31. Perseguidora y perseguida
Capítulo treinta y uno
Perseguidora y perseguida
Harry se sabe el camino de memoria, y avanza sin dudas, sin temor, según me indica el sonido de sus pisadas. Las zapatillas que lleva puestas hacen un leve rechinido contra el suelo de piedra del pasillo, lo que me permite seguirlo con simplemente aguzar el oído. Sin embargo, cada tanto tengo que frenarme a escuchar para reconocer cuál es el camino que toma, o para esperar a que pase algún profesor que patrulla, aunque ahora sea temprano y no debería haber problema si me ven paseando por la escuela.
En la segunda vez que me detengo, siento que alguien me toca la espalda, dándome un escalofrío que me recorre toda la zona. Me doy vuelta para ver a George, jadeando detrás de mí.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
—No iba a dejar que vinieras sola, y menos con todo este asunto del acosador…
—No es un acosador; simplemente es alguien que manda notas y no es lo suficientemente valiente como para dar la cara. Yo no le tengo miedo a alguien así —digo, tratando de parecer más fuerte de lo que en realidad soy. Sinceramente, sí temo al autor de las notas, que tiene ese aura de misterio a su alrededor.
George no objeta nada, pero tampoco me deja seguir sola. Yo le indico que guarde silencio y me dedico a escuchar otra vez. Esto de que Harry sea invisible me complica todo. Tardo un rato en volver a localizar las pisadas, y tengo que apurarme. Pronto las oigo más claras, y escucho que se dirigen hacia la escalera de la izquierda. Le indico a George que ande con cuidado, y el asiente. Mira hacia ambos lados con precaución antes de seguirme.
Las pisadas frenan cuando llegamos a un extremo del corredor, y una puerta se abre chirriando. Antes de que la cierre, la trabo con el pie. Harry se saca la capa de invisibilidad, sin darse vuelta a verme. Está tan sumido en el poder del espejo que ni siquiera oyó el ruido de la puerta. George se queda afuera, en el pasillo, y yo me escondo detrás de uno de los pupitres del aula en desuso. Observo a Harry acercándose al espejo, como si estuviera poseído por el objeto maravilloso. No dejaré que esto suceda de nuevo, o terminará volviéndose loco por esto.
Cuando estoy por salir de mi escondite para sacarlo de en frente del cristal, escucho una voz que nos sorprende a los dos:
—Entonces, ¿de vuelta aquí, Harry?
Ambos estamos rígidos como una tabla, y nos giramos a ver quién es el dueño de la voz. Ah, ¡Dumbledore tenía que ser! Obviamente, sólo a mí me pasa que el director del colegio se aparezca cuando rompo las reglas. Aunque, técnicamente, nunca me prohibieron estar aquí.
Dumbledore está sentado en otro de los pupitres, en la otra punta del aula, mirando la escena con interés. Ninguno de los dos lo vio, estábamos demasiado concentrados en nuestros propios objetivos.
—Es curioso lo miope que se puede volver uno al ser invisible —dice Dumbledore, leyendo mi pensamiento, aunque se dirige a Harry—. Entonces —sigue, bajándose del banco y sentándose en el suelo junto a Harry—, tú, como cientos antes que tú, descubriste las maravillas del Espejo de Erised. Tú también, Leyla.
Esto ya es el colmo. No sé cómo hizo Harry para no romperse el cuello al girar la cabeza tan rápidamente en mi dirección. Quizás tenga genes de lechuza, uno nunca sabe…
—Sal de ahí, Leyla. No temas, no te castigaré —agrega con una sonrisa bonachona. Yo salgo de mi escondite con la cabeza gacha, y camino hasta donde están los dos.
—Señor —dice Harry—, no sabía que se llamara así.
Oh, genial, Harry, ¡sigue ignorándome!
—Pero ambos se han dado cuenta de lo que hace, ¿o me equivoco?
—Bueno… a mí me mostró a mi familia…
Yo me pongo roja, y no quiero decir lo que yo vi.
—Y a tu amigo Ronald lo hizo ver como capitán. Y bien sé que a ti, Leyla, te ha mostrado el futuro que siempre quisiste, con la aprobación de tu madre.
Al menos no mencionó nada de con quién sería mi futuro. Respiro aliviada, sintiendo alivio por ese viejo chiflado.
—¿Cómo lo sabe? —pregunto.
—No necesito una capa para ser invisible —responde con otras de sus sonrisas—. Ahora, ¿tienen una idea de qué es lo que nos muestra el Espejo de Erised a cada uno de nosotros?
—Eh… —digo como una tonta. Harry niega con la cabeza, modo mucho más elegante de decir que no. Debería tomarlo en cuenta para futuros encuentros incómodos con el profesor.
—Les explicaré. El hombre más feliz de la Tierra puede usar el Espejo como un espejo normal, es decir, se mirará y se verá a sí mismo tal cual es.
Y el agua moja y la sal es salada. Muy interesante, Dumbledore.
—Nos muestra lo que queremos… —reflexiona Harry—. Lo que sea que deseamos…
—Sí… y no. —Creo que si nos lo explicara una esfinge, con sus dilemas y acertijos, quedaría más claro que con las palabras del director. —Nos muestra ni más ni menos que el más profundo y desesperado deseo de nuestro corazón. Tú, que nunca conociste a tu familia, deseabas verlos. Tú, Leyla, que siempre fuiste rechazada por tu madre y tus familiares, te ves con una gran familia que te ama y la aprobación de Alesia. Y Ronald Weasley, quien siempre ha sido superado por sus hermanos, se ve solo, el mejor de todos ellos. Sin embargo —dice con tono serio—, este espejo nunca nos dará verdad ni sabiduría. —Sus palabras causan un efecto negativo en mí. Yo estaba tan ilusionada con ese futuro… —Hay hombres que se han consumido ante esto, fascinados por lo que veían; o se han enloquecido, al no saber si lo que muestra es real o, al menos, posible.
Dumbledore, en cuanto sigas rompiendo mis ilusiones te voy a…
Sigue escuchando, tontita, ¡mira si dice que hay excepciones!
—El Espejo de Erised será llevado mañana a una nueva casa, y les pido a los dos, Harry y Leyla, que no intenten buscarlos. Y si alguna vez se cruzan con él, espero que estén preparados. No es bueno dejarse arrastrar por los sueños y olvidar de vivir.
—Es lo que iba a decirte, Harry —digo sin pensarlo—. Te seguí hasta aquí solamente para intentar detenerte, o al menos asegurarme de que no te sucediera nada. Me tenías preocupada.
Harry asiente, cabizbajo, y yo miro a Dumbledore, quien se está acomodando los anteojos sobre su nariz partida.
—Ahora, chicos, ¿por qué no se ponen ambos aquella admirable capa y vuelven a sus dormitorios? La hora de la cena ha acabado, pero siempre puedo conseguir que les llegue comida, como una excepción.
Hermione me habló del libro “Las ventajas de ser invisible”, pero creo que “Las ventajas de ser amiga del Niño que Vivió” son mayores, ¿no?
—Señor… —dijo Harry, parándose derecho—, profesor Dumbledore… ¿puedo preguntarle algo?
—Es evidente que ya lo hiciste. Sin embargo, te dejaré hacerme otra pregunta.
—¿Qué… qué es lo que ve usted cuando se mira al espejo?
Vaya, qué pregunta, Harry. ¿Conoceremos al fin los secretitos sucios de Albus Dumbledore?
—¿Yo? —pregunta él con una sonrisa. Harry asiente—. Me veo sosteniendo un par de gruesas medias de lana.
Harry y yo lo miramos boquiabiertos.
¿Qué?
—Uno nunca tiene suficientes medias —se justifica—; pasó otra Navidad y la gente sigue insistiendo en regalarme libros. Ni un par de medias.
Harry no pregunta más y se echa la capa encima. Yo, en cambio, me quedo en mi lugar.
—Profesor…
—He notado que el señor Weasley la ha acompañado hasta aquí —dice él, y yo me pongo roja. George debe estar afuera, escuchando. Espero que no mencione nada sobre lo que vi yo en el espejo—. ¿Hay algo que deba saber al respecto?
—Lo siento, profesor, ¿le pareció muy personal la pregunta de Harry?
—Siempre es bueno para el alma tener un poco de curiosidad —comenta. Harry sigue cerca de la puerta, supongo, con la capa encima—. ¿Hay algo que quieras decirme?
—No…
—¿Nada te preocupa?
Este loco sabe Legeremancia, sin duda alguna. Leí en uno de los libros de Hermione, creyendo que era el de Historia de la Magia, que la Legeremancia es el arte de escuchar los pensamientos de la otra gente. “Leer la mente”, como dicen los muggles. Dumbledore se ha enterado de las notas, estoy segura. Niego con la cabeza, tratando de parecer despreocupada.
—No, señor. Es decir, nada importante para usted. Claramente estoy un poco preocupada por el retorno a clases, debo ponerme al día con algunos trabajos…
Dumbledore cierra los ojos en una sonrisa y me indica que puedo irme. Corro hacia la puerta y me choco con Harry, quien se ha movido de donde yo lo había ubicado mentalmente.
—¡Au!
Qué salida poco ceremoniosa. Caí al suelo, y ahora estoy sentada sobre el frío piso de piedra, masajeándome la frente y la nariz. Me alegro al comprobar que sigue sana, y que no estoy sangrando. Harry se descubre y aparece, visible, ante mí.
—Lo siento, no te vi —me dice.
—Porque yo sí te he visto y todo —comento con una risita. Él me ofrece una mano para levantarme, y luego nos metemos bajo la capa y salimos del aula, cerrando la puerta detrás de nosotros—. Espera —le digo—, creo que olvidé algo.
Cuando vuelvo a abrir la puerta y miro hacia adentro, noto que Dumbledore ya no está. Con el corazón latiendo rapidísimo, examino rápidamente el aula y vuelvo a salir tan rápido como puedo.
—No está.
—¿Qué cosa?
—Más bien quién no está: el director desapareció.
Harry se estremece, pero no dice nada. Tuve que salir de debajo de la capa para ir hasta la puerta, y ahora ambos estamos descubiertos. Siento pasos detrás de mí, y veo una figura que pasa por nuestro costado y sigue de largo, como si no nos hubiera visto. Pero yo sé que sí. Sea quien sea, nos estaba espiando.
En menos de treinta segundos vuelve a aparecer una sombra, caminando en dirección contraria a la vez pasada, acercándose hacia nosotros. Harry me tapa la boca justo a tiempo para impedirme gritar, y me alegro de que lo haya hecho, porque pronto descubro que es George.
—Maldita sea, me pegaste un buen susto.
—Vi tu cara de horror —me dice, y yo me avergüenzo de mí misma. ¿En qué estaba pensando?
—¿Pero por qué pasaste de largo la primera vez?
—No sé de qué hablas. Hace diez minutos que no paso por aquí, yo estaba vigilando en la otra punta.
—¿Es George? —pregunta Harry.
—Sí. Hola, Harry, no te había visto —lo saluda, y luego se vuelve hacia mí—. ¿Entonces tú también la viste? La sombra.
—Sí…
—Yo vi quién era… La sombra estaba muy cerca de la puerta, tratando de encontrar el momento perfecto para entrar al aula. —Otro escalofrío me recorre la espalda, ahora con más intensidad. Cuento hasta diez para relajarme, y trato de respirar más acompasadamente. —Debí habértelo dicho antes, Leyla, pero estabas tan decidida en ir tras Harry que preferí ignorarlo… Después de todo, yo tampoco estaba seguro de si en serio nos estaba siguiendo… pero resultó que sí. Creo que ya sé quién es el que te mandó las notas.
Yo lo miro con interés, un poco desesperada por sus pausas.
—¿Y bien? Dime, George —le pido nerviosamente—, ¿quién es?
—Snape.
-----
Chan chan chaaan... ¿se lo esperaban? Déjenme sus comentarios sobre qué les pareció, y también voten si les gustó.
¿Tienen alguna teoría de cómo sigue la historia...? Espero ver sus opiniones :D ¡Besos!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro