Sumergida en la espesa bruma de los suaves y verduzcos viñedos más grandes de Mondstadt se refugiaba una gran hacienda, patrimonio de Mondstadt y del primogénito de Crepus Ragnvindr, quien alguna vez fue el antiguo líder del clan más privilegiado de la ciudad del viento. Entre el enmarañado alojamiento cubierto por el bosque y las propias paredes de la hacienda, se resguardaba un anillo escondido en una cajita sellada con marcas divinas del elemento anemo, que se hallaba dentro de un cajoncillo de escritorio. Cada día el pequeño picaporte de la gaveta era deslizado un par de veces al día: en la mañana, antes de que el sol terminara de exponerse, y en la noche, vanguardista desconocedora del alba. Y así como aquel oculto hábito, también habían lágrimas fúnebres, que brotaban por un luto inacabado e iban dedicadas al mismo motivo de la angustia:

Una cascada de lágrimas gélidas que despedían una y otra vez a esa luna que el joven dueño del viñedo amó, pero que se había olvidado de él.

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Érase una joya con hermosas tonalidades misteriosas, devenida de innumerables tradiciones y milenarios tabúes que la consagraban como una bendición para los corazones que eran rechazados. Nacida desde las lágrimas de una pequeña diosa corrompida que fue abrasada por el karma desolador de sus antiguos súbditos, este anillo reconstruido por el mismo demonio solo podía simbolizar algo: la maldición vestida de realidad deseada, una ilusión sin posibilidades de existir en el futuro, cercano o lejano; de tristes corazones insatisfechos, corazones que anhelaban antes y por encima de cualquier otra necesidad, el amor de alguien que jamás podrían obtener.

Así, desde la llegada de esa joya al mundo humano, la diosa Ilusión ha pasado por millones de exquisitas experiencias, incontables contratistas que aceptaron sus servicios a cambio de consecuencias desquiciadas, y ha presenciado con fascinación cada crisis y rotura psíquica, cada descenso de esas almas que siempre empobrecían progresivamente. Con cierto resentimiento oculto, ella visualizó un retorcido objetivo dentro de su oscura maldición: la misión más viva desde su perenne alma fragmentada por el odio kármico era, traer a otras almas la misma decadencia espiritual, emocional, física y mortal que ella sufrió por haberse enamorado de su propio asesino.

Ilusión llegaba para ofrecer sueños y esperanzas, creaba anhelos donde la tierra fértil esperaba por la semilla de amor; pero en realidad, su misión giraba alrededor de las crudas palabras que aprendió después de ser traicionada: el desamor.

Siendo más que un simple artilugio cargado de energía elemental, la diosa del anillo jamás se imaginó que después de tantas almas que logró corromper, una pudiera salvarse del final que le tenía preparado para ella.
Un joven de cabellos azules y mirada gélida, el último contratista en acabar con ese ciclo interminable de futuras agonías, pudo evitar su trágico destino después de ser rescatado por quien era su ser amado platónico. Sin embargo, su salvación le costó perder todos sus recuerdos, sentimientos, que pertenecían a una realidad que pudo construirse: donde ambos amantes cual sol y la luna, hubieron de unirse y aceptar su amor.

Aunque cuando el salvador reparó en aceptar sus verdaderos sentimientos por el joven de Khaenri'ah, las consecuencias más duras y dolorosas por haberlo librado de su maldición se convirtieron en su propia cruz de expiación, que encadenó su corazón y desde ese día jamás abandonó sus pensamientos.

Por ello, cuando su misión con dicho anillo había terminado y ya se había cumplido el mayor trato con la diosa, el joven Ragnvindr no quiso saber más de él. Decidió guardarlo en un lugar muy oculto, donde nunca pudieran encontrarlo y no se especulara algún escenario controversial que fuera a repercutir con su inmaculada imagen en Mondstadt.

«Deseo desaparecer por completo la existencia de este anillo. Pero eso solo será posible en el momento que pierda todos sus poderes...»

«Me temo de que no soy capaz de hacer eso. Ya no poseo esa clase de poder, me he debilitado bastante con el pasar de los años... Pero puedo intentar sellar su espíritu y alma relegándolos de su miasma kármico. Haré eso, y así Ilusión ya no podrá atormentar más vidas en Teyvat. Aunque a cambio de este arreglo, quisiera pedirte un favor: Por favor mantenlo protegido, siempre. No hay que permitir que esta fina pero perturbada joya vuelva a estar en las manos equivocadas, y eso también incluye las tuyas...

Este anillo ha concluido el periodo de su misión y no debe volver a quitar la libertad de seguir viviendo con voluntad propia a uno. El amor real nunca encadena, Maestro Diluc, ¡jamás! Y por si en algún momento cree sentirse vacío y desamparado de nuevo: Nunca dude en consultarle a su corazón sus verdaderos deseos, porque los verdaderos son las necesidades que le comunica su alma. No hay nada más real que eso, ¡no las ignore, verá que realmente la felicidad de uno siempre estuvo a su propio alcance!»

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❝ Una dulce ilusión no es capaz de sobrevivir si se encuentra inmersa en un mundo satisfecho, conectado con su alma. Pero estará más que encantada en permanecer y condenar a los seres insatisfechos, sin amor propio ni una identidad clara que guíe sus vidas.
Los que no conocen su verdadera esencia ni su verdadero origen, buscarán encontrarlo en el exterior, allá donde, las ilusiones sobran y las realidades escasean; y donde el alma se pierde mientras la mente felizmente recrea ❞.

—D.R.