42: Tuberías
Capítulo cuarenta y dos: Tuberías
Hay una gran conmoción en el corredor, todos van de un lado a otro y causan un barullo insoportable. Los profesores se reúnen frente a la sala y logran que todos los alumnos vuelvan a sus cosas. Todos menos Harry, Ron y yo, que seguimos bien escondidos. Desde aquí podemos espiar a los profesores, cuyos rostros están peligrosamente serios.
—¿De verdad, Minerva? Es una broma, ¿cierto?
—No puede ser, no puedo creerlo. Esto es... Minerva, por favor...
—No, Filius —dice McGonagall en tono lúgubre—. Ha habido otro ataque.
—¿Y el petrificado? ¿Dónde está? —escuchamos que dice Madam Pomfrey—. ¿Por qué no me lo han traído?
—Es... es algo distinto esta vez. —Escuchar a McGonagall titubeando y asustada es algo que jamás pensé que llegaría a hacer—. Encontramos una pared escrita en sangre, otra vez. Y decía "Jamás la volverán a ver. Su esqueleto yacerá por siempre en la Cámara de los Secretos".
Un escalofrío recorre mi espalda. Harry y Ron se miran entre sí, luego a mí.
—Estuvimos tan cerca... —susurro.
—Pero Minerva... ¿quién? —dice Pomfrey—. ¿A quién tienen allí?
—Ginny Weasley.
Ron, que estaba agachado con nosotros, pierde las fuerzas y cae al suelo. Rápidamente lo socorremos sin que nos delate, aún escondidos detrás de la estatua.
Ginny.
Estoy jadeando, tratando de no hacer ruido, mientras mi cabeza da vueltas. La veo a la pequeña Ginny, pálida, muerta de miedo al lado de una serpiente gigante. Y una misma pregunta vuelve a aparecerse: ¿Por qué ella? ¿Acaso es lo que nos quería decir hoy? ¿Nos estaba avisando que se la llevarían? Maldito Percy, lo sabríamos si no hubiera sido por él.
—¿Y qué sucederá ahora? —pregunta Flitwick.
—Cerrarán el colegio —informa McGonagall—. Mañana todos partirán en el expreso de Hogwarts de vuelta a casa. Hogwarts ya no es más seguro.
El clima lúgubre se extiende sobre todos nosotros, nos abruma y nos oprime. Se hace el silencio. Si esto sigue así, romperé en llanto, y nadie podrá consolarme.
Pero como siempre, todo termina. El momento se rompe y cae a pedazos cuando llega alguien; y ese alguien no puede ser otro que Lockhart. Él llega con su túnica de macho, púrpura, y una sonrisa implacable en su rostro. Sus dientes destellan, y tiene el peinado recién hecho... y el shampoo en la mano. Este tipo es increíble.
—Filius, aquí estás. Veo que has reunido más gente para que les muestre este maravilloso gel —dice, mostrando su frasco con líquido, vaya sorpresa, color púrpura. Pero al cabo de un minuto se da cuenta de que nadie está de humor. Y eso es velocidad en tiempo récord, para Lockhart.
—Señor Lockhart —dice McGonagall—, supongo que estará al tanto de las noticias.
Él parece pensar por unos instantes. Es un gran actor. Hasta parece que piensa en serio. Si no fuera porque lo vi leyendo de su manga para contar hasta tres en el club de duelo...
—Ah, la niña. Sí, pobrecita, un caso muy lamentable. Oí algo en un pasillo. —Esconde su magnífico gel/shampoo/elixir mágico/gelatina púrpura detrás de su espalda y trata de dar un paso hacia atrás, pero el rostro severo de McGonagall lo detiene—. Cruel destino, muy lamentable.
—Usted siempre dijo saber dónde se encontraba la entrada a la Cámara Secreta, Gilderoy. ¿Por qué no aprovecha su conocimiento ahora y derrota a la bestia de Slytherin? Después de todo lo que ha combatido en su vida, esto no debe ser demasiado problema, ¿verdad?
—¿Eh? Ah, no, claro que no. Una verdadera tontería, mis señores —asegura—. Dejen todo en manos de Gilderoy Lockhart, y él resolverá los más terribles problemas. Supongo que ya habrán leído un caso similar en Un año con el Yeti...
—Gracias por tomar la responsabilidad, Gilderoy —dice Sprout—. Confiamos en usted.
Lockhart asiente mudo y le da el shampoo a Flitwick antes de irse. Los profesores (los verdaderos, no los farsantes como Sr. Cabello Perfecto) vuelven a su estado lúgubre y entran a la sala de profesores arrastrando los pies para discutir el tema.
Ahora que tenemos vía libre, seguimos a Lockhart hasta su despacho. Vemos que ha dejado la puerta abierta y nos metemos sin siquiera tocar. Dentro nos encontramos a un despeinado Gilderoy Lockhart, apoyado en su escritorio mientras revuelve sus cosas.
—Profesor... Escuche —dice Harry—. Sabemos dónde está la entrada a la Cámara Secreta.
—Ah, sí, qué bien. —Observa un libro, sacude la cabeza y lo arroja hacia atrás—. Muy bien, Harry. Sigue así.
—¿Está siquiera escuchándonos?
Nos mira. Uno de sus ojos tiembla un poco. Luego vuelve a sus cosas, saca un bolso de abajo de su escritorio y mete todo adentro.
—Por favor —digo—, alguien tiene que enterarse. ¡Usa las tuberías!
—¿Yo uso las tuberías? —dice perplejo.
Resoplo y lo miro con desprecio.
—No —le digo—, usted usa los baños de niñas.
Lockhart se pone rojo hasta las orejas y sigue poniendo cosas en su bolso... que es color púrpura, por supuesto.
—¡Está empacando! —dice Ron.
—¿Va a huir?
—Es muy serio el asunto —murmura Lockhart sin levantar la vista.
—Usted combatió a todas esas criaturas —insiste Harry—. Debe haber algo que pueda hacer, por favor. Sabemos cómo llegar hasta el monstruo.
Cerca de tener un ataque nervioso, Lockhart cierra la puerta del despacho con un toque de la varita mágica. Cuando se vuelve hacia nosotros, veo que ahora su labio también tiembla. Está desesperado.
—¡Yo no luché contra todas esas criaturas mágicas!
—Pero... pero sí escribió los libros...
—Sí, claro, con las memorias de otros magos —explica—. ¿Quién sería capaz de hacer todo eso en una vida? Solamente se necesita un poco de seducción y pronto todos largan sus historias.
—¡Qué horror! ¿Y cómo es que hasta ahora no lo han demandado? —me escandalizo—. ¿Acaso ha seducido también a la jueza?
—Mejor que eso —dice con media sonrisa, por lo tanto, medio malévola—. No para nada es uno mago. Soy diestro en borrar memorias. —Eleva su varita—. Ahora, ustedes no pueden contarle esto a nadie.
—No, claro que no lo haremos —dice Ron de inmediato.
—Le damos nuestra palabra, por supuesto —escupe Harry, atropellándose con las palabras.
—Me temo que eso no será suficiente —dice.
—Por favor, sabemos muchísimas cosas de usted —digo— y no hemos contado nada. Sabemos lo del gas y lo del baño, y lo hemos mantenido en secreto, a pesar de que nos haya dañado psicológicamente; así que, ¿por qué no ocultaríamos esto también? No hace falta modificarnos la memoria.
Lockhart aprieta la mandíbula y alza su varita. Pero apenas comienza el hechizo, Harry saca su propia varita y exclama:
—¡Expelliarmus!
Harry atrapa la varita en pleno vuelo y la apunta contra el farsante. Yo saco la mía y apunto a su pecho, y trato de mantenerme derecha a pesar del mareo que siento en mi cabeza. Hace demasiado tiempo que no bebo la poción de Snape, y creo que estoy desequilibrada. Ante cualquier caso, no estará mal una brisa de más cerca de este tipo. Cualquier cosa por proteger nuestras narices y espantar malos olores.
Con las tres varitas apuntando la espalda de Lockhart (Harry tiene la propia y la robada, y la varita de Ron sigue guardada porque no la ha reparado), lo guiamos a la fuerza hasta el baño del segundo piso, aunque bien sabe él el camino.
Una vez adentro, frenamos y le dedico una mirada acusadora.
—Usted reconoce este inodoro, ¿no es verdad?
Las orejas de Lockhart están ardiendo de la vergüenza, pero Harry me da una mirada que me hace parar. Es más importante que le mostremos por dónde se entra a la Cámara Secreta.
—La bestia es un basilisco —le explica Harry a Lockhart sin bajar las dos varitas. Eso es incómodo, así que le da una a Ron para liberar la mano—. Una serpiente gigante. Hablo pársel, así que eso podría ser de ayuda. Pero no sé...
—¿Quién anda ahí? ¿Quién me molesta en la paz de la muerte?
—¡Myrtle! —exclamamos Ron y yo a la vez. Del cubículo del fondo sale el fantasma de una niña fea con anteojos. Sigue teniendo el grano en la barbilla a medio explotar.
—Oh, Harry, viniste a visitarme —dice con ojos soñadores. Luego se fija en Lockhart—. ¡Usted! ¡Usted es el que viene a invadir los baños y los arruina! Debería darle vergüenza.
No se si reír o llorar.
—Myrtle —dice Harry—, necesitamos que nos ayudes.
—Mmmmm... Está bien, lo haré por ti.
—¿Nos podrías contar sobre tu muerte?
Nos mira con perplejidad, y luego arruga el rostro al pensar. Finalmente suspira y comienza a contar.
—Entré corriendo al baño... Lloraba, por supuesto, porque una chica se había burlado de mis granos. Me encerré, como de costumbre, justo en este cubículo. Y luego... luego oí una voz. Pensé que sería la chica de nuevo, pero me di cuenta de que era la voz de un varón. Por supuesto salí del baño al instante, como hago cada vez que veo a este tipo rubio entrar aquí, para decirle que saliera del baño de niñas, cuando... Todo desapareció, se puso negro. Morí.
—¿Y qué dijo el chico? ¿Lo recuerdas, Myrtle?
—Hablaba en una lengua muy extraña, jamás había oído algo igual. Y vi algo antes de morir... Dos ojos amarillos. Fue horrible.
—Los ojos del basilisco —murmura Harry—. Eh, gracias, Myrtle.
—La muerte... la muerte... —balbucea Myrtle, con ojos soñadores y la mirada perdida.
—Entonces, si salió de este cubículo —dice Harry—, lo primero que vio fue... los lavabos.
Todos miramos las piletas para las manos, sin encontrar nada sospechoso. Estuvimos tantas veces aquí, en medio de este lugar ahora tan importante, que me he acostumbrado y los detalles son apenas visibles para mí.
—Tuberías, tuberías... —murmura Harry, mirando los lavabos.
—Quieto, Lockhart —dice Ron.
Yo me agacho y busco debajo de las piletas, para ver si encuentro algún botón gigante o un cartel que convoque a todos los herederos de Slytherin. Sorprendentemente no tengo mucho éxito.
—¡Aquí, miren! Hay dos serpientes en este grifo. Quizás... —Harry se rasca la cabeza y la sacude—. No lo sé. Podría fallar.
—Prueba igual. ¿Qué se te ocurrió?
—Hablar pársel. Pero no sé qué decir.
—¡Pídele que se abra! —propone Ron.
Harry asiente y se pone delante del grifo y lo mira fijamente. Luego cierra los ojos y dice:
—Ábrete.
Ron y yo nos miramos con decepción, mientras que Lockhart frunce el ceño sin entender ni jota.
—Eso sonó bastante mundano.
—No sé cómo hacerlo... La otra vez tenía la serpiente delante de mí. Quizás si finjo que es real...
Repite el procedimiento, y esta vez dice algo que suena a un susurro mezclado con alguien carraspeando con una infección pulmonar. Pero eso parece ser suficiente para el grifo, porque la pileta se retrae y se mete en la pared, dejando ver un pasadizo parecido a un tubo que lleva hacia abajo. Es muy oscuro, y no se ve el fin. Me acerco al orificio y digo:
—¿Hola? Monstruo, ¿estás ahí? —Solo se escucha el eco de mi voz, una y mil veces. ¿Así de mal sueno? No sé cómo me perdonan cada vez que abro la boca.
Francesca canta en mi cabeza Juguemos en el baño mientras el monstruo no está. ¿Monstruo, estás? Creo que desde que le puse un nombre se ha vuelto más tonta.
Miro a Harry con una mueca.
—Parece demasiado profundo.
—Sí, es una mala idea —coincide Lockhart.
—Cambié de opinión, no me parece tan mal —digo con tal de llevarle la contra. No me gusta compartir nada con ese farsante.
Vuelvo a mi lugar junto a Ron, detrás de Lockhart. Harry presiona la espalda del farsante con su varita.
—Usted primero.
—No creo que sea necesario...
—¡Ahora! —Ron patea el trasero de Lockhart, que cae por el agujero. Se escucha el eco de sus gritos por un largo rato, y luego se hace el silencio digno de un sepulcro.
—¿El basilisco solo le teme a los gallos? —pregunto—. Porque si también huyera de las gallinas, con mandar a Lockhart delante el asunto se terminaría.
Harry hace una media sonrisa y aspira profundamente.
—Nos vemos abajo —dice antes de saltar y que el hoyo se lo trague. Miro a Ron.
—Qué entusiasmo. No guardes la varita —le advierto—, nadie sabe qué puede haber abajo.
Me quedo con mi propia varita en la mano y cierro los ojos al saltar, incluso temiendo errar al agujero. Pronto siento la gravedad tirando de mi hacia abajo, y la túnica raspa contra el piso de lo que parece un largo tubo de tobogán.
Estoy cayendo. Estoy dentro.
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