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51: 1994

Cuando subo a la habitación, Hermione ya está durmiendo, o al menos finge estarlo, así que no nos hablamos hasta el día siguiente, y eso solo para decirnos "Buenos días". Para el desayuno bajo con el suéter Weasley y la boina de Cedric, y además de que parezco un pajarraco de colores, no hay nada interesante para comentar. Harry y Ron hablan entre ellos y están enojados con Hermione. Ron ni siquiera la mira. Y hoy no sirvieron huevos fritos. Ningún día promete ser bueno si no hay huevos fritos a la mañana.

Evan entra y me saluda a lo lejos. Las mesas de las cuatro casas están de vuelta en su lugar. Cuando terminamos de comer en silencio, Hermione se va a la escalera principal y yo la sigo.

—Sabes que no estoy enojada contigo, ¿verdad? Yo quería montar la escoba, pero si realmente piensas que pudo ser Black... está bien.

Ella asiente y luego me mira y se pone a llorar. Suelta su bolso de libros en un escalón y nos abrazamos.

—Tranquila —le digo—. Los chicos no entienden, son... chicos. No te preocupes por ellos.

—Me odian —solloza—, y yo solo quiero hacer las cosas bien.

—Estuvo bien lo que hiciste. Si les hubieras avisado antes de decirle a McGonagall, te estarían tratando peor ahora. ¿Quieres que vayamos a la biblioteca?

Ella asiente y se enjuga los ojos. Madam Pince, que sigue en el castillo pero no asistió a la cena, nos saluda con su cara de bulldog habitual y nos sentamos en la mesa más lejana a su escritorio. Este lugar se convierte en nuestro refugio para los días siguientes. Ron y Harry están tan molestos con ella que temo siempre que nos encontremos los cuatro en la misma habitación. Sé que nunca harían nada más que gritarnos un poco para recalcar su enojo, pero eso dolería demasiado. Saben que estoy del lado de Hermione y también deben haberse enfadado conmigo.

En la noche de fin de año, la biblioteca cierra más temprano y Hermione y yo nos vamos a nuestra habitación a esperar hasta las doce, mirando por la ventana. Cuando llega la hora, Hagrid, del tamaño de un puntito, sale de su cabaña, se pone a hacer algo en el piso y luego se aleja rápidamente. Nos sorprende una explosión, seguida de luces de varios colores, y aplaudimos aunque no pueda oírnos.

—Son fuegos artificiales —me explica Hermione con una gran sonrisa en el rostro—. Los Muggles los usan para celebrar, como nosotros con las varitas. Solo que estos pueden ser peligrosos para menores y hay que salir corriendo siempre. Es horrible cuando los descuidados se lastiman.

Hagrid, como ya no tiene su varita y tiene prohibida la magia, debe recurrir a esto para poder celebrar como todos los otros. De una terraza del castillo se ven salir otros rayos luminosos y se oyen pequeñas explosiones. Son Dumbledore y Flitwick, que están respondiendo al saludo de Hagrid. En el cielo, lo que queda de la explosión se agrupa en letras que dicen ¡Feliz año nuevo!

—Vaya, ahora es 1994 —digo y luego me río—. ¿Ya sientes la diferencia?

Al día siguiente, el primero de enero, todos nos levantamos tarde y bajamos a almorzar. Hermione y yo nos sentamos en una punta de la mesa y Harry y Ron en la otra, para evitar roces. Cuando McGonagall entra al Gran Salón, Harry se levanta a hablar con ella y cinco segundos más tarde vuelve a sentarse muy frustrado. Seguro están examinando su escoba de arriba abajo, y no pueden haber avanzado mucho en los últimos días con todos los preparativos para el resto de las fiestas. Ahora los adornos verdes y rojos fueron reemplazados por el dorado y el plateado, que según Dumbledore son los verdaderos colores para el cambio de año. Quién sabe.

—Cedric vuelve el tres de enero —me dice Evan al terminar de comer, y yo sonrío inmediatamente—. Me dijo que te avise.

Dos días, dos días y lo volveré a ver. ¿Es mucho? ¿Es poco? Mi corazón no logra decidirse.

Durante la tarde mi humor está mejor que nunca y hasta le contagio un poco de alegría a Hermione, que tararea por lo bajo mientras toma apuntes de un libro de Runas. Pero por la tarde, mientras vamos camino a la Torre, me encuentro a Maddeline en la escalera y siento que mi humor baja al recordar que tengo una familia de la que no me puedo despegar.

—Oh, te estaba buscando —me dice y mete la mano en un bolsillo de su túnica.

—Feliz año nuevo —le digo, un poco sorprendida—. ¿Pero por qué estás tan temprano aquí?

—Huí en cuanto pude. Jamás volveré a casa para las fiestas. Jamás.

—Podrías haberte quedado, el castillo estaba vacío. ¿Qué es esto? —pregunto cuando tomo el sobre que me da.

—De papá. Tengo que irme. Hasta luego.

—Adiós —decimos Hermione y yo.

No abro el sobre hasta que estamos sentadas en la Sala Común. Me tiemblan las manos de la intriga. ¿Me contestó de verdad? ¿A mí? ¿Podremos salvar a Buckbeak?

—¿Tu hermana se pintó el cabello otra vez? —me pregunta Hermione.

—Sí, ahora está bastante verde. Orgullo Slytherin.

—¿Y tu cabello es orgullo Gryffindor?

Le doy un codazo pero me río con ella. Luego abrimos la carta. Mi papá (bueno, el papá Blair) me dice que lamenta mucho el destino de Buckbeak, porque ama a los hipogrifos, y que intente demostrar que Buckbeak responde bien ante el contacto humano respetuoso. Dice que el Comité podría aceptar una demostración en el juicio, y que también intentemos llevar testigos del ataque. También puede ser que el juicio se cancele y se redirija la culpa hacia Hagrid, por usar animales salvajes para novatos, sin prestar atención a la garantía de Dumbledore que aceptaron.

—Uh. No sé qué le preocuparía más a mi papá, un problema de Hagrid o uno de Buckbeak. Yo creo que si hubiese podido, él se habría casado con un hipogrifo y no con mi mamá.

Harry pasa y refunfuña. Sé que le debe molestar que tenga dos padres y una madre... y trece medio-hermanos... mientras él está solo. Ya vi esa cara antes, cuando le conté que no quería volver a mi casa para las vacaciones.

—Bueno —suspiro al guardar la carta otra vez—. Tendremos que seguir buscando. No creo que podamos conseguir muchos testigos que estén a favor de Hagrid. Imagínate si Parkinson fuera a hablar sobre lo que sucedió. "Mi Draqui..."

—Y Dumbledore no les permitiría salir en época de clases para ir a un juicio —dice Hermione—. Y sus padres tampoco. Con Black suelto, es mejor no salir del castillo y de la vigilancia de los profesores.

Ahora Ron resopla, aunque se suponía que estaba tan enfadado que ni siquiera quería andar cerca de nosotras. Para espiar siempre hay voluntad.

...

Al día siguiente me levanto con una horrible crisis de granos. Me miro a tres espejos diferentes, pero siempre siguen ahí los malditos. Pateo el suelo y miro a Hermione.

—¿No tienes un quita-granos? —le digo.

—No. ¿Es muy grave?

—¡Es un desastre! Justo cuando va a venir Cedric se me ocurre llenarme de estas... estas... ¡UGGGGGGGG!

—Tranquila. —Corre hasta mí y me mira la cara.

—No quiero que Cedric me vea así. Va a creer que siempre tuve granos y que no se dio cuenta antes. ¡Mira si piensa que todo es un error!

—No creo que te deje por eso.

—No... pero va a empezar a pensarlo... y si luego hago alguna tontería, se va a sumar a esto y... y quizás Selene logra convencerlo de que tengo aún más granos de los que se ven...

—Espera, no llores.

—Ya sé que es muy tonto, pero... no puedo evitarlo...

No salgo de la habitación en todo el día, y Hermione va y viene, trayéndome comida y algunos libros.

—No quiero ser como Eloise Midgen —digo—. Ella es muy amable, ¡pero viste sus granos! No quiero que todos piensen eso de mí. Y yo ni siquiera soy tan amable como ella. Qué desastre.

—Mmmmmm —dice Hermione, ojeando los libros. En ese momento entra Parvati con su baúl y nos sonríe un poco.

—¿Me ayudan? —dice.

Me pongo la boina y la bajo lo suficiente como para que tape mi frente y haga sombra sobre el resto de la cara. Y mantengo la cabeza gacha. Las tres tiramos del baúl y la ayudamos a ponerlo delante de su cama.

—¿Cómo pasaron las fiestas? —nos pregunta mientras se saca la capa de viaje y se viste con el uniforme.

—Bien —decimos las dos, yo sin mirarla, y seguimos buscando en el libro.

—Oh, vamos, ¿están haciendo tarea?

—Eh...

La miro y su cara se transforma en una mezcla de horror y "me estoy aguantando la risa".

—Ah...

—Estamos buscando ALGO que me saque ESTO —digo con la voz subiendo y bajando.

—Mmmmm —dice ella, tratando de mantener una cara neutra—. No conozco nada que ayude a sacarlos, pero puedo prestarte una crema que los puede tapar hasta que encuentres algo mejor.

Parvati ayudándome. Esto es nuevo. No sé por qué siempre me cayó tan mal.

Mientras busca en su baúl, me dice:

—Me parece que tu piel es más oscura que la de Lavender. A ella no le queda muy bien el color de la crema, pero en ti casi ni se va a notar. Ah, aquí está.

Al final del día vuelvo a mirarme en el espejo. En la frente está la peor zona que ni el maquillaje logra disimular del todo, pero la boina ayudará. En el resto de la cara tengo pequeñas marcas y parezco un chocolate con maní adentro, pero eso es solo si lo miras muy de cerca con muy buena luz. Puede ser que en la vida real ni se note.

El tres de enero, como anunció Evan, Cedric aparece a las once de la mañana en el Gran Salón para almorzar. Todavía somos pocos alumnos, quizás menos de la mitad, así que hay lugar en la mesa de Hufflepuff. Me llevo mi plato hasta allá y me siento a su lado.

—Leyla —dice con una sonrisa y me toma las manos. A pesar de todo el maquillaje que tengo, debo estar rosa como un cerdito.

—Recibí tu carta, pero no tengo lechuza —le digo—. Es bastante difícil contestarte.

—Los dejo... —dice Evan con una sonrisa, y los chicos que estaban con él también se van.

Yo me siento más cerca de él y le doy un beso en la mejilla, y nos quedamos con las cabezas juntas y las manos entrelazadas un rato. Terminamos de comer en silencio y salimos al pasillo.

—Espera, quédate aquí un segundo. —Vuelve a entrar al Gran Salón, y regresa con dos tazas de chocolate caliente—. Los prefectos tenemos bebidas calientes —dice—. ¿Ya conociste a Evan?

—Sí —digo, calentando mis manos alrededor de la taza. Abrimos las puertas de roble de la entrada y nos sentamos en la escalera del frente. Está helado aquí afuera, pero estar con él no me deja tener frío. Él pone su brazo sobre mi hombro.

—¿Te pusiste maquillaje?

—Ah, sí, yo... Eh. Ah.

Él se ríe y me mira con las cejas alzadas.

—Un poco —digo al final. Me acomodo la boina más baja sobre la frente y tomo un sorbo del chocolate.

—Pensé que no te gustaba arreglarte.

—¿Te parezco muy descuidada?

—No, no quise decir eso. Pero nunca te había visto maquillada, y juegas al Quidditch. Aunque eso no tiene nada que ver —agrega de inmediato.

—Sí. En realidad... tuve un problema en la piel. De repente aparecieron un montón de granos —le confieso—. Pero no quería espantarte en tu primer día de vuelta en Hogwarts.

—Eres hermosa —me dice, besándome la frente—, con o sin maquillaje. Y no es como si yo tuviera piel perfecta.

Cuando se nos acaba el chocolate, nos levantamos para entrar al castillo y nos encontramos con Sprout.

—Buen Cedric, ayúdame un poco con esta valija —dice, sonriendo a mi novio, que probablemente sea su alumno favorito en todo el mundo. Por un segundo pensé que podríamos encontrarnos con mi papá. Mientras Cedric carga la valija hasta la oficina de Sprout, yo me quedo esperando delante de los relojes de arena con los puntos de las cuatro casas, pensando en cuándo le diré a Cedric todas las verdades que le debo.

Ahora que lo pienso, Sprout debe estar horrorizada de ver a su buen chico Cedric al lado de la traicionera chica Blair-Black que seguramente conspira contra Hogwarts para hacer entrar a su tío asesino.

—Hola, Leyla —me saludan Dean y Seamus, cargando bolsos en la espalda.

Parpadeo un par de veces para volver a la realidad.

—Hola, chicos. ¿Pasaron unas buenas vacaciones?

—Sí, yo fui a Irlanda a la casa de mi abuela —dice Seamus.

—Y yo fui con mi mamá a España a visitar a una tía suya —dice Dean—. Y bailé con una bailarina de flamenco...

—Ustedes están todo el día pensando en chicas —me quejo.

—No todo el día. Y ustedes, las chicas, son peores —dice Seamus—. Una vez escuché a Lavender hablando de Oliver Wood por veintitrés minutos, sin parar. Veintitrés minutos, Leyla. ¿Sabes cómo me quedó el cerebro después de eso? Tuve que tomarme dos cervezas de mantequilla para recuperarme.

—Sí, estábamos yendo a Hogsmeade y venía caminando justo atrás... Pero a ti no te gustan los chicos, ¿no? —me dice Dean.

Si hubiese estado tomando mi chocolate, lo habría escupido en su cara.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunto.

En ese momento regresa Cedric con la respiración agitada y una gran sonrisa.

—¿Lista? —me dice. Yo alzo una ceja en dirección a Seamus y Dean y me voy con Cedric, dejando a los dos bastante perplejos.



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¡Espero que les haya gustado!

Crucemos los dedos para que haya un capítulo el 23 de diciembre :)


(Tengo muchos exámenes en esta época, puede ser que no pueda subir todos los viernes, pero haré lo posible para continuar con LEH)


Los quierooooooooooo

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