Anagiga
Había mucho movimiento, criaturas de todas las clases, formas y tamaños recorrían los pasillos. Unas salían y entraban de cuadros que se encontraban pegados a las paredes, otras simplemente atravesaban los muros desafiando las leyes de la física, también estaban aquellas que se teletransportaban en los pasillos o llegaban por este medio. Había puertas que se abrían y cerraban solas, con formas tan extrañas que con simples palabras seria difícil describirlas.
Las criaturas volaban, corrían, caminaban y se arrastraban a diferentes velocidades. Los pasillos, las escaleras y las puertas a mi alrededor cambiaban a un ritmo impresionante. Los utensilios como cortinas, candelabros, lámparas, tapetes y demás decoraciones también se comportaban como seres vivos uniéndose al tan meticuloso caos.
Sora avanzaba deprisa pero no chocábamos con nadie, todos se movían con tal precisión que daba la sensación de que todo estuviera planeado. Vi minotauros enormes caminar a mi lado por los estrechos pasillos sin siquiera tocarme ¿Cómo se me había podido pasar tanto movimiento cuando recorrí los pasillos con Yaboth?
Llegamos a una gran sala con grandes estantes repletos de libros; había muchas mesas y sillas donde criaturas de apariencia erudita discutían ferozmente o simplemente leían, incluso llegue a ver a media docena de libros correr de una horripilante criatura, la cual libro que cogía lo despedazaba y se lo comía.
Estos pasaron por mi lado lo que me asusto y me hizo retroceder. Me estrelle con un Anagiga (“Gigantes” de unos 4 metros, totalmente blancos, con tres ojos, sin nariz, y orejas y labios diminutos; con ropajes de arena de aspecto majestuoso. Una raza con una morfología bastante extraña).
Todos dentro de la sala se detuvieron, un silencio incomodo impregno el ambiente. Las puertas desaparecieron, los cuadros se tornaron grises y los pasillos se cerraron. En menos de un minuto no quedaba ni la mitad de los seres que hace poco recorrían el lugar, incluso algunos se teletransportaron apenas el Anagiga se volteo a ver quien lo había golpeado.
De inmediato, Sora jalo mi mano y se interpuso entre el Anagiga y yo. Una de las criaturas que antes se encontraba hablando o discutiendo con el gigante blanco, de apariencia de reptil y plumas de colores encendió su mano con fuego morado y apuntándole a Sora lanzo el elemento.
El Anagiga detuvo el proyectil y de inmediato se torno morado, segundos después recupero su color original y con un gesto le pidió a sus acompañantes no inmiscuirse en el asunto ― Humana, no te interpongas entre el torpe y…
Me miro y quedo mudo, sus ojos se iluminaron había visto algo que llamo su atención. Movió su mano izquierda y Sora contra su voluntad siguió el movimiento, terminando al otro lado de la sala.
El enorme ser entonces dio unos pasos y quedo frente a mi, junto sus manos y hablo.
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