
⸺ (𝔢𝔯𝔰𝔱𝔢) 𝐋𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐋𝐈𝐁𝐄𝐑𝐓𝐀𝐃
Título del capítulo: Las coronas de la libertad
Fandom: Genshin Impact
Flor asignada: Clavel
Cantidad de palabras: 5055
Fecha de publicación: 28/12/2023 - 11:57 PM
Información adicional/Advertencias: Universo alternativo, Venti x OC, menciones de romance lésbico
Basado en el manga:
Prólogo 0 - Canciones del Viento
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Este relato estará dividido en pasajes. Cada uno narra una pequeña trama que al ordenarse de forma correcta, logran brindar un enfoque más completo y desarrollar toda una historia.
Estado actual de documentación: La siguiente leyenda, Coronae libertatis, aún posee pasajes perdidos.
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𝐋𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐋𝐈𝐁𝐄𝐑𝐓𝐀𝐃
''Pasaje 8''
[...]
—¡Lo sabía, sabía desde siempre que eras una niña fuera de lo normal! En aspectos honorables... ¡Y con tus perversidades monstruosas del demonio!
—¿Qué...?
—Podrás haber sido mi hija más inteligente y capaz, también la más apta para ser la heredera del clan aún siendo la menor, pero has cometido la peor estupidez de tu vida al haber traicionado a tu padre. ¡Yo, quien te ha criado y sacrificado tanto por ti, Astrid!
—No... Nunca fuiste tú quien me atendía cada vez que necesitaba a alguien. Fue ella, quien nunca le importó qué sangre corría por las venas de su hija, me amó hasta decidir salvarme por una última vez... ¡Tú nunca...!
—¡¡Silencio, inmunda malagradecida!! —Con rabia candente habiendo escuchado la mención de ''ella'', madre ilegítima de su futura heredera, avanzó atropellante y golpeó a su hija con incontenido coraje—. Ni se te ocurra mencionarla de nuevo, ¡¿entendiste?! Ella ya no está, está muerta, ¡y muerta me parece mil veces mejor!
[...]
—Tu silencio me da la razón, hasta tú deberías pensar lo mismo. Esa mujer no era capaz de criarte bien, no estaba a la altura para cargar con el peso de una niña que en un futuro sería gobernante. ¿Y sabes...? Como pronto cumplirás la edad legítima, ya deberías tener la mente esculpida con realidad. —Rió con sinsentido—. No deberías haber sido una Lawrence. Fuiste producto de un error, eras una bastarda sin linaje ni familia poderosa, ¡no eras nadie! Así fue hasta que yo te llevé conmigo y decidí criarte cuando vi que habías crecido lo suficiente... ¡Y mírate ahora! ¡¿Crees que Elvira pudo haberte criado de una forma tan perfecta, digna de una noble?! ¡¡Pues no, y por eso tuve que encargarme de desaparecerla!!
Se levantó del suelo estupefacta, horrorizada por el escenario retratado— Maldito... ¡¡Eres un maldito sinvergüenza!! ¡¿Cómo puedes confesar un crimen tan horripilante con esa facilidad?! Eres un monstruo... ¡¡¡Jamás te perdonaré dicha acción!!! No debiste... Ella era una hermosa mujer, con sueños y aspiraciones nobles, verdaderamente ''nobles''... ¡¡Que solo pedía tu amor sincero y una hija que representara ese amor!! —Su voz sonaba desgarrada, las cuerdas vocales partidas en trozos de cristal.
—¡Esas cosas me importan un bledo! Pero lo que sí me importa es el honor de la familia y acabas de romperlo. Astrid, no eres merecedora del título de heredera de los Lawrence, ya toda duda se disipó.
Astrid menos le importaba, pero seguía bastante afectada pensando en su madre. Lord Lawrence pudo notarlo y sonrió triunfante.
—Pero soy generoso, y pienso darte una última oportunidad para redimirte. —La joven no podía pensar en nada más que el señor frente suyo además de asesino, estaba loco.
—¿Y por qué rayos querría hacerlo? ¡No quiero saber nada sobre ser una Lawrence!
—Oh, sobre eso... —Haciendo un ademán con las manos, llamó a un grupo de guardias que traían consigo a una persona amordazada.
Con el pecho palpitando de emociones letárgicas que amenazaban con detener sus latidos, Astrid inmediatamente olvidó todo su rencor anterior, y antes de aceptar los términos, su voz no contuvo sus deseos de gritar con martirio:
—¡¡Alicia!!
—Deberás redimir las blasfemias y nauseabundos deseos que forjaste con otra mujer. Por lo pronto, haz lo que te ordene y no solo quedarás perdonada, sino que ella saldrá con vida.
Aceptó entonces participar en el Ludi Harpastum y anunciarse como heredera a cambio de la libertad de Alicia, quien, víctima de las peticiones del señor Lawrence, había sido ordenada a ser la doncella del festival de este año.
''Pasaje 11''
Se encontró con que los peldaños eran muy altos, la plaza que miraba por sobre sus hombros era más imperiosa que nunca y los seres humanos que proyectaba como hormiguillas, escuchaban atentamente sus palabras, confabuladas de incordio y prepotencia arraigada de las raíces de quien le ordenaba desde su trono omnipotente.
Mirando por instantes a su amada doncella que esperaba en la prominente torre de hierro, la elegida por los Lawrence entonó sus palabras:
—Por la causa justa y como símbolo de mi juramento escrito en el legado de mi honorable familia, yo, Astrid Lawrence, me anuncio ante ustedes, nuestros leales protegidos, como la próxima heredera del clan Lawrence. Este inédito evento conmemorará la bienaventuranza de todos los ciudadanos de nuestra bella ciudad del viento, capital del vino y la libertad; y les conferirá de una eterna protección y resguardo bajo la directriz de nuestros antepasados.
Terminado su discurso, inminentes gotas de lluvia indicaron la llegada de una tormenta.
Los sentidos sensibles de Astrid no solo percibieron el olor a humedad y tierra mojada, sino a ciertas flores casi putrefactas. Allí, muy cerca de ella, se encontraban unos cuantos claveles amarillos que solo podían significarle algo: Un desprecio de raíces profundas creciendo, enterrándose en la tierra y nutriéndose de su dolor.
''Pasaje 12''
En el momento en que el Harpastum fue lanzado, Astrid sabía lo que tenía que hacer. A pasos inseguros, lentos, observando por el rabillo del ojo a su cruel protector, debía tomar aquel símbolo milenario y así, rendir cuentas para mantener su vida y la de su amada lejos de la desgracia. No había ninguna persona que atentara en la ejecución del torcido celebramiento, pero, aquel silencio fatídico pronto se vio disuelto con una risueña y altiva voz que entumeció sus delirios:
—¡Yuju, agarré el Harpastum! ¡Ahora me corresponde un gran premio y mucha cerveza!
Repentinamente, el joven bardo de la melodía que su mente todavía recordaba con nostalgia, había hecho sin titubear lo que se suponía que jamás nadie osaría a hacer.
Se escucharon muchos protestantes entre los ciudadanos, quienes refutaron con reprobación y temor las acciones que podrían aproximarse por la testarudez de ese joven.
—¡¿Quién demonios es ese niñato?! —Se levantó Lord Lawrence de su sitio aunado en joyas, aunque su segundo hijo lo detuvo de seguir avanzando— ¡¿Cómo se atreve a interrumpir las sagradas tradiciones de la ciudad?!
El joven de cabello trenzado, respondió con ligereza— Si me disculpa, Lord, pensé que las reglas del evento habían sido claras. Me parece que esta forma de ''celebrar'' no le agrada mucho a la gente de la ciudad, ¿no le parece?
«Y diría que tampoco a su hija». —Se abstuvo de hablar por demás.
Aunque ese joven, con una forma dadivosa de palabrear para defender a su pueblo, no se esperó que, en un breve lapso como un parpadear frente a él, se encontrara amenazando con insertarse debajo de su piel una espada real posicionada justo en su pecho, esperando su venidera rendición.
—Por favor, perdóname... pero necesito ese Harpastum.
No había sido ningún guardia real ni el mismo inhumano Lord Lawrence, sino la hija que nunca había alzado su espada ni arma en contra de alguien, Astrid. Habiendo amenazado de forma abierta con quitarle la vida, veía esa escena con fascinación su padre, a punto de estallar a risotadas demenciales. Admiraba que ella hubo notado sin una sola palabra necesaria que, si el Ludi Harpastum no sucedía como debía, sería la amada doncella suya quien sufriría las consecuencias.
Arriba de la torre estaba la joven Alicia, carnada de una crueldad vestida de castigo incólume, expectando aterrorizada la escena. Con una atención doblemente despierta se fijaba en Astrid, pero también a la daga que rozaba vacilante sobre su cuello.
—¿Por qué haces esto...? -El bardo le cuestionó preocupado—. Yo te vi sonreír cuando toqué la melodía del viento en la plaza, ¡lo juraba! Tú... ¿Estás segura de lo que estás haciendo?
—Para nada... —murmuró con la voz rota, sintiéndose utilizada como una marioneta—. Pero si no me das el Harpastum ahora, todo mi mundo se derrumbará. Te lo suplico...
En el instante en que sus súplicas llegaron a oídos del bardo, una morena que se había mantenido como simple observadora, la gladiadora esclava conocida como Diente de león, se mostró en escena y detuvo el filo de su espada con su mano.
—¡¡Maldita sea!!, ¡¿ahora una esclava se digna en querer oponerse ante sus superiores?! —Exaltado, Lord Lawrence volvió a levantarse, esta vez, harto de todas las interrupciones repentinas—. Te lo advierto, Diente de león, no hagas esto más difícil para tu mugrosa familia, ¡no querrás saber lo que puedo hacerles!
Aunque sí pudo sorprenderse aún más, al ver que inexplicablemente de inmediato, el joven bardo dejó el Harpastum en el suelo y se dispuso a calmar a Vennessa, quien estuvo al borde de acometer con resentimiento hacia la hija menor de los Lawrence.
Sin esperar un segundo más, Astrid aprovechó esa oportunidad para tomar el Harpastum y, como un perro que acababa de recoger el hueso, regresó hacia donde su padre para que rectifique la deuda que hizo de pagar.
—Ya lo hice, cumplí el acuerdo. Me hice heredera y obtuve el Harpastum, ahora te toca a...
—¿A quién, a mí? Cuando puedas cumplir algo bien por tu cuenta consideraré tu palabra como válida. Lo que acabas de hacer no tiene precio, ¿dejaste que unos ineptos te controlaran y te hicieran rogar por algo que nos pertenece desde hace décadas?
No solo Vennessa ni el joven bardo, sino que todo el pueblo miraba con desagrado y una extraña sorpresa carcomiendo sus curiosidades, a la joven Astrid siendo cruelmente amedrentada por su propio padre.
—¡Tú prometiste liberarla!
Decidido a humillarla frente a todos sus futuros súbditos, con una desgarbada y grotesca sonrisa, el gobernador de Mondstadt dictaminó su sentencia:
—¡Todos irán al calabozo! ¡Ese bardo con la esclava insolente y la arpía que está en la torre!
''Pasaje 15''
En una espesa noche despejada, donde la luna llena podría testificar cuántos sollozos y lamentos salieron alguna vez de aquellas barras de metal en la que se asentaba la prisión, vio ingresar a una muchacha encapuchada sosteniendo un farol en la mano, siendo esta, aún con vicisitudes en medio, su tercera visita a la celda número 16. La luna también alcanzó a iluminar un instante en el que un segundo visitante intruso ingresó de igual manera, aunque a la celda número 14. Su presencia en cambio, era sigilosa y movediza, justo como una pequeña y escurridiza brisa de viento.
La muchacha abrió el picaporte con sumo cuidado de no hacer ruido, habiendo logrado obtener la llave indicada. Así, fue capaz de abrir el candado de su interés, y, sin demora, avanzó silenciosamente hacia el interior de la celda. La joven bajó su capucha para poder observar la escena mejor.
—Dios, por Barbatos... ¡Astrid! —Alicia no dejaba de sollozar, con las emociones estallando a causa de su regreso-. Dios mío, creía... creía que me iban a ejecutar al final del día... Tuve mucho miedo...
—Mi amor, no te preocupes... —Ella tampoco pudo contenerse. Las lágrimas limitaban con los bordes de sus párpados inferiores y con la visión nublada, se lanzó a abrazar a su amada que aún tiritaba de pánico—. Lo siento... Lo siento tanto, todo va a mejorar.
Alicia respiró hondo y recompuso sus pensamientos— E-Está bien, lo que importa es que ahora estamos juntas, de nuevo.
Abrazadas y dándose suaves caricias, las dos amantes se percataron de un suceso insólito. Se escuchó un pequeño ruido de una llave encajándose. Astrid se levantó a inspeccionar con bastante cautela, temiendo que fuese algún guardia real o haber sido descubierta.
Para su sorpresa, todas sus hipótesis fueron desechadas en cuanto reconoció al rostro del mismo bardo, ahora liberando la cárcel en donde se encontraba enclaustrada la pobre y heróica esclava, Vennessa.
—Eres ese bardo...
Sonrió él, algo impresionado por la coincidencia acontecida— Oh, y tú la señorita Lawrence. Bueno, ¿podrías, ya sabes, mantener este pequeño error mío en secre...? —Fue violentamente interrumpido por Alicia.
Acercándosele a hartos pasos lo señaló con el índice de forma despectiva— ¡Oye, tú! Por tu discursito bastante artificial y para nada heróico como quisiste hacerlo ver, no solo me perjudicaste a mí y a la esclava esa, que dicho sea de paso, también fue una entrometida. Sino que, metiste en problemas a alguien de diferente escala a la tuya, ¡a ella, una Lawrence noble de buen corazón y con intenciones diferentes al resto, la que será tu futura gobernante!
La joven fue contenida por Astrid, habiendo estado a punto de agredirlo con furia.
—Alicia, no le sigas hablando así. La situación ha sucedido de forma lamentable, pero si hay alguien a quien debemos responsabilizar no es al pueblo, sino a la cabeza.
Alicia se giró a verla con un estado de asombro y desentendimiento, sintiéndose de cierta manera algo traicionada, pero prefirió quedarse callada y hacerle notar con su mirada que se encontraba en desacuerdo.
—¡Guau, atrevidas palabras viniendo de una futura regente como tú! Pensé por un momento que no íbamos a congeniar bien, pero veo que ese no será el caso. Mucho gusto, honorable señorita Astrid. Mi nombre es Venti. —Ambas muchachas voltearon a verle desconcertadas, algo impactadas por el extraño tono aniñado y animoso con el que se expresaba—. Oh, y también a usted... ¿señorita Ali?
—Alicia...
Aún dentro de su carceleta, Vennessa se encontraba escudriñando con la mirada a los jóvenes que, pensaba ella, discutían molestos disparates sin importancia.
—Vaya, ¡y no podemos olvidar la presencia de la valiente heroína que me salvó de las garras de tu espada, Astrid!
En un rápido movimiento Venti se aproximó a donde estaba Vennessa y, con bastante facilidad, logró establecer una peculiar alianza amistosa con ella.
Gracias a ello, ahora eran 4 jóvenes que, juntos, estaban dispuestos a unir sus fuerzas para cambiar por completo un sistema de opresión que no hacía más que ofrecer injusticias a los más afectados y riqueza a los indignamente acaudalados. El joven bardo que se hacía llamar Venti se quedó conversando con las muchachas sobre un posible plan de rebelión, aunque, en medio de su premisa más fundamental, sus palabras se atascaron en cuanto creyó escuchar pasos de porte militar aproximarse hacia ellos.
—¡Rayos, creo que nos descubrieron! Será mejor que nos vayamos de aquí, los cuatro —advirtió Venti y con una seña les indicó el camino de la salida.
Mirándolos con cansancio, Vennessa tuvo que disentir— Yo no me voy a ir, tengo un compromiso con mi pueblo y el clan Lawrence. Tu familia —dirigiéndose a Astrid— compró a mi gente y deberemos quedarnos a servirles como guerreros...
—Perdóname Vennessa, juro que hice todo lo posible para que no sucediera lo peor. De no haber hecho eso, ellos pensaban obligarlos a...
—Bien. No necesitas decir más por ahora, mi realidad no va a cambiar por ello, pero creo que... confiaré en ti.
—Gracias...
—Y Astrid —señaló con prisa y la instó a acercarse a su celda. Encontrándose ambas a un par de metros de distancia del resto, Vennessa le murmura con una extraña expresión severa—. Nunca confíes en los que te impidan obtener tu libertad.
Sus palabras guardaban un significado muy subliminal, pero Astrid no lograba comprenderlo en aquel momento. Solo pudo notar que, acompañado de ese mensaje, la mirada de Vennessa parecía señalar a alguien, que no era Venti.
—¿Qué quieres decir?
—Solo sé que ella no es quien aparenta ser ahora. Su rostro me es familiar, ella era una figura de autoridad cuando yo trabajaba en esa hacienda...
No logrando concretar lo que deseaba revelarle, vio a Astrid ser tomada de la mano por Alicia y comenzando a guiarla a la salida, sin darle más tiempo para explicarse.
—Cariño, ¿por qué ignoraste los llamados? ¡Por poco y nos atrapaban!
Venti las observó algo dubitativo, percatándose del tipo de relación que ambas mantenían.
—Alicia... —La joven Lawrence se encontraba muy confundida por las conflictivas ideas que cruzaron su mente.
Todas apuntaron a algo desconocido para ella con el amor de su vida, la inconcebible desconfianza.
Finalmente, aunque sometidos a muchas dificultades, los tres jóvenes consiguieron escapar a costa de haberse separado en dos grupos. Por un lado, Astrid y Alicia, y por el otro, Venti.
Y, como un ave enamorada que para aterrizar en lo profundo del suelo donde su amor reposa se empecina en jamás volar; Astrid, de igual forma, presiente que haber idealizado una imagen por la que hubiera dado todo y más, pudo haber sido desde el inicio una cadena que la estaba atando a perderse en un hilo de un débil amor del que siempre tendrá sed. Un amor imposible, devastador, que anhelaría por siempre obtener.
''Pasaje 16''
Ambas amantes pudieron alejarse de la cárcel y los temibles guardias que las vigilaban.
—Alicia, debo hablar contigo. -Comenzó y detalló cada pequeña inquietud, sentimiento que quería explorar, abriéndose por primera vez de una forma bastante íntima con la mujer que amaba.
Estaba a solo un paso de librarse de aquellas nuevas inseguridades que amenazaban con ahogarla en la incertidumbre.
[...]
—Ya veo... O sea, tienes dudas de mí... Fue lo que te dijo Vennessa, ¿no?
—¿Qué?
—Debí saberlo, por Dios... Astrid, sea lo que sea que ella te haya dicho de mí, no me conoce. No podrías creerle a esa esclava por sobre lo que te digo yo, ¡no podrías! ¿verdad...? —Se le escapó un siseo con nerviosismo.
—Nunca dije eso, Alicia. —La tomó de los hombros, comenzaba a exasperarse porque parecía que no le estaba escuchando a profundidad—. Y de hecho, lo importante que dije es que... Estoy pensando en renunciar a mi familia, dejaré mi insignia y mi espada, regresaré a las artes marciales de la lanza y me refugiaré en Espinadragón por si es necesario esconderme de represalias... Y lo que siempre me quedaría en ese mundo tan frío y primitivo, es el recuerdo de sin importar si lo perdí todo, aún te tengo a mi lado.
Por instantes, veía a una Alicia que no conocía. Como si sus pupilas no mostraran ese inconfundible brillo cada vez que le hablaba de cuánto la amaba, y sus labios en vez de sonreír, estaban tiesos en una expresión de disconformidad. O tal vez, sus miedos comenzaban a alterar la forma en que percibía la realidad.
—Astrid... Tú... ¿en serio te vas a ir? A-Amor... Por favor, pensémoslo un poco más. Me sentiré tan devastada si tú no estás a mi lado, tu clan sigue teniéndome en la mira... ¿Por qué no mejor...?
Escuchó salir de esos labios casi inexpresivos, una propuesta tan calculada como llena de un transfondo de pasión:
«¿Por qué no mejor me llevas contigo?»
Con la saliva estancada en su garganta, estupefacta, Astrid la miró por instantes largos.
—No me iré. Creo que... me adelanté mucho, debería pensarlo mejor. Estás desprotegida sin mí, Alicia. Jamás permitiría que algo te sucediera.
Aparentemente sorprendida de igual manera, Alicia suspiró con desgano— Oh... No te preocupes, amor, yo te apoyaré en todas las decisiones que tomes. Gracias por ser mi fiel guardiana. —Sellando el momento romántico como si fuese una dramaturgia, Alicia rodeó el cuello de la joven más alta y tocó dulcemente sus labios con los de ella. Sus manos luego, fueron paseando por toda la silueta bien conformada de la experimentada guerrera que disponía como amante. Esa pequeña travesura, claro, logró que Astrid olvidara por breves momentos, lo que era tener cordura y raciocinio.
La ávida conquistadora que seguía tocando cada esquina de su anatomía, le susurró— Mi pequeña Astrid Lawrence, si hay algo que jamás va a cambiar, es que el destino nos trajo aquí para jugar ser alguien. Somos alguien y, sin importar las circunstancias, debemos aceptar el rol que el mundo nos regaló, porque así hubo de suceder por alguna razón... Y a ti te tocó estar en la cima, mirando a todo ser con lástima y después convertirlo en tu protegido. Yo soy la única que te ve así, tal cual eres, Astrid. De esa forma siempre te he amado, y sé que en algún momento lo entenderás. Aunque nos separen, espero que siempre logres recordarme a mí y estas palabras.
«Fuiste construida para llegar a este momento y realizar lo que fuiste destinada a hacer».
Tan pronto como finalizó de susurrarle al oído, Alicia se separó y se alejó de Astrid unos pasos que luego fueron varios, hasta divisar con dificultad su rostro a la distancia. Con un sentimiento de melancólica añoranza, la heredera veía a su amor desvaneciéndose cada vez más de su vista, alejándose balanceando la mano derecha, con una inolvidable sonrisa que la sintió verdadera, aunque no feliz. Se había despedido sin poder darle cabida a más charla, más entendimiento. Parecía como si hubiera finalmente tocado una caja de pandora entre ambas, y Astrid comenzó a lamentarse.
Apoyada en un gran árbol, la joven que sufría por amor lloraba en silencio. Sufriendo, porque las únicas palabras de consuelo que pudo ofrecerle su persona más amada amenazaban por consumir su vida en una burda mentira.
''Pasaje 17''
Tan pronto como la soledad de la joven Astrid parecía envolverla en medio de su trágico sufrimiento, el viento comenzó a despeinar sus platinados cabellos, y ella los vio algo hipnotizada, cómo sus ondas fluían y en las puntas acababan por dividirse, escogiendo una pequeña brisa a la cual seguir y serle devota.
Sus ojos verdes como las esmeraldas estaban ahora opacos, cegados por las atiborradas nubes negruzcas del cielo que llovía con pena. Sus manos no podían ni abrazar sus piernas, por lo que descansaban en el pasto, pálidas e inamovibles.
De pronto, arriba de ella, las hojas se movieron con brusquedad, algunas cayendo encima de su cabeza. Aunque, en estado letárgico, Astrid parecía ignorar cada detalle vital que rodeaba su espacio.
—Oye, Astrid. —Se escuchó una suave voz, arrulladora.
La Lawrence cerró los ojos, y se concentró en el color, el matiz de aquel sonido que parecía una voz, aunque, una muy extraña que podría confundirla con el susurro del viento.
—Ha sido duro, yo te entiendo. La amas mucho, más de lo que ella podría imaginar, pero las propias palabras que quisiste sentirlas dulces, sabían amargas y dañinas... —Sentía que esa voz le hablaba a ella, a su verdadero yo—. No sufras más, mi doncella de la realeza. Hasta a un noble corazón pueden intentar lastimar, pero, tu nobleza además de hacerte perdonar, te hará seguir lo que para ti es verdad. Nunca dudes de eso, Astrid.
Al escuchar su nombre entre esa melódica y tan amable voz, finalmente reconoció la identidad de su interlocutor y abrió sus ojos en un solo parpadeo.
—¿Venti? —Mirando arriba de ella, notó cómo de un salto el jovial bardo apareció frente a ella, con una característica sonrisa que en la vasta noche iluminada por la luna llena, reflejábase la luz en cada facción, cada detalle de su rostro, que, transformaba por completo el significado de aquella sonrisa.
Astrid detalló la curvatura de esos labios, la miraban con madurez y entendimiento sincero, con un profundo respeto que le otorgaba su alma.
—Lamento haberlo escuchado, pero por un momento me quedé dormido sobre el árbol. Quisiera que sepas que si quieres contarme lo que sucede, con gusto estaré para ayudarte.
Sintiéndose repentinamente a gusto con la presencia de un casi completo desconocido, del cual no sabía más que su nombre y ocupación, intentó al menos sonreírle de vuelta.
—¿Por qué te preocupas por mí...? Apenas nos conocemos, Venti, pero siento cómo si realmente lo hicieras... Y yo me pregunto, si casi nadie a mi alrededor lo hizo, ¿por qué tú sí?
—Bueno, tal vez sea porque lo hago —respondió con simplicidad, sentándose a su lado e imitando la posición exacta de sus piernas—. Te veo así, y siento que no te has dado la oportunidad de conocerte a ti misma con más profundidad, Astrid.
Pese a que Venti no estaba mirándole a los ojos, sino al cielo, podía sentir cada palabra suya insertándose y encajando dentro del rompecabezas de su corazón.
—¿Por qué dices eso? —preguntó a la defensiva.
—Porque no estarías menospreciándote así, exponiendo a alguien que casi no conoces todas las inseguridades que te atemorizan y crees tuyas. —Venti abrió los ojos, percatándose que fue muy directo con sus apreciaciones—. O solamente, Astrid... hay muchas cosas en tu vida que te abruman, porque tienes temor a defraudar a las personas que te importan.
Lawrence enmarcó su ceja, bastante intrigada por las palabras tan detalladas que el misterioso joven hablaba como si las conociera a la perfección.
—Venti, ¿cómo sabes esto de mí? Yo... —Suspiró y decidió mirar a la misma dirección que él—. Jamás me sentí realmente feliz con mi vida desde que perdí a mi madre y con ella, también al hombre que antes era mi padre. Pero siempre me calmaba cuando veía dos cosas: al clavel blanco favorito de mi madre y la sonrisa vigorosa de todas las personas de Mondstadt. Y ahora que no existe ninguna de las dos, siento mi identidad perdida en un montón de caminos que no deseo tomar. No quiero convertirme en futura opresora del pueblo, Venti, ¡no quiero ser...!
—No lo harás. Nunca una opresora podría vivir con una consciencia tan pesada y despierta como la tuya, Astrid; nadie podría vivir sintiéndose eternamente culpable. —Sus ojos se desviaron para mirarla directamente—. Yo te veo Astrid, y veo en ti una futura heroína. Una futura heroína que, teniendo grandes sueños y amor para compartir con los demás, se vio intoxicada de un ambiente muy crudo e incapaz de brindarte amor. Pero no es una opción para rendirse, siempre habrán motivos por los que hay que tener fe. Fe en que vendrán cambios a tu vida, personas nuevas y mejores aliados, fe en que tú cambiarás y en que tienes la fuerza para cambiar.
Con los ojos entumecidos por las constantes lágrimas generadas desde su conmoción, dejó caer su cuerpo, bastante rendida y aún abrumada por cada palabra que Venti procuró comunicarle con tierna delicadeza. Reposó su cabeza casi como si flotara, aunque después permaneció estable y fija, en los suaves hombros de quien sentía que era su salvador.
—Querida Astrid, dulce doncella y futura heroína de Mondstadt, ¿acepta tu noble corazón mis palabras sinceras?
Con un delicado abrazo, le confirió toda virtud en que sus palabras ya habían penetrado toda barrera de dolor y sentimiento ponzoñoso; y ahora, su corazón pudiendo sentirse más tranquilo y su mente capaz de seguir un solo camino, lograron volverse uno y coexistir en armonía dentro de ella, en Astrid.
En medio del ambiente que parecía haber recobrado su cálido color, con las nubes disipadas y el alba llegando, Venti tocó su lira buscando plasmar en dicha melodía, cada sentimiento y emoción que, así como aparecieron, como una suave brisa de viento se alejaron y no volvieron.
Astrid, quien continuaba en los brazos del chico que ya no le era desconocido, advirtió que alrededor de la pequeña capa de aire que los rodeaba habían muchos pétalos rosados esparcidos. Siendo rezagos de un viejo amor despedido y bienvenida de una misteriosa sensación más cálida y reconfortante, los claveles rosados los acompañaron al compás de la brisa de los cambios.
(...)
''Pasaje ...''
—¿Cuál es tu flor favorita, Astrid? La mía es la Cecilia... —Miró a los ojos de la joven que lo tenía profundamente enamorado y la detalló con admiración, pudiendo adivinar a cuál de todas ella se parecía.
—Para mí... es el clavel. —Le devolvió la mirada, sonriendo con cierta melancolía—. Es la flor que con cada matiz y color diferente logró integrarse a cada parte de mi ser, me hizo sentir completa, consciente y afín con cada escenario que experimenté a lo largo de mi vida. Fue una flor que recibí de mi madre por amor, me hizo amar y amar a otros. A mí... y a ti... —Sus labios dibujaron una curva más pronunciada por los nervios y sus mejillas se ruborizaron sintónicas.
Venti acarició con delicadeza su rostro y ambos siguieron tomados de la mano reposando en el gran árbol donde podían amarse con libertad.
''Pasaje 24''
La historia que está contada para solo ser aprendida y no experimentada siempre ha permanecido invariable y expuesta a ser la única validada. Y es que, aunque esta no sea mentira, hubo un gran vacío que nadie fue capaz de revelar.
Habiéndose Astrid liberado de su antiguo amor, determinada a iniciar una revolución por la libertad, decidió proclamarse legítima heredera al trono en el momento en que su padre muere repentinamente, aparentemente envenenado. Comenzó a administrar de otra forma su clan, logrando que por momentos las personas lograran confiar en ella. Había conseguido ahuyentar a los Fatui y evitar que siguiesen reclutando a niños y soldados, logró reducir un gran porcentaje de la pobreza en las afueras de Mondstadt y consiguió que su sabiduría fuese plasmada de forma escrita en la biblioteca de los Lawrence. Aquel abrupto cambio produjo que, un día, se le revelara que Alicia siempre había sido miembro del clan rival de los Lawrence, Gunnhildr.
Alicia se convirtió en la rival que amenazó con destruir el imperio que intentaba reconstruir a base de la unión. El pueblo en algún momento tuvo preferencia por creer las difamaciones que Alicia compartía a detalle sobre la relación oculta que ambas mantuvieron porque, según ella, Astrid la había manipulado a pecar para poder derrumbar al clan Gunnhildr y hacerse con el poder.
Sin embargo, pese a los golpes bajos que nuestra heroína recibió y el desprecio inevitable del pueblo que, la obligaron a renunciar a su cargo y ser exiliada junto a los pocos integrantes restantes, ella nunca abandonó su amor por la gente. Y por azares del destino, en el instante en que las personas que la odiaban habían descubierto su escondite en Espinadragón, Celestia le decidió conferir una visión elemental, que, nunca quiso utilizar. Tampoco aceptó la ayuda del arconte Anemo, quien se había vuelto su proclamado protector en el momento que se volvió regente junto a Vennessa, la Caballera Diente de León.
En sus últimos momentos de consciencia, sintiendo las cálidas manos de su amado Dios del Viento llamarle, antes de recibir la primera daga en el pecho, juró solemnemente un discurso arrancado de sus anhelos más profundos:
—Yo, Astrid Lawrence, con el pesar y tormento que mi apellido ha esparcido en todos los hijos de la Ciudad de la Libertad, pongo mi voluntad de vida en ustedes, y, aunque mi vida finalice envuelta en medio de una crisis y no después de la venida de nuevos vientos, deseo que mi existencia de ahora en adelante permanezca sellada en pocas páginas de papel, y que, habiendo sido manifestada, no vuelva a ser mencionada jamás. Por último... —Miró a los ojos tintados como el cielo y la primavera de su amado Barbatos—. Que esas páginas sean recordadas solo por Barbatos, él podrá decidir si ustedes sabrán de mi existencia.
Siendo así sus últimas palabras antes de ser apuñalada con vil resentimiento, el devastado dios hubo de cumplir cada palabra y detalle que ella firmó en su testamento.
Hasta la actualidad, el paradero de Barbatos y de los restantes descendientes del clan Lawrence que alguna vez aterrorizó Mondstadt, era desconocido.
Y tal vez ahora, puedas entender el por qué de dichas cosas.
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