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Merchant, 25 de diciembre de 1888

La celebración terminó oficialmente a las 2:34 de la mañana. Los invitados se marcharon a sus casas a pie, cargando a sus hijos cansados en sus brazos o en sus espaldas. El señor Gauvain agradeció a los cielos el hecho de vivir en uno de los barrios más tranquilos de Merchant; podía verlos irse sin preocuparse por su seguridad. Sabía que en menos de cinco minutos ya todos estarían acostados en sus debidas camas.

De todo el grupo, la única persona que se quedó en su casa fue Emma. Eleonor les rogó a sus padres que las dejaran tener una pijamada y por ser navidad, ellos concordaron sin pensar mucho en la idea. Eran vecinas estrechas y en caso de cualquier emergencia, estaban a una valla de distancia de su familia.

—Sé que van a charlar un buen rato cuando cierre la puerta, pero traten de al menos irse a dormir antes que el sol salga.

—Sí señor —su hija le hizo un saludo militar, sonrió y se deslizó bajo sus sábanas.

—Buenas noches, señor —Emma la siguió, acostándose a su lado.

—Duerman bien —fue lo último que él les dijo, antes de dejar la habitación.

Después de poner a dormir a Lawrence y a Nicholas —quienes, pese a la diferencia de edad, insistían en luchar contra su sueño con la misma terquedad—, Theodore caminó con pasos pesados a su habitación y se derrumbó en su colchón como un peso muerto. Socializar le gustaba, pero al mismo tiempo lo dejaba exhausto.

—Largo día, ¿no?

—Demasiado largo —le respondió a Helen, quién aún no lograba despegarse del cuaderno de Raoul—. Mañana estaré muerto.

—Puedes quedarte durmiendo hasta más tarde, si es que quieres. Yo me encargo del desayuno y de entretener a Emma.

—¿Segura?

—Sí... te lo debo, después de toda la charla que tuviste en mi lugar esta noche. Fuiste un anfitrión perfecto.

—Lo intenté —se rio—. Y acepto la oferta. Estoy hecho trizas y mi rodilla me duele, bastante. Necesito descansar.

—¿Aún? Creo que deberías ir al hospital. Ya han pasado meses desde esa caída.

—No, no... Prefiero quedarme con dolor. Sabes que detesto ir a hospitales. Además... —se acomodó la almohada—, lo que probablemente me dirán es que necesito usar un bastón. Y no lo haré hasta que al menos cumpla cincuenta.

—¿Necesitas una edad específica para usar uno?

—No, pero no quiero verme más viejo de lo que ya soy —bromeó y apuntó a la cima de sus orejas, donde su pelo ya comenzaba a decolorarse—. Con esto ya es suficiente para que la gente crea que soy un anciano.

—De hecho, creo que ese toque de blanco te viene bien.

Él carcajeó.

—No creerás eso cuando toda mi cabeza se vuelva blanca y la calvicie venga a por mí.

—No te volverás calvo nunca, eres más peludo que un lobo.

—Ahora me siento ofendido.

—Pero no niegas que eso es verdad.

—Lo es, pero no necesitas ser tan franca. Yo no ando por ahí diciendo que tu pelo parece paja.

Helen le pegó y ambos se volvieron a reír.

—¿Cómo te atreves a hablarle así a tu propia esposa?

—¿No me estabas llamando de licántropo a dos segundos atrás?

—Duerme, Theodore.

—Ya, ya... —jaló su manta y se cubrió—. Pero tú deberías hacer lo mismo. Ya es tarde.

—Sí... —ella dejó la libreta sobre la mesa de noche y apagó la vela que los iluminaba—. Eso haré.

—Descansa.

—Tú igual —le dijo, antes de acurrucarse bajo el cobertor y darle la espalda. Pasó unos minutos callada, con la cabeza llena de pensamientos y el corazón lleno de emociones. Eventualmente, decidió girarse otra vez, y mirarlo—. ¿Ted? —lo llamó en voz baja, queriendo descubrir si ya se había quedado dormido o no.

—¿Hm?

—Gracias. Por todo lo que hiciste hoy.

Aletargado y con los ojos cerrados, él palpó la cama hasta encontrar su mano, a la que sujetó con cariño entre sus dedos. No necesitó responderle nada, apenas con aquella acción ya le había dicho todo. Estaría siempre a su lado, para lo que necesitara.

Al sentirlo perder la consciencia y escuchar sus primeros ronquidos, Helen se inclinó adelante e hizo lo que jamás se hubiera atrevido a hacer mientras él tuviera poder sobre todos sus sentidos; besó su tez.

—Dulces sueños.


---


Aquel día 25, tal como lo había planeado, Theodore durmió hasta tarde. Al levantarse, se cubrió el cuerpo con una bata, bostezó, e hizo su camino hacia el primer piso a paso de tortuga. Descubrió en seguida que Eleonor se había ido a la casa de los Hampton, a pasar un par de horas junto a Emma, y que Lawrence también había salido, a jugar con sus primos en la casa de Bernard. A Helen la encontró sentada en la cocina, sujetando a Nicholas entre sus brazos. Charlaba con la ama de llaves sobre la lista de compras que le había encomendado, mientras las otras empleadas limpiaban las montañas de platos, cubiertos y copas dejadas atrás por la cena del día anterior y el desayuno de la mañana. El click-clack de la loza lo hizo entrecerrar los ojos y contemplar si debería volver más tarde. Aún estaba demasiado somnoliento para soportar tanto ruido. 

Pero tenía hambre. 

Y no se iría sin saciarla.

—Señor Gauvain —la ama de llaves en cuestión se sorprendió al verlo, callado y tímido, en la entrada del recinto.

—Buenos días... tardes, señora Park —corrió una mano por su rostro, masajeándolo mientras hablaba. Pese a las arrugas en su piel y las canas en su pelo, su actitud lo asemejó a un adolescente perezoso, cuya única meta en la vida era regresar a la cama y dormir—. ¿Ya almorzaron?

—Aún no. Te estaba esperando para que comiéramos juntos —Helen respondió—. ¿Nos esperas en el comedor? Tengo que terminar de hablar con la señora Park...

—Sin problemas —asintió con una sonrisa cansada—. Pero primero voy a robar un bocadillo. Me muero de hambre.

Dejando que su esposa volviera a conversar con la funcionaria, él deambuló por la cocina, girando su cabeza de un lado a otro como paloma curiosa, buscando migas de pan entre la basura de la calle. Mientras se movía, inspeccionó varias vasijas y frascos, recogiendo todas las galletas y buñuelos que vio. Puso todos sus hallazgos en un plato, se llenó un vaso de leche y se marchó al comedor. Picoteó los dulces mientras pensaba en los quehaceres de la próxima semana, con la mirada perdida en el papel tapiz de la pared, y una expresión neutral en rostro.

—¿Ted?... ¡Ted!

—¿Uh? —se sacudió, asustado por la aparición de su mujer—. Perdón, no te vi llegar.

—Lo percibí —ella se sentó a su frente—. El almuerzo ya casi está listo.

—¿Qué comeremos?

—Tímalo... con un poco de la ensalada rusa que sobró de ayer.

—Hm —él siguió comiendo sus dulces, mientras algunas empleadas llegaban para poner la mesa.

—Si sigues devorando tantas galletas no lograrás terminar tu pescado.

—No me conoces entonces —bromeó, pero dejó el plato de lado—. ¿Cómo está Nicholas?

—Bien —Helen miró a su hijo, cómodo entre sus brazos—. Ya le di de comer, lo bañé...

—¿Ha llorado?

—No, no mucho... es un niño tranquilo. A diferencia de su hermano.

Theodore hizo una mueca.

—¿Qué ya hizo Lawrence?

—No quise contarte antes de navidad porque quería mantener la paz, pero... él se metió en una pelea con los hijos del señor Ackerman.

—¿Pelea?... ¿Laurie?

—Según lo que él me contó, todo comenzó porque lo llamaron de cobarde... y sabes cómo son los niños a su edad, le cuestionas la valentía y de pronto pierden toda su compostura.

—Pero eso no es excusa para pelearse con nadie.

—Eso mismo le hice saber. Lo reproché lo más que pude, pero como madre no hay mucho que pueda hacer. Por eso, creo que sería bueno que conversaras con él. De hombre a hombre. Te hará más caso que a mí.

—Lo haré... así que él vuelva a casa, hablaremos —el hombre respondió, frunciendo el ceño—. Esa actitud me preocupa. Sabes que a veces tengo mis cinco minutos de rabia y que actúo sin pensar, pero... ¿crees que eso lo haya influenciado de alguna manera?

—No... no creo que la culpa sea tuya —lo calmó—. No eres una persona muy violenta por naturaleza. Solo te vuelves agresivo cuando algo sobrepasa el límite de tu paciencia. Además, los niños nunca te han visto furioso de verdad.

—¿Y qué hay del día en que golpeé a August? Le dije a Laurie que lo hice porque él había ofendido mi orgullo y te había herido... tal vez le pasé un mal ejemplo.

—Aunque lo hayas hecho, dudo que seas el único catalizador de esto. Toda la sociedad espera que los hombres se comporten de una manera violenta. Todos actúan como si la agresión y la rudeza fuera la única manera de resolver un conflicto. ¿Por qué crees que existen tantas guerras?

—Buen punto.

Helen cambió de conversación unos segundos después de aquella respuesta, pero él no logró parar de pensar en lo que había oído. No podía creer que Lawrence se había dispuesto a pelear con uno de sus vecinos; tal actitud no condecía con la bondad de su carácter. Sí, podía ser bastante pícaro de vez en cuando y se metía en problemas con frecuencia, pero jamás por algo así de grave. Sin duda existía alguna razón importante por detrás de su impulsiva decisión.

—Hey, ¿me puedes aclarar una duda? —su esposa de pronto lo despertó de sus pensamientos, regresando al comedor luego de haber ido a la cocina, a entregar a Nicholas al cuidado de la señora Park.

—¿Qué?

—Esta es la primera navidad que tu... "amiga" pasa junto a su hija, ¿no?

Él alzó ambas cejas y casi se atragantó con su pescado, genuinamente sorprendido.

—¿Cómo te acordaste de eso?

—Tengo buena memoria, cuando quiero — Helen se sentó—. Pero aún no me respondes.

—Sí —Theodore se limpió la boca con una servilleta—. Es la primera navidad desde que Caroline vino a vivir aquí en Merchant.

—¿Y su padre? ¿Sabes si él irá a visitarla?

—Está desaparecido a meses y ojalá que así continúe. Es un hijo de perra, no se merece ni la ropa que usa. Un charlatán barato de mier...

—Hey. Vocabulario.

—Perdón. Pero es que de veras lo odio —sacudió la cabeza—. Maldito patán.

—¿Me puedes responder otra cosa?

—¿Hm?

La señora Gauvain, recogiendo sus cubiertos, ponderó la respuesta con calma antes de replicar:

—¿Por qué no la vas a visitar hoy?

—¿Qué? —Theodore soltó una risa nerviosa—. Cómo así, ¿hoy?... Es navidad.

—Por eso mismo.

—No puedo salir de casa.

—¿Por qué? Eleonor no está aquí, Lawrence tampoco, Nick pronto se quedará dormido y yo lo único que quiero es descansar también...

—No te puedo dejar sola en un día así.

—¿Es mi autorización lo que quieres? —lo miró, sin presentar ninguna molestia—. Porque te la doy.

—Yo... —boquiabierto y confundido, él se pasó el próximo minuto mirándola, sin decir nada coherente—. Pero... ¿por qué?

Ella cortó un pedazo del tímalo y lo llevó a la boca.

—Considéralo mi regalo hacia ti. Sé que quieres ir a ver a esa mujer... y de esta vez, lo entiendo.

—Helen.

—No me mientas, Ted —le murmuró, queriendo que el asunto quedara entre los dos—. Sé que la amas.

—Pero también te amo.

—No de la misma manera.

Por un instante, el periodista juró ver una chispa de tristeza en su mirada, y creyó percibir cierta efervescencia en su serena relación. No supo si fue apenas una idiotez cualquiera de su cabeza, o si realmente ella había demostrado tal sentimiento, pero decidió no cuestionar nada. Era obvio que Helen estaba haciendo un esfuerzo grande para complacerlo y él no se quejaría de su intento de empatía. Sabía que gestos así no eran comunes viniendo de ella. Poner su propia comodidad y felicidad a un lado para priorizar a las de otra persona no le resultaba algo fácil, ni natural.

—¿Estás segura? —fue lo único que se atrevió a preguntar, aunque con recelo.

—Si me prometes que volverás antes del anochecer, sí.

—Entonces... —comenzó a asentir, con perpleja lentitud—. Lo haré. Las visitaré, después del almuerzo —ambos se miraron y él sonrió—. Gracias.

—De nada.

Theodore permaneció confundido por aquella inusual conversación hasta después de haber dejado su hogar. Bajo las alas de su sombrero sus cejas continuaron arqueadas, arrugando su frente al punto de crear nuevas líneas de expresión. No entendía por qué Helen había sido tan considerada y le daba miedo contemplar sus posibles motivos. Si bien en los últimos meses había perdido casi todo el rencor que sentía por ella, reconocía que algunos de sus prejuicios y nociones a su respecto seguían iguales. Uno de ellos, su creencia que la dama no hacía nada que no le retornarse algún beneficio. Pero ¿qué podría querer de él esta vez? ¿Qué estrategia estaba usando ahora para manipularlo a su favor? ¿Cuál era la necesidad de semejante truco? ¿Sería siquiera un truco? ¿O estaría él siendo demasiado neurótico y las intenciones de Helen eran genuinas?...

—¿Señor Theodore? —el señor Carter, dueño del almacén cercano a la Iglesia de Saint Walburga, lo llamó por la tercera vez, despertándolo al fin de su transe.

Había ido allí a comprar algunos bocadillos para Jane y Caroline, pero estando tan concentrado en su aprensión no percibió lo rápido que había llegado a la tienda, ni la mirada vacía que le dio a su propietario al ser saludado.

—Perdón, señor Carter... Me duele la cabeza hoy —se sacudió y le estrechó la mano—. Feliz navidad. O bueno, en su caso, felices fiestas... ¿Hanukkah?... —hizo una mueca de molestia, hacia su propia lentitud mental.

El vendedor se rio, de buen humor.

¡Chag sameach! ¡Felices fiestas para usted también! Y no se preocupe. Con el calor que hace, hasta yo me estoy comenzando a confundir... —él se secó la tez con el reverso de la mano—. Y ¿qué desea?

—Eh... unas palmeras, brioches, pain au chocolat... Todo. Solo deme un montón de dulces.

—¿Cuántos de cada uno?

—Ah, unos... ¿seis o siete? Sea generoso con las porciones... Ah, y ¿aún vende usted esas canastas de regalo? ¿Las que vienen con frutas, pan y vino?

—Sí... ¿Cuántas quiere? Aún me quedan cinco.

—Las compro todas.

Carter se rio, pero asintió.

—Déjeme adivinar, ¿las donará a la Iglesia?

—¿Tan predecible soy?

—Después de tanto tiempo conociéndolo, debo decir que sí —el hombre le hizo una seña a su hijo más viejo para que se ocupara de los demás clientes, mientras él iba a recoger las compras del periodista.

Mientras Carter no regresaba, Theodore aprovechó el tiempo para quitarse la chaqueta, que ya comenzaba a empaparse por su sudor. A su alrededor, vio a otros hombres hacer lo mismo, mientras las mujeres se doblaban las mangas de sus camisas y desabotonaban los botones de sus cuellos. El calor era tanto que nadie tenía la energía para escandalizarse ante tal informalidad —aunque sí había algunos ciudadanos que se aprovechaban de ella para ojearse, dejando la incógnita en el aire de si realmente habían venido a comprar bocadillos, o a devorarse entre ellos con la mirada—.

—Aquí está —al regresar el vendedor le entregó una bolsa de papel, repleta de hojaldres—. Serían sesenta y dos...

—Tome —el reportero le entregó el efectivo que había separado de antemano, antes de salir de su casa—. Y le dejé una propina a su hijo, para que vaya a entregar las canastas en mi lugar.

—George, dile gracias —Carter le dio unos golpecitos en el hombro al muchacho, en seguida señalando a su cliente.

—Gracias, señor Gauvain.

—No hay de qué —les sonrió—. Tengan los dos un feliz Hanukkah.

Y con eso, él se volteó a la misma dirección por la que había venido y volvió a caminar hacia el lago Colburgue, cruzando las concurridas calles de su vecindario a paso rápido. Tenía tan solo tres horas que pasar con Jane: debía apurarse si no quería perder su valioso tiempo.

Al llegar a la entrada de su hogar, levantó el puño a la puerta con una sonrisa entusiasmada. Al verla abrirse, los rincones de su boca se extendieron aún más.

—¿Theodore? ¡¿Qué haces aquí?! ¡Es navidad!...

—Lo sé. Por eso mismo vine —le extendió la bolsa con la comida que le había comprado—. Traje regalos.

—¿Teddy? —la voz de Caroline resonó tras la espalda de su madre.

Él, al oírla, se agachó y se preparó para abrazarla. Tal como lo había esperado, con tan solo verlo la chica se lanzó a su pecho y se revolcó en su calidez, feliz de volver a verlo.

—¿Cómo fue la cena ayer? ¿Comieron pavo?

—Conejo asado —la chica lo corrigió—. Con un poco de puré y arvejas.

—Es más saludable que la carne de pavo —Jane aseguró y él fingió creerle, pese a conocer el real motivo de aquella decisión; economizar dinero—. Además, estaba sabroso, ¿no? Hasta repetiste el plato.

—¿De veras? Ahora me dio curiosidad, quiero probarlo —Theodore se rio, apartándose de Caroline—. Tal vez algún día pueda venir a visitarlas para la cena y me enseñas cómo preparar ese conejo.

—¿Te estás invitando solo?

—¿Acaso te incomoda mi presencia? —él bromeó, mientras todos entraban a la casa.

Jane dejó la bolsa sobre la mesa y su hija no se demoró en revisarla, buscando algo que despertara su interés. Por la cantidad de platos, vasos y cubiertos que yacían sobre el mueble, ambas ya habían almorzado, pero eso no detuvo a la chica de encontrar un bocadillo final.

—¡Oooh! ¡Pan de chocolate! —ella exclamó, contenta con el hallazgo.

—Traje de todo, porque sé que a ambas les encantan los dulces.

—No era necesario...

—¡Gracias Teddy!

La actriz, aunque preocupada por los gastos, no pudo evitar sonreír al ver la alegría de Caroline. Al mismo tiempo, sintió una mano larga y callosa acariciar su espalda, antes de arrastrarse hacia su hombro y terminar reposando en la curva de su cuello.

—¿Te gustó el regalo? —él murmuró, aprovechando la distracción ofrecida por el festín para hablarle con más intimidad.

—¿No deberías estar con tu familia?

—Eleonor se fue a visitar a los Hampton y Lawrence a sus primos; Helen quiso quedarse a solas con Nicholas y me echó de casa.

—¿Cómo así te echó?

—Bromeo... — Theodore se corrigió—. Más bien ella me dio la oportunidad de salir, como un obsequio.

—¿Obsequio?... ¿Así? ¿De repente? ¿Y no quiso nada de vuelta?

—También lo hallé bastante raro, pero... no. No me pidió ningún favor, ni me manipuló de ninguna manera... solo me dejó venir aquí, bajo la condición de que regresara antes de que cayera la noche.

—¿Entonces te quedarás aquí por un par de horas?

—Ese es el plan —la miró, de pronto nervioso—. Al menos que quieras que me vaya.

—No —ella fue rápida en tranquilizarlo—. Te quiero aquí. Solo no puedo creer que de veras lo estés.

—En carne y hueso —él se rio y luego observó a Caroline—. Ha crecido tanto desde la última vez que la vi... Cada día que pasa se parece más y más a ti, es impresionante.

—Gracias al buen Dios no tiene ningún trazo de su padre.

—Hablando del diablo... ¿Él ha vuelto a contactarte?

—No. Ni sé si seguirá vivo a estas alturas.

—Puede que suene cruel, pero me alegra oír eso. Ese hombre es peligroso y no quiero que las lastime, de ninguna forma. Es del tipo de sujeto que es mejor muerto que vivo.

—Me asusta pensar en el día en que ella quiera conocerlo a fondo. Por ahora es pequeña y no piensa mucho en ello, porque te tiene a ti y a mí, pero... algún día ella querrá saber la verdad sobre nuestra relación. Y no creo que tenga el coraje de contarle todo.

—Pero tendrás que hacerlo.

—Sí... —Jane asintió, aprensiva—. Lo sé.

—Si quieres, puedo estar a tu lado cuando esa charla ocurra. Así el tema tal vez se vuelva un poco menos incómodo.

Ambos vieron a la chica levantarse e ir a la cocina con una jarra vacía en la mano, a buscar leche.

—Será incómodo de todas maneras, pero agradezco la oferta. Y la acepto —la actriz tomó la mano de su amante y la besó—. Ahora dejemos esta conversación para después y vayamos a comer.

—De acuerdo —él volvió a sonreír, con el mismo brillo de antes—. A comer se ha dicho.


---


Pasar el resto de la tarde con su segunda familia fue tan agradable como lo había soñado. Caroline lo hizo reír hasta llorar, Jane le tocó el corazón con su genuina felicidad y los dulces que había traído del almacén del señor Carter le bendijeron el paladar con sus deliciosas texturas.

Regresó a su casa con un caminar orgulloso, liviano, que —pese a la cojera impuesta por su pierna— hasta se veía jovial. Dos minutos después de su llegada, Lawrence apareció en la puerta, tan satisfecho y contento como su padre. Y por un minuto, Theodore se sintió feliz de verlo tan bienhumorado. Luego, se acordó de la conversación que debían tener, a pedido de Helen.

—Hola, papá —el niño le dijo, dejando su abrigo sobre el perchero.

Apenas se volteó para correr hacia las escaleras y el periodista frustró su escape con su voz autoritaria.

—Lawrence —al sentir la seriedad en su tono, su hijo se congeló—. Siéntate.

—¿Estoy en problemas?

—Veremos —él contestó, cruzando sus piernas. El niño, algo amedrentado, tragó en seco y se sentó a su frente, rehusándose a mirarlo a los ojos—. Haré que esta charla sea corta. Tu madre me contó que golpeaste al hijo del señor Ackerman...

—¡Se lo mereció!

—No me interrumpas —alzó un dedo al aire—. Sea lo que sea que te haya dicho, no merecía ser agredido. Sabes muy bien cómo funcionan las cosas aquí en casa, primero se debe conversar.

—¡Él ofendió a mamá!

Theodore puso su molestia por la segunda interrupción a un lado. Enderechó su postura, frunció el ceño y se sumergió en preocupación.

—¿Cómo así? ¿Qué te dijo?

—No quiero repetirlo.

—Lawrence.

—Siempre me dices que no puedo decir garabatos, así que no puedo repetirlo.

—Te doy permiso esta vez —aseguró—. ¿Qué dijo?

El niño se inclinó adelante y le respondió, murmurando:

—La llamó de... puta.

El señor Gauvain comprendiendo al fin la molestia de su hijo, asintió lentamente y le hizo una seña para que se le acercara.

—Lo que él dijo es una mentira, primero que todo. Segundo, concuerdo con que es una ofensa grave y tendré que ir a hablar con sus padres para que él sea castigado conforme sus acciones... Pero golpearlo, independiente de lo que haya dicho o no, no fue lo correcto...

—¡Pero tú golpeaste al señor Tubbs!

—Él amenazó a tu madre, es distinto.

—¿Cómo?

—Lo es —Theodore sabía que estaba perdiendo en la discusión, pero se negó en admitir su derrota—. Él es un niño, al igual que tú. Sus palabras se quedarán sueltas en el viento; no son permanentes. Lo que August Tubbs hizo, como un hombre adulto, debería ser considerado un crimen. Él vino a nuestra casa, a conversar con tu madre, y la agredió. Es distinto.

—Pero, ¿qué sé supone que debería haber hecho, entonces? Estaba frente a mis amigos, ¡no podía dejar que ellos creyeran que soy un cobarde!

—Si son tus amigos de verdad, sabrán que tu valentía vale más que un puñetazo o patada.

—Dices eso porque eres adulto, no entenderías lo que es...

—También tuve tu edad —lo cortó, algo irritado—. Sé cómo se siente, cuando alguien ofende a tu familia, tus origines, tu estatus. Duele y es vergonzoso, lo sé. Pero también tengo claro, con mis cuarenta años de vida, que la violencia debe ser siempre el último recurso para resolver un conflicto. Siempre lleva a más problemas que soluciones.

—¡Pero papá!...

—¡Suficiente, Lawrence! —exclamó y se levantó de su silla.

Su súbito movimiento asustó al niño, que se calló de inmediato. Sin decir más nada, él hizo una seña con su mano, ordenándole que se fuera a su habitación. Si ya había llegado a la edad en que se creía capaz de gritarle, también portaba la misma madurez para entender cuando había sido castigado.

Con toda sinceridad, Theodore detestaba tener que regañar a cualquiera de sus hijos. Solo lo hacía porque creía que imponer límites en su comportamiento era necesario para que crecieran con un sentido de moralidad correcto. Aun así, en los segundos que procedían al reclamo, siempre se sentía culpable por enunciarlo. De esta vez, lo hacía por saber que era día de navidad. Tal vez debió postergar aquella charla para el día siguiente.

—¿Papá? ¿Qué pasó? —él escuchó una voz femenina llamarlo y se volteó para encarar a Eleonor, quien acababa de regresar de la casa de los Hampton—. Te escuché gritar... ¿Está todo bien?

—Sí... Solo perdí la paciencia con tu hermano. Quería conversar con él sobre un error que cometió, pero él no me quería oír, así que... —miró a las escaleras y se sentó, sin explicarse más.

—¿Puedo preguntar qué hizo?

—Golpeó a uno de nuestros vecinos, el hijo del señor Ackerman. No le quito la razón de haberlo hecho, pero se debería haber controlado. No debió darle un puñetazo para callarlo.

—No lo sé, los Ackerman son un poco... problemáticos. A lo mejor una corrección les haría bien.

—¿A qué te refieres?

Su hija se sentó en el sofá, esperando que él hiciera lo mismo para continuar hablando.

—Alfie Ackerman, el hijo mayor de los Ackerman, ofendió a Charles mientras estaba trabajando. Ocurrió hace unos días y él no se calentó la cabeza al respecto, porque ya sabes lo tranquilo que es, pero... confieso que a mí sí me molestó. Bastante.

—¿Qué les dijo?

—Pues partió diciendo que estaba cometiendo un error, al relacionarse conmigo. Alfie y Charles ya se conocían de antemano; sus caminos se cruzaron cuando Alfie fue a Brookmount a vacacionar y lo conoció mientras rentaba un velero. No eran amigos cercanos, pero se tenían cierta intimidad, por lo que al oír el comentario Charles decidió escuchar el resto de lo que le faltaba decir. Y ahí es donde su falta de respeto entró en lugar. Dijo que, si él me propusiera matrimonio algún día, "Se estaría casando con la hija de una zorra".

—¿Perdón?

—Así es. Charles, para evitar un conflicto mayor en la tienda de sus padres, tuvo que ser profesional y tragarse su rabia. Lo echó de ahí, le prohibió su regreso, y esperó que su cabeza se enfriara para contarme todo.

—¡¿Cómo se atreven, esos malditos?!...

—Son amigos de August Tubbs —Eleonor dijo, con una expresión indescifrable—. Creo que es importante mencionar ese pequeño detalle.

—¡Pero claro! ¡La peste se va de la ciudad, pero deja a sus engendros detrás! ¡Francamente!...

—Papá, ¿qué pasó con los Tubbs para que los odies tanto, y ellos a nosotros? Sé que él discutió con mamá y que por eso lo golpeaste, pero jamás me contaste porque de la nada los dos dejaron de hablarse. Tengo vagos recuerdos de cuándo ustedes eran amigos y hasta hoy no me hace sentido, porqué se distanciaron.

—Él... —Theodore se detuvo, a pensar en una respuesta que fuera lo suficiente verdadera como para que le resultara creíble—. Él intentó imponerse sobre tu madre.

—¿Cómo así?

Otra vez, se mantuvo callado, buscando alternativas. Solo abrió la boca cuando encontró la respuesta adecuada para terminar con el asunto.

—Él creyó que podía tener un amorío con ella, pero ella lo rechazó. Yo llegué a casa en el momento en que él intentó valerse de ella y lo pillé, en el acto. Gracias al buen Dios él no logró hacer nada demasiado horrendo, pero aun así... fue imperdonable.

Eleonor, sorprendida por todo lo dicho, abrió la boca y la cerró repentinamente, un par de veces. Su padre, al ver que ella no lograba reaccionar, decidió continuar hablando:

—Tubbs intentó revivir nuestra amistad varias veces, pero yo siempre me negué. El día en que él vino aquí y le pegó, lo hizo porque la culpaba de ser la causante de nuestra riña... Lo que no es cierto, tu madre no tiene la culpa de nada —otra mentira, pero él no logró detenerse:—Seguramente, al haberse ido de Merchant, le debe haber contado una versión de los hechos bastante deturpada a su querido amigo, el señor Ackerman. Le debe haber dicho cosas abominables sobre ella, que no son ciertas en lo absoluto, y él a la vez debe haber compartido esas falacias a sus hijos. Pero no dejaré que estas ofensas salgan impunes —sacudió la cabeza—. Hablaré con el comisario mañana mismo y los demandaré por calumniosos. Nadie habla mal de mi esposa o de mis hijos, ¡nadie!

—¿Y qué hay de Laurie? ¿De verdad lo castigarás hoy? Es navidad.

La irritabilidad de Theodore se disolvió como una nube de humo al ser cuestionado por su hija. Tal vez tanta austeridad realmente había sido innecesaria.

—Hablaré con él ahora mismo... —su voz disminuyó en volumen conforme su culpa se asentaba—. Gracias por aclarar la situación —se le acercó, besó su frente como despedida y se volteó hacia las escaleras, subiéndolas a paso rápido. Llegó a la habitación de su hijo y golpeó la puerta, antes de abrirla. Por la oscuridad, no supo decir si él seguía despierto o no—. ¿Lawrence? —silencio—. No estás castigado.

La última afirmación ganó todo el interés del niño. Se sentó sobre la cama y lo miró, aún molesto.

—¿Por qué?

—Agradece a tu hermana. Ella me convenció a ser menos severo —entró al recinto y se sentó en la esquina inferior del colchón, con los brazos cruzados—. Tu conducta no fue la correcta, en lo absoluto. Pero ahora sé que los Ackerman no son tan inocentes como aparentaban. Por ser navidad, dejaré que este incidente pase de largo sin mayores consecuencias... Pero si escucho que has estado involucrado en otra pelea, estarás prohibido de salir a jugar por una semana.

—No lo haré de nuevo.

—Bien. Eso es lo que quería oír... —su voz fue cortada por un grito. Era Helen, llamándolos a comer—. ¿Bajamos?

—¿Me puedo quedar aquí? No tengo hambre.

Theodore, por costumbre, pensó en decirle que no. Pero al percibir que su humor no era de los mejores, no quiso tentar su paciencia. Eso sería conseguirse una nueva pelea.

—De acuerdo —respondió entonces, pese a su contrariedad—. Te dejaré a solas.

Y conforme lo prometido se levantó, caminó al pasillo y cerró nuevamente la puerta. Al bajar, su esposa lo recibió con la esperada pregunta:

—¿Y Laurie?

—Arriba. Dijo que no tenía hambre.

—¿Hablaste con él, supongo?

—¿Sobre lo qué le hizo al hijo de Ackerman? Sí, lo hice.

—¿Y por qué ese tono irritado?

—Después te explico —contestó, a tiempo de ver a Eleonor ingresar al comedor—. ¿Cómo te fue en la casa de Emma? ¿Se divirtieron?

—Bastante... Hace tiempo que no podíamos estar las dos conversando, a solas. Amo a Katherine y a Vanessa, pero... A veces lo único que saben hacer es hablar sobre sus novios.

—¿Y tú y Emma no hacen lo mismo, acaso?

—Theodore.

—Bromeo... —le dijo a su mujer, antes de llevar la vista a su hija—. ¿Y de qué hablaron?

—Sobre la vida, supongo... Ella quiere entrar a la universidad. Hay muchas mujeres que lo están haciendo y Em se quiere sumar.

—¿De veras? ¿Y qué tiene pensado estudiar?

—Si sus padres la dejan, medicina. Quiere ser enfermera. O al menos tener el título.

—¿No crees que debería estar pensando en su futuro marido?

—Será un hombre digno si entiende su esposa tiene más ambiciones que permanecer encerrada en su casa —Theodore defendió a la chica de los comentarios de Helen, sin siquiera dudarlo—. Emma debería estudiar. Nada tiene de malo que quiera contribuir algo a nuestra sociedad.

—Por favor Ted, sé honesto. Solo estamos nosotras aquí. ¿Qué pensarías como señor del hogar si yo decidiera de pronto ingresar a una universidad a estudiar?

—¿Crees que no te apoyaría? —recogió el tenedor y comenzó a devorar su cena.

—¿Lo harías?

—Claro. Si eso es lo que quieres.

—No hablas en serio.

—Sí, lo hago —se enderezó en la silla—. ¿Qué te gustaría estudiar?

La señora Gauvain lo miró a él y a su hija como si ambos hubieran crecido otra cabeza. Retrocedió hasta chocar con el respaldo de su silla, adoptando una postura incrédula, tensa.

—Si pudiera, retórica. O bellas artes.

—¿Y por qué no lo haces?

Ella se rio.

—Estoy casada contigo.

—¿Y?

—¡¿Y?!... ¿Qué dirán tus lectores si descubren que tu esposa se está independizando?

—¿Crees que me importa?

Eleonor casi se atraganta con su risa.

—¿Y qué hay de ti? —la mujer se volteó hacia su hija—. ¿Qué piensas que Charles diría?

—Ya hemos hablado al respecto. Él no se incomodaría.

—Un punto para mi futuro yerno —Theodore sonrió, satisfecho.

—¿Cómo así, ya han hablado al respecto? ¿Piensas estudiar?

—No quiero entrar a ninguna universidad, si es eso lo que preguntas. Pero si me gustaría tomar algún curso de pintura al óleo. Siempre me ha gustado como pasatiempo, profundizar mis conocimientos podría serme útil.

—Lo que quieras hacer, lo apoyo. Mientras no me pidas para esconder un cuerpo.

Helen le dio un codazo a su marido, haciéndolo reír. Siguieron comiendo y conversando sobre otros temas. Al terminar de cenar, el periodista le pidió a Eleonor que llevara el plato de Lawrence arriba, para que comiera algo antes de quedarse dormido. Mientras sus empleadas se encargaban de limpiar todo, él le hizo una seña a su esposa para que ambos fueran a conversar al porche.

—Así que... ¿de verdad quieres estudiar?

—Ambos sabemos que eso sería imposible.

—Tal vez ahora —el periodista se apoyó en uno de los pilares que sostenían el techo—. Pero quizás en algunos años, no lo sea... Nicholas ya habrá crecido un poco, Eleonor probablemente estará fuera de casa.

—No me digas eso, me haces sentir vieja.

—Pero es cierto, ¡es el ciclo de la vida!... ¿No crees que entonces podrías al menos intentar, entrar a una universidad?

—Para eso tendría que dar una prueba de admisión y no creo que me siento preparada...

—Te puedo ayudar. ¿O se te olvida que ya fui profesor?

Helen despegó sus ojos de su rostro y miró al horizonte, entre esperanzada y recelosa.

—¿Lo harías? ¿Me dejarías estudiar?

—Si es eso lo que quieres.

Ella no le respondió. Tragó en seco, sintiéndose intimidada por la propuesta. En su juventud, entrar a una universidad ni siquiera era una posibilidad. En aquel entonces, poquísimas mujeres habían logrado ingresar en las instituciones de enseñanza superior y todas aquellas que lo hicieron, tuvieron su reputación arruinada y el carácter cuestionado. Amaba a sus padres, pero lamentablemente, también habían formado parte de la muchedumbre de críticos vulgares. Su madre, en específico, había amenazado desheredarla si tal pensamiento llegaba a cruzar por su cabeza. Su padre se reservó a concordar, siendo un poco más flexible en su postura. Se preguntaba qué pensarían de ella, si supieran que había decidido educarse.

—Ahora sería imposible —ella insistió con un exhalo frustrado.

—Lo entiendo —él asintió, ya esperando tal respuesta—. De todas formas... ¿sabes que tienes mi apoyo para lo que sea que quieras hacer en el futuro, cierto?

Helen sonrió y bajó el mentón.

—Lo sé —sintió que su mano era envuelta por la de su acompañante y se sonrojó—. Gracias.

Theodore pareció no percibir su súbito nerviosismo. Cambió el tema y continuó conversando bajo la débil luz de la luna, hablando sobre sus planes para el próximo año y sobre el acercamiento de su cumpleaños, con plena certeza de que era el amo del destino y que su rutina no demandaría el menor cambio a sus intereses y ambiciones.

Su esposa aplaudía su determinación, aunque la encontraba demasiado ingenua para su edad. Él era un hombre de palabra, que cumplía todas sus promesas y objetivos con rigor, pero también tenía sus tropiezos, como a muerte de su hermano, la destrucción temporal de la imprenta y los asesinatos en el puerto. Dichos inconvenientes que lo terminaron dejando abruptamente desesperanzado y melancólico, y ella no quería que aquellos períodos de tristeza se repitieran, ni que su obstinación lo hiriera otra vez. Por ello, sentía que debía decir algo al respecto, para bajar sus expectativas un poco y tal vez así protegerlo de su inevitable decepción. Pero sabía que aún no tenía el derecho de hacerlo ahora. Había pasado demasiados años siendo su mayor enemiga; retomar su amistad implicaba tragarse gran parte de sus opiniones, al menos hasta que su vínculo se fortaleciera lo suficiente y pudiera entonces ser tan sincera como quisiera. Si él quería soñar, debía dejarlo soñar, pese a sus propios temores y críticas.

Haberlo exentado de todo cariño por tanto tiempo también significaba que ya no podía demostrarle su atracción, que desde el inicio de su embarazo no hacía más que crecer.

Además, pese a ser su cónyuge, Helen sabía que ya no era el amor de su vida. Había perdido el puesto para la hermosa actriz que él había conocido en el Odeón; Janeth. Por lo tanto, su afecto ya no era bienvenido. Su rol en la vida de Theodore había cambiado, por culpa propia.

Si ella era completamente sincera consigo misma, admitía que sentía celos de su relación, pero que tampoco podía odiarla por lo que era: un sentimiento genuino. Había visto —cuando en una ocasión, acompañó a su marido al teatro— como los dos se miraban. El particular brillo en los ojos del periodista hizo claro un hecho incuestionable; se había enamorado. Y Helen no necesitó presenciar ningún beso o caricia para entender lo obvio; lo que él sentía por Jane iba más allá del deseo.

Fue por eso que, en aquella cálida noche de navidad, no se atrevió en seguir a sus impulsos más bajos y besarlo ahí mismo. Quería hacerlo, pero sabía que no sería justo de su parte. Fue por esto también que lo dejó hablar por una hora seguida, sin interrumpirlo o derrumbar sus sueños con un muy necesario golpe de realidad.

Se mantuvo callada, paciente e inalterada. En su actual posición, era lo único que podía hacer.

Ser su amiga y consorte, pero no su compañera.


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Tomen, otro concept más...

EDIT: En el tomo original de Liaison, antes del update de la normativa de Wattpad, Caroline tenía unos 10-11 años en 1888. Por cosas de la historia (entenderán más adelante) tuve que subir su edad. Por eso en algunos de los concepts, como el que está abajo, ella se ve tan pequeña. 


Además, espero que les haya gustado los últimos dos capítulos, y que la personalidad de Helen esté un poco más definida ahora jeje.

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