Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟹𝟷

Merchant, 07 de diciembre de 1888

Lograron trasladar a Helen al hospital recomendado por su médico unas horas después de su cirugía. Ella no se despertó hasta ese entonces, cuando la noche había caído y la luna al fin nacido.

Al abrir los ojos, su primer reflejo fue volver a cerrarlos. La luz de la lámpara de parafina la cegó por un instante y tuvo que luchar contra sus párpados para poder mantenerse alerta. Sentía bastante dolor, pero no tanto como antes; la morfina que le habían administrado les quitaba el filo a las puntadas en su abdomen. Con la poca fuerza que tenía observó a sus alrededores, percibiendo que estaba en una habitación solitaria, de pequeño tamaño y puerta plegable. Por la configuración del espacio apenas logró deducir lo obvio; ya no estaba en el hospital de Casterbury. De lo contrario, a su lado vería interminables filas de pacientes postrados y enfermeras exhaustas. Lo que indicaba que seguramente había sido trasladada a un hospital privado mientras dormía. Y ya que en toda Merchant solo había tres —el centro clínico Edward Jenner, el Marcel Meyer, y el manicomio Esquire— fue apenas una cuestión de descarte para que lograra localizarse. El segundo era el más cercano a su casa; suponía que ahí la habían llevado. Pero solo habría una manera de descubrirlo y esta era conversando con su agotado esposo.

—¿Theo? —murmuró, ojeando con preocupación a la borrosa silueta sentada a su lado, que sostenía su mano en un agarre delicado.

Él tenía la espalda arqueada, el mentón tocando el pecho y el cabello completamente desorganizado. Al enderezarse para mirarla, su semblante hinchado y ojos oscurecidos por su angustia la asustaron. Nunca —ni después de la muerte de su madre— lo había visto tan agobiado.

—Gracias al buen Dios te despertaste —murmuró, acercándosele aún más—. ¿Cómo te sientes?

—Como si alguien me hubiera arañado los interiores con un rastrillo —se rio.

Theodore podría haberla reprochado por su casualidad, pero no lo hizo. En cambio, sonrió pese a sus nervios y llevó una mano a su cabeza, a la que acarició mientras hablaba:

—Antes que me preguntes, Nicholas está bien. Régine está en casa junto a Bernard y ambos lo están cuidando, a él y a Lawrence. Eleonor me ayudó a traerte aquí, pero tuvo que devolverse, se estaba haciendo muy tarde. Quería pasar la noche a tu lado, pero no la dejé... Su fragilidad era obvia. Necesitaba descansar.

—¿Y dónde estamos?

—En el hospital privado Marcel Meyer.

—Pero es demasiado caro...

—Me niego a que estés en otro lado. Necesitas un buen equipo médico, la tranquilidad y la privacidad adecuada para recuperarte. Aquí es el lugar correcto para ello —la calmó—. Además, ya presupuesté todo. Este lecho no es tan costoso como crees.

—Si lo dices... —hizo una mueca incierta—. ¿Y por qué estás aquí?

—¿A qué te refieres?

—Podrías haberte ido a casa junto a ella.

Él detuvo el movimiento de sus dedos.

—¿De verdad crees que podría dejarte sola en un momento así? —su expresión lánguida empeoró—. ¿Crees que sería capaz?

—No lo sé —tragó en seco—. Pero no te culparía si lo hicieras.

Theodore sacudió la cabeza y las lágrimas en sus ojos engordaron.

—Helen, casi infarté hoy. Cuando entré a nuestra habitación y te vi, aullando de dolor y desangrándote, yo... Sentí que mi corazón iba a estallar. Literalmente. Sentí que podría caerme muerto ahí mismo.

—No me mientas...

—No lo hago. Que nuestra unión no sea la misma a la de antaño no significa que no te amo, que no te quiero, y que no valoro nuestro compromiso. Antes de ser mi esposa eres mi mejor amiga y si te perdiera... no sé qué haría.

—Sobrevivirías.

—Seguramente sí... pero ya no sería un hombre feliz.

—Tienes a tu otra mujer, ella te haría compañía.

—Que ame a Jane no significa que no estaría avasallado por tu pérdida... me sentiría miserable de todas formas. Mira... confieso que durante años pensé que una vida sin ti sería más fácil, más dulce... pero la mera posibilidad de perderte hoy me hizo tragar todas esas suposiciones como si fueran ácido. Y hasta ahora se me cierra la garganta y me arde el pecho, al recordar lo mucho que te menosprecié... al pensar en el odio que impuse sobre ti, innecesariamente —comenzó a llorar—. He sido un marido horroroso, lo sé... así como sé que merecías alguien mejor que yo como esposo.

—Me casé con el hombre al que amaba —ella lo cortó, emocionada por su franqueza—. No había, ni hay, nadie mejor que tú. Y yo tampoco he sido una buena esposa, si somos sinceros. Los dos hemos fallado, repetidas veces... pero quiero que sepas que no eres tan malo como crees, o cómo afirmas ser.

Su respuesta no lo logró callar, sin embargo.

—Pasé años de mi vida resentido. Años detestándote... ¡Culpándote por casi todos los males que me afligían!...

—No sin razón.

—¡Tú amabas a August! —exclamó, exasperado—. ¡Me demoré mucho tiempo para verlo, pero ahora se me hace obvio!... Pasaste años a su lado, con la fidelidad y el cariño de un alma enamorada. Si lo que ocurrió entre ustedes hubiera sido apenas un error, nunca más se hubieran vuelto a hablar. Pero lo hicieron. Repetidas veces.

—No entiendo a lo que vas...

—Tu infidelidad surgió de un amor, la mía surgió del odio —despreció sus propias actitudes—. Tú tuviste un motivo genuino, fuerte, para hacer lo que hiciste, por más incorrecto que fuera. Y yo te difamé, te ofendí, te engañé, por rencor... por resentimiento. ¿Y sabes lo que más me irrita? ¿Lo que más me desgarra por dentro? El saber que a manera en la que te traté, fue la misma en la que traté a Jane —creyó que mencionar el nombre de la actriz incomodaría a Helen, pero ella estaba demasiado interesada en sus palabras como para molestarse—. Hice sufrir a ambas llamándolas por los términos más deplorables que existen, cuando el verdadero canalla era yo... siempre fui yo. Y no existen suficientes palabras en todo mi lenguaje para que logre disculparme por cómo actué.

La señora Gauvain se respiró hondo y le sonrió, entristecida.

—Pues estás aquí, ¿no es cierto? —el leve temblor en su voz lo hizo mirarla—. Con eso ya es suficiente. No necesitas decir nada.

—Pero lo hago...

—Ted.

Oír el apodo por segunda vez aquel día fue lo único necesario para que la postura del periodista se encorvara otra vez y que su espalda se sacudiera con un llanto violento. Sus ojos se cerraron, irritados por las lágrimas y por la hinchazón de sus párpados, y la mujer a la que cuidaba, carente de fuerzas o de ánimo, tan solo logró entrelazar los dedos de sus manos y darle un apretón gentil para demostrarle su apoyo.

El gesto fue pequeño, pero su importancia fue enorme —no tan solo para él, como para la propia Helen—. Era un pedido de disculpas implícito y una promesa de mejora personal, anhelada por ambos. Indicaba además la aceptación de un concepto que jamás hubieran contemplado, a apenas algunos meses atrás; una tregua entre los dos.

—Te prometo que seré un hombre mejor... por ti y por los niños.

—No necesitas prometerme nada —ella, usando la poca energía que le restaba, llevó la palma de Theodore a sus labios y la besó—. Ya lo eres.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro