47: Atando cabos sueltos
Capítulo cuarenta y siete: Atando cabos sueltos
—Severus no se refería a ti —dice Dumbledore cuando ve mi cara de horror—. No se encuentra bien, y entiendo que tú tampoco. Pero no decía que el error fueras tú.
—Harry, discúlpame por esta situación... impactante —digo—. Tú no tienes nada que ver con esto, no tienes razón de estar en este embrollo.
—No, está bien... Si no te incomoda, me gustaría quedarme.
Levanto la vista, me siento en el escritorio de McGonagall y hago una mueca en un intento de sonreír. Abro los brazos y le doy un abrazo a Harry.
—Gracias.
Vuelvo a mi asiento y Harry se sienta en el lugar de Snape, para que yo no vea cómo queda vacío. Dumbledore retoma su puesto detrás del escritorio y junta las manos sobre la mesa.
—Supongo que querrás una explicación.
—¡Obviamente!... Si no es mucha molestia, señor.
—Severus Snape pasó por épocas muy difíciles, Leyla. Sobre todo en Hogwarts. Y tu madre era amiga de él. Pasaban bastante tiempo juntos, sobre todo cuando ella se juntaba con Bellatrix y Narcissa, que estaban en Slytherin.
—¿De veras que estaba con ellas?
—Todo el tiempo. Y no se separaron hasta que tu madre se casó con Joseph Blair una vez que salieron del colegio. Y tu nacimiento (sin ofender) fue lo que las separó por completo. Tú trazaste la línea entre la familia Black y tu madre.
—No entiendo... Yo soy la que más tiempo pasó en casa de la abuela Druella, más que todos mis hermanos juntos.
—Eso es un tema aparte, algo arreglado más tarde cuando ya no había gran peligro y tu tía ya no vivía allí.
—¿Bella?
—Sí, tu tía Bellatrix Lestrange.
Asiento sin comprender. Dumbledore lo nota.
—Hay mucho que nadie te ha contado. Por ejemplo, ¿no sabías que Severus y tu madre se conocían?
—Algo me habían dicho... Este verano estuve en la Madriguera y la señora Weasley me comentó algo. Dijo que mi madre era sangre pura como todos los del grupo, pero al no ser de Slytherin, quedaba afuera y entonces se juntaba con un marginado un poco menor... Ahora me entero que era Snape. —No digo que tenía la sospecha de quién era, porque de todas formas sigue siendo un shock para mí, no estaba preparada incluso sospechando—. Pero hay algo que no entiendo. ¿Mis hermanas también son... hijas... de Snape? ¿Leonard también?
—No. Que yo sepa, querida, desde Karen hasta Amber son descendencia de Joseph y Alesia. Tú eres el... caso especial.
—De todos modos, nunca me sentí muy unida a mi familia, pero... Vaya, supongo que mi madre me despreciaba por ser diferente en todo sentido, ¿no?
—Le recuerdas a ciertas épocas a las que ya no puede volver. Además, no era muy conveniente que la gente viera tu cabello negro cuando tus dos padres son rubios.
—Mi madre tiene cabello negro, solamente lo tiñe. Creí que alguien tan inteligente como usted lo notaría.
—Lo tiñe mal para que parezca que es dorado sobre negro. Busca cualquier foto de ella en sus años en Hogwarts y verás lo claro que era su cabello. Era muy parecida a Narcissa.
—Esto explica tantas cosas... Entonces ¿seguiré viviendo con mi madre en el verano? ¿Y con los Malfoy? ¿O debo ir a vivir con Snape?
Eso me hace pensar en qué vida tienen los profesores cuando no están en Hogwarts. Jamás lo había pensado, siempre me parecía que no existían fuera del castillo, que sus vidas eran esto. Pero ahora, cada día me doy cuenta de que hay mucho más para descubrir, mucho más de lo que quisiera.
—Seguirás viviendo con tu madre y con Joseph —dice Dumbledore—. Aunque tengo entendido que la señora Weasley te ha invitado a pasar el verano con ellos, ¿no es verdad?
—Es cierto.
—Y no puedo prometer nada, pero supongo que Severus ahora podrá hablar más sinceramente contigo. Él mismo quiso que recibieras clases de climagia, aunque yo le sugerí que las impartiera él mismo para mejorar el vínculo entre ustedes dos. Tenía la esperanza de que él te lo dijera, pero no pudo.
—¿Pero no cree que es un golpe más duro para mí que para él?
—Sí, pero le trae tantos recuerdos... El año de tu nacimiento fue muy terrible.
Suena a que llama a mi nacimiento el gran problema, pero sé que habla de la caída de Voldemort y de todas las muertes que hubo antes de eso.
—Gracias por su sinceridad, director.
—No es nada. Ahora vayan a descansar, el banquete está programado para la cena y quiero que estén bien despiertos. Y no olviden servirse mucha comida.
...
En el Gran Salón no dejan de mirarnos cuando Harry y yo entramos. Todo tipo de rumores han corrido por los pasillos de este colegio, y no me imagino qué sabe cada uno, qué versión ha oído quién. Sin embargo, pronto las miradas se enfocan en un grupo de gente que entra después. Y entre las caras sonrientes encontramos a...
—¡HERMIONE!
Los dos corremos a saludarla y le damos un abrazo asfixiante. Está sana y salva, completa de cabeza a pie.
—Leyla, Harry, qué bueno verlos otra vez...
—No hubiera sido posible sin tu ayuda —le digo, y le explico cómo con la página que arrancó del libro nos enteramos de qué era el monstruo y cómo se movía.
—¿Y tú también quedaste petrificada, Leyla? Me han dicho eso.
—Sí, y probaron las mandrágoras en mí primero. Soy la gran rata de laboratorio.
—Son héroes. En serio —dice ella y nos damos otro abrazo.
El banquete comienza y Ron se une a nuestra mesa. Nos dice que Ginny volverá a la Madriguera con los señores Weasley en una hora, ya que su madre no quiere dejarla sola hasta el final de curso, aunque queden muy pocos días. Pobres ambas.
El ganador de la copa de las casas iba a ser Slytherin (seguramente el basilisco hizo puntos extra petrificando alumnos), pero Dumbledore anuncia los nuevos puntos que recibimos Harry, Ron y yo, que son más que suficientes para ganar la copa. Este año, sin embargo, no busco a Draco entre los furiosos Slytherin para leer su reacción. Siento vergüenza de que me vea, siendo él mi primo. Siento que llevo mi secreto escrito en la frente:
SOY HIJA DE SEVERUS SNAPE.
...
El banquete fue delicioso, lo suficiente como para levantarme un poco el ánimo. Cuando nos levantamos de la mesa, varios de Gryffindor festejan saltando, abrazados en círculos, pero tampoco me siento tan contenta como para hacer eso. Hermione lo nota, y me mira con sus ojos inteligentes. Sé que ella no lee mentes, pero sí reconoce muy bien las expresiones.
—¿Quieres contarme?
—No creo estar lista. Perdón —digo con la voz ronca.
—Está bien. Dime cuando quieras. Oh, no... —Una mueca para nada amigable aparece en su cara—. Detrás de ti.
—Hola —dice una voz que reconozco sin tener que darme vuelta. Cuando lo miro a los ojos, siento un revoltijo de emociones, de las cuales muchas no tienen nada que ver con él.
—Hola, Cedric.
Hermione me mira, como esperando mi orden.
—Puedes dejarnos —le digo—, te llamo si se transforma en un hombre lobo.
—Bien —dice, aunque mira a Cedric con desconfianza—. Estaré atenta.
Cuando estamos solos, Cedric toma una bocanada de aire y su relajada compostura desaparece. Ahora parece bastante preocupado.
—Vine a disculparme. Y a decirte que te admiro por lo que has hecho. Nadie confiaba en ti y tú les demostraste lo valiosa que eres. Es una lástima que no lo haya podido ver antes y no haya confiado en tus buenas intenciones. Lo siento mucho, no debí hacer eso el otro día, alarmar a todos y culparte... Lo lamento.
Yo aguardo en silencio.
—¿Crees que podrás perdonarme?
—No lo sé. Lo de las mazmorras...
—Te dije, me salí de control. Entré en pánico. Tenía mucho miedo, creía que te harías daño, que te meterías en problemas. Sé que solo empeoré las cosas, pero pensaba que te estaba protegiendo de... de todo. De tu primo, de Pansy, del basilisco, de ti misma.
Dejo salir un largo suspiro y me apoyo en la mesa. Con la cabeza baja, evitando sus ojos para no perder la cordura, le respondo:
—Está bien. Te entiendo. No es como si yo fuera perfecta, tampoco. He cometido muchos errores, y todos siempre me perdonaron. Creo que es hora de que yo empiece a perdonar.
Y no hablo tan solo de Cedric al decir esto.
Finalmente logramos quedar en buenos términos y nos prometemos escribirnos en el verano para mantenernos al tanto, aunque no sé qué le podría llegar a contar.
Querido Cedric, gracias por tu última carta, improvisa Francesca. Quería contarte que estoy pasando un tiempo fantástico encerrada en la cocina de los Malfoy porque he roto una tetera y no he dejado que Dobby limpiara el desastre. También me encuentro en esta hermosa estancia porque no aguanto estar en mi casa con mi madre, su esposo que no es mi padre, y los pensamientos que vuelan hacia mi verdadero padre, que es Severus Snape. Sí, nuestro profesor de Pociones que no se baña y tiene algo contra Harry Potter. Oh, y pronto me iré a vivir con los Weasley y el otro chico que me vuelve loca. Solo para que sepas.
Ni siquiera Francesca y yo combinadas tenemos tantos recursos de delirios como para terminar esa carta. Sin embargo, sonrío como si fuera a cumplir con mi promesa y nos despedimos. Mi corazón se siente menos revuelto que antes de hablar, y cuando Hermione vuelve a mi lado vamos a caminar por los terrenos de Hogwarts para tomar aire fresco.
—¿Me he perdido de algo más durante el tiempo que no estuve? —pregunta.
—Nada muy interesante... Ya te hemos contado de Myrtle y de Riddle —digo, tratando de no temblar.
—Vi a George y a Angelina.
—Vaya novedad.
—No parecían muy armoniosos juntos. —Alzo las cejas—. Había tensión entre ellos, creo que se habían peleado o estaban a punto de hacerlo.
—Qué raro. Y eso que Gryffindor también ganó la competencia de Quidditch de las casas. Angelina debería estar contenta.
Hermione se encoge de hombros.
—¿Y tú no estás enojada de que hayan cancelado los exámenes? —le pregunto.
—No, no en realidad. Perdí mucho tiempo de estudio.
—Sí, te hubieras sacado un nueve cincuenta. Pobre de ti sin tu diez.
—Lo que sí me contrarió mucho fue lo de Lockhart. Jamás pensé que sería capaz de hacer eso con sus libros.
—¿Entonces no te molesta que lo hayan echado?
—No se merecía el puesto en Hogwarts —admite—. Pero tampoco creo que se merezca lo de la memoria. Espero que sane pronto.
—¡Leyla, Leyla! —Colin Creevey, ahora de vuelta a la normalidad, viene corriendo con sus ojos llenos de emoción. Toma una bocanada de aire y dice—: Te llaman.
—¿Quién, además de ti?
Señala la puerta del castillo, donde hay una figura vestida de negro.
—Snape.
...
No es una situación tan incómoda como hubiera sospechado, pero de todos modos no es la escena ideal.
Estoy de vuelta en las mazmorras, muy a mi pesar, sabiendo que la Cámara Secreta se encuentra en los cimientos del colegio. Me estremecí todo el camino desde afuera hasta aquí, caminando detrás de él, con solo el sonido de su túnica en el silencio de ultratumba.
Estamos en su despacho. De un lado del escritorio estoy yo, del otro lado, Snape. Snape. Ya no sé si debería llamarlo así, no sé qué nombre le corresponde. Y no me refiero a Batman, o Lord del Castillo, o Conde Drácula. Me refiero a padre.
Me mira con el rostro arrugado por la preocupación. Debe haber demasiados pensamientos en esa cabeza, protegidos por el cabello grasoso.
—Entiendo si me odias —dice de repente, rompiendo el silencio de las frías mazmorras—. Yo también me odiaría, pero créeme que he sido mejor padre que el mío.
—Y me ha prestado más atención que quien yo creía que era mi padre —admito.
—Trata de tutearme, si puedes.
—Lo que no entiendo es por qué no me lo dijo... por qué no me lo dijiste antes.
Respira pesadamente.
—No voy a mentir: estaba asustado. No sabía cómo podías reaccionar, no te conocía, no... Nunca me llevé bien con los niños, los evito siempre que puedo, me resultan aborrecibles.
—Ya entiendo por qué dejaste que Dumbledore me lo contara; él tiene mucho más tacto —digo secamente—. Y si es así, no deberías trabajar en Hogwarts.
—Lo lamento. La vida nunca fue fácil para mí. Algún día te contaré la historia completa.
Asiento con la cabeza.
—Ya tengo suficiente información para procesar, de todos modos. Lo que no sé... es cómo no me di cuenta antes.
—¿Es tan obvio?
—Sí. Usted, digo... tú siempre hiciste las cosas ligeramente diferentes conmigo. Y no te suicidaste cuando supiste que ibas a darme clases particulares de climagia. Y ya el hecho de que supieras sobre la climagia y que Dumbledore te contara...
Snape asiente con la cabeza y junta las manos sobre el escritorio.
—Es verdad que mi madre era climaga —dice.
—Eileen Prince.
—¿Dices que el Señor Ten... Tom Riddle te lo dijo?
—Sí, y eso es lo que no comprendo. ¿Cómo pudo saber el recuerdo del Innombrable sobre esto?
—Sabía que mi madre era climaga porque...
—Iba tras las climagas. Dumbledore me lo dijo. También iba tras mi madre.
—El Señor Tenebroso sabía reconocer fuentes de poder. Por eso quiero instruirte en la climagia. No quiero suprimir tus poderes, solo que sepas manejarlos y puedas usarlos como arma en caso de necesidad. Y te quiero felicitar por lo bien que pudiste usarlos hoy.
—Gracias.
—Salvaste más de una vida gracias a eso. Suspenderemos la poción y dejaremos que tus poderes y tú se arreglen durante el verano. Si necesitas ayuda, escríbeme y te haré llegar poción, pero solo para casos extremos. No intentes hacerla por tus propios medios, y no te lo digo porque dude de tu habilidad.
—Entiendo.
El clima ha mejorado aquí dentro, y no tiene nada que ver con la climagia.
—Ahora, sobre cómo supo Tom Riddle sobre esto, puedo decirte mi teoría: dicho mundanamente, él lee mentes. Pudo haberlo leído de tus pensamientos.
—Tom Riddle se hubiera matado de ser capaz de realmente leer mis pensamientos. No sabes lo que pasa aquí dentro —digo, señalando mi cabeza.
Francesca ríe por lo bajo.
—Sin entrar en detalles, tengo una leve idea de lo que sucede en tu mente. Todos tenemos una voz interior, justamente para el diálogo interno, pero parece que las climagas tienen su voz de guía más notoriamente separada y formada.
—Creía que estaba loca.
De todos modos, no pienso mencionar que mi voz se llama Francesca.
Snape se levanta de su asiento y rodea la mesa. Yo también me levanto y lo miro, sin saber qué esperar. Luego sonríe, y puedo ver la emoción en sus ojos. Hasta creo ver lágrimas en ellos.
—Buen verano —me dice, rígido en su lugar. Levanta una mano, y luego de dudar la deja sobre la mesa.
Tomo aire y me acerco a abrazarlo. Jamás pensé que esto fuera posible, que yo abrazara a Snape, que oliera tan de cerca su túnica que lo hace parecer un enorme murciélago. Pero ahora soy su hija. Él es mi padre. Me palmea la espalda, y sonrío: eso significa mucho.
—Estoy muy orgulloso de ti —dice con la voz entrecortada.
Doy un paso hacia atrás y me sorprendo al notar que yo también estoy llorando. Me seco las lágrimas y le sonrío.
—Gracias... papá.
—Prométeme que no tendremos más escenas emotivas. No creo soportar esto otra vez.
—Ni yo. Hasta luego, pa. —No suena tan mal, después de todo. Creo que me acostumbraré.
Me saluda con la mano y salgo de la mazmorra, pero voy a cerrar la puerta veo que ya me da la espalda. Suspiro y trabo la puerta al mismo tiempo que oigo pasos en el pasillo.
...
—¿Leyla? ¿Qué haces aquí?
—¡Draco! Eh, yo, esto...
—Te estuve buscando por todas partes, mi padre vino a hablar con Dumbledore y quería saber si tú tienes alguna información.
—Mmm. No, lo siento.
—Entonces vamos a ver de qué se trata.
Me sorprende que Draco esté en tan buenos términos conmigo. Lo último que recuerdo es odiarlo por su alegría cuando echaron a Dumbledore y arrestaron a Hagrid. Y que él debe estar bastante furioso de que Gryffindor haya ganado la Copa de las Casas y también en Quidditch.
Mi primo me da la mano para subir, viendo que no estoy del todo estable, y no hay cortocircuito entre nosotros. Tampoco debe ser verdad que llevo el nombre de mi padre escrito en la frente. Me siento mucho más segura con respecto a esta parte de mi vida, hasta ahora secreta, oscura y llena de mentiras. Es como si un gran peso se desprendiera de mí, sin que yo supiera que estaba allí desde un primer momento.
Nos detenemos al fin frente al despacho de Dumbledore, donde hay una gárgola de piedra cuidando la entrada.
—¿Se supone que ahora este bicho nos deja pasar? —pregunta Draco.
—Creo que es mejor quedarnos esperando afuera. Oh, mira quién viene. ¡Harry!
Harry, que estaba caminando bastante lejos en otra parte del pasillo, frena de golpe y me busca. Cuando me ve y camina hacia mí, busco la mano de Draco para llevarlo conmigo, pero no está. Parece que se ha escondido.
—Vi a Malfoy.
—¿Malfoy grande? Eh, es decir, ¿tío Lucius?
—Sí. Pasó por aquí pero le perdí el rastro.
—Está con Dumbledore. Tenía planeado quedarme aquí esperando a que salieran para chuparles la sangre, para hacer honor a mi familia de murciélagos gigantes.
—¿Te refieres a... a lo que dijo Dumbledore?
—Harry, sabes bien quién es el murciélago gigante.
—¿Estás bien con eso?
—Sé que es un gran... shock. Pero me lo tomé mejor de lo que pensaba. Ya hablé con él. Podríamos decir que todo está bien.
—Me alegro mucho por ti —me dice y me da un abrazo—. Aunque es algo extraño...
—Y bizarro.
—Sí. ¿Está todo bien?
—Sí, creo que puedo vivir con ello. Me siento más completa, si es que tiene sentido.
Me siento un poco culpable al decirle esto. Por más que mi familia no sea perfecta, acabo de encontrar a un padre cuando ya tenía uno, mientras que Harry ha perdido a su madre y a su padre y sigue solo en este mundo. Por más que nos tenga a sus amigos, que tenga a Dumbledore para guiarlo, a Hagrid para quererlo y ponerlo en situaciones extremas con criaturas imposibles, y a los Dursley para odiar, él necesita a alguien en el rol de padre.
—Podemos esperar aquí sentados —dice. Sacudo la cabeza para despejarme y me siento a su lado, ambos en frente de la gárgola.
No sé en qué momento me dormí mientras esperábamos, pero sí se que me despierto cuando unos pies descalzos pasan muy cerca de mi oreja.
—Dobby, ¿qué haces aquí? —dice Harry.
Abro los ojos y veo al elfo doméstico, vestido en su andrajoso y sucio trapo de siempre.
—Dobby vino a acompañar al amo, pero a Dobby lo han echado.
—¿Y te has enterado de por qué está aquí? ¿Qué sucede en esa reunión?
—Hola, Dobby.
—Hola, señorita Leyla. No le cuente al amo que Dobby va a hablar...
—No lo haré, puedes contarnos tranquilo.
—El amo ha... —Se agarra de mi brazo y del de Harry para evitar castigarse—. El amo ha amenazado a esa gente para que firmara un papel para sacar al director. Dobby vio el diario...
—El diario de Riddle.
—El viejo Dumbledore acusó al amo de poner el diario en el caldero de la niña Weasley. Dijo... dijo que el amo... quería destituir a los Weasley con ello. Que ella sería la única culpable.
Cierra los ojos con fuerza para impedir castigarse.
—Entonces fue... ¡Claro! —exclama Harry—. Lo puso en el caldero de Ginny el día que conocimos a Lockhart, en Flourish y Blotts.
—No me hagas recordar que yo lo vi y no reconocí lo que tenía frente a mi nariz —le digo—. Ginny lo había envuelto en papel rosa y no noté que era el mismo diario...
Con un leve ruido a roca moviéndose, la gárgola se hace a un lado y por la puerta sale tío Lucius, seguido por Dumbledore, que lleva el diario en la mano. Mi tío cruza miradas con Harry y conmigo, luego mira a Dobby. Si Dumbledore no estuviera aquí, supongo que ya nos habría rostizado.
—Vámonos, Dobby —es lo único que dice. El pequeño elfo doméstico asiente y se va cabizbajo detrás de él, golpeándose contra las paredes para comenzar sus castigos.
—Profesor —dice Harry—, creo que deberíamos devolverle el diario al señor Malfoy.
—Veo que estás enterado de la teoría. Muy bien. —Le entrega el diario agujereado—. Haz lo que tengas que hacer. ¿Todo está bien, Leyla?
Harry se saca el zapato y la media de un pie. Dejo que Francesca saque sus conclusiones mientras yo interactúo con el director para no levantar sospechas.
—Sí, profesor. Todo está mucho mejor. Muchas gracias.
Dumbledore sonríe y asiente en saludo antes de desaparecer tras la gárgola que vuelve a su lugar.
Cuando busco con la vista a Harry lo veo frente a tío Lucius, que está furioso cuando de la media sucia de Harry saca el diario. Le tira el calcetín a Dobby y amenaza a Harry, aunque no llego a oír que le dice.
Francesca deja inmediatamente su tarea y empieza a tirar alerta roja en mi cabeza. Corro hasta ellos y llego a escuchar la escena.
—Vas a terminar como tus padres por entrometido, Potter. Vámonos, Dobby. ¡Dije que vengas!
Dobby se queda inmóvil, con el apestoso calcetín en sus manos, y sus ojos enormes y verdes brillan con emoción.
—El amo ha dado un calcetín a Dobby... —dice con voz temblorosa.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Dobby tiene un calcetín... ¡DOBBY ES LIBRE!
La cara de horror de mi tío es indescriptible, y una de las cosas más graciosas que he visto en el último mes. Aunque debo admitir que no me atrevo a reírme. Su ojo tiembla demasiado.
—POTTER —dice él—, ¡POR TU CULPA HE PERDIDO A MI ESCLA... SIRVIENTE!
—Tío...
Él no me hace caso y apunta a Harry con su larga varita. Pero Dobby se adelanta y salta, interponiéndose entre ambos.
—Usted no tocará a Harry Potter —dice Dobby desde su escasa altura—. Usted se irá ahora mismo sin lastimar a Harry Potter.
Mi tío abre y cierra sus fosas nasales, tal como hizo Hermione cuando sintió la erupción Lockhart, y se va sin mirar atrás, sin siquiera hacerme un comentario.
—Harry Potter ha liberado a Dobby —dice—. Gracias, señor, gracias.
—Es lo menos que podía hacer —dice Harry con modestia.
—Eres un héroe, Harry —le digo—. Ahora, deja algún acto heroico sin hacer para el resto del mundo, ¿sí?
Dobby y yo le damos un abrazo, y luego con un fuerte crujido y un chasquido de dedos, el elfo doméstico desaparece.
—Lo extrañaré cuando no lo vea en casa de los Malfoy... si es que me dejan entrar. Después de esto, tío Lucius debe estar furioso conmigo. Ah, hola, Draco.
Mi primo, de quien ya me había olvidado, parece haber salido de su escondite. Se acerca con rostro confuso, probablemente procesando lo que acaba de presenciar.
—Lo pagarás caro, Potter —dice con amargura—. Vamos, Leyla. Al tren.
—No soy tu elfo doméstico. —Saco la lengua en burla y río—. Vamos a la Torre, Harry. Tenemos que preparar el equipaje.
-----
Menciones del capítulo 46:
Primer comentario: Nuriialec_
Mejor comentario: Sumer_Lover_
Saludos a , y muy feliz cumpleaños a Marian2524.
............
..........
........
......
....
..
.
SOLO QUEDA UN CAPÍTULO, ¡AHHHHHHHHHHHHH! No sé si estar feliz o no jajaja.
Que no cunda el pánico.
BMW.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro