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⸺ (𝔷𝔴𝔢𝔦𝔱𝔢) 𝐄𝐋 𝐂𝐑𝐎𝐌𝐀𝐓𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐌𝐎𝐑

Título del capítulo:
El cromatismo del amor

Fandom: Genshin Impact

Canción designada:
Le Rouge et le Noir - Il Aurait Suffi

Shipp: Diluc x Kaeya

Información adicional/Advertencias: Angst, slowburn, relación romántica "controversial"

*(Terminología de hermanos jurados: dos personas sin un vínculo sanguíneo, pactadas por un tercero o entre estas mismas para que se juren lealtad eterna a costa de cualquier circunstancia. Es una relación ampliamente conocida en China, categorizada como un vínculo típico en un bromance o con personas que son almas gemelas).

Cantidad de palabras: 5170

Fecha de publicación:
23/01/2024 - 6:30 am


𝐄𝐋 𝐂𝐑𝐎𝐌𝐀𝐓𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐌𝐎𝐑


Jamás de sus labios volvieron a salir palabras de incordio, menos algún canturreo con profundos sentimientos expuestos. Nunca el juego que hubo alguna vez, o tal vez maldición, regresó para atormentarnos, para hacernos sentir en un paraíso que solo lo tocábamos en la piel del otro; pero que en el momento de disrupción se nos aparecía lejano, incognoscible.

Jamás dejé de pensar en lo sucedido: en todos los años desde que era un pequeño niño molesto y radiante, en los recuerdos que me encarnaban una sensación amarga y profundamente inconsciente como aguja en el ciego corazón y torpe razonamiento; porque hasta ahora no se ha cerrado por completo esta herida, la cual me hace imposible recrear pensamientos que emulen o que hagan posible entender al amor.

Había un amor muy humano, real, en el niño que alguna vez fui. Uno tan puro y apegado al hombre tan inalcanzable que era mi padre, tan ciego y fiel que podía llevarme al confín de la oscuridad y que, por obstáculos que han asesinado algo más que su vida, ya lo hizo.
Uno arraigado a raíces más profundas, universales, pasionales, en donde mi pecho se sentía cálido cada vez que la paz se concretaba espacialmente en Mondstadt. Pero no solo eso. Decidí aceptar la existencia de otro amor muy distinto, completamente fuera de todos mis límites y posibilidades.

Toda la condena hubo de suceder en cuanto mi padre había decidido en un día de lluvia tormentosa, abrir la puerta del viñedo y acoger a un pequeño niño. Aún recordaba las palabras que dijo mi padre:

«Se parecen mucho. Misma edad, mismo rostro confiado, misterioso. Estoy seguro de que ambos serán invencibles juntos».

Y yo en ese momento, con simple pureza mental y vago pensamiento abstracto, pude darme cuenta de que de hecho, ambos no éramos parecidos, sino todo lo contrario.
Desde el momento en que lo vi con el cabello tan sucio, despeinado, amarrado en una coleta y del mismo color de la lluvia nocturna; un ojo parchado y la mirada bastante afilada, despierta, analítica; pude sentir en mí una extraña aversión, aunque al mismo tiempo, su presencia me hizo concebir una aún más rara curiosidad por él. Mirándolo aquella vez, recuerdo haber pensado:

«Su mirada se ve apagada, pese a que habla con total naturalidad. Se siente frío, su presencia se me hace fría, justo como... la luna».

Hasta ahora sigo intentando ser lo más honesto posible con mis propios pensamientos, debido a que su mera existencia presente en mí ejerce una extraña sensación. Como la de un imán que se atrae pero se aleja cada vez que se arrepiente de conocer su polo opuesto.
Kaeya nunca significó para mí lo que mi padre hubiera deseado hasta los últimos momentos de su vida; nunca logré sentir por él lo que debía de sentir cuando ambos fuimos pactados como hermanos jurados. Siempre lo miraba a la distancia desde jóvenes; alguna vez divagué incluso, sobre nuestro parecido con el sol y la luna, sobre todo en la época en la que tuve que prepararme académicamente para volverme sucesor de mi clan. Ese era el último eslabón para toda la deconstrucción de lo que yo conceptualizaba como "amor". Kaeya me era un ser extraño en todo lo que yo intentaba definir, en todos los roles y lugares en los que intenté ubicarlo en mi vida.

Aún no he logrado concretar ese misterioso espacio vacío, cargado de tumultos oscuros. Tampoco planeo hacerlo; porque las cosas que él y yo compartíamos: los momentos, sentimientos, emociones fugaces, deseos, todos encarcelados dentro de un fino borde que ambos denominábamos "errores humanos" y siempre extraños, ya no iban a volver. Todo se había acabado.

El juego de la ida y vuelta, de las escondidas infinitas, cualquier título aún más pesado y peculiar que podría desprestigiar lo que se supone que los demás acostumbraban llamar "una aventura", no volvió. Kaeya Alberich solamente se había condenado a sí mismo y de una forma bastante lamentable al nunca rendirse por un escenario o, precisamente, una persona a la que él decía amar: yo.

Y para mí, el simbolismo detrás de todas esas marginaciones en las que ambos nos dañábamos con la ausencia y asfixiante perfume del otro, era uno vacío y completamente jalado por las cuerdas mecánicas de una maldita nostalgia romántica: una incólume esperanza en revivir lo que queríamos recuperar del pasado extinguido por las llamas de la traición. Mi padre jamás volverá, lo tuve que aceptar. Tampoco regresará aquel extraño aprecio profundo que una vez cultivé por Kaeya, desde que me reveló su verdadera misión e identidad aquel día fúnebre de tormentoso dolor.

Un espía de Khaenri'ah había irrumpido en mi vida, en la de mi padre y en todos los miembros de mi clan; y lo que más me costaba entender era el supuesto desconocimiento de Kaeya sobre sus razones detrás de aquella identidad.

—Solo... No recuerdo bien las palabras que dijo mi verdadero padre antes de despedirse de mí.

—¿Quieres que te crea ahora, cuando todo parece apuntar a que tú no quieres arriesgarte a ceder parte de la verdad para ayudar a los que alguna vez te consideraron su familia? ¡¿Siempre tu corazón fue tan frío, todo este tiempo nos manipulaste a tu antojo?!

Su silencio me había parecido el más insoportable de toda mi fulgorosa y en ese entonces, pasional persona.

—No soy un manipulador, Diluc. Yo jamás he hecho exactamente algo, pero desde un inicio sabía que tú y yo reaccionaríamos muy diferente en este tipo de situaciones. Los misterios pueden a veces ser tan importantes como las revelaciones. No todo necesita ser sabido o, no toda persona puede ser capaz de comprenderlo y por lo tanto, detrás de ella le seguirán desgracias, fracasos. Tú, ahora mismo, ¿qué harías si supieras la verdad detrás de la muerte de tu padre? ¿Correrías a vengarte por el responsable sin detenerte a analizar lo que hay detrás de la causa?

El solo hecho de que todavía recuerde cada palabra que él me dijo en aquel momento crudo y lleno de confesiones, puede simbolizar la completa rotura que ello causó en mis creencias, en mi mentalidad cegada por la emoción e instinto. Al final Kaeya tenía razón, pues éramos muy diferentes y, también intenté vengarme del asesino de mi padre; aunque fracasé y fui derrotado.

Aparte de ello, ese día también pensé que se iba a romper algo más: nuestro nefasto lazo, que nos encadenaba a perdernos en la existencia del otro y amenazaba con volvernos parte de una misma moneda.
Pero él se había vuelto además de mi fuerza, mi debilidad. Y creo que también fue lo mismo para él, solo que no pensó en quedarse de brazos cruzados; ya que detrás de mis espaldas y de las de todos, refugiado en sus melancólicos y poco tocados sentimientos de culpa por haberme traicionado, hubo de romper otra caja de Pandora. Hubo de utilizarla a ella: a la Diosa de la Mentira, la Ilusión y del Amor.

En su mano izquierda, en el lado opuesto donde yacía su ojo parchado y finalmente ciego, vestía un anillo de colores tan variables como el azul y el rojo. Su tonalidad era otro misterio que en su momento reparé en reflexionar. Sus matices cambiaban según las tonalidades que sostenían el amor que quería recuperar. Kaeya intentaba sanarse a sí mismo y a mí en el proceso, buscaba la manera desesperada de que nuestra relación regresara a ser la misma de antes: cuando ambos siendo jóvenes tontos y castos, acatábamos a bromear y casualmente ruborizarnos por algún roce intencional.

Esa sola visión se iría a convertir en un maldito infierno que se nos haría una danza lenta, candente, luego fresca, después helada y así interminable. Su tenacidad en devolverme a mis antiguos manerismos, cada vez que tenía la posibilidad y en cada éxito suyo por seducirme en ciertas noches mezcladas con olor a vino tinto, lo incitaba a seguir con el juego; con la maldición suya que formalmente se denominaba contrato, con aquella onírica y falsa deidad que lo engatusaba con ilusiones vanas. Los días sucedían lentos, las noches eternas y el alba llegaba fugazmente como una bala disparándose en mi cabeza, para hacerme retorcer incómodo en mi pieza, arrepentido y completamente vacío, distinto; con el amor nocturno de ayer completamente drenado de mi sangre, que también se sentía fría. Esa misma sensación se repetía con desgana y súbita pasión en cuanto nos sentíamos necesitados de ese lánguido parámetro entre ambos.

—Diluc... No nos definiré como algo distinto a lo que somos ahora, pero si pudieras retroceder a esos años y pensar como antes... ¿Dirías que esto es amor? —Completamente ebrio, se había vuelto de nuevo ese alguien melancólico que solo vi la vez en que mi padre murió, en la que me traicionó. Sujetándome de los hombros, su frente rozó la mía, frunciendo el ceño sintiendo la fricción entre nuestras pieles; parecía intentar demostrarme que solo él podría acariciarme de esa manera. Y lo era.

—No. No lo es. —Sumido en una completa vorágine de desesperanza y niebla mental, lo abracé aún más fuerte y olí el cansino olor de su perfume, que después de años seguía siendo el mismo; pero para mí, aquel hartazgo era lo especial que me hacía nunca olvidar su aroma—. Esto es un desquite, que se repite sin descanso en cada noche que la mente nos atormenta. Sino, ¿por qué te besarías con Rosaria delante de mis propios ojos, estando sobrio y con tu mirada fija en mí?

Sorprendentemente no me encontraba molesto: solo algo vacío, disociado, sintiéndome ser alguien más. Como si me hubiera desdoblado para volverme un ser de hierro, una impenetrable fortaleza carente de sentimientos.

—Justamente, Diluc... ¿Quién miraría a alguien más cuando se está besando con una persona?

Abrí mis sosos párpados, detallando sus facciones felinas que estimulaban mis sentidos, activaba la circulación de mi sangre y en mí disparaba la adrenalina. Su mirada era la de alguien completamente consciente, como si cada acción y movimiento suyo estuviese intencionado a darme jaque mate.

—Un perdido consigo mismo, un fracasado en el amor y un egoísta manipulador.

Lo vi sonreír complacido. Sentí entonces sus dedos, aún no libres de bisutería, acariciarme y, admiré una lágrima deslizarse a través de su mejilla, que cayó finalmente en mis labios. La extraña satisfacción que sentí me instó a probar el sabor de la pequeña gota. Su salinidad y toque amargo me levantó por completo de la ensoñación cotidiana a la cual siempre era sometido.

—Sí, tal vez... —Con ciertas aspiraciones lentas de aire siguió hablando por lo bajo, arrastrándose y rindiéndose ante mi franqueza; quizás pensó que el dedo no iba a destapar al sol—. O tal vez lo haría una persona que anhela el amor de alguien que siempre ve inmutable, imperturbable; alguien a quien no parece que le importas pero solo en las noches parece interesarse por "hacerte el amor". ¿Soy yo el manipulador?

La frase que más le recuerdo cuestionármela con cierta picardía y el orgullo lastimado, fue:

"¿Siempre tengo que ser yo el manipulador, Diluc? En este juego, es imposible solo ser llevado. Siempre las dos corrientes fluyen, nunca paran. Una puede oponerse a la otra, pero al final del camino deberán cruzarse... Y tú ya has cruzado conmigo más de una vez, no ha sido una coincidencia ni una maldición".

Él no estaba completamente equivocado, pero su error era creer que nuestras pasiones, nuestras corrientes, se acababan atrayendo de forma natural. Él no sabía que sin la ayuda de ese anillo jamás ninguna interacción entre ambos podría suceder, no al menos de forma consciente.
Pues la piedra de ese anillo, bendita con el poder de una diosa caída, Ilusión, estaba sellada con una oscuridad kármica que devenía de una historia inmersa en la catástrofe de un engañoso amor divino. Esa diosa, habiéndose enamorado de un demonio, le confirió toda confianza en que él pudiera gobernar junto a ella su población: aquello resultó en la condena y sentencia total de su civilización. Esta, que en ese entonces colindaba con Khaenri'ah, permaneció encarcelada en una prisión abisal bajo tierra y solo pereció cuando el demonio terminó de absorber toda la energía vital de los habitantes. La diosa, destronada de todo poder y debilitada por el rencor de sus ya inexistentes súbditos, fue también encarcelada, despojada de su cuerpo y condenada a que su alma habite dentro de un miasma kármico, que luego el demonio transformó en la forma de un anillo. La pequeña diosa sucumbió ante los efectos de la erosión, la corrosión y para sobrevivir, eligió volverse un ser maligno servidor del Abismo.

Sus antiguos poderes inmediatamente le permitieron reingresar a la vida humana, volverse indispensable, una leyenda que muchos corazones despojados de amor anhelaron obtener. Poco a poco, al paso que recuperaba sus fuerzas, también aprendía más de la humanidad y de las posibilidades que les brindaba su poder. Ella podía darles otra oportunidad para volverlo a intentar, podía hacer que los corazones inconquistables se rindieran ante ellos, que las pasiones extinguidas resurgieran como llamas inacabables, que la plenitud y el goce los cegara de un pasado complicado, verdugo de sus presentes. Pero todo tenía un costo y ella no fue nada piadosa en establecer incontables términos que al final, sabría que nunca los leerían ni darían importancia.

Kaeya lo anheló también y, cuando la vida decidió escogerlo a él como la expiación milenaria de su destino, lleno de cicatrices irreparables, él se lanzó —sin pensarlo mucho, sin ser él y a la vez siéndolo— por completo, aceptando todas las condiciones, consecuencias que él creía inocuas, pero que casi terminaron por consumirlo en la oscuridad completa: una ceguera verdadera, no física, sino mental y a la vez, sentimental.

Me di cuenta de que lo malo fue empeorando y que lo insoportable se volvía concertante, en el momento en que una noche de luna llena, habiendo yo culminado mi labor culinaria e iniciando otra mucho más secreta y riesgosa, estaba dirigiéndome a una ubicación que me fue enviada por mis agentes para ser investigada, con todo el peso de mi capa oscura agazapando mis llamativos cabellos rojizos. Encontré a unos cuantos magos del abismo, varios Hillichurls de todo tamaño, seres elementales, un montón de raíces y de pronto mi olfato sensible percibió el olor a plantas muertas, que en mi experiencia me decían que estaban cargadas de energía maligna. Todos los seres interactuaban entre sí, rodeando un círculo tomados de las manos, luego rezando, mirando al cielo que dejó de estar templado y balbuceando lo que parecía ser un cántico. Luego seguí observando, pero antes de si quiera actuar debido a que había un sello maldito en medio de ellos, me quedé atónito, con la mirada perturbada como cuando perdí a mi padre, con los labios abiertos y los hombros temblando. Era su voz, pidiendo auxilio aunque todavía permanecía quieta en una suave escala tonal.

Comprendo recién que en ese momento Kaeya no se encontraba ebrio, sino deprimido y desconsolado, al borde de colapsar por las continuas rupturas internas en los esquemas que sostenían su presente: la manifestación del karma de todos sus recuerdos, su pasado, habían llamado la atención de esa joya maldita y ahora se encontraba en una paradoja donde sus propios sentimientos contradictorios le jugaron jaque mate. Ese jaque que siempre quería lograr con otros, su inexplicable instinto por versarse en cualquier clase de corriente, era la manera de decirse:

«No soy solo una pieza, en mi tablero debo serlas todas o de lo contrario no podré vencer. No podré llegar más allá de mis posibilidades, no podré liberarme de mi responsabilidad, mi misión con Khaenri'ah».

Principalmente, yo sabía que a él le atormentaba el recuerdo de lo que conllevó su traición con mi familia: la pérdida de la única luz auténtica que encontró en su camino lleno de misterios y pisadas de barro que podían hundirlo, de esa luz que encontró y yo sentí con él. Le aterraba ser consciente de todo y no tener la posibilidad de cambiar el hecho de que yo lo dejé de amar.

—Por favor, perdóname... El amor es tan confuso e indeciso... Cariño, juro que cada noche te he amado como nunca amé a nadie y a mí... Pero... nunca te fui suficiente ni destrozando mi dignidad, dejándome humillar por ti. He hecho de todo para intentar regresar a ser los tontos que éramos antes: cuando todo no se sentía tan vacío, cuando no había esta necesidad de perseguirnos para sentir esa chispa entre nosotros. Una chispa que... solo terminó siendo una máscara de odio... Una máscara de odio...

Cada vez que repetía esa última frase sonaba más carcomido, débil, dócil, humano, verdadero. Una cálida sensación insensata me hizo jadear con el pecho llorando por las heridas extirpadas, ahora hechas huecos. Me pregunté en ese momento si comenzaba a sentir algo parecido a él, si mis lágrimas eran también solo una respuesta instintiva por el odio que me generaba su confesión. Sin embargo, ningún pensamiento se atrevió a querer convencerme de ello. Es más, mi corazón a veces había sido endeble por completo ante Kaeya; pero en cada noche que lo veía a mi merced suplicándome por atención, mi pecho se enfriaba sintiéndose abrumado y, me cerraba con escepticismo ante la idea de que ese sentimiento pudiera ser algo compartido, recíproco. Porque "El Sol y la Luna eran dos entes que siempre intentaban mirarse, pero cuando uno lo hacía, al otro le resultaba imposible. Uno es caliente y puede quemar, mientras que el otro es frío y puede congelar".

Aún así, yo ya había pisado aquella línea invisible desde el primer instante en que nos miramos por primera vez. Lo había repetido cientos de veces, aunque después de aquel incidente donde todo mi mundo pareció quebrarse por la mitad, comencé a ignorar todo posible sentimiento que me llamara a buscarlo o hablarle de nuevo. Lo que no conté es que mi inconsciente fuera un monstruo de incalculable magnitud.

—Te he buscado varias veces, cuando finalizabas tu jornada y no visitabas la taberna como usualmente hacías... Me enfurecía tu presencia, pero tu ausencia lo hacía aún más. Cuando hablabas con mujeres mientras bebías, siempre les servía jugo de uva porque me convencía de que de esa forma fracasarías en cualquier intento de conquista. Nunca quise pensar que esas actitudes fueran causadas por unos incapables e inconscientes celos. No he cambiado, tienes razón... Me he involucrado con tus sentimientos, con los míos y cuando estábamos tan cerca de chocar nuestros mundos, me alejaba fingiendo que nunca sentí nada. Yo soy... el responsable de esto.

Kaeya cada vez se veía más debilitado, despojado de su energía restante con cada suave delirio que el anillo de su mano, más brillante y vivaz que nunca, le hacía vivir a su alma separada de su ser. Es en ese momento que, admirando los últimos destellos que la luz maligna emitía hacia el cielo cubierto de negruzcas nubes, decidí mostrarme y acabar con todo de forma definitiva.

Pasaron unos cuántos segundos de agitación, sentimientos encarnados con movimientos erráticos de mi espada, mis llamas convergiendo de forma descontrolada y azotando todo ser a su alrededor; hasta que la última gota de sudor que nació de mi frente me hizo parar, pues ya había hecho cenizas el litoral alrededor del círculo. Miré con mucha cautela la energía que seguía desbordando de su anillo, que parecía seguir enviándose sin descanso, sin deseos de seguir perteneciendo al cuerpo débil de un dueño que vivía en sueños e irrealidades. La adrenalina volvió a dispararse en mi cuerpo, esta vez en sintonía con mi desesperación.

—¿Qué sucede, por qué sigue saliendo energía de ti? ¡¡Kaeya, respóndeme!!

Pese a que lo agitaba con mucha insistencia, su cuerpo ya no parecía estar afín con su mente; parecía no verme, o así lo percibí en aquel momento. Kaeya sostuvo mi mano de pronto, la apretó con cierta fuerza, pero después pareció rendirse de ello y solo me acariciaba. La luna pudo iluminar sus desgastadas facciones, llenas de magulladuras; no obstante, en sus labios se dibujó una sonrisa con sus perfilados dientes perfectos, que solo podía transmitirme melancolía y arrepentimiento.

—Ya es muy tarde... Diluc, he sido un estúpido, ¿verdad?

Lo escuché reír después de mucho, con la misma altanería melódica con la que se solía liberar y sentí escalofríos recorrer todas las vértebras de mi columna.

Sentía que con cada palabra nos estábamos rompiendo más.

—Digo, he estado como loco buscando algo que me hiciera sentirme completo. Me siento perdido en varios caminos, pero ahora ya no tengo exactamente uno en donde acabe saliendo victorioso. Mi misión, Khaenri'ah..., fue casi olvidada por completo desde que ingresé a tu hogar como un nuevo hijo. La etiqueta que me dieron para que cumpla mi destino como espía se quedó en ese pasado estancado, al darme cuenta que en el camino nacieron sentimientos que jamás pensé tener. Uno de agradecimiento por ser acogido por una familia muy noble y bondadosa... Pero el otro sentimiento, Diluc, todavía me duele y créeme, lo detesto mucho. No puedo evitar amarte pese a que sé que nunca lo hiciste, porque dentro mío hay algo que no deja de latir, me hace sentir vivo y pensar que todo va a salir bien. Es adictivo, ¿sabes? Sentir que, sin importar el sucio mundo rodeado de mentiras en el que vives, tienes a alguien con quien contar que es el único que te comprende, al que le contarías todos tus secretos más penosos o increíbles; que estando juntos se vuelvan imparables, como si... nuestras diferencias nos unieran para convertirnos en algo perfecto... No dicen que el amor es así, ¿perfecto? —Lo último dicho lo pronunció de tal manera que sonó como si se estuviera burlando de la misma espina que nos aquejaba.

Me quedé mirándolo con total transparencia, sintiendo que este momento era el verdadero escenario catastrófico en el que todas las emociones se bifurcarían y serían plasmadas en el otro, pues no había ninguna palabra dicha por Kaeya que no fuese verdad. Pese a todos los escenarios que nos han estado atormentando a lo largo de nuestro pasado, siempre éramos la primera persona en mirar al otro en momentos donde necesitábamos apoyo. Él, un caballero de Favonius, los proclamados servidores a quienes yo veía como deficientes colmados de ineptitud, era el único que siempre me mantenía al tanto de la información confidencial que acontecía a Mondstadt, algo que estaba completamente prohibido de realizar. Siempre que me encontraba en inconvenientes, de pronto olía su colonia infestarse en el espacio, luego sus dedos tocando uno de mis hombros y finalmente escuchaba un suave murmullo burlesco saludándome. Yo también había hecho acciones parecidas. Pequeños momentos donde éramos recíprocos nacían gracias a un escondido sentir que resultó nunca haber desaparecido por completo, pero sin mostrarse con total sinceridad, pues también mis heridas podían hacerme actuar de otra manera muy distinta, al igual que Kaeya.

—El amor puede ser perfecto... no nace siéndolo. Y nosotros siempre estuvimos enredados en la aceptación, pero ya no podemos seguir así. Tú no puedes seguir así... Kaeya, ¿por qué rendirte...?

Me observó fijamente. Sus afiliados ojos penetraron cada barrera de mi corazón y me hacían saber que se encontraba en su límite— No lo hago... Aunque quisiera seguir viviendo no podría hacerlo, he gastado toda la energía y... ella se está llevando lo que le debo.

Creí imaginármelo, aunque más paranoico que nunca, mis oídos capturaron el sonido melódico de una voz extraña, dulce pero a la vez escalofriante.

—He fracasado, Diluc, pero este fracaso será el último...

Me impacienté y con fuerza aparté su mano que intentaba cubrir su anillo, sosteniendo así, la palma en la que se podía observar una terrible energía rodear su dedo anular.

—Ese anillo es el causante de todo esto, ¿verdad? Voy a quitártelo y luego lo romperé...

—¡No lo hagas! —Sorprendido por la repentina advertencia que me exclamó con sus últimas fuerzas, solté el anillo y cayó al suelo. En ese momento, observé el color morado oscuro de aquella piedra similar a un cristal pulido perlado, desvaneciéndose poco a poco, a cada segundo que pasaba separado de la mano de su dueño. Presentía el suceso de algo terrible.

Me di cuenta de que todo empeoró, Kaeya parecía cada vez más perdido en ilusiones vagas, como las últimas alucinaciones que tiene uno en plena agonía. Sollozaba, suplicaba, se disculpaba, reía y a la vez anhelaba. Yo ya no podía soportarlo más. Me hablé a mí mismo para sentenciarme a caer una vez más, pudiendo esta ser la última, a someterme al mundo de Kaeya y sacarlo de su vacío, su miseria. Con mis reflejos bastante limpios, atrapé al anillo que temblaba con cada luz, pequeños rayos de energía, que devoraban del deshecho cuerpo de mi hermano jurado. Y así, lo inserté en mi dedo anular de la mano derecha, buscando alguna clase de interacción que pudiera evitar este final letal.
Sentí una extraña fuerza ingresar a mi cuerpo, una sensación extraña de dolor y al mismo tiempo felicidad: como una pequeña esperanza en que todo podría concluir como quisiera.

Entonces la escuché hablarme, directamente a mi alma pero comunicándose a través de mi mente. Temblé ligeramente, sabiendo lo que sus palabras significaban y lo que podría repercutir de ello:













"Tú, Diluc Ragnvindr. Puedo leer tus deseos, sé todo lo que tu alma suplica pero... ¿estás seguro de amarlo? ¿A ese hombre que traicionó a tu padre, a tu clan y que trabaja para los caballeros de Favonius, los responsables de que la verdad detrás de tu padre permanezca oculta?"


"..."


"¿A quien jamás se dignó en contarte todo lo que sucedía alrededor tuyo y te dejó con el camino lleno de piedras complicadas de quitar? ¿A quien dice amarte pero se ha besado con muchas mujeres delante tuyo y quien sabe, tal vez a tus espaldas también?"


"..."


"¿Él, que siempre te manipuló para que encajaras dentro de sus planes y te utilizó para fines desconocidos, que hasta los habitantes de Mondstadt sospechan?"


"..."


"¿A él, quien...?"


"Sí, lo amo. De hecho, todos estos años lo hice y esas cosas no lograron sobrepasar a los sentimientos. Fueron una clase de intuición, una forma de guiar mi vida que jamás antes quise aceptar, hasta que caí en cuenta que el sol ya no podía seguir siendo tapado con un dedo. Por eso elijo creer... en tener estos sentimientos por él".

"Tú... ¡No puedes amarlo así! ¡¿Y si se vuelve algo destructivo, si te hace daño y te termina abandonando a cambio de una traición que puede acabar con tu vida?!"

"No hables desde el miedo, no hay nada que ya no haya sentido antes... Además, no lo conoces tan bien como crees, él es más que un simple traidor. Y sé que es algo tarde, pero si él fue capaz de dar su vida a cambio de mi amor, yo también estoy preparado para las condiciones. Me parece perfecto que ya sepas lo que quiero de ti".

"... Ustedes... Son los primeros humanos en desafiar las consecuencias de mis contratos de forma tan confiada. ¿Es que ustedes... realmente se aman...?"

La escuché reír estrepitosamente.

"Bien, haremos este contrato. Sé lo que quieres y te lo daré..."


Se hizo la voluntad de la diosa corrompida, a cambio de cumplir mi deseo al pie de la letra. Me sentí movido por un sentimiento de angustia que me demandaba salvarlo a él, al misterioso chico que conocí bajo una tormentosa lluvia en tiempos de cálida ternura infantil, al que yo comparé con la luna, al que luego se convirtió en mi hermano jurado y que, a mi lado siempre lo sentía como alma gemela.

En mis brazos, cargaba su cuerpo mojado por las gotas que se impregnaron en sus ropas: su perfume de vainilla ahora olía a una mezcla extraña entre una dulzura con crudeza oculta, raíces y la mala hierba que estaban incrustadas en su camisa. Lo dejé reposando en mis aposentos, en plena tormenta de diciembre que golpeteaba con insistencia los ventanales del balcón.

Lo miré con calma: cómo su respiración comenzaba a entregarse a un sosiego profundo, puro y más vital; cómo sus latidos palpitaban más vigorosamente a través de mis toques en su cuello; cómo sus párpados y pestañas, sus labios, parecían completamente absortos en una realidad nueva, lista para recibirlo con nuevas oportunidades llenas de una esperanza tan etérea como las brisas del pueblo que lo acogía como un hermano más.
Me senté a admirarlo, sintiéndome satisfecho y bastante aliviado. Una ola de calor atropelló mi cuerpo como súbitas endorfinas que me hacían suspirar. Muy en el fondo deseaba una especie de conclusión antes de la llegada del siguiente día, como esperando a que sus ojos se abrieran para verme y así poder conversar entre nosotros, calmadamente y sin discusiones ni filosofías de por medio, sobre nuestros sentimientos; aunque, pese a haber aprendido a pisar aquel terreno nuevo, aún tenía muchas incógnitas respecto a cómo, cuándo, dónde y qué sentimientos eran los que deberíamos sentir.

En el momento en que Kaeya apretó los ojos, supe que se encontraba enfrentando la última ilusión; su último duelo antes de partir hacia la renovada realidad sin ningún miramiento al pasado que pudiera atormentarle de nuevo.

—Te amo. Y no me imagino cómo hubieras deseado tanto que llegara este momento, aunque las cosas sucedieron de esta manera...

Me acerqué a él silenciosamente, con el estridente retumbar de los rayos que azotaban el cielo, presagiando el final junto a la llegada de un nuevo inicio. A pocos centímetros de distancia, besé primero su frente, esa parte de su piel que en las cautivas emociones siempre anhelé besar. Jadeando, con mi dedo anular entumecido y sudando por la esperada debilidad, le sonreí satisfecho.

—Pero te prometo algo: "Yo jamás te olvidaré".

Antes de cerrar los ojos, me esforcé en conectar nuestros labios con una suave caricia entre nuestras pieles frías, pero en cambio, con las almas llenas de calor abrasador.

De pronto, sentí sus labios moverse contra los míos, como si en sueños también pudiese ser capaz de vivir, saber de este cálido desenlace.

Kaeya había sonreído.

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Luego de la tormenta, por primera vez, después de años sin haber probado el sabor de nuestras almas unidas, logramos experimentar la paz de los dulces sueños y el compartido palpitar de dos corazones, llenos de satisfacción y ardiendo con todas las tonalidades de nuestro amor.

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Un día después de varias semanas, lo volví a ver sentado en la barra, esperando quien lo atendiera. Me le acerqué con cierta reserva, aunque sentía que en mis ojos se podía palpar la evidente emoción.

—Oh, Diluc. Te ves bastante bien para ser solo un lunes, ¿no?

—Sí...

No era un juguetón "Buenos días, Maestro Diluc" o una emulación dicha con ternura "¿Qué tan mal te trata la vida que te ves muy enojón, Diluc?", simplemente su chispa coqueta se había esfumado. Así como en su ojo turquesa afilado expuesto, que ahora me miraba solo de reojo y principalmente se concentraba en una llamativa muchacha sentada a una mesa de distancia suya.

En ese momento me di cuenta de que la maldición ya había sucedido. Él me había olvidado. No al Diluc que era su hermano jurado ni tampoco al rival que le guardaba resentimiento, sino al Diluc que alguna vez había considerado el amor de su vida.

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Pero yo te prometí algo, por más doloroso que podría resultar vivir con aquella carga llena de sentimientos, con esa caja llena de emociones que antes permanecía vacía. Prometí y juro que jamás dejaré de amarte, a ti y a tus eternas caricias que vivimos en aquellas noches de amorío estrambótico.

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