21: Estudiantes fuera de la cama
Cuando nos levantamos para irnos (cosa difícil, ahora que estamos llenos de comida), Fred me toca el hombro y me lleva hasta donde está George, lejos de la salida del Gran Salón.
—¿Estás lista para la primera cosa buena de Hogwarts? —me pregunta, sentado sobre la mesa y con la mano en un bolsillo de la túnica. ¿Alguien más oye mi corazón haciendo más ruido que el redoble de un tambor?
—Tenemos pensada una broma —explica Fred—, y hay que empezar ya mismo para lograrlo antes de las once.
—Sí que trabajan rápido. ¿Quién tendrá el honor de ser la víctima esta vez?
—Bueno, Filch nos vio en el pasillo antes de entrar y comenzó a amenazarnos con todos los castigos posibles —dice George—. Me arriesgo a decir que ya ganó el primer puesto.
—Pensamos que podríamos darle una buena excusa al pobre Filch para castigarnos... si nos atrapa —completa Fred.
—Debe soñar con eso desde hace cinco años —digo—. Pero seguramente sabrá que son ustedes.
—Eso lo hará mejor —dice Fred con una gran sonrisa—. Pero primero tenemos que... pedir prestadas un par de cosas. Y ahí es donde debes ayudarnos.
George mira su reloj.
—La gente ya se ha ido casi por completo. Podemos salir.
En el pasillo doblamos en una dirección poco tomada y George levanta un tapiz de una bruja revolviendo un caldero, y hace una reverencia y me ofrece la mano. Pero al pasar siento que el corazón se me encoge, y no es solamente por los nervios de estar tan cerca de él. Detengo la marcha y los gemelos me miran con preocupación.
—¿Te pasó algo?
—No tenemos mucho tiempo —dice Fred.
—No, es que... Olvidé... Tengo que irme.
—¿Dónde está el espíritu de aventura, Leyla?
—Chicos, de verdad tengo que irme, no me retrasen.
Cada uno toma una antorcha de la pared y me examinan a su luz. Snape me va a matar si llego tarde. El tapiz con el caldero me hizo recordar que tengo que ir con él, y ahora me metí en un lío.
—¿Y? ¿No vas a decirnos qué es?
—Quizás podemos hacerlo en el camino —dice Fred.
—Tengo que encontrarme con alguien. No es nada importante, pero dije que iría.
No parecen convencidos, pero al final me dejan ir.
—Que duerman bien y con la conciencia limpia —les digo antes de salir, tratando de levantar el ánimo de todos.
—Igualmente —me dice Fred. George simplemente sigue caminando hacia delante.
Cuidando que nadie me siga, voy hasta las mazmorras y no dejo de caminar hasta golpear en la puerta de Snape, y entonces cambio el peso de pierna un par de veces con la respiración agitada. Tengo miedo de entrar y tengo miedo de quedarme afuera. ¿Y si alguien me encuentra aquí?
La puerta se abre de un golpe, como si la hubiera azotado un huracán.
—Adelante.
Adentro hace frío y está oscuro, pero no me atrevo a decirle nada. Tanteo el lugar hasta que encuentro una silla y tomo asiento. Las velas se prenden e iluminan el rostro casi no enfadado de Snape. Me he sentado en su lugar, del lado poderoso del escritorio, pero él asiente y toma su puesto en el lado del alumno. Esto es nuevo.
—Hola —digo con una timidez que no me caracteriza. Él asiente a modo de saludo.
—Y... cómo estuvo tu verano.
—Bastante malo cuando fui a lo de mis tíos.
—¿Fuiste a lo de Lucius Malfoy? —Esta vez sí entona la pregunta—. ¿Estuviste luego en otro lado?
—En el Caldero Chorreante.
—No podías simplemente quedarte con ellos todas las vacaciones.
—No. Pero no estuve sola en el Caldero, me quedé con una familia a la que ya había visitado antes de ir a lo de mis tíos.
—Pero no fuiste nunca a tu casa.
Hago una mueca y sacudo la cabeza.
—Sí vi a mi madre en la estación.
Ahora ninguno dice nada. Me dedico a mirar el escritorio. Desde este lado se ve todo tan distinto. Tengo una buena visión de la puerta y de los armarios llenos de ingredientes, libros y frascos de preparados.
—Me arriesgo a... sugerir que esa familia son los Weasley —me dice.
—Si ahora va a decir lo mismo que dice mi tío sobre ellos, puede guardarse los comentarios.
Snape levanta las cejas y me dice:
—Puedes tutearme. Sé que esto será raro por un tiempo, pero supongo que ya nos vamos a acostumbrar. Leyla.
—Eso espero. Si te digo la verdad, estoy un poco incómoda. ¿Crees que sea la silla?
Snape suspira.
—Cambiemos de lugar si hace falta. Con tal de que te quedes quieta.
Sonrío con culpa y nos cambiamos los puestos. Ahora todo ha vuelto a la normalidad... excepto por el hecho de que ahora tuteo a Snape. Eso llevará un tiempo para que se sienta normal.
—Pasas mucho tiempo con los Weasley.
Eso definitivamente no es una pregunta.
—Sí.
—No me gusta entrometerme de esta manera, pero tengo responsabilidades sobre ti. Y ahora que no es necesario que pregunte a otros profesores sobre ti y te puedo hablar directamente...
—¿Hacías eso?
—De alguna manera tenía que tener control sobre lo que hacías. Pero si me cuentas, no preguntaré más.
¿Pero a quién le preguntaba? No podía ir a preguntarle, no sé, a Lockhart, cualquier cosa sobre mí. Además, generalmente me da la impresión de que los profesores están totalmente desentendidos de lo que concierne a los alumnos, excepto por Dumbledore y McGonagall, y ahora el profesor Lupin.
Y son exactamente los que saben que Snape es mi padre.
—¿Le contaste a alguien sobre esto?
—No le leerías la mente a tu propia hija, ¿o sí?
—Intuición.
—Pfff. Claro.
—Dime quiénes saben.
—Pueeees... un par de personas. Harry lo sabe, pero se enteró a la vez que yo.
—¿Potter?
Asiento. El desprecio es demasiado claro en su cara.
—Sí, y, um, bueno, Ronald Weasley y Hermione Granger también lo saben. Y mi primo.
—¿Draco?
—Y... accidentalmente el secreto cayó en manos de otro profesor.
—El profesor Lupin, ¿puede ser?
—¿Lo conoces?
—La gran mayoría de los que trabajan en Hogwarts fueron estudiantes aquí. Prácticamente la única persona que no estudió aquí es cierto celador que te es muy simpático.
Filch es un gran grano en el lugar más incómodo, pero no me gusta que hable así de él. Si Filch no tiene la culpa de algo, es la de haber nacido squib. Sí tiene la culpa, en cambio, de no lavarse el cabello jamás, y de tener una mascota que quiere asesinar a todos y cada uno de los alumnos, y de sus deseos macabros de castigarnos a la antigua.
—Y, bueno, no se lo he dicho a nadie más —digo—, pero hay que ser muy tonto como para no darse cuenta de que McGonagall y Dumbledore lo saben.
Snape suspira y abre uno de los cajones de su lado. Sobre un pergamino escribe con su letra apretada cosas que mi habilidad lectora y mi ubicación poco privilegiada del otro lado del escritorio no pueden descifrar. Cuando sospecho que una de las palabras es mi nombre, él levanta la vista y me echo hacia atrás en el asiento. Snape guarda otra vez el pergamino sin sacarme los ojos de encima.
—Es obvio que en clase deberás ser más respetuosa y disimulada.
—Sí... señor.
—Te dirigirás a mí como siempre. Me gustaría que dejaras de sentarte al lado de Longbottom. Siempre rompes algo cuando estás con ese inútil, y tus notas dejan mucho que desear.
—Nada te impide ponerme un diez... papá.
Su gesto se torna menos severo al escucharme decir esto.
—Y, por último, quería recordarte que aún no sabes controlar bien tus poderes —dice, tratando de sonar indiferente.
—Eso no hace falta que me lo recuerden.
—No necesitamos que toda la escuela se entere de que eres clímaga. Debes aprender a controlar los impulsos de la climagia. Para eso vendrás conmigo los viernes después de clase y te instruiré acerca de la regulación de las corrientes endocrinas de la climagia.
—A esa hora hay entrenamiento de Quidditch.
—Pensé que me preguntarías qué significa corriente endocrina.
—Eso lo iba a hacer luego.
—Entonces lo único que puedo decir es que será una lástima que el equipo de Gryffindor no esté en su mejor condición en el primer partido.
Indignada, abro la boca como una gran O.
—No es un secreto que quieres que perdamos. De verdad, no vendré si es a esa hora.
Snape se queda en silencio unos instantes antes de seguir.
—Mañana conseguiré tu horario, elegiré una hora y te la mandaré por medio de algún ser poco brillante de tu casa.
—¿Hay algo que sí pueda elegir?
—Sí. ¿Quieres quedarte con el cabello de colores o prefieres que te dé una poción para mantenerlo negro?
—Uh... —Me pongo roja hasta la coronilla. Snape debe saber lo que significa el cabello rojo—. Eh... yo... Creo que buscaré la manera de arreglarme.
—Entonces no tenemos nada más para decir. Es mejor que te vayas ya mismo a dormir. Si alguien dice algo de tu llegada tarde, diles que ya hablaste con McGonagall sobre eso, ¿sí? Sí. —Abre la puerta y me levanto de un salto de mi silla.
—Adiós —digo al salir, pero él no contesta y cierra la puerta. Estoy sola en el pasillo, solo el frío me acompaña. En estos pisos bajos, las antorchas son más escasas porque hay menos oxígeno (no hay ventanas), y solamente hay unos pocos parches de luz bajo cada antorcha en la pared. Hago ta-te-ti y elijo un lado para caminar, que seguramente es el más largo hasta la escalera de la zona. Cuando al fin mi pie se estrella contra el primer escalón y maldigo sin poder evitarlo, escucho pasos rápidos arriba. Cedric aparece en la escalera, con la varita en la mano iluminando el lugar.
—Oh. Leyla. —Baja la varita para dejar de enceguecerme—. Pensé que serías uno de esos...
Me da la mano y me ayuda a subir hasta el primer descanso de la escalera, donde ya hay más luz.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta.
Veo la insignia con la P en su túnica y sonrío.
—Vaya, eres prefecto, muy bien...Generalmente la responsabilidad y el Quidditch no van bien juntos, pero tú eres la excepción.
Él sonríe ampliamente y se revuelve un poco el cabello.
—Sí, me nombraron prefecto en el verano. Realmente estoy contento por eso. Mira, no quisiera sacarle puntos a tu casa, pero estás rompiendo las normas.
—Ya hablé con la profesora McGonagall sobre que estoy tarde. No te preocupes.
—¿Y la profesora estaba en las mazmorras?
Uy...
—No, en realidad no fue así, primero fui a hablarle a la profesora y después vine a... a...
—Está bien, no tienes que explicarme. Pero vamos rápido a tu torre antes de que otro prefecto menos bondadoso venga.
—Gracias, Cedric —le digo mientras subimos otro tramo de escaleras—. Te prometo que no te meteré en problemas.
—No te ofendas, pero parece una costumbre tuya la de pasear por la noche. Sobre todo allí abajo.
—No suele ser idea mía la de pasear por allí. No es el lugar más lindo que hay.
—¿Entonces alguien te obligó a ir? Te pregunto porque escuché pasos y no sé si alguien... Espera, aquí está. Debe ser...
Cedric apunta con su luz hacia la derecha y aparecen los gemelos, que en lugar de alejarse dan un paso hacia nosotros.
—Hola, Cedric —dice Fred.
—Tanto tiempo —dice George.
—¿Qué hacen? —pregunta Cedric sin inmutarse—. No pueden estar a estas horas en los pasillos.
George me mira de reojo.
—Relájate, Diggory, ya tenemos suficiente con nuestro hermano mayor.
—Guárdate las energías para algún mal estudiante que esté fuera de la cama.
—Algún otro mal estudiante.
—Les quitaré puntos de Gryffindor si no se van ya mismo a la torre.
—Muy bien, hermano —dice Fred de mal humor—, creo que nos tenemos que ir.
Sin volver a mirarme, ambos se marchan escalera arriba.
—¿No eran amigos tuyos? —pregunta Cedric—. Pensé que te llevarían con ellos hasta la torre.
—Deben estar de mal humor por haber sido descubiertos, eso es todo. Ahora vayamos arriba antes de encontrarnos con alguien más.
Cuando llegamos al cuadro de la Dama Gorda, Cedric se despide y vuelve a su puesto en los pisos inferiores.
—¿Contraseña? —pregunta la Dama Gorda.
—Es lo que estaba por preguntarle.
—¿Ya empezamos mal desde el primer día?
—Shhhh. Por favor, déjeme entrar.
—No dejo pasar a nadie sin la contraseña, esa es la política de Hogwarts. Si quieres quejarte, este no es el lugar.
—No me interesa quejarme, lo único que quiero es entrar...
Para mi sorpresa (y para sorpresa de la Dama Gorda), el cuadro se abre y paso como una flecha por el orificio, ignorando las protestas de la mujer. Del otro lado están Fred y George, y son los únicos en la Sala Común.
—Gracias por dejarme entrar—murmuro con la mirada baja.
—Solo lo hicimos por el honor del Merodeador —dice Fred—. Debemos salvarle el pellejo a los compañeros.
—Así que ya sabemos por qué tenías tanto apuro por irte —dice George.
—En realidad yo...
—Por favor, ¡un prefecto! ¡De Hufflepuff! No hay nada más aburrido que eso.
—Pero tú no entiendes, Georgie... Es bello —dice Fred con ojos soñadores.
—No solo eso —dice George, uniéndose al juego—, me han dicho que lo nombraron capitán del equipo. ¿No es perfecto?
—Seguro que tiene músculos...
—Mmmm... Leyla, tú puedes confirmarnos eso, ¿no?
Ambos suspiran y se echan a reír, y no puedo evitar una sonrisa. Oímos un ruido en el piso superior y vemos a Percy asomándose desde una de las habitaciones. Tiene los anteojos caídos hacia un lado, la bata mal atada y el cabello despeinado. Y, tratando de ponerse el pin de Delegado, se pincha, haciéndonos reír a todos.
—¿Y a ti te gusta uno de esos? —me susurra George, dándome un cosquilleo en la nuca. Me muerdo el labio para ahogar una risa tonta, y luego les doy las buenas noches y corro escaleras arriba para huir de Percy y su sermón.
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Hola :) Tanto tiempo.
Shhh. Es mala idea darles la impresión de que una semana es mucho tiempo. Ya hay muchos que lo piensan sin que lo sugieras.
Oh well...
Jaja, de verdad, ahora lo digo en serio: una semana no es tanto. Y no llego a pensar, escribir y editar un capítulo en menos de una semana, así que, por el momento, este es el ritmo.
Muchas gracias a todos por leer y no crean que les estoy echando el sermón de Percy. ;)
¡Muy feliz cumpleaños a MiiSecton y a todos los que cumplieron esta semana! Los quiero muchísimo a todos.
BMW.
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