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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟹𝟾

Merchant, 03 de enero de 1889

Para reasegurar que su arrepentimiento era sincero, al regresar a la residencia Gauvain el periodista lo hizo sujetando un ramo de flores y una caja de bombones. Para ese entonces la noche ya había caído y con ella, Caroline. Tenían el máximo de privacidad que una pareja en sus condiciones podría desear; la chica estaba durmiendo.

—Me comporté muy mal contigo ayer —él murmuró, cuando ya estaban encerrados en la habitación de la actriz, desnudos y a oscuras—. Solo quiero hacerte sentir excelente hoy. Dime qué quieres que haga y solo relájate... deja que me encargue de todo.

—¿Y si quiero yo encargarme de todo? —ella corrió una mano por su cabello, quitando unos mechones de su cara—. ¿Qué pasa si quiero arruinarte?

Theodore sonrió y se enrojeció, de pronto nervioso.

—No me opondría a eso.

—Excelente —Jane lo empujó hacia la cama, haciéndolo sentarse—. Ahora pruébame que lo dices en serio.

La señora Durand cumplió con su palabra; lo devoró sin dejar migas. Le robó hasta la última gota de energía, de sudor, de lágrimas. Lo castigó con su placer. Lo hizo perder la sanidad y rogar por un descanso —que solo vino luego de intensas horas de tortura, esperando por un orgasmo retrasado y a la vez, inminente—. Pero él no reclamó en lo absoluto. Por lo contrario, disfrutó bastante su enloquecedora frustración, dolor e inquietud, contento por poder rendirse a sus pies sin sentirse avergonzado de ello, feliz por ser capaz de complacer su necesidad de dominar, de someter. Y principalmente agradecido, por tenerla como su pareja. Ninguna otra mujer a no ser ella tenía tanta potestad sobre sí mismo.

Al entregarle todo el control, al concederle el permiso para que lo clamara como suyo, él también demostró lo mucho en que confiaba en ella; en su capacidad de cuidarlo hasta en su vulnerabilidad. Fue un pedido de disculpas implícito, una declaración de amor oculta bajo camadas de vulgaridad. Y ella tanto entendió como apreció el gesto.

—A-Algún día de estos... me darás un p-paro cardíaco —el periodista se rio, intentando recuperar su aliento.

Jane alzó una ceja, lo ojeó con una sonrisa satisfecha, y corrió su dedo índice por su pecho, hasta llegar a su clavícula. Lentamente, deslizó su mano a un costado de su cuello y lo hizo inclinar la cabeza a un lado. Lo besó justo debajo de su oreja, deteniendo su respiración por otro tenso segundo.

—Ni te atrevas a morir antes de mí —susurró contra su piel, con una voz raposa—. Me perteneces, Theodore. No te irás a ninguna parte sin mí.

—Ni quiero... o puedo. No cuando toda hora, minuto y segundo que vivo los paso pensando en ti.

—¿Tan enamorado estás?

—Mi cuerpo se pertenece al mundo, pero mi corazón, alma y mente son por siempre tuyos. —se reacomodó para mirarla—. Así que sí.

—¿Lo juras? —ella examinó su rostro con interés y cariño, antes de concentrarse en sus brillosos labios.

Él solo se inclinó adelante y la volvió a besar, confirmando lo que ambos ya sabían.

—Soy tuyo. Para siempre.


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La canción no tiene nada que ver con la escena, pero siempre encontré al ritmo del jazz súper romántico y sexy, así que puse una de mis canciones favoritas como relleno jeje


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