𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟻𝟶
Merchant, 01 de julio de 1892
El señor Gauvain finalmente volvió a casa. Helen estaba furiosa, pero él estaba preparado para aguantar sus azotes verbales y giros sarcásticos de ojos. Charlar con Janeth y pasar algunos días con Caroline lo había tranquilizado, al punto de entender que él había metido la pata, nadie más.
Su esposa habló por horas y él no dijo nada. Mantuvo la mirada pegada al suelo en el que ella caminaba, viéndolo vibrar más y más con cada nuevo paso. Sabía que, detrás de la puerta de su habitación, Lawrence y Eleonor seguramente los estaban espiando —por qué la última estaba presente en la residencia Gauvain cuando llegó, Theodore no sabía, ni se había atrevido a preguntarle aún—.
—Tienes razón —él dijo, al darse cuenta que Helen había terminado de hablar.
—¿Eso es todo? —ella indagó y lo vio dar de hombros—. ¿Desapareces por días y eso es todo lo que me dices?
—Estaba enojado. Fuera de mí. Dije cosas que no quería. Lastimé a mis hijos, a mi yerno, su familia y a ti... tienes razón. No sé qué más quieres que te diga.
La señora Gauvain lo miró como si fuera un demente.
—¡¿Dónde carajos estabas?!
Él se rio de su espanto, pero contestó:
—Saint-Lauren —y apuntó a la puerta.
Helen entendió lo que él quiso decir al instante. Dos atentos pares de orejas los estaban escuchando. No podía ser sincero, por ahora no.
—Ah... claro —ella cruzó los brazos, irritada—. ¿Todo bien? ¿En Saint-Lauren?
—La verdad no. Fui a visitar a una amiga. Su hija está enferma y los doctores no saben qué la está afectando. Solo saben que su condición, por ahora, es estable. Gracias al buen Dios.
Mencionar a Caroline ablandó el duro corazón de su esposa y la hizo parar de caminar de un lado a otro.
—¿Y no hay nada que se pueda hacer por ella?
—No. No hay ningún tratamiento por el momento. Tal vez, si se fuera a Carcosa, su caso podría ser estudiado a fondo por un equipo médico más calificado, pero... mi amiga no tiene dinero para pagar un viaje así de largo.
—Pero tú lo tienes.
Theodore levantó una ceja.
—¿Y tú estarías de acuerdo con ayudar?
—Si es para salvar la vida de una muchacha, sí. ¿Cuántos años tiene ahora?
—Hace poco cumplió dieciocho.
—Aún es muy joven. Su salud debe mejorar. Si tienes los medios, ayúdala.
—Y ¿por qué estás siendo tan caritativa?
Helen soltó una risa sarcástica, antes de ir a abrir la puerta.
—Siempre lo fui.
Cuando lo hizo, escuchó pasos corriendo por el pasillo. Sus hijos sin duda habían estado oyendo su conversación; su marido tenía razón.
—¿Qué te dije? —Theodore sonrió—. Pilluelos.
—Me sorprende que a su edad aún se comporten como infantes.
—Pues a mí me encanta. Demuestra que se confían y que se quieren. No temen enfrentar un reproche juntos —él se levantó de la cama—. Tengo que ir a hablar con ellos. Les debo una explicación para mi ausencia.
—No vayas a contradecir tu propia historia... creen que estabas en Saint-Lauren.
—Nunca —le guiñó un ojo, antes de salir al corredor.
Caminó lentamente, dándoles tiempo a sus hijos de oírlo avanzar y de preparar sus rostros disimulados e inocentes. Los encontró sentados en la habitación de Lawrence, fingiendo estar conversando sobre temas que a sus guardianes no les incumbían.
—¿Interrumpo algo?
—No, claro que no —el menor de los dos respondió en nombre de su hermana, que ahora se hallaba determinada en evitar la mirada de su padre—. Solo... conversábamos sobre la mudanza.
—Fue aplazada —Eleonor añadió, de mala gana—. Por eso yo sigo aquí.
—¿Y por qué? —el periodista cruzó los brazos, confundido y curioso.
—El abuelo de Chuck se enfermó.
"Chuck" era un apodo que Lawrence le había dado a su cuñado a mucho tiempo atrás, luego de afirmar que "Charlie" —usado por los Fouché— era mediocre y poco creativo. Se había vuelto popular entre los demás Gauvain y ahora todos lo usaban.
—¿El señor Jedidiah está enfermo?
—Algo le afecta los pulmones. No sabemos qué es, pero el doctor Rogers niega que sea tuberculosis —su hija respondió—. Mientras su salud no mejore, me quedaré por aquí. No quiero que Charles pierda el tiempo que le resta junto a su abuelo estresándose por muebles, baúles y cajas.
—Lo entiendo —Theodore intentó aproximársele, pero al notar su expresión molesta, desistió—. Bueno, ya que te quedarás... ehm... —miró a su hijo con cierto desespero, y el chico percibió que era su tiempo de marcharse, sin decir una palabra—. Necesito hablar contigo.
—¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar?
El periodista se sentó a su lado, manteniendo la misma paciencia que había demostrado ante Helen.
—Tienes todo el derecho a estar enojada conmigo. Lo sé. No te pido que no lo estés, solo que me escuches.
—¿Y si no quiero escuchar?...
—Lo siento —él la interrumpió.
—¡Papá, me has estado ignorando a meses! ¡A Charles también! ¡Ambos cumplimos nuestro lado de la promesa!
—Lo sé, y lo siento —insistió y cerró los ojos por un momento—. Me equivoqué. Quise huir de la conversación porque la temía. Fui un cobarde y lo sé... sé que lo fui —respiró hondo. Ahora que estaba más calmo y que Janeth le había dado el tirón de oreja que necesitaba, entendía mejor su razonamiento:— La verdad es que no quería perderte. No quiero perderte. He tenido años para prepararme para tu partida, pero me resulta imposible sentirme cómodo por ella... No quiero que mi hija, el tesoro más grande que tengo, se vaya... y reconozco que estoy siendo egoísta. Sé que ya no eres una niña y que quieres tener tu propio hogar, tu propia familia... así como sé que debí haberme comportado de mejor manera, contigo y con Charles. Lo lamento.
Eleonor escuchó sus palabras sin interrumpirlo, pero él podía ver, por su rostro apenas, lo mucho que ella deseaba hacerlo. Por eso mismo, acortó su discurso.
—Entiendo tus motivos, papá —ella respiró hondo, queriendo mantener su calma—. Yo y Charlie ya hablamos sobre ellos. Pero no puedo decirte con genuinidad y confianza que te perdono. No has cumplido con tu promesa, nos gritaste cuando intentamos llamarte la atención al respecto...
—Perdón.
—¿Sabes cómo tu falta de respuesta afecta mi reputación con el señor y la señora Fouché? ¿Sabes que la inconstancia de nuestra familia es un problema para ellos?
—Sí... Lo hago. Charles ya es mayor de edad y un adulto, es comprensible que sus padres esperen un nieto.
—Nieto que no podré dar hasta que me case —ella resaltó—. Quiero tener hijos. Tener mi casa. Como muy bien tú lo dijiste, tener mi hogar. Pero todo esto ahora está en juego.
—Sé que es mi culpa —él asintió—. Hablaré con los Fouché al respecto y les pediré disculpas también. No te preocupes.
—¿Cuándo?
Theodore sonrió al oír su pregunta. Su voz austera y decisiva le recordó a Jane.
—Hoy mismo. Iré a su casa ahora por la tarde y les pediré disculpas por mi omisión —descruzó sus brazos y con tímida lentitud, su mano buscó la de su hija. Ella, para su alivio, no rechazó su toque—. Sé que a veces mis reacciones pueden llevarte a creer lo contrario, pero te prometo, no tengo nada contra Charles. Nada. De hecho, lo admiro mucho como hombre y como yerno. Te esperó por años, nunca perdió su fe en mí y en mi promesa, y siempre te ha tratado como a una princesa... es un espíritu admirable, en todos los ámbitos. Inteligente, aventurero, audaz, tolerante. No tengo ninguna crítica su respecto —cubrió los nudillos de la joven con su otra mano—. Y sé que será un excelente marido.
—Entonces... —Eleonor hizo una mueca desconfiada—. ¿Nos das tu bendición para casarnos?
—Siempre fue suya —él repitió lo que le había dicho al muchacho, días atrás—. Siempre lo será.
Su hija lo observó de arriba abajo, como un policía juzgando a un posible criminal. Quería saber si él estaba mintiendo o no. Y aquella desconfianza, pese a ser razonable, lo hirió. Nunca la había visto tan recelosa antes.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo —se tragó su molestia y sonrió, convenciéndola de lo que decía—. Espero que tú y Chuck sean muy felices juntos.
Eleonor intentó mantenerse seria, pero no lo logró. De un segundo a otro ya había copiado su sonrisa, envuelto su cuerpo en un abrazo cariñoso, y soltado un suspiro de incomparable alivio.
—Que no se te pegue el apodo de Lawrence, por todos los santos. ¡Es horrible!
Él se rio.
—¿Eso es todo lo que tienes a decir?
Ella estrujó su torso.
—¡Gracias!
Theodore sacudió la cabeza y le dio unas palmaditas a la espalda.
No estaba ni un poco contento con la situación, pero si lo que hacía era para que su hija tuviera un futuro próspero y lleno de alegría, era capaz de tragarse su melancolía y su nostalgia.
—Te amo, Lenny.
—Yo también, papá.
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