32. Reflexiones
Capítulo treinta y dos
Reflexiones
Obviamente me sorprende la revelación de George, pero por otro lado… no me sorprende en lo más mínimo. Ahora que ya me despedí de los chicos y estoy de vuelta en mi habitación, armando la cama luego de haber sacado mis cosas de la cama de Neville, puedo pensar tranquila.
Hace mucho que Snape es nuestro principal sospechoso en todos los sentidos, en cada cuestión que se nos presenta: lo acusamos entre nosotros de intentar matar a Harry con el incidente de la escoba, de intentar robar lo que sea que esté guardando Fluffy, de buscar excusas para castigarnos y sacarnos puntos… Casi todos son intentos, por lo que Snape parece un fracasado en este aspecto. Por suerte.
Estar en la cama, tapada hasta la nariz, luego de tanta adrenalina no es una buena opción, así que salto de la cama y me apoyo en el alféizar de la ventana y miro hacia afuera. La nieve ha comenzado a derretirse en algunas partes de los terrenos de Hogwarts, dejando parches verdes entre el blanco inmaculado. Con la nariz pegada al vidrio y mi respiración empañándolo, me dedico a observar el bosque prohibido. Recuerdo que el día en que iba a ver al autor de la nota por primera vez, aquel día en que vi a Dala por primera vez y nos devolvió el libro de Quidditch, yo estaba con Ron y Hermione al atardecer fuera del castillo, esperando a que Harry terminara su práctica para poder darle el libro y marcharme a mi punto de reunión. Ese día se cerró la puerta principal del castillo y nos quedamos esperando en la escalinata del frente durante un largo rato, con el fuego azul de Hermione, hasta que la puerta se abrió de nuevo. Era Snape; lo recuerdo perfectamente porque le quitó el libro a Harry con los fundamentos de una regla que se inventó en el momento, y probablemente también nos haya sacado puntos de Gryffindor. Lo importante es que dejó la puerta abierta y se fue rengando hasta el más allá. En el momento no le presté atención, pero ahora me doy cuenta de que se dirigía al bosque prohibido.
Esto me hace sospechar de sus intenciones. Nadie puede tener buenas razones para ir prácticamente a escondidas al bosque prohibido, que por alguna razón se llama así, durante el atardecer. Aunque esto lo haga culpable de algo (aún debo pensarme bien de qué), también prueba que no hay manera de que él sea el autor de la nota. ¡Snape se iba en dirección contraria de donde debía encontrarme con él! Claramente no había escrito la nota. Pero…
Siempre hay un pero.
El pero de esta vez es el siguiente: no tiene sentido que hubiera corrido en dirección contraria a donde él mismo me había citado, pero tampoco prueba que no puede haber sido él, ¡porque nadie se presentó en el despacho de McGonagall! Es más, ahora lo que más sentido tiene es que haya sido él. Mi teoría consiste en que McGonagall no se acercó a su despacho, pero sí se aseguró de que despejaran la zona. Snape entonces no podía estar ahí y mantener su anonimato. Por eso se fue, y bien lejos de la zona de sospechas.
Creo que, al estar ausente Hermione, mi subconsciente decidió tomar su papel por un tiempo, ya que no creo ser capaz de razonar así (o de inventar semejantes pavadas, ya que aún no se comprueba nada) en su presencia. Ella ya hubiera dicho sus ideas hace días, sin dejarme tiempo a mí para pensar. Ahora al menos tengo una mínima ventaja sobre ella, y algo para distraerla del hecho de que nos desinteresamos por completo de Nicolas Flamel durante los últimos días.
Un estornudo mío me saca de mis pensamientos. Estuve por mucho tiempo en la ventana, descalza y desabrigada frente al cristal poco aislante de la habitación. Creo que ya es hora de irme a dormir. Examino con la vista toda la habitación, en busca de mis pantuflas, para encontrarme a Barbas de Merlín debajo de la cama mirándome fijamente. Espeluznante.
—Así que aquí estás. ¿Dónde te metes durante el día? —le pregunto, negando con la cabeza en modo de reproche. Ella, como si me entendiera, pone algo que se puede entender como una cara de culpabilidad, y yo me río. La agarro con ambas manos y la subo a mi cama, donde se ve brillante contra el rojo del cubrecama. Le acaricio la cabeza, y ella se estira indicando que le gusta—. Hazme un espacio, malcriada. Espero que hayas hecho del baño en la cama de Lavender. En serio que se merece algo así.
Me meto en la cama y me vuelvo a tapar hasta la nariz con las mantas. Las sábanas están frías y duras, y el colchón se hunde bajo mi peso. Cambio de posición al menos diez veces antes de caer dormida. Despierto pocas horas después, con la cama toda deshecha y durmiendo en diagonal con respecto a la cama. Me siento sobre el colchón y busco a Barbas, y rápidamente la encuentro cuando miro hacia arriba. Está colgada del dosel de la cama.
—Saliste a tu madre —bromeo, refiriéndome a mí misma.
Vuelvo a armar mi cama y trato de dormir de nuevo, pero el sueño no vuelve a mí. Me cruzo de brazos y bufo con enojo. ¿Acaso tomé cafeína? No, ni siquiera cené. Ahora recuerdo que Dumbledore mencionó que se nos mandaría a los tres comida, pero eso fue hace horas y aún no veo nada que se parezca siquiera a un pan. Con la esperanza de que esté en la sala común, salgo de la habitación y bajo la escalera. Busco en las mesas, en los sillones, debajo de los sillones…
—¿Buscas algo?
Me doy vuelta y veo a Ron sentado cerca de la chimenea. Rápidamente esconde sus manos detrás de la espalda, aunque a mí no me engaña.
—¿Qué tienes ahí?—le pregunto. Él no responde, y noto que tiene los cachetes inflados, como… como si tuviera la boca llena de comida—. ¡Dame mi cena, Ronald Weasley, o lo lamentarás!
Ron traga apresuradamente y tose levemente para que la comida termine de bajarle por la garganta.
—Calma —me dice—. No sabía que era tu comida.
Extiendo un brazo y hago un gesto con la mano para que me entregue lo que esconde. Saca una pata de pollo de atrás de su espalda. Levanto una ceja, pidiéndole todo lo que me quitó, y me devuelve un paquete de papas fritas. Le doy un mordisco al pollo sin dejar de intimidarlo con la mirada.
—Lo siento, ¿está bien? Tan sólo deja de mirarme así, me pones nervioso. —Yo aumento la intensidad en mi mirada. —¡Diablos, Leyla, tendré pesadillas! Y hay algo en tu cabello…
Me llevo la mano a la cabeza para comprobar el estado de mi cabello, que está muy caliente. Otra vez. Me concentro en bajar la temperatura, y me doy vuelta para mirar por las ventanas de la sala hacia afuera, donde se desata una tormenta de nieve que antes no había. De nuevo estoy alterando el clima. Vuelvo a mirar a Ron, quien tiene una expresión extraña en el rostro.
—Lo siento —le digo una vez que termino de comer la pata de pollo. Me toco el cabello, y descubro que, aunque ya no está caliente, ahora está engrasado, ya que tenía la mano llena de comida—. Soy una fiera cuando tengo hambre.
—Lo noté.
—Discúlpame.
—Está bien, yo también me pongo de malhumor cuando no como.
Me siento sobre el sillón y Ron se une. Le comparto un poco de mis papas, tratando de arreglar las cosas entre nosotros, pero parece que él ya me ha perdonado.
—Vi que Harry volvió tarde a la habitación —comenta. Yo asiento—. ¿Otra vez el espejo…?
—Sí. Pero estoy segura de que fue la última. No volverá.
Ron me mira con interés, y yo le explico parcialmente lo sucedido anoche con Dumbledore. Omito varios detalles, como qué vi yo en el espejo, o que estaba con George. Tampoco le menciono lo de Snape y las notas, ya que lo considero algo personal, y aún necesito tiempo para procesar todo lo sucedido. Para comprender. Para sacar conclusiones con la mente más despejada.
Terminamos el paquete de papas fritas en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. No sé en qué temas estará sumergida la mente de Ron, pero yo no dejo de darle vueltas al asunto de Snape. ¿Qué querrá decirme? ¿Qué es tan terrible como para no poder decírmelo en un día cualquiera, en frente de la profesora McGonagall? No sé que pueda llegar a ser…
Caigo dormida de una vez por todas, justo en un momento en el que es inoportuno, ya que quería seguir dándole vueltas al asunto. Pero así es la vida, las cosas nunca suceden cuando quieres que pasen. Despierto violentamente cuando alguien me sacude, y los restos de las papas caen al suelo.
—Qué bien, le diste más trabajo a un elfo doméstico —digo sarcásticamente y sin mirar a quien me despertó. Levanto la vista y veo que es…— ¡Hermione!
—¿Qué haces durmiendo en el sillón con Ron?
—Te volvió tu faceta de mandona. ¿Olvidas la simbiosis? Tu parte incluía ser más amigable y dejar de fruncir el ceño. Lo estás haciendo ahora mismo. Sigues haciéndolo. Aún lo haces…
Hace una mueca, aunque ya se nota que está más relajada.
—¿Cómo pasaste las vacaciones?
—Bien, qué sé yo —digo—. Un poco agitadas.
—¿Rompiste muchas reglas?
—Sólo unas cuantas. ¿Y tú? ¿Leíste mucho?
—Sí. Mis padres no saben nada sobre… —Se acerca a mí y me susurra al oído: —Nicolas Flamel. Y juro que leí “Ascenso y Descenso de las Artes Oscuras” y tampoco encontré nada. ¿Ustedes encontraron mucho?
—Eh, sobre eso… Oh, Ron, estás despierto.
Y no sabes lo oportuno que eres, pienso.
—Hermione, ya estás de vuelta —dice él—. Rayos, ¿qué hora es?
—Sí, pasé bien las vacaciones, gracias por preguntar —dice Hermione de mal humor.
—Perdónalo, es un hombre por la mañana, ¿qué esperabas?
—Porque tú sabes mucho sobre hombres en la mañana, ¿eh? —dice alguien detrás de mí. Una voz femenina y chillona. Me doy vuelta y veo a Lavender, ceñuda y con las sábanas en la mano—. Maldita perra, ¿qué hiciste?
Así que Barbas sí se encargó de su cama. Sonrío.
—Lavender, no trates de cubrir tus accidentes culpándome a mí —digo, y Ron ríe. Lavender se pone roja, no sé si de furia o de vergüenza, y, luego de arrojar las sábanas al suelo, se marcha ofendida junto a Parvati fuera de la sala común.
—Eso estuvo… espectacular —dice Hermione para sorpresa de ambos. Ron la mira con incredulidad.
—Creo que pescó un resfriado que le afectó el cerebro —me susurra.
—No, sigue siendo la misma de siempre —digo—. Solamente le cae mal Lavender.
—¡No me cae mal! Simplemente… difiero con ella con respecto… Al diablo, la aborrezco.
Sonrío, y la invito a sentarse con nosotros. Ella quiere saber qué hicimos en lugar de investigar sobre Flamel, y justo Harry baja por la escalera en cuanto yo decido por dónde comenzar. Él saluda a Hermione y se sienta con nosotros para contarle lo que nos mantuvo ocupados durante las vacaciones. Harry le cuenta que descubrió el Espejo de Erised, y que fuimos una vez los dos solos y otra vez con Ron.
—Pero… ¡podrían haberlos atrapado!
—Llevábamos la capa.
—¡Pero eso no los hace inmateriales! Estuvieron tantas veces a punto de caer en manos de Filch, estoy segura…
Logramos calmarla, y que dejen de alborotarse sus cabellos, y le decimos que estuvimos seguros todas las veces. Abandono mi plan de contarle sobre Snape y las notas, ya que eso demuestra claramente que no estábamos para nada seguros.
Cuando Ron propone bajar a desayunar y todos nos levantamos de un salto, George sale de la habitación de los chicos y me llama para que vaya con él a un rincón apartado de la sala. Hermione nos observa con curiosidad, ya que la última vez que nos vio juntos parece ser hace tanto tiempo… Hemos evolucionado como pareja desde entonces, aunque realmente no haya sucedido nada serio. Al menos pasamos por muchas cosas juntos. Aún recuerdo aquel beso en la nieve…
—Debemos evitar a toda costa que tengas contacto visual con Snape —me dice.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Dicen que puede leer la mente.
—Creo que Dumbledore también puede.
—¿Eso crees? —dice con sincero interés—. ¿Piensas que él sabe sobre lo de la nota y sobre Snape?
—Lo dudo. Estaba pensando en otra cosa cuando sentí que entraba en mi mente.
Su rostro es pensativo. Está concentrado en algo.
—Bueno, de todas formas hay que evitarlo, ¿comprendes? Lo siento, no quise decirlo así, otra vez te estoy hablando como si fueras tonta. Sé que no lo eres.
—Está bien, no me ofendo. Estoy acostumbrada —digo sinceramente.
—Pues no te acostumbres conmigo. Voy a tratarte como te mereces.
Le sonrío, y él me dedica una mirada significativa. Trato de leer lo que sus ojos quieren decirme, pero está apurado y pronto cambia su gesto facial.
—¿Cuándo tienes Pociones esta semana?
—Creo que el jueves. O el viernes.
—Entonces aún hay tiempo de pensar un plan. Él no debe saber que sospechas de él, ni nada por el estilo. No participes en su clase, aunque dudo que lo hagas, me han dicho que generalmente duermes en clase. Y lo apruebo.
—Suelo hacerlo en Historia de la Magia —admito—, pero en Pociones me va muy bien y es la única materia en la que trabajo activamente.
—Busca la forma de ser más pasiva, en ese caso.
Asiento con la cabeza.
—Claro, hallaré el modo de hacerlo.
—Bien. Ahora, ¿vamos a desayunar? —Vuelvo a asentir. —¿Anoche lograste comer algo?
—Sí, tuve que sacarle la comida a Ron. Me la había robado. —Llegamos al orificio de salida, y George me deja pasar primero como todo un caballero. Suspiro. Del otro lado, en el pasillo, la dama gorda le hace un comentario sobre nosotros al cuadro vecino. —¿Y tú también tuviste que luchar por tu comida?
—No, en realidad solo tuve que apurarme a agarrarla antes de que Fred lo hiciera.
—¿Cómo está él? Hace unos días que no lo veo.
Llegamos a la escalera y bajamos con tranquilidad, ya que, a pesar de que varios alumnos regresaron de sus vacaciones, el Gran Salón sigue bastante vacío.
—Está perfectamente. Pasa mucho tiempo con Dala ahora, por eso no lo ves.
—Pensé que era porque estoy pasando mucho tiempo contigo —me atrevo a decir.
—También.
Nos sentamos a la mesa de Gryffindor, y Hermione nos sigue lanzando miradas inquisidoras. Yo me sirvo unas tostadas y trato de relajarme mientras las mastico. Tarde o temprano tendré que contarle sobre Snape. Miro a George nuevamente, y seguimos hablando sobre cosas triviales.
Lo siento, Hermione. Creo que será “tarde”
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Los amo, lectores.
BMW (Besos, Madame Weasley).
PD: ¿Qué opinan de los perfiles nuevos de Wattpad? A mí no me gustan mucho :(
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