El caer y resurgir del trueno.
Cuando el universo comenzó, todo estaba desordenado, caótico, inhabitable. Tuvieron que pasar miles de años para que las masas ardientes que flotaban por el vacío se enfriaran y endurecieran para formar estrellas y planetas, sistemas solares, galaxias.
Pero aún entonces seguía siendo brutal, no había términos medios, estaban el frío del vacío y el calor de las estrellas, nada, por más duro que fuese, podría sobrevivir a eso.
Fue entonces que el universo mismo desprendió partes de si para que se encargaran de crear vida y hacer de la existencia apta para sustentarla. Así nacieron los primeros dioses.
Algunos dioses se mantuvieron en el espacio, ya sea vagando por el infinito y creando vida por donde pasaran, pero perdiendo interés poco después: los celestiales.
O en su defecto asegurándose que el universo fuera habitable, manteniendo a raya cualquier cosa que lo pusiera en peligro pero siendo incapaces de dar la vida, tal fue el caso del Unmaker, creado para absorber agujeros negros.
Otros dioses, más interesados por sus creaciones, se asentaron en el planeta de estas para asegurar su bienestar, en muchos casos adquiriendo habilidades que les permitieran controlar algún elemento o característica del planeta a voluntad.
No fue raro que los dioses formaran familias, ya sea con otros dioses o con alguno de los mortales que crearon, formando los denominados panteones. Usualmente había un solo panteón por planeta, dos en algunos casos, muchos planetas incluso carecían de deidades pues al ser llenados de vida por los Celestiales fueron dejados a su suerte.
Pero hubo uno, un pequeño planeta lodoso, el tercero más lejano a su sol, que resalto por la exorbitante cantidad de dioses que se asentaron en el. Y cada dios formo su propia familia, provocando que en poco tiempo, el planeta albergara a más de diez panteones. La disputas no se hicieron esperar, los panteones no se ponían de acuerdo y querían tener el control. Sus guerras provocaron la extinción de cientos de especies a lo largo de tiempo, las más cruentas causando eventos que más tarde se conocerían como extinciones en masa.
Tardaron en darse cuenta de lo que sus acciones provocaron pero al hacerlo una tregua fue formalizada y cada panteón tomo un trozo del planeta. Así, una paz como nunca se había visto tomo lugar. Por primera vez:
Olímpicos.
Nórdicos.
Egipcios.
Aztecas.
Mesopotámicos.
Japoneses.
Y muchos otros se ponían de acuerdo en como sería la vida en el planeta. La vida ya existía, pero debía haber algo, un ser superior, dominante, que estuviera por encima del resto de criaturas, uno que los hiciera sentir orgullosos.
Tras mucho discutir, todos aceptaron crear una criaturas que se asemejara a ellos pero que no contara con sus mismas habilidades. Lo llamaron: Humano.
Pero al crear a los primeros humanos se dieron cuenta de algo. Durante millones de años ningún dios había prestado atención a lo que sucedía en la tierra, ninguno estuvo allí para cuidar de las criaturas, todos estaban centrados en la guerra, por lo que la vida tuvo que evolucionar, adaptarse a la brutalidad del entorno para sobrevivir. Sin saberlo, sus conflictos habían moldeado a criaturas brutales y hostiles.
Toda la tierra estaba plagada de estas criaturas y cada vez que intentaban introducir a los humanos en algún lugar, los dinosaurios los atacaban y hostigaban. Los que no perecían entre las fauces de aquellas bestias se veían obligados a refugiarse en cuevas, condenados a la oscuridad.
Estaba claro, con los dinosaurios en la tierra, la humanidad jamás prosperaría. Los dioses debían intervenir así que, haciendo gala de la misericordia que los caracteriza, se deshicieron de ellos.
Una vez con el camino libre, comenzaron de cero, dejaron que la evolución siguiera su curso (con ligeros empujones aquí y allá) para que eventualmente, la humanidad surgiera con un mundo entero para explorar y conquistar.
Los primeros años, la edad dorada, fueron un goce para todos, la humanidad era feliz y agradecida, adoraban a sus dioses por los regalos que les habían dado y los dioses los observaban, interviniendo a su favor en todo lo que se presentaba. Pero todo eso acabo cuando él apareció.
Años, milenios, eras enteras de consumir oscuridad, apreciando como otros daban en milagro de la vida y lo menospreciaban cuando a el se le negó, lo corrompieron. Decidió que su labor no era suficiente, sino podía crear, iba a destruir.
Usando el poder absorbido a lo largo de su existencia comenzó su camino de devastación, destruyendo a toda deidad que se interpusiera en su camino. Otras deidades de panteones distintos, relegadas a labores menos o humillantes mientras sus familias recibían toda la gloria simpatizaron con su causa, uniéndose a el. El Unmaker les dio una mínima parte de su poder, convirtiéndolos en sus heraldos, La Hueste Final.
Fue entonces, que tras un encuentro con el Unmaker y la hueste, un Celestial logro escapar agonizante, con el objetivo de advertir a sus hermanos sobre el peligro inminente, más pronto se dio cuenta de que no llegaría hasta ellos, por lo que siguió el rumbo que aquellos destructores seguramente seguiría para advertir al siguiente objetivo, fue así como llego a la tierra.
Los dioses llegaron a el, pero era tarde para hacer algo. Tras su advertencia, el Celestial se desplomo sobre el hielo ártico, irremediablemente muerto.
Los dioses tuvieron posturas divididas respecto a lo ocurrido. Algunos no le dieron importancia a la muerte de un Celestial, creían que con el poder combinado de todos los dioses terrestres nada podría hacerles frente. Algunos otros se mostraron preocupados, como los anteriores tenían plena confianza en que vencerían pero temían que inevitablemente algunos dioses perecerían. Por su lado, unos pocos tomaron en serio la advertencia, preparándose para estar listos a la llegada de la orda.
No mucho tiempo después, la Hueste final llego a nuestro mundo, causando una devastación como pocas veces a sido vista. Dioses, semidioses y su campeones mortales alrededor del mundo se unieron para hacer frente a la amenaza, pero las bajas comenzaron desde el minuto uno.
-¿Por qué haces esto? ¡Alguna vez fuiste un dios!- poderosos truenos se podían escuchar a kilómetros de distancia, pues el poderoso Thor estaba en combate.
-¿Sabes acaso lo que es acabar con la vida de las criaturas que tanto amas?- pregunto con verdadero dolor su enemigo, golpeando a Thor en intentando rebanarle con su hoz, siendo esta bloqueada por el poderoso Mjolnir -Claro que no lo sabes, tu invocas la lluvia y trueno, fomentas la vida, mientras que por milenios, yo me vi obligado a ¡arrebatarla!- exclamo el dios de la muerte, empujando a su enemigo y logrando un corte en su armadura.
-La muerte es parte de la vida, todo buen dios sabe eso. Tu, en cambio, solo eres un caprichoso al que se le negó su voluntad- afirmo Thor, provocando la ira de su enemigo. El dios de la muerte fallo una cuchillada, pero logro bloquear el martillo con su arma, generando una onda expansiva al chocar ambas armas.
A lo largo y ancho del mundo, peleas como estas tomaban lugar, en algunas los invasores eran derrotados, en otras, héroes y dioses caían. Pero la batalla principal tomaba lugar en lo que hoy sería Arabía Saudí, donde los reyes y reinas de cada panteón enfrentaban al mayor de los males, el Unmaker.
Zeus, Ra y Odín se protegían bajo un escudo, creado por este ultimo, de un ataque de la gran máquina, un rayo de energía verde disparado desde su brazo. Las tres deidades lucían heridas y cansadas, pero ninguno estaba dispuesto a rendirse, morirían luchando de ser necesario.
En las alturas, la diosa Ereshkigal y el dios Quetzalcóatl atacaban con todo su poder al ser de destrucción.
-Serpiente, tengo un plan, necesito que lo distraigas- pidió la diosa, a lo que la serpiente emplumada asintió. Manifestando su gran poder invoco una lluvia de fuego que afecto al Unmaker, haciéndole retroceder y frenar su ataque hacía las otras deidades, que se unieron a la batalla con rayos, magia y energía solar. El Unmaker recibió un impacto de luz celestial en la nuca, ataque que verdaderamente lo daño, girando la cabeza para disparar rayos energéticos desde sus ojos, pero al impactar su objetivo ya se había desvanecido. Entonces una gran llamarada llamo su atención, golpeando a la serpiente con su gigantesco puño, más el dios se aferro a este, tratando de fundirlo con sus llamas. La máquina tuvo que forcejear con el mientras luchaba con el resto de dioses, logrando alejarlo al liberar un agujero negro, del cual Quetzalcóatl se alejo para no ser absorbido.
Desde el suelo Odín se vio obligado a frenar su ofensiva, usando su magia para manipular el agujero negro y que no consumiera al planeta.
Pero algo paso, el Unmaker sintió algo. Alguien trataba de matarlo, podía sentirlo. No tardo mucho en deducir de quien se trataba. Con sus ojos negros miro a la diosa Mesopotámica, la cual grito y callo al suelo retorciéndose. Quetzalcóatl, quien no había caído lejos, se acerco para socorrerla, pero no pudo hacer nada, la máquina le devolvió a Ereshkigal su propio ataque y esta ahora se desvanecía, hasta no dejar ni sus cenizas. La serpiente rubio de rabia y dolor, bañando su cuerpo en llamas y volando, en un ataque suicida, directamente a la cabeza del Unmaker, la cual logro atravesar.
Aquello no mato al devorador de oscuridad, pero lo aturdió lo suficiente. Entonces dos criaturas masivas entraron en escena, una serpiente marina y un enorme mastodonte que parecía una montaña andante, ambos se lanzaron contra la máquina, reteniéndola con todas sus fuerzas para que el resto de dioses le atacaran con todo lo que tenían.
Rayos, magia, fuego y hielo envolvieron al destructor el cual, en un último enfuerzo, logro partir a la mitad a la serpiente y arrancarle la cabeza al monstruo, pero no pudiendo evitar un ataque divino desde frente de él directo al pecho, que lo derribo. Estaba hecho, jamás se volvería a levantar. Los dioses empezaron a festejar su victoria.
La celebración se apodero del lugar, mientras un único dios se acercaba a la cabeza del moribundo Unmaker para asegurarse de su muerte, pudiendo así escuchar, sus últimas palabras.
-A ustedes que tanto gozan de la alabanza de sus creaciones, los maldigo. Su vida a partir de este día dependerá de sus creaciones, mientras menos les recen, más se debilitaran y cuando no quede un solo devoto, morirán- maldijo la gran maquina, pereciendo al fin.
Odín no tomo en serio la amenaza en primera instancia pero momentos después, muchos dioses comenzaron a morir sin razón aparente, fueron aquellos que ya habían sido olvidados o cuyos devotos habían muerto durante la invasión.
Lo que siguió no fue algo lindo. Los dioses se volvieron brutales, recompensar ya no era suficiente, comenzaron a usar el miedo para asegurar las oraciones, sacrificios fueron ordenados y ofensas castigadas. Al final no fue suficiente y la última guerra celestial tuvo lugar, la más sangrienta de todas. El Paraíso fue el único panteón que no participo.
Más no todos los dioses fueron cegados por su supervivencia.
-En algún lugar de Grecia-
Un anciano hechicero se sentía honrado, pues estaba en presencia del poderoso Zeus.
-Escucha con atención mago, la era de los dioses esta por llegar a su fin y no pienso dejar a la humanidad a su suerte. Por eso te elijo, quiero que busques campeones puros de corazón para recibir y usar estos dones en favor de la humanidad: La sabiduría de Salomón, la fuerza de Hércules, la resistencia de Atlas, el coraje de Aquiles, la velocidad de Mercurio y mi poder, ¡El poder de Zeus!-
-Egipto-
-Mientras existan los malvados, existirá alguien para castigarlos. Nadie bajo el amparo de la luna debe temer, pues ahí estaré- recito una deidad, dejando como una prueba de su existencia una máscara blanca con una media luna pintada y una pequeña estatuilla de si mismo.
-Asgard-
-Vamos hijo, mientras aún conserve algo de mi poder- Thor asintió, sujeto su martillo frente a el y recito.
-Todo aquel que sea digno, portara el poder de Thor- sus palabras quedaron grabadas a un costado de Mjolnir, el cual giro y lanzo con todas sus fuerzas, dejando que aterrizara en Midgard -Y yo estaré para guiarlo- completo.
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