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La Pascualita

La pobre niña murió en el día de su boda. O al menos, eso es lo que se dice. 

Algunos culpan a una viuda negra por envenarla, otros a un alacrán, e incluso hay leyendas de novios celosos o magos oscuros siendo los responsables de su muerte. Pero qué le pasó, o cómo sucedió no viene al caso, lo importante es saber que falleció joven y que -para empeorar las cosas- lo hizo el mismísimo día de su boda.

Su madre, Pascuala Esparza, la acompañó de cerca hasta su triste final.  Vio como el brillo de sus ojos se apagaba y la lozanía de su mirada se perdía. Rezó por la ayuda de los Santos, rogó por un milagro de la Virgen y esperó por una intervención divina que jamás llegó.

A veces, aunque Jesus baje a la tierra a intervenir por los pecadores, no puede hacer que su Padre cambie de idea. Hay destinos que están tallados en piedra. El de la muchacha era uno de ellos.

La pobre señora Esparza entendió esto cuando el reloj anunció la medianoche.


Ella, siempre tan regia y seria, había pasado aquel funesto día llorando como un infante, incapaz de hablar, de razonar, o de hacerle caso a cualquier entidad ajena a sí misma. Su corazón de hielo se había derretido al ver al cuerpo de su chiquita, inmóvil sobre su cama, vestido de blanco y preparado para un altar en el que nunca llegó a pisar.

Tan solo al ver las manecillas del reloj, apuntando las doce, la señora se levantó sobre sus pies, se secó las lágrimas y decidió hacer algo respecto al cadáver de su hija.


Primero, hizo llamar al sacerdote, para que bendijera el cuerpo. Luego, dejó que el prometido de la niña se despidiera de ella para siempre. Y cuándo el religioso, el muchacho y el resto de su luctuosa familia se marcharon, en vez de continuar con la vigilia a solas la señora Esparza hizo que una de sus empleadas llamara a un taxidermista.

No dejaría que la belleza de su hija fuera destruida por insectos, ratas y arácnidos. No dejaría que sus cálidos ojos se cerraran, ni que sus delicadas manos se descompusieran. No, su chiquita era muy valiosa para que esto sucediera. Merecía un final más digno, más respetable.Así que, del crepúsculo al alba, la joven novia se transformó, de humana a maniquí.


Su madre al inicio la dejó estar en sus aposentos, mientras el pueblo en el que vivían se olvidaba de la tragedia y de los trazos que conformaban el rostro de la joven. Algunos meses se pasaron y entonces, aprovechando la llegada de algunos maniquíes nuevos que había comprado para su tienda, la señora Esparza llevó a su hija a su lugar de descanso definitivo ; la vitrina de la boutique.

Por su realismo, muchos de los habitantes de Chihuahua se negaron a creer que se trataba apenas de un maniquí común, y al recordar la muerte de la hija de la tienda - cuyo apodo solía ser Pascualita- una leyenda nació; ambas figuras eran la misma entidad.


Pese a las dudas, a los miedos, y a todas las preguntas que rodearon a la señora Esparza y a sus empleados, nadie nunca abrió la boca y la verdad sobre esta historia jamás se supo.

Pero hasta hoy corre el cuento que, todos los días, en la hora exacta de su muerte, uno puede ver a los grandes ojos de la Pascualita moverse de lado a lado, buscando en vano a su madre, a su novio, o cualquier otro ser amado que pueda librar a su alma de su prisión de piel y huesos.

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