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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟸𝟼

Hurepoix, 19 de agosto de 1888

La fortuita idea de Theodore resultó ser bastante buena. Al despertar el día siguiente, vieron que la nevasca aún poseía la misma intensidad de la noche anterior y que, por el momento, estaban atascados dentro de su cabaña. Al abrir la puerta de entrada, chocaron con una impresionante pared blanca, a la que pasaron los próximos diez minutos derribando con la ayuda de una pala.

Luego de cubrir la entrada de sal —en un intento de prevenir la formación de otra muralla—, el periodista al fin logró ir al baño a hacer sus necesidades. Al volver, temblando, le dijo a la actriz que se abrigara lo más que podía antes de salir, pues la temperatura había descendido más allá de lo normal.

Mientras ella se encargaba de lo suyo, él se subió sobre una silla y volvió a colgar la cabeza de alce sobre la chimenea, aún molesto por no encontrar el clavo desaparecido.

—¡DIOS! —vocalizó su amante al regresar, cerrando la puerta con un golpe—. ¡Hace demasiado frío! ¿Tienes algún termómetro aquí? ¡Apuesto que debe hacer unos -25°C afuera!...

—En esa ventana de ahí hay uno —Él apuntó a su derecha—. Aún no he visto cuanto está marcando.

Jane se inclinó adelante y entrecerró los ojos, desamarrándose su bufanda.

—¡Está peor de lo que pensaba!

—¿Cuánto?

—¡-30° C!

—Como en la noche en que tuvimos esa pelea en la comisaría de Newell —Saltó al suelo—. Cómo ninguno de los dos nos enfermamos es un milagro.

—Estábamos demasiados concentrados en odiarnos para prestarle atención al frío —Ella sonrió, algo entristecida—. Pero esa pelea tiene un lado positivo, al menos.

—¿Sí? ¿Cuál?

—Nos llevó a ver que tenemos otras maneras de calentarnos —Lo jaló de su abrigo.

—Hey —él dijo en un tono sorprendido.

—¿Qué? ¿acaso miento?

—No...

Ambos se miraron a los ojos.

—Sabes... estamos a solas en esta cabaña y no hay nada que debamos hacer afuera —ella retomó su punto, sonriendo con cierta malicia—. Tendremos que pasar el tiempo de alguna manera.

—Ya se me prendió la creatividad —Él le sonrió de vuelta, besándola enseguida—. Solo pido algo...

—¿Qué?

—Mi rodilla me está doliendo desde la excursión de ayer.

—Ya...

—¿Puedo quedarme acostado? —Hizo una mueca avergonzada.

—¿Cuánto dolor exactamente estás sintiendo, Theodore?

Él inclinó su cabeza y desvió la mirada.

—¿Bastante?

—¿Por qué no dijiste nada?

—No quería molestarte...

—¿Molestarme?... oh no. Te vas a la cama, ahora —Jane ordenó, usando el tono de madre enojada que apenas Caroline conocía—. Con razón estabas caminando tan lento ayer...

—No es nada... solo me tropecé mientras ustedes no estaban mirando —Se acostó con un gruñido.

—¿Te quitas los pantalones o lo hago yo?

—Vaya, que sutileza —La mirada molesta de la actriz lo intimidó y divirtió por igual—. Yo lo hago... —Soltó su cinturón y deslizó la prenda por sus piernas, hasta que llegara a sus pies.

Al ver el pésimo estado de su rodilla, Jane detuvo sus movimientos y retiró la ropa por él.

—No soy un doctor, pero... eso definitivamente es un esguince —Agarró una almohada y la puso debajo de la articulación, pese a los quejidos de su amado.

—Al menos ya le apliqué hielo; hemos estado andando en el frío por horas.

Otra vez, ella lo miró con cierta irritación.

—Ahora no es el tiempo para ser chistoso, Theo.

—No lo estoy siendo. Estuvimos caminando por la nieve desde ayer.

—¿Cuándo te pasó esto? ¿Mientras subíamos o bajábamos?

—No quieres saber...

—Theodore.

—¿Qué? —Se hizo el desentendido.

—Dime.

—Ya... fue en la subida, después de la segunda parada. Sentí lo mismo que tú; alguien me estaba mirando, pero no había nadie ahí... y de pronto tropecé. O mejor, alguien me empujó... O almenos así se sintió. Como si alguien me hubiera empujado... —confesó, más serio—. No quería contártelo ayer porque ya bastaba el susto que tuviste... y el alce cayéndose tampoco fue conveniente.

Jane se rio, más por la ridiculez de la situación que de miedo.

—Entonces no estoy loca y si había algo raro en ese trayecto.

—Sí... lo había —Señaló a su pierna—. Y el fantasma me dejó un regalo que lo prueba. Es horrendo, pero igual considerado. Me hace sentir menos loco.

—¿Cómo puedes hacer chistes con algo así?

—¿Qué más se supone que haga? Un alma en pena nos quiso tirar de la cima de un monte... Eso, o los dos de verdad tenemos una suerte muy mala, para accidentarnos en el mismo punto del trayecto —Así que terminó de hablar, la ventana paralela a la cama se abrió de golpe, dejando entrar el gélido aire de afuera. Al inicio, ambos soltaron alaridos agudos por el susto, pero se echaron a reír al respecto unos segundos más tarde, mientras Jane se levantaba a cerrar las batientes—. De acuerdo, espíritu... Ya no haremos bromas contu nombre; entendimos tu mensaje —él volvió a jugar, alzando ambas manos al aire en señal de clemencia.

—Para de hacer eso, por favor... —Ella se sentó a su lado, tiritando—. Ugh... casi me muero del corazón. Maldita ventana...

—Al menos de esta vez solo fue el viento. Y no, no voy a creer en nada más que no sea el viento. Aún tengo que pasar tres días en esta cabaña y planeo hacerlo en paz. Además, a veces ignorar el problema lo resuelve. ¿No ves mi matrimonio? Cuanto más lo ignoro, más feliz soy.

—Theodore... eres irreprochable.

—¿Pero miento?

—Supongo que no —Jane le concedió la razón—. Pero volvamos a lo que importa, tu rodilla.

—Está bien... solo me duele.

—Eso no es estar bien.

—Si no está sangrando, no hay problema.

—Ah... —Alzó las cejas—. O sea que si te fracturas un hueso, ¿está todo de maravillas?

—No, pero...

—Perdiste el argumento, acéptalo —Se acostó a su lado.

Theodore la miró.

—¿Y qué hay sobre tu idea original de cómo pasar el tiempo aquí?  ¿Por qué no volvemos a ella?—Jane giró los ojos y él sonrió—. Los orgasmos son buenos para el dolor.

—¿Y cómo se supone que hagamos algo con ese... espíritu caminando por aquí?

—No hay nadie aquí —él prosiguió con su aparente ignorancia—. Y, en el caso de que lo hubiera, se iría bien rapidito al ver lo que queremos hacer.

La actriz ponderó su comentario, de pronto interesada.

—Ese sí es un buen argumento. Y uno al que puedo apoyar —Con entusiasmo, se le acercó y lo empezó a besar, mientras él luchaba por no reírse—. ¿Qué?

—Nada... es que este viaje solo se pone mejor y mejor —Carcajeó, sacudiendo la cabeza—. Primero tuvimos sexo al frente de la estatua de Fontenay y ahora lo vamos a tener al frente de un fantasma... Esto sí que es memorable, ¿no crees?

Pronto, ella también cedió ante sus propias ganas de reír, enterrando su rostro en el pecho de Theodore. 

Si fue por su absurdo sentido del humor o por el sexo que en efecto tuvieron a continuación que los extraños fenómenos se detuvieron, ninguno supo decir. Pero una cosa se hizo clara; Theodore estaba en lo cierto. Las anécdotas de aquel viaje les sacarían una sonrisa jovial hasta en el medio de la más oscura de las tragedias. Y conociendo sus vidas, y la facilidad con la que eran arruinadas por la maldad del destino, aquellas memorias serían extremadamente necesarias para soportar los lúgubres días que se les avecindaban.


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Momento spicy de la pareja principal:



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