Cualquier chofer en la tierra te dirá lo mismo; hay pasajeros que uno nunca olvida, y hay pasajeros por los que uno no se detiene.

Un caso ejemplar de ambos dichos es María Infante. Una mujer rubia, adinerada, que muchos Chilenos suponen es la rubia de Kennedy - un espectro asustador que pide el servicio de innúmeros taxistas en la avenida Presidente Kennedy, ubicada en la comuna de Vitacura-. 

La joven -según reportes de diarios de la época- falleció a los 25 años el 8 de octubre de 1978, en un accidente automovilístico junto a su novio, en la intersección de tal avenida con la calle Gerónimo de Alderete.  Pero no vino a ser conocida por la tragedia en sí, sino por volverse un alma pena, que busca perpetuamente una forma de alejarse de la zona del siniestro y volver a casa, sin jamás lograrlo.

Pese a que no hayan pruebas físicas de su manifestación, testigos de ella no faltan. Y todos relatando los mismos rasgos físicos, la misma actitud nerviosa, la misma mirada confundida que caracterizan a esta pobre mujer.

Algunos choferes hasta han logrado hacer que se suba a su taxi, solo para ver a su espíritu desvanecerse en silencio unas cuadras más abajo, o escucha un alarido estridente que los haga frenar de golpe y percatarse de su ausencia.

Películas y documentales se han hecho sobre la dama. Un centenar de historias ya se han contado a su respecto. Pero su fama no deja de crecer, así como su alma no deja de deambular por el pavimento, para siempre perdida y sin destino al que alcanzar.

Si llegan a visitar esta avenida por la noche y sienten un frío atípico en la espalda, sepan que no están solos. Si deciden dejarla subir a su automóvil o simplemente dejarla a un lado en la acera, conozcan los riesgos que ambas decisiones conllevan. Y siempre, sin dudar, sean amables con esta aparición. Lleva cuarenta y tres años caminando por el área, al final de cuentas. Debe sentirse sola.