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31: La confianza de Dumbledore

Capítulo treinta y uno

La confianza de Dumbledore


—Parece, Hagrid —dice Dumbledore—, que estas cuatro personitas no vienen con antorchas. Es seguro que pasen.

Entramos a la cabaña y vemos a Hagrid, con la cara roja de haber llorado tanto, sentado a su mesa, donde hay una enorme tetera humeante. Su perro, Fang, está acostado sobre sus pies, tan deprimido como él. Agregamos algunas sillas y, mientras Dumbledore busca tazas (del tamaño de baldes) para nosotros, nos sentamos y miramos seriamente a Hagrid.

—No puedes quedarte aquí para siempre —dice Hermione—. No hagas caso a esa... —Mira a Dumbledore, que tararea por lo bajo una canción mientras trae las tazas—... a esa mujer. Solamente dice cosas horribles de la gente.

—No vas a quedarte aquí hasta tener la popularidad universal —dice Dumbledore, sentándose a la mesa—. Nunca saldrías. No ha pasado ni una semana desde que comencé a ser director aquí sin recibir al menos una lechuza indicando cómo debería hacer mi trabajo, cuando no solamente una lista de creativos adjetivos sobre mi persona.

—Bueno, pero usted no es un semigigante —dice Hagrid, apesadumbrado.

—Hagrid —dice Harry—, mira a los Dursley. Mira la familia que tengo. Son aborrecibles.

—Mi hermano Aberforth fue perseguido por hechizar cabras —dice Dumbledore—, pero nunca se escondió por ello.

Hagrid todavía no parece convencido.

—Solamente queremos que vuelvas a tu vida normal —dice Hermione—, que vuelvas a enseñar.

—Hagrid —digo—, ¿recuerdas el año pasado todo el revuelo con Sirius Black? Yo era sospechosa todo el tiempo solo por ser su pariente. Y mis hermanas son repugnantes. No sé qué tiene que ver pero no está de más decirlo.

Dumbledore nos sonríe.

—Hagrid, creo que quedó muy claro —dice—. Todos te queremos tanto como antes. No aceptaré tu renuncia. Es más, tengo una pila de cartas en mi escritorio, todas de gente que te conoció durante sus años en Hogwarts, y todos tienen cosas buenas para decir de ti y se quejarían mucho si dejaras de trabajar aquí por esto. Así que te veo el lunes trabajando.

Hagrid sonríe y dos pesadas lágrimas resbalan por sus mejillas y caen sobre Fang, que da un salto al ser salpicado de repente.

—Es hora de volver al castillo —dice Dumbledore y se pone de pie. Nosotros dejamos las tazas de té sin terminar (son prácticamente barriles) y vamos con el director a la puerta. Hagrid nos abre y nos sonríe.

—Gracias. Oye, Harry, gracias a ti también. Me das esperanza. Cuando te conocí, vaya, eras un bebé sin familia, tan solo, y ahora estás aquí, ya en cuarto año, ¡campeón del colegio! Espero que ganes, Harry.

—Nosotros también —le digo y nos despedimos.

Vamos al castillo, escoltados por Dumbledore, y le digo:

—Señor, ¿cree que es posible prohibir a Rita Skeeter en los terrenos del colegio?

—Es posible y ha sido hecho —dice él—. Esa mujer ha hecho demasiado daño aquí dentro.

Antes de volver a la Torre de Gryffindor, Harry me pide un momento aparte. Ron y Hermione nos miran con sospecha y siguen su camino.

—¿Me muestras el baño de prefectos?

—Ah, claro —le digo—. Por aquí.

En el camino, veo de a poco que Harry va perdiendo su serenidad y termina confesándome que no tiene idea de qué hacer con el huevo.

—Pero pensé que estabas ya casi listo...

—No, no. No quiero que se preocupen pero no sé qué hacer. Lo abro y chilla, chilla. Cedric me dio esta pista y... —Me mira—. Lo siento, no hablaré más de él.

—Gracias. Bueno. Ya casi llegamos, un par de puertas más. No sé cuál es la contraseña ahora, pero ya que estás en contacto con él todavía, se la puedes pedir.

Harry baja la cabeza y lo abrazo.

—Lo siento, he tenido un día muy largo. Tengo recuerdos aquí dentro... —digo, mirando la puerta del baño—. Que tengas suerte. Nos vemos en la cena. Espero que ganes. ¡Gana, por favor!

Al día siguiente, apenas nos levantamos, Hermione me pide que la lleve a las cocinas para ver a los elfos domésticos e informarlos sobre la PEDDO. Al parecer soy oficialmente guía turística de Hogwarts.

—¿Es necesario? ¿Ahora?

—Tú sabes muy bien dónde están. Vístete ya mientras yo busco la caja de insignias.

—Espero que al menos nos conviden algo para desayunar.

Hermione me mira enojada. Claro, ella quiere liberarlos, no que nos den comida.

Cuando llegamos al pasillo lleno de cuadros de comida, nos acercamos al que tiene una frutera y le hago cosquillas a una pera, que se retuerce de la risa y se transforma en un picaporte de una gran puerta. Hermione mira todo atentamente.

—Bueno, ahora... abres y pasas.

—No voy a entrar sola, necesito refuerzos.

—Vamos, no tengo ánimos, Herms. Yo te espero aquí —digo y abro la puerta. Dentro hay una réplica del Gran Salón, exactamente del mismo tamaño, con las mismas cuatro mesas, y una gran chimenea. A la hora de comer, los elfos colocan la comida sobre las mesas, y luego cada plato y cada fuente se trasladan a su mesa correspondiente en el piso de arriba. Dentro hay cientos de elfos trabajando, yendo de un lado a otro, y entre ellos diviso a Dobby. Lo saludo y él me saluda, pero vuelve su cabeza a una elfina que está en el suelo, como borracha, rodeada de botellas—. Buena suerte —le digo a Hermione, la dejo pasar y cierro la puerta, quedándome en el pasillo.

Me siento a esperar y termino dormida. Hermione me despierta cuando sale.

—La elfina era Winky... —dice—. No tuve mucho éxito tratando de convencerlos, todos quieren trabajar para Dumbledore. Al menos Dobby recibe paga. Pero esto es terrible.

—¿Winky, dices? ¿La elfina de Crouch? ¿La echó al final?

—Sí. Estoy furiosa.

Bajamos la voz porque pasan alumnos de Hufflepuff. Hermione trata de convencer a algunos de unirse a la PEDDO, pero no le hacen caso. Uno de los que pasan es Cedric. Nos miramos por un segundo y parece que quiere decirme algo, pero luego baja la vista y desaparece al doblar la esquina.

—Lamento haberte hecho venir —dice Hermione, luego de ver la escena—. Pero era importante.

—Supongo.

Por la noche perdemos de vista a Harry luego de la cena, pero el lunes en clase nos va contando en pedacitos lo que sucedió. Fue al baño de prefectos con el huevo y Myrtle la Llorona estaba allí y le dio alguna pista de qué había hecho Cedric. El huevo chilla cuando lo abres, pero bajo el agua el chillido se transforma en un canto. Harry dice que tiene que ir al Lago Negro en la prueba, que le quitarán algo y lo esconderán allí y tendrá una hora para recuperarlo.

—¿Es que nadie entiende que el agua está fría en enero? —dice Ron.

—Ya sabemos por qué Krum se fue a bañar al lago el sábado —digo.

Harry nos dice que no solo está el calamar gigante en el lago, sino que hay sirenas y otros seres de las profundidades. No sabemos mucho del tema pero no suena nada ameno.

—Pero eso no es lo más importante —murmura Harry mientras practicamos el hechizo repelente en Encantamientos.

—No, claro que no —dice Hermione—. Lo más grave es que dijiste que tenías el enigma resuelto y no estabas ni cerca de eso.

—Hermione, te juro que eso no es lo más grave —le digo mientras esquivo una silla que Neville mandó volando por los aires por accidente.

—¿Entonces? —pregunta Ron.

Harry vuelve a la carga y nos cuenta que, por supuesto, salió con la capa de invisibilidad y el Mapa del Merodeador por la noche, para evitar ser atrapado, pero que al volver del baño estaba distraído viendo a Snape en el mapa, y luego vio que Barty Crouch estaba en el despacho de Snape, y olvidó saltar el escalón falso de la escalera. Le quedó atrapada la pierna entera en el hueco y para no perder la capa, dejó caer el huevo y el mapa. El huevo rebotó en los escalones hasta el descanso de la escalera, haciendo ruidos metálicos fuertes con cada golpe, y cuando cayó definitivamente se abrió y comenzó a chillar. Snape y Filch aparecieron de inmediato y al ratito apareció Ojoloco Moody. Snape sospechó que Harry estaba allí y casi lo encuentra, pero Moody, que podía verlo a través de la capa de invisibilidad y a quien Harry le pidió ayuda con gestos, evitó que lo atrapara.

—Supuestamente Snape estaba despierto porque sentía que había alguien en su oficina revolviendo cosas —nos susurra Harry—. Le faltan ingredientes o algo así. Es Crouch.

—Él me había comentado algo así, y me preguntó si no eras tú —le digo—. Obvio que dije que no.

—Bueno, ayer también me acusó. Aparte el huevo no podía ser de mucha gente.

—¿Y cómo saliste de esa?

Moody dijo que Peeves había robado el huevo de Harry, tomó el Mapa del Merodeador antes de que Snape pudiera quedárselo y echó a todos bajo amenaza de decirle a Dumbledore lo rápido que Snape sospechó de Harry. Snape terminó yéndose...

—...y Moody dijo algo de que Dumbledore da segundas oportunidades. ¿Por qué Snape estaría en su segunda oportunidad? ¿Qué hizo?

Los tres me miran con seriedad y yo no sé qué responder.

—Parece que ya le revisó la oficina varias veces —sigue Harry.

—No esconde nada en esa oficina —digo—, fui millones de veces.

—Yo creo que Dumbledore trajo a Moody no solo para controlar a Karkarov —dice Harry—. Parece que Snape...

Me tapo la cara con ambas manos y trato de seguir practicando el encantamiento.

—Quizás él puso el nombre de Harry en el Cáliz —dice Ron.

—Ustedes siempre piensan que Snape quiere matar a Harry cuando en realidad lo está salvando —dice Hermione—. ¿Qué hay de Crouch, que se hace el enfermo y luego pasea por Hogwarts? Además, Dumbledore confía en Snape, y hace bien al dar segundas oportunidades. Confió en Lupin, en Hagrid. Diablos, ¿de qué hablamos justamente con Hagrid...?

—Igual, quiero saber qué hizo Snape para necesitar una segunda oportunidad —dice Harry.

—Basta por hoy —murmuro.

Los siguientes días son una mezcla de sentimientos. Afuera está gris, siempre gris, y no puedo hacer salir el sol aunque lo intente. Cuando podemos, vamos a la biblioteca a buscar alguna solución para Harry y la hora que tiene que pasar bajo el agua, pero nada. Una tarde incluso nos abrigamos mucho y salimos él y yo al borde del lago y hago pruebas con el agua, pero no se me ocurre gran cosa y termino con los pies y las rodillas empapadas de agua fría.

Quisiera no pensarlo, pero termino preguntándome cómo se las arreglará Cedric. Una hora bajo el agua, helada. A veces a la noche sueño con el calamar gigante y veo que se lo lleva. Pienso en cómo me miró el domingo frente a las cocinas. Pero luego lo veo con sus amigos o con Cho u otras chicas en los pasillos y se me pasa la preocupación y solo siento el malestar de antes y trato de ocuparme con la tarea y con encontrar cómo mantener vivo a Harry.

Lo peor es que San Valentín se está acercando, han decorado el castillo con corazones y querubines, hay tarjetas cantarinas por todos lados. Cuando llega el día, el bendito 14 de febrero, me quedo encerrada todo lo que puedo en la habitación de las chicas leyendo un libro de pociones, no solo para distraerme, sino también por si encuentro algo que pueda servirle a Harry. Cuando me canso, Harry me presta su estatuilla del colacuerno y me paso el rato haciendo una copia en papel con mis colores. Qué triste soy. Mientras tanto, Cedric y Cho deben estar pasándola bien por ahí. Cho, que es más grande, más bella...

—Traje galletas —dice Lavender cuando entra a la habitación y le acepto un par, que me levantan el ánimo.

—No tienen una poción de amor que no pudiste darle a un chico, ¿verdad? —le pregunto.

—No. No conseguí la poción —dice, mirando con interés el libro de pociones que dejé abierto.

Así que como tranquila y al menos tengo algo dulce en San Valentín.



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Espero que quienes estén en cuarentena la estén pasando un poco mejor al tener a Leyla. Lo bueno es que siempre se pueden hacer una maratón, leerse del libro 1 hasta este capítulo, releer el 4, etc. Yo misma a veces me pongo a leer mi propia historia como si fuera maratón, lo admito, jajaja. Trato de leer los comentarios, también.

Les mando un gran saludo.

BMW

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