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⸺ (𝔡𝔯𝔦𝔱𝔱𝔢) 𝐋𝐀 𝐃𝐀𝐍𝐙𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐂𝐈𝐒𝐍𝐄 𝐍𝐄𝐆𝐑𝐎

Título del capítulo: La danza del cisne negro

Fandom: Genshin Impact

Fecha de publicación:

9/03/2024 - 5:12 am

Color asignado: Negro

Shipp: Eula x Amber

Número de palabras: 6733
(Cuánto lo siento, esta vez me excedí bastante x,D y a la apurada decidí enviarlo sin cortar partes. Este escrito se ha convertido en algo bastante personal, pero terminó encantándome y creo que valió la desvela. Espero que puedan darle una oportunidad pese a su extensión forradísima, me haría muy feli :'D)

LA DANZA DEL CISNE NEGRO


Ella nunca ha bailado para alguien más.

Siempre, desde que dio los primeros pasos como una pequeña estrella aprendiendo a brillar, se miraba a sí misma envuelta en un ambiente solitario, un terreno sombrío lleno de oscuridad; hasta que lo tocaba con uno de sus pies gráciles. Entonces, el escenario parecía seguirla como si fuera parte y estuviera conectado a su mente soñadora: sus pisadas difuminaban la melancolía, amargura, desesperanza y las esclarecía volviéndolas hermosos rastros de luz; que a la distancia podían guiar al alma que dormía y se sumía en el desconcierto.

Así era cuando fue una niña pequeña, hasta los cuatro años. En ese momento, con los cabellos finalmente liberados del clásico peinado que la hacía parecer una purísima princesita hija de la luna, y cuando su piel blanquecina y friolenta, tan lisa y compacta como la nieve de estación, había matizado un delicado rubor junto a escarchas de hielo por debajo de sus pestañas; ella fue consciente de que ya no solo dejaba rastros de luz, sino que, ahora visualizaba pequeños copos rodeando sus talones y podía sentir la gelidez permaneciendo latente en la parte inferior de su cuerpo, por debajo de su cintura. Su corazón había comenzado a latir de forma distinta, cada bombeo siendo independiente del otro; porque desde que ella cumplió los cuatro años todos los que le siguieron nacían del alma: desde sus grandes deseos por vivir y experimentar el mundo ejecutando su danza hasta el final.

Su alma siempre había sido artística; aunque, mientras iba creciendo fue dándose cuenta de otros potenciales que habitaban en ella, y así pudo descubrir que su mente también era muy buena para planificar o resolver problemas reales. Su recorrido académico había iniciado desde una edad muy temprana a decisión de sus protectores, quienes ella sentía mucho más gélidos que sus propios talones. Incluso más que la nieve y en el futuro podría afirmar que, más fríos que su propia visión. En su mente aún podía reproducir recuerdos de su crianza, en los que podía reflejarse perfectamente con aquella niña esmerada, llena de deseos por experimentar y alcanzar expectativas, la que danzaba para iluminar su propio camino lleno de incomprensión y que, había comenzado a perder el sentido de esa realidad en cuanto se vio avasallada por la necesidad de ser amada.

A sus dos años, había aprendido a enumerar hasta el cien y todas las letras de su lengua materna. Un año después, fue elogiada por haber aprendido a leer su nombre y el de los demás miembros de su clan. Desde ese momento hasta los catorce años, jamás volvió a distraerse pensando en cómo se veían sus pisadas en aquella oscuridad a su alrededor; y solamente, caminaba para llegar a una habitación donde acababa encerrada por varias horas, hasta que los rayos del sol ya no pudieran iluminar las páginas que le quedaban por estudiar. Después, moviéndose por mecanismo, pero intrínsecamente motivada por la insatisfacción con ella misma y la convicción por volverse ''esa'' persona importante para sus protectores, desenfundaba su lustrado estuche de cuero y comenzaba a practicar el arte con su mandoble durante otro par de horas; hasta sentir cómo todos los músculos de su cuerpo y sus innatas mejillas pálidas y frías se consumían por dentro, con un entullecido fuego que le hacían gritar hasta no poder más.

Sin embargo, aquellas horas de completo calor corporal en mente y cuerpo tan solo satisfacían a la primera mitad de su corazón, únicamente enorgulleciendo a sus progenitores. Sobre todo, a su padre. Él era como un héroe que siempre la inspiraba a volverse más fuerte, más digna de ser su sangre.

—Espectacular, hoy te has lucido muy bien, te mereces mis aplausos. Puedo llamarte con confianza mi hija, Eula. Eres una dama de la digna realeza y con este camino que sigues, solo te esperará el éxito, la conquista y el gobierno de tu clan. ¡Jamás dejes de iluminar con gracia y elegancia! Muéstrales a todos esos ineptos malagradecidos de afuera... el verdadero camino hacia la redención.

En ese instante, sus ojos habían mirado los de su padre, abriéndolos con deslumbramiento y con un extraño ardor en sus pupilas sofocándole por unos segundos. Esa fue una de las pocas y últimas veces que recuerda haberlo escuchado así de emocional, sincero, cálido por dentro. También fue una de las tretas más grandes que él hizo para presionar un falso letrero a su cabeza y atornillarlo en su frágil mente llena de neblina. Ese recuerdo había sido uno de los más bellos para su yo del pasado, pero con el paso del tiempo, había una incertidumbre que le hacía querer olvidar, ensombrecer ciertas palabras que guardaban una crudeza subliminal. Percibió la prepotencia, soberbia, egoísmo y falta de sensibilidad detrás de una turbia nieve que acompañaba a su familia, y ya no podía estar segura si realmente ellos deseaban dirigir a Mondstadt con orgullo o por orgullo.

En algún punto recuerda haberse quedado pensando con consternación, debatiendo varias corrientes de diferentes ideales y procedencias, con una desesperante adrenalina recorriendo sus pantorrillas y dedos de los pies. La extrema emoción había hecho que el día anterior de cumplir dieciocho años, se pinchase el dedo meñique con la aguja y dejase caer el canuto del hilo.

—Hija, ¿te sucede algo? Oh, ¿te pinchaste? Déjame ver... —Después de darle un vistazo rápido, su madre volvió a sentarse—. Ten mucho cuidado a la próxima, tus dedos no deben de verse lastimados para mañana, pues deberás tocar el piano delante de varios nobles invitados. Es parte de nuestra bienvenida para tu ceremonia como heredera legítima.

Eula abrió los ojos, sintiéndose culpable por cometer un desperfecto.

—Lo lamento, madre. Me encontraba distraída, pero ya estoy bien. Iré a vendarme y atender esta pequeña herida. Luego regresaré para terminar este bordado con usted.

Su madre negó con la cabeza, con cierta neutralidad en sus gestos— No, querida. Creo que lo mejor será que descanses, ya realizaste todas las actividades más importantes del día. Necesitas reponer energías, siempre eres muy afanosa y confío en que tienes un potencial mucho más grande de lo que crees. No te preocupes, yo terminaré de coserlo por ti.

—Pero...

Los labios de su madre soltaron un único suspiro. El único que Eula volvió memorable, pues su madre casi nunca dejaba entrever una que otra exclamación.

—No, querida. Ve.

En ese momento se sintió tan pequeña e inmadura, que mientras marchaba a su habitación desistió en volver a pensar con profundidad temas que no debía cuestionar. Se volvió a convencer a sí misma: la prepotencia, soberbia, egoísmo y falta de sensibilidad que percibía eran solo vagos y despreciables ''sentimentalismos'' y fantasías que alguna especie de demonio la hacía elucubrar. 

Tal vez estaba maldita.

No obstante, había una solución para aquello y la conocía muy bien desde que su mente fue domesticada. Siempre pensó que seguir el legado de su familia era el único camino correcto que podría traerle prosperidad a ella, su clan y el pueblo; y que debía hacerlo realidad. La indispensable tarea que le habían otorgado serviría para cumplir ese propósito, y es por eso que ella debía de ejecutarla: iluminar a los que se encontraban perdidos en costumbres blasfemas, como una bailarina que instruía con cada paso ideales firmes e inescrutables. Pero también, al mismo tiempo, Eula no deseaba obligar a las personas; y por si fuera poco, su clan ya no tenía el prestigio ni la confiabilidad suficiente para actuar o mostrarse ante el pueblo. Por lo que se preguntó: si el legado de su clan que buscaba gobernar era lo correcto, ¿entonces por qué así no lo creía Mondstadt?

—¿Tan si quiera puedo entenderme...? ¡¡Todos mis pensamientos son contradictorios!!

Subía las escaleras lentamente, con la cabeza baja y el peinado deshecho, sintiendo una falta de energía que luego fue reemplazada por ansiedad. Una extraña, fría, que le hacía estremecerse de nervios, comenzaba a quemar la sensatez y cordura que siempre procuraba preservar.

—No debo preguntarme sobre estas cosas, lo único en lo que debo pensar es en...

''Estudiar y leer sobre política y administración, entrenar, coser, practicar piano y violín, aprender de etiqueta, escucharlos y creerles, satisfacerlos, dormir. Estudiar, leer, entrenar, aprender lo que ellos quieren que aprenda, satisfacerlos y dormir... Hacer lo que ellos quieran y satisfacerlos... Satisfacerlos sabiendo que si no sintiera esta extraña necesidad, no lo haría... No lo haría..., no está bien. No es correcto''.

—... No... ¡¡No...!!

Aumentó la velocidad de sus pisadas, tropezando por accidente en el último escalón alfombrado. Aunque, inconsciente del exterior, se levantó y volvió a avanzar sin fijar la mirada en ningún punto, ni siquiera en su vestido blanco, que parecía haber sido desgarrado con salvajismo. Cuando su mente pareció por instantes dejar de exhalar pensamientos al fin se permitió respirar agitada, e inhaló todo el aire que le permitiesen sus pulmones.

Se encontraba desesperanzada de poder volver a ser la misma Eula Lawrence.

Sintió lágrimas rozar sus pómulos extrañamente cálidos, con una aflicción que la hacía perderse en un mar de nieve derretida: ''Debe ser eso, algo anda mal conmigo... Es probable que nunca haya sido alguien normal, mi imaginación o mi vista nunca fueron normales, esas sombras que podía ver alrededor mío seguramente eran...''

—Tal vez eran manifestaciones de la oscuridad. Siempre los libros sagrados con los que me inculqué desde mi iniciación mencionaban la apariencia de esas manifestaciones. Yo... nací maldita...

Al intentar despojarse del sentimiento de pulcritud, un pequeño rayo de luz esclareció sus correcciones. Tampoco era que se sintiese sucia y con el alma corrompida, nunca había intentado desobedecer las reglas que le enseñaron de pequeña, entonces... ¿Estaba mal que alguien como ella no le aterrorizara la idea de vivir en un mundo oscuro, con el suelo difuminado y liso como pista de baile, el cuerpo inferior cálido y vigoroso, y los talones fríos llenos de escarcha?

Por alguna razón, aquel escenario que solo podía explicarlo ella misma, había desaparecido en cuanto se sumergió al mundo de los deberes impuestos, del amor que ella creía recibir a cambio de sus esfuerzos, y cuando se hizo consciente de que el escenario real donde se encontraba no poseía solo un danzante, sino varios. También, en el momento en que despertó otra parte de ella: su juicio. Se dio cuenta de que el mundo no giraba alrededor de ella y sus pisadas llenas de luz, y que esas sombras en realidad eran personas que velaban por su crecimiento para brindarle otra forma de iluminación; así que intentó conectarse con ellas. Sin embargo, cada sonido, pisada, movimiento y gesto de esas personas no los sintió armoniosos ni cálidos. No era que ellos no tuviesen luz, sino que, parecían no querer mostrarla.

Eula comprendió que en el mundo donde vivía, no todos los danzantes que compartían la misma pista querían danzar como ella. Cada uno se movía a un compás y tempo diferente, buscando una manera de salir de esa perturbadora oscuridad sin saber que, si miraban hacia abajo, encontrarían su respuesta de forma inmediata.

Esa era la causa de que varios solo podían pensar de acuerdo a sus propios intereses o les fuera complicado entender a otros, empatizar o sentirse parte de este mundo como un ser vivo más. Andaban perdidos en la propia oscuridad del mundo sin poder definir esas sombras que los juzgaban, y al no salir de ese círculo, no se permitieron disfrutar del goce por ver la pista siendo iluminada con cada paso suyo. Por ello, no sabían bailar.

Una persona que bailaba era alguien pleno y satisfecho con su vida que no le importaba qué tan oscuro se le apareciese ese entorno nubloso, porque sabía que si quería encontrar un mejor compañero que la oscuridad, debía observar la luz de su propio ser. No importaba nada más que eso: el centro propio, la pureza de uno mismo llamando al alma a vivir. ¿Acaso estaba mal pensar así, era aquello una retrospectiva egoísta? ¿Realmente era ella una niña que nació poseída por el demonio, quien siempre fue retratado como algo desagradable, mundano y destructivo?

Eula ya no se encontraba muy pensativa, pero tampoco saciada. Después de años sin haberse preguntado por la desaparición repentina de su poder oculto, su mundo sombrío, volvió a erguir su postura y apretó la mirada como siempre hacía cada vez que debía aprender algo nuevo, y caminó sin detenerse, pasando incluso por la puerta de su dormitorio.

En cuanto llegó a su destino, visualizó la gran puerta frente a ella. Un lugar amigable que le había ayudado a recibir varios elogios y la vez uno de los espacios más gélidos en los que ha permanecido sin sentirse feliz: la biblioteca. Tragó con inseguridad y tratando de no generar mucho ruido, solo abrió uno de los picaportes sin cerrarlos de vuelta.

Adentro, por primera vez se sintió como una desconocida; sin saber cómo ni por dónde comenzar a buscar el libro adecuado para lo que quería averiguar. Para empezar, no creía que algún contenido extendido en los estantes más concurridos pudiera abordar temas tan delicados y de origen tabú como el que investigaba aquel momento. Decidió caminar más al fondo, en los pasadizos empolvados que ningún sirviente limpió porque Lord Lawrence había prohibido su ingreso.

—Por primera vez romperé una regla... Y de mi padre...

Dubitó por unos segundos en dar el siguiente paso, viendo que el suelo lleno de polvo y telarañas no le daban una señal muy cordial de bienvenida. Trató de suponer que su padre debería tener motivos por los que prohibió el ingreso; posiblemente eran documentos de gran confidencialidad.

—Creo que no buscaré por aquella zona, tal vez... no sea necesario.

Murmuró con cierta desilusión en la punta de la lengua, sintiendo el cansino sinsabor del sometimiento obligarla a retirarse. Se dio la vuelta para abandonar la sala, pero escuchó un pequeño crujir y, un instante después, el sonido de un metal pesado caerse junto un objeto distinto.

En vez de realizar una exclamación alarmada, Eula volteó y a sangre fría se asomó a la escena con precaución, concentrada en averiguar y verificar que todo estaba bien. Aunque, cuando sus ojos capturaron la imagen de un libro en el suelo junto al candado oxidado, extraños escalofríos le instaron a inspeccionarlo. Una fuerte intuición la llamó a abrirlo.

Tomándolo con cuidado, sopló la portada para verlo mejor. Un destello de luz lunar se asomó a través del gran ventanal entramado de la biblioteca, haciéndole posible leer el título. En voz alta, lo leyó como si estuviese recitando una clase de oración o un maleficio.

—La danza del cisne blanco.

La portada era bastante llamativa, aunque sus ilustraciones no parecían relacionadas al título mismo; sino que, retrataban un paisaje que parecía de ensueño: coronado por el cielo de tonos anaranjados y rosáceos como el atardecer, siendo cubierto por colinas verdes que asomaban tímidas en el fondo y daban protagonismo a un riachuelo de gran longitud, que se conectaba a un hermoso lago pristino con frondosa vegetación alrededor. Sin embargo, todos los bellos elementos que parecían vivientes a la lejanía, estaban vacíos. Carecían de algún protagonista o personaje sobresaliente.
De cierta manera, aquel escenario emanó una súbita frialdad y extraña sinuosidad ante la interpretación de Eula.

Con mucha delicadeza, acarició los bordes y se dio cuenta de que había algo muy suave dentro. Abrió las páginas hasta llegar a ese objeto que despertó esa sensación extraña pero cómoda. Tocar aquella suavidad le había contagiado una repentina calma, un sosiego que le hacía despertar esperanza y piedad, transmitiéndole un mensaje desde un lugar muy lejano y al mismo tiempo, dentro de ella:

«Tranquila, pequeña. Todo sucede por una razón, y lo más importante es siempre seguir intentándolo. Debes tener paciencia y esperar la llegada del momento indicado, ya que cuando uno realmente anhela algo, es porque deberás de conseguirlo en esta vida».

Ante una comprensiva voz que juró sentir en la lejanía, cerró los ojos y al libro dejando de sentir aquel suave tacto que la había hecho suspirar, sin llegar a fijarse del objeto que se trataba. No intentó cuestionar el razonamiento que explicaba con sentido el origen de aquella delicada brisa comunicándose con su alma. Comenzaba a hartarse de siempre tratar de prohibirse sentir libertad, y de creer que había algo más detrás de las creencias que siempre le enseñaron. Muy probablemente, el testimonio de su manifestación podría haber perturbado a todos los miembros de su clan si les contaba uno por uno, o incluso, la habrían encerrado y exorcizado creyendo que se encontraba demente, poseída por un ser demoníaco. Sabía que, aunque siempre los había escuchado decir que Dios existe y que la biblia es su prueba manifiesta, nunca mencionaron tener algún encuentro divino o con el cielo; de hecho, consideraban que toda persona que promoviese la entrada de palabras de seres diferentes, solo eran charlatanes. Eso justamente, le parecía bastante irónico e irrespetuoso.

Decidió caminar de regreso a sus aposentos, sosteniendo el libro firmemente junto su pecho y los latidos palpitándole con una desacostumbrada calidez. Su memoria le trajo otro recuerdo de hace años, cuando una vez un pequeño niño del pueblo se había extraviado y terminó desamparado frente a las puertas de su hacienda. Lo siguiente que le escuchó decir cuando ella intentó ayudarlo, fue:

«Ya me siento mejor. He rezado y agradecido al arconte Barbatos, como mi madre me lo dijo. Si te dejas llevar y tienes fe, podrás sentir un viento que te guía y lleva a tu destino. Creo que ya sé dónde está mi casa, ¡muchas gracias, señorita!»

En su momento, Eula nunca dejó a esas palabras ingresar a su cabeza, pues ella también se había sentido muy acostumbrada a no involucrarse con misticismos y "presencias divinas" de índoles diferentes a la católica. No obstante, ahora comenzaba a replantearse la idea y por primera vez, se interesó en conocer un poco más a Barbatos, también conocido en la ciudad como el Dios de la Libertad.

Cuando ingresó a su cuarto, completamente agotada y sin ganas de moverse mucho, lo único que hizo aprovechando —por primera vez— su privacidad, fue acostarse en su cama con su casi andrajosa apariencia, similar a la de una novia abandonada en el bosque o la de una princesa que huyó de su trágico destino. Pero, sintiendo la necesidad de estimular su mente, atrajo al libro consigo y prendió levemente la lámpara. Lo volvió a abrir desde la primera página. Parecía la apertura de un cuento mágico, lleno de imágenes simbólicas y seres fantásticos.

Contaba la historia de ciertos ángeles con una apariencia diferente a los demás, que tenían pico, patas y majestuosas alas blancas. Aquellas singularidades tan perfectas hicieron que los humanos que los adoraban decidieran bautizarlos como cisnes. Ellos fueron una especie enviada por el cielo para inspirar a la humanidad a seguir el camino del bien y la rectitud, a siempre ser puros en mente y alma, y no dejarse llevar por las tentaciones ni deseos oscuros.
Poco a poco, las páginas comenzaron a enfocarse en un pequeño cisne, una princesa joven que algún día iba a reinar a todos los cisnes y los guiaría con los ideales del padre que los creó, hasta sus últimos alientos.


(Pag. 6)

"Sin embargo, el alma de la princesa que refulgía como una llama eterna, ocultaba a veces con melancolía cierta preocupación que nació desde el día en que su padre falleció:

—¿Cuándo nuestro señor vendrá a visitarnos, a iluminar este mundo con sus bellos cantares y enseñanzas? —Se preguntaba la pequeña, a solo unas cuantas lunas de que sucediera su coronación como reina—. ¿Y por qué..., por qué mi padre falleció de una forma tan cruel, si desde nuestra existencia nos juraste que éramos ángeles inmortales, Señor?

Su corazón se sacudió con incomodidad y esa noche, visualizando con atención la luna llena, le suplicó al padre de la creación que, donde quiera que se encuentre su espíritu y alma, le confiriera la fortaleza necesaria para asumir y prosperar con el trono que pronto le sería otorgado. El pequeño corazón de la princesa latía con desenfreno; por primera vez en su vida se sintió insegura y, su voluntad para servir a los demás de naturaleza genuina, la sintió utilizada para un fin incierto".



Al terminar de leer el fragmento, rápidamente volteó la página; pero no esperó que estuvieran arrancadas. Lo que seguía de aquel pequeño párrafo, para consternación de ella, fue inquietante de leer. Eran párrafos discontinuos que cada vez se volvían más sombríos.



(Pag. 10)

"Se había escapado. No pudo evitarlo, en cuanto se dio cuenta de que su corazón puro ya no era el mismo y se había interesado por un mundo desconocido que sus congéneres veían por debajo de ellos: el mundo humano. Ya no sabía en qué lago ella se encontraba, pero sabía que no existía ningún otro en la Tierra que fuese igual de cristalino y limpio que el lago de los cisnes.

Debía de aceptar su nuevo hogar si es que deseaba continuar siguiendo su nuevo sueño: la independencia.

Por última vez, la princesa rezó bajo la mirada de la luna llena; y, ante la sensación de haber traicionado al Señor de los Cielos, derramó una lágrima cristalina que se unió con delicadeza al lago solitario.

—Mi creador, por favor perdóneme. No he podido cumplir el único deber que me diste, no he seguido tus palabras y me he desviado del camino... He sido egoísta y no supe que mis sueños podían llegar a producir el desequilibrio en las vidas de otros. No volveré a causar molestias a nadie más, mi querido Señor. Por última vez, por el lazo hasta ahora inquebrantable que he tenido con usted, y a la vez con agradecimiento, le suplico por favor que me permita tener una vida distinta. Ya no pertenezco con los demás cisnes, no podría regresar... Yo le daré cualquier cosa que usted me pida, lo haré con gusto y le prometo siempre servirle. Me preocupan mucho los humanos, pero me entristece que los mandamientos de mi reino no les permita darles una segunda oportunidad. Todas las almas nacen siendo puras, señor".


Las páginas parecían cada vez más deterioradas.



(Pag 13)

"De nuevo se miró a sí misma reflejada en el agua no tan cristalina de su lago, y volvió a admirar las orillas con anhelo. Lo único que se permitía hacer era volar y nadar, ¿por qué sus patas en la tierra la convertían en un ser vulnerable, lento y sin gracia?

—Algún día, por lo menos podré caminar sobre el agua —pensó sin reflexionar mucho".




(Pag. 15)

"Cuando supo que tampoco los humanos la entendían por sus sonidos, pensó que los cisnes no estaban destinados a comunicarse con ellos; no obstante, aquello no le hizo desistir de su utópico sueño de convivir junto a ellos en armonía. Así que aprendió a hablarles a través de sus movimientos, y poco a poco, se percataba de que más personas venían a verla a ella, ya no al lago de sus congéneres. Tal vez era porque a los demás cisnes no les interesaba conectarse con seres que veían como inferiores. O posiblemente porque ninguno de ellos había aprendido el arte de danzar".


Finalmente, llegó a la última página legible.



(Pag. 18)

"Aunque un día, todo hubo de terminar para la pequeña princesa desertada. Él había llegado para tomar lo que le fue ofrecido a cambio de su independencia, y esa sería la última vez que pudo sentir una calidez en la luz divina de su Señor, así como en la ardiente sangre que corría por sus venas".



Con la tenue iluminación que ofrecía su lámpara y el inquieto palpar que sus dedos ejercían en las hojas desgastadas con tinta, Eula observó una pluma negra deslizarse a través de su palma. Ese era el objeto que le había trasmitido aquella sensación de familiaridad y libertad. Teniendo una ligera certeza de algo, la olió con sutileza. Su aroma no parecía para nada influenciado por el polvo y el olor de la tinta vieja; de hecho, desprendía una fragancia dulce, como a canela y de cierta manera, a un aroma cálido que le hacía recordar al sol.

Sintiéndose descargada de todas sus preocupaciones, Eula dejó el libro sobre la mesita de noche y aún sosteniendo la pluma, se acostó en su cama con solemnidad, sumiéndose casi con inmediatez a un profundo sueño.


Desconocía la hora, el minuto, segundo, el instante en que su mundo onírico comenzó a tomar cuerpo y volverse uno con sus sentidos.

—Despierta.

Inmediatamente, como si aquella voz ejerciese poder sobre ella misma, despertó del escenario anterior. Con sensaciones friolentas, pequeños temblores; todo su cuerpo comenzó a estremecerse ante la inquietud por encontrarse en medio de un ambiente vacío y lleno de oscuridad.

En cuanto movió un pie, escuchó el sonido del agua agitarse debajo de ella, y al mirar el suelo, la luz del reflejo de la luna le hizo darse cuenta de que se encontraba sobre un lago.

—Mírame, Eula. Tú me salvaste, eres alguien muy buena. —Una fina voz femenina le susurró al oído. Apenas Eula se percató de la cercanía, se deshizo del agarre a su cintura con una expresión exaltada.

La sensación de su cuerpo casi levitando, los escalofríos en los dedos de sus pies, sus manos casi invisibles ante sus propios ojos, el cromatismo dicotómico de ese lúgubre escenario que parecía rezago de un paisaje alguna vez exuberante y vivaz; se sentían bajo el sometimiento de una fuerza extraña. Y aquella muchacha de ojos dorados, —si pudiese llamarla así y no un espécimen con una belleza exótica más allá de este mundo, o un ángel que a su vez era demonio—; se encontraba en su propia pista como la danzante principal y voluntad superior de aquel sombrío paraíso.

—¿Quién eres? N-No me toques con tanta confianza, yo soy... —De pronto, abrió los ojos. Había olvidado su apellido—. ¿Quién soy...?

La chica de las mejillas rosáceas y cabello castaño como tostado por el sol, volvió a aproximarse a ella, riendo con suavidad— Aquí no necesitamos eso, puedes olvidarte de ello, Eula ¡Verás lo bien que se sentirá! —dijo emocionada agitando sus majestuosas alas negras, sosteniendo las manos de la humana que se encontraba desorientada.

Eula no supo cómo reaccionar cuando se conectó con aquella mirada tan persuasiva, dulce, cálida, de aquella extraña muchacha vestida de blanco; con un vestido tan pulcro y delgado como el de una ninfa de alma pura. Sin embargo, su más íntima necesidad por dejarse llevar en aquel enigma tan melancólico y a la vez, bello y confortante, hizo que aceptara aquel ínfimo toque. Dejándose guiar a través del mágico lago nocturno tan solo iluminado por la luna llena, se dio cuenta de que sus pies se movían por sí solos. Contrario a extrañarse por los movimientos que nacían de una extraña calidez en su pecho, ignoró sus pensamientos porque, al fin y al cabo, ella siempre supo danzar.

—¿Ves? Sabía que eras especial, Eula. No puedes dejar de ser tú, esto está en tu naturaleza. Eres especial...

—¿Por qué dices eso...? Siempre me había gustado danzar, pero en algún momento de mi vida dejé de hacerlo. Ya no podía ver esa pista frente a mis ojos. —La observó con detenimiento, la mirada quieta, dejando que su cuerpo la guiase alrededor de los pasos de ballet que ejecutaba a la misma precisión que sus latidos.

—Es fácil perderse en el mundo nuevo que te recibe con cariño y calidez...; pero desde siempre, todos nacimos con el mismo don, tenemos una luz en nuestro interior que es superior a cualquier otra clase de poder.

—¿Luz superior...?

—Sí, es una luz capaz de iluminar tu propio camino y el de otros, brindar armonía y paz. Todas nuestras almas nacen con el propósito de mantener un equilibro. Algunas logran despertar y conectarse consigo mismas, otras no.

Casi deteniendo sus pasos, intentó observar sus manos, pero no le era posible distinguirlas— Pese a no recordar mi apellido, todavía siento una extraña frialdad. Como si todo esto fuese a acabar en un parpadear. —Mientras más veía a través de sus ojos dorados, más le colmaba quedarse en aquel escenario, pues sabía que pronto lo extrañaría—. Cuando despierte... de nuevo volveré a ser sometida a lo que ellos dictan. No sé quiénes sean, pero tú, alguien a quien jamás conocí antes, eres mucho más cálida y genuina que ellos.

—Jaja, me hace sentir bien tus palabras, Eula... —La muchacha le sonreía con dulzura, las pupilas resplandeciendo y sus ojos mirándola con profundo amor. Eula pudo sentir el aliento del pequeño ángel rozar su oreja, y un aroma a canela inundar sus sentidos—. ¿Sabes...? Creo que sé lo que quieres. ¿Por qué no lo haces? Véngate. De ellos. No van a renunciar a ti, pero no saben que solo tú puedes decidir eso, ¿verdad?

—¿Cómo? ¿Qué dijiste? —Nunca antes alguien aparte de su clan le había inculcado sobre la venganza. Se imaginó acciones repudiables, incluso macabras, aunque aquel pensamiento estaba bastante alejado del verdadero significado que la muchacha intentaba decirle.

—Es un decir. Ellos realmente no se preocupan por ti como tú. No querrán que te marches para ser feliz..., que te abras camino tú misma. Ellos no quieren que eso suceda, pero tú sí. Deseas ayudar a Mondstadt y contribuir a una justicia e igualdad que los libere de los planes egoístas de tu familia. Ese, será el mejor regalo y pesadilla que les podrías dar. Esa es tu venganza.

Los pies de Eula comenzaron a temblar de emoción, como si ante aquella idea se hubiera encendido su voluntad— Yo no deseo que me miren, nunca realmente quise su aprobación. Ahora... me siento con la suficiente fortaleza para decirles adiós, a dejar de moverme como ellos quieren. No me involucraré con aquellos que interfieren con mi camino y la verdadera plenitud que dicen que darán a los demás.

—Exacto, ¡bien dicho! A todo esto, ¡hay que celebrarlo con un baile!

Repentinamente, la chica de los cabellos tocados por el sol dejó de lado su anterior seriedad, y sus ojos dorados brillaron como si en ese instante su alma estuviera llena de la más profunda ternura. Cuando tomó la mano de Eula para comenzar un lento vals, no se imaginó que ella fuese a tomarla de la cintura.

Los ojos violáceos de la rebelde hija de los Lawrence examinaban al ángel con más calma, sin pensamientos que ahogasen su mente; y en ese instante, juró sentir algo más que su corazón latiendo desenfrenadamente enamorado. Poco a poco sus cuerpos se inclinaron, hasta que sus rostros casi chocaban.

—¿Quién eres? ¿Eres un ángel que vino a ayudarme en mis sueños?

—No... —murmuró con un tono apagado; tocaron esa herida que aún no terminó de sanar—. Si te fijas en mis alas...

—Las vi, me parece que son las más hermosas que he visto en mi vida.

Entonces, la bella muchacha que alguna vez fue princesa, la miró con los ojitos llenos de lágrimas. Parecía suplicarle detenerse de sus lindas apreciaciones.

—Eres muy dulce, Eula... Me gustaría que te quedaras conmigo para siempre aquí, quisiera bailar contigo hasta que esta luna eterna me deje liberarme de mi maldición.  —Sus lindos dedos tan cálidos como las llamas del carbón, se aferraron a los dobleces de su ropa con cierta necesidad.

Eula se quedó quieta, aunque decidió hacer caso a su impulso y al poco tiempo de sentir su pecho estallar con latidos acelerados, la abrazó de vuelta.

—Yo no provengo de un padre celestial bondadoso como siempre idealicé. Le ofrecí cualquier cosa a cambio de mi independencia y por eso he sido castigada. Si hubiera sabido que este lugar quedaría confinado de oscuridad infinita y vacío..., tal vez...

Poco a poco, mientras seguía observando la expresión de tristeza de la chica a la que deseaba consolar, sus párpados comenzaron a pesarle mucho. Sus pies se estaban preparando para los últimos pasos.

—Tal vez... no me hubiera convertido en la leyenda del cisne negro destinado a perecer en esta oscuridad, seguiría siendo la princesa cisne de un cuento de hadas. Hubiera reinado sin conocer el disfrute de la danza, la belleza de la humanidad y... jamás hubiera experimentado el sentido de mi vida.

Antes de cerrar los ojos, Eula tomó la mejilla de la princesa con sus últimos esfuerzos, y el mundo oscuro que antes solo la iluminaba a ella ahora parecía darle protagonismo a alguien más. Había sido la primera vez que compartió la pista de baile de manera auténtica, y, se dio cuenta que bailar sola jamás la había hecho sentir más completa que ese bello vals.

Hasta sus últimos momentos de consciencia, intentó memorizarse las últimas palabras que le dijo la única mujer que sintió cálida en su vida: ''Gracias por haber compartido esta danza conmigo, Eula... Te amo''.


Cuando despertó, Eula ya no era la misma de antes. Siempre con la imagen de aquella joven etérea, el ángel sin nombre que la había salvado de enterrarse en un desierto que la calaba por dentro; comenzó a moverse al compás de sus propias pisadas.

Eso por ejemplo, hizo que apenas finalizara de ejecutar con su piano el Vals del Minuto en su cumpleaños dieciocho, se levantara de su banco y, con la misma frialdad que heredó de los Lawrence, les dirigió la palabra por última vez; despidiéndose de ellos sin importarle las represalias que sabía que le esperaban una vez desertara. A su vez, tampoco consideró preocuparse por encontrar su armario vacío, quedándole solo un vestido negro con las blondas caídas y un aura que representaba la muerte de su dignidad como noble.

Y ya habiendo recogido sus maletas, encontrándose parada en el margen del portón que era frontera entre la hacienda y la capital de Mondstadt, se quedó a escuchar los últimos insultos y cizañas de los grandes, más jóvenes, de todos los familiares que alguna vez la elogiaron por verla como el estándar y la esperanza del resurgimiento de la realeza aristocrática.
Se quedó a escucharlos por última vez, porque sabía que después de irse del complejo adoctrinador hipócrita que la educó, ya no iba a regresar a verlos de nuevo.

Lo único que verdaderamente lamentó hasta el momento en que sintió una gelidez llena de emociones duras y de resentimiento que poco o nada antes había tocado, fue que el libro que había cambiado drásticamente su vida, se quedó en los estantes empolvados donde lo encontró aquella vez; completamente incinerado e irreconocible, así como el resto de escritos de aquel sucio estante prohibido que habían sufrido las consecuencias del conservadurismo cruel e inhumano de su padre.

Habiendo caminado hasta llegar a unas ruinas abandonadas y con restos líticos, tal vez buscando calentar sus músculos o sentirse más viva y liberada, se percató de que la misma gelidez fúnebre que golpeaba con insensibilidad sus venas y arterias después de abandonar su antiguo hogar, ahora comenzaba a acercarse más a su corazón, sus latidos, movimientos.

''Véngate. De ellos''. —Escuchó la voz de su ángel hablarle a su corazón frío, sus talones sin tacto ni luz y a sus manos relajadas todavía tersas. Su lengua probó el sabor del hielo que comenzaba a masticar. Estaba desabrido, mas el frío ya no le hacía estremecerse.

Las sensaciones habían llegado por sí solas, pero su conciencia le decía que su vida no podía basarse en solo sobrevivir con aquel vacío innombrable. Así que, continuó caminando hasta pisar la cima de una colina frondosa y seguidamente, sus tacones negros marcaron un compás que dio inicio a un tango.

Esta vez danzó calculando sus pasos, delimitando cortes, pausas, movimientos de transición y fugas del clímax. Sabía que iba a ser una de las últimas veces que danzaría para ella misma y, definitivamente, la última vez que lo haría para saciar la vulgar necesidad de sentirse limpia, con el sudor ardiente fundiendo las escarchas del hielo que congelaban su vengativo corazón. 

También sabía que, aquel vestido negro como la noche y similar a los cuervos renegados que vivían del rechazo, era la prenda más hermosa y acogedora para encarnar la amargura de su danza final, representar la vulgaridad y la elegancia exótica, completamente pulcras y a su vez, corrompidas. Es así como decidió llamar a aquellos pasos convalecientes de melancolía y hermosura: La danza del cisne negro.

Sin embargo, la absorbente pista sombría de sus meditaciones volvió a difuminarse como una cortina de humo, tan pronto le alarmaron ciertos estímulos del exterior. Decidió parar con la suficiente fuerza y coraje, y se acercó al rastro donde provenían perturbadores sonidos agresivos, salvajes. Había escuchado minutos antes unos pequeños movimientos en los arbustos cercanos, aunque ahora había algo más. Se estaba llevando a cabo una pelea. 

En el momento preciso, llegó para cuando la víctima desarmada intentaba esquivar el ataque bestial de un Mitachurl. No fue capaz de observar bien a la muchacha, pero incidentalmente, justo después de rozar su mano para protegerla, sintió unos dolorosos escalofríos poseyendo sus palmas y garganta, a cada instante percibiendo el cuerpo congelársele y, súbitamente, su mandoble emergió un letal filo glacial que acabó con la vida del monstruo. Tan pronto como su adrenalina disminuyó, un alivio apareció y consoló todo su cuerpo, regresándole calidez al pecho y las manos.

Pudo entender que todo este tiempo su convicción y fuertes sentimientos la habían hecho merecedora de una visión cryo. El arconte anemo siempre había escuchado todos sus lamentos, peticiones de paz llevadas por el viento, su gran deseo de poder cambiar su vida y volverla suya. Aquel extraño eco que escuchó cuando abrió ese libro por primera vez, había sido él.

—Wow, ¡acabas de obtener una nueva visión! Eres alguien muy afortunada, pocos ciudadanos de Teyvat son escogidos por los dioses, ¿sabes? Es seguro que Barbatos ha visto tu capacidad y la acaba de reconocer. ¡Estuviste increíble!

Algo desconcertada por los eventos tan drásticos, su espada cubierta de hielo y una voluntad despierta que sentía motivarle como nunca antes, giró su cabeza en lenta retrospectiva, detallando a la chica que acababa de salvar dando brinquitos de emoción.

—¿Tú...? Espera...

—Oh, l-lo siento, me he emocionado mucho... Muchas gracias por salvarme —dijo una pequeña chica de cabellos castaños, rascándose la cabeza con cierto nerviosismo—. Estaba en un apuro extraño, normalmente no me pasan estas cosas, jeje...

Eula no podía creerlo; sin embargo, ese iba a ser el único día de su vida que recordaría hasta su actualidad, como el día en que todos los sucesos más atroces, mágicos y hermosos se juntaron para plasmarse en su mente de forma inaudita e irrepetible. La estaba viendo a ella, a su ángel, en carne propia y completamente humana, con un planeador tan idéntico y majestuoso como las mismas alas negras que había visto en sus sueños. Retrocedió unos pasos y agachó la mirada, sintiéndose algo avergonzada de igual manera. 

—Tú fuiste quien se escondió detrás de los arbustos, ¿verdad?

—A-Ah... ¿C-Cómo lo supiste? Digo, pues... Sí. Es que... me quedé observando tu danza y sin pensarlo me distraje. Bailas muy hermoso, tan elegante como un cisne.

—Como un cisne... —El que ella lo reconociera era una coincidencia en su día aún mayor. Sintió que su visión comenzaba a nublarse, pero la intuición le decía que claramente, aquella chica guardaba una conexión con ella que no debía de ignorar.

Es por ello que, apenas escuchó decirle su nombre por primera vez, no dudó en presentarse por quien realmente era; sin ninguna pena en contarle algún dato de su oscuro pasado u origen. Y, tal como lo imaginó, no solo Amber era una chica completamente etérea y cálida para ella, sino que, su bondad y libertad la volvían incapaz de juzgar a alguien, incluyendo a las personas más retorcidas que se ocultaban tras una máscara sonriente. Aquella tierna muchacha con una linda diadema roja y el espíritu aventurero que explicaban su ferviente pasión junto su visión pyro, más tarde le revelaría el otro lado de la moneda; permitiéndole acompañarla y convertirse en su acompañante cercana. La única compañera con la que compartiría su pista de baile.

Pero hasta llegar a eso, —el momento que pudo convertirse en caballera de Favonius para proteger Mondstadt y cuando se ganó su amor—, Eula solo podía seguir repitiéndose la primera conversación que tuvieron cuando se conocieron, con el sabor de las palabras dulces y picantes que le hicieron descubrir su propio sentido del humor.

—¿Y qué son esas alas que llevas atrás tuyo? ¿Eres... un ángel?

—¿E-Eh? Claro que no, ¡no existen! Esto es un planeador, es un objeto muy conocido aquí en el pueblo de Mondstadt, sobre todo porque es un magnífico invento que nos permitió volar por los cielos.

—Ya veo, jamás había escuchado hablar de uno antes. ¿Te gusta planear con ellos?

—Oh, si supieras... —Amber sonrió y se señaló con orgullo—. He sido campeona del Campeonato de vuelo en Mondstadt... ¡tres veces seguidas! Me encanta planear porque siento la brisa y el cuerpo libre de preocupaciones, se siente como si flotaras.

Cada vez que Eula veía a Amber dar saltitos de alegría, no podía evitar contagiarse de ella. Le gustaba que la luz de su presencia fuera capaz de sacarla de ese mundo gélido y solitario al que estaba acostumbrada.

—Algún día me gustaría intentarlo, pero antes debo... —Miró de reojo sus maletas— ir a buscar un lugar donde alojarme.

Amber pareció pensar algo por unos instantes y luego la tomó de la mano con otra gran sonrisa— Déjame ayudarte, conozco unos buenos lugares donde puedes quedarte. Ah, y no te preocupes, todos serán amigables y serviciales contigo. Es una lástima...

Estaban descendiendo de la colina a pasos acelerados.

—¿Qué es una lástima?

—Oh, nada en especial... Solo que como eres bastante fuerte y me pareces alguien muy genial, podrías inscribirte para volverte una caballera de Favonius. Por ejemplo, yo soy una caballera exploradora, me encargo de vigilar y encontrar anomalías en lugares de campo abierto.

—¿Servir a gente que desprecia a personas descendientes de tiranos, como yo?

Amber creyó que Eula se había incomodado con su sugerencia— Uh... No, no te preocupes, solo me imaginé que podrías convertirte en una. No lo hagas si no te agrada la idea, jeje.

—Nunca dije que no me agradara la idea. —Amber se giró sorprendida y la miró. Sus irises dorados parecían brillar más que nunca. Cuando intentó preguntarle emocionada "¿Eso significa que...?", Eula la interrumpió usando un tono altanero y marcado acento aristocrático—. Sin embargo, por más que lo que digan otros de mí ya no me afecte ni pueda empeorar mi moral, es muy osado pedir algo así sabiendo que hace poco te he salvado por un descuido tuyo al verme danzar... Y es aún mucho más descarado haberme espiado mientras bailaba tango con absoluta concentración. ¿Tienes algo que decir al respecto?

—No... Yo... —Amber se había quedado estática, sin saber qué decirle o hacer para enmendar sus errores. La mayoría de personas podrían haberse hartado, pero ella sentía que a pesar de que las palabras de Eula pudieran sonarle algo extrañas, guardaban un razonamiento peculiar que, a su manera, tenía sentido. Y, lo más curioso, es que ella misma se encontró debatiendo con sus extraños deseos en querer escucharla reclamarle de nuevo—. Cuánto lo siento, Eula... Eh, dime, ¿hay algo que pueda hacer para hacerte sentir mejor?

Eula hizo todo lo posible por evitar sonreír, aunque ver a Amber cayendo en su improvisado papelón de tirana la hizo fracasar al primer intento— Sí, aunque esto aligere las trasgresiones y las consecuencias de mi venganza, da la casualidad de que...

Un gruñido en su abdomen comunicó su mensaje fuerte y claro; pero esto, por supuesto, no lo tenía planeado en su guion. Tampoco las reacciones que seguían a la vergüenza y nervios que experimentaba cuando le hablaba a Amber con aquella actuada faceta suya.

—Ah, ¿tenías hambre, Eula? ¡Debiste decírmelo antes! Yo invito, ¿deseas comer en algo en particular?

—... Te dejaré decidir el lugar, siendo que no conozco Mondstadt muy bien, además de la hacienda de mi familia. —Sintiéndose bastante vulnerable, intentó compensar la vergüenza que sentía soltando un carraspeo amargado—. Me da curiosidad saber de tus gustos. En otras palabras, sorpréndeme.

Eula para nada intentó pensar que sus palabras parecían una proposición para una cita. Aunque comenzó a pisar el suelo con ciertos nervios y a sentir un leve vértigo subirle por sus mejillas, ella estaba segura que: jamás. Pero la vida estaba llena de excepciones a la regla, y por eso, luego aceptó que... una salida no era el fin del mundo.

—Por supuesto, ya sé qué lugar podría gustarte. ¡Estoy segura de que no te decepcionarás! En Mondstadt hay un restaurante famoso y bastante reconocido por todos los habitantes de la ciudad, se llama El Buen Cazador. ¡Iremos allí!

Sintiendo el calor de las manos de Amber reposando sin temor alguno, en las manos de alguien que en un pasado oscuro podría haberla oprimido, Eula comprendió que aquella muchacha, tan dócil y de buen corazón como Amber, podría ocultar el mayor secreto detrás de la armonía. Si bien hubo muchas circunstancias que desencadenaron las decisiones drásticas que tomó en su corta vida de cuna de oro, sabía que la más prominente era la presencia de una persona con su luz despierta. Y era ella. Una joven de su misma edad y pensamiento, pero con un alma refulgiendo de amor infinito para sí misma y los demás.

Ese día había vuelto a conocer a un pequeño ángel, pero esta vez estaba decidida a no dejarla escapar. Tenía fuertes deseos de protegerla a ella, agradecerle por las cortas sonrisas que purificaban su alma y avivaban la venganza que cada día, forjaba más para sí misma que para los tiranos que alguna vez fueron su familia.

Por ello, siempre que finalizaba sus deberes como Caballera de la Marea subía a aquella colina para volver a danzar. No regresó a juzgar "La danza del cisne negro", pues ahora la había vuelto un ritual de agradecimiento.

Cada movimiento de aquel sacudido y agonizante tango, junto al mismo vestido tan sombrío como el lago fúnebre de la princesa cisne, lo dedicaba a cada uno de sus verdaderos protectores.

A Barbatos y a la ciudad por haberle enseñado el arte de los placeres y haberla aceptado en las tierras de la libertad.

Y también a Amber, pues en este escenario al igual que en sus sueños, la había vuelto a salvar.


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