante...

—¡No le debo a nadie!

—Por favor, Albert. Somos dos hombres adultos, no hay necesidad de mentir. ¿Cuál otro motivo te traería de vuelta aquí? ¿Qué quieres?

El artista se dobló y vomitó sobre la calle. Por fortuna a aquellas horas poca gente transitaba por ahí y la probabilidad de que alguien llamara a la policía por su escándalo era baja.

—No q-quiero nada —se limpió la boca.

—No estarías aquí si ese fuera el caso. Seguirías viajando por la costa, rebotando de prostíbulo a prostíbulo, de bar a bar, como siempre lo has hecho —Theodore dio un paso adelante y lo miró a los ojos—. ¿Qué quieres aquí?

El señor Durand fingió tener otra arcada, pero el periodista no se movió. Sabía que estaba exagerando sus nauseas para disgustarlo y apartarlo de sí.

—Solo quiero ver a mi hija.

Girando los ojos, el señor Gauvain metió su mano adentro de su abrigo y agarró su billetera. Con irritación, recogió unas notas sueltas, sin importarse por su valor, y las empujó al pecho del ebrio.

—Vete de aquí.

—¡No soy un caso de caridad! —Albert le dijo antes de volver a vomitar.

—Tal vez no, pero aun así me das pena —Theodore sacudió la cabeza y se volteó, caminando de vuelta a la residencia—. ¡Retírate! ¡Y ni pienses en regresar!


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro