El cuento de Daphne y el príncipe orgulloso
Había un reino muy hermoso y prospero al que no le faltaba nada, pero los reyes no estaban contentos con tener riquezas y bonitos prados; querían, además, que su único hijo fuera un héroe, que fuera el dueño y señor de todo lo que pudiera ver y tales deseos le inculcaron al príncipe desde pequeño. Al crecer, también lo tuvo todo: atractivo, atención y un trono listo para ser tomado. Sin embargo, él quería más.
Un día, mientras cabalgaba con su padre y aprendía sobre el reino, notó un lejano bosque en la llanura, el cual nunca había sido nombrado.
—Oh, ese es el Bosque durmiente. No pertenece a nuestro reino —contestó el rey con una mueca. Para el príncipe fue evidente que eso no le agradaba al padre, pero no entendió realmente porqué incluso cuando él siguió—: es el bosque de Daphne.
—¿De Daphne? —preguntó el príncipe, extrañado.
—Así es. Allí vive la hermosa diosa de la naturaleza. Ese bosque es de ella.
El príncipe no pareció conforme con la explicación.
—¿Cómo puede ser de ella si ella ni siquiera está aquí?
—Se retira a dormir en el invierno —continuó el rey, con impaciencia—. Por eso cambian las estaciones. Ahora, con la primavera, la diosa despierta.
Pero el príncipe no se sintió satisfecho. Él nunca había visto a Daphne y realmente era de muy mala educación que ella nunca se hubiera pasado a visitar el reino en el que se alojaba su bosque, por lo que él hizo un gesto desdeñoso hacia la imagen que se le presentaba en la lejanía. Si la diosa realmente estuviera allí, como juraba su padre, ella simplemente debería saber de su reino y de ese príncipe.
—Las diosas nunca nos visitan —espetó, espoleando a su caballo para continuar.
Luego de esa tarde, el rey y el príncipe no volvieron a hablar del bosque y de la diosa por años. El joven se convirtió en un hombre vigoroso, confiado y prepotente que podía llevarse el mundo por delante y cuando sus padres le pidieron que escogiera a la princesa más bella y más rica del mundo por esposa, él repasó sus opciones centrado más bien en lo que sus dotes podía ofrecer.
Entonces, un rumor pasajero llegó hasta el castillo y los plebeyos se emocionaron con las noticias. Alguien había visto a una hermosa mujer en el límite del Bosque durmiente y no cabía duda alguna de que se trataba de Daphne y que ella ocultaba en el bosque grandes secretos, magia y beneficios a los que los mortales no podían acceder.
El príncipe escuchó la noticia y enseguida comprendió que no había mejor partido que una misma diosa. Después de todo, el Bosque durmiente estaba realmente dentro de su reino y por ende este mismo le pertenecía, con los secretos, la magia y los dones que Daphne ocultaba.
Sin decir nada a nadie, temeroso de que su plan fuera copiado por otros nobles y príncipes de reinos vecinos, ensilló a su caballo y partió rumbo al Bosque durmiente para reclamar lo que le pertenecía.
Al llegar, no se sorprendió de que el bosque no se resistiera a su paso. El príncipe atravesó, rápidamente y sin problemas, gran parte del trayecto. Pero, días después, consideró que estaba perdido y que había cosas muy extrañas en ese lugar. Varias veces, le pareció que los árboles se movían y que los animales huían de su encuentro. Ni siquiera las fieras más agresivas se presentaron en su camino. Sin embargo, como el príncipe tenía comida y agua necesaria para sobrevivir todavía más tiempo allí, continuó.
Fue entonces cuando encontró un pequeñísimo castillo aparentemente deshabitado. Bajó de su caballo, mirando a su alrededor con pocos ánimos. No era esa la grandeza que esperaba hallar en el centro del bosque, mucho menos era siquiera un lugar digno de un mercader. Allí no podía vivir ninguna diosa.
En príncipe hizo un gesto desaprobatorio y estuvo a punto de marcharse, pero una voz melodiosa y encantadora lo guió hacia la orilla de un río. Una mujer con el cabello largo hasta el suelo cantaba entre las piedras y baila al compás de la música del viento, una música que el hombre no podía escuchar.
Fascinado, no tardó en hacerse notar por la joven y se presentó con gran pompa y atrevimiento.
—¿Quién eres tú? —preguntó ella, aún cuando el príncipe había acabado de decir su nombre y su título—. ¿Y qué haces aquí?
—Vengo a cortejar a la diosa Daphne para convertirla en mi esposa.
La muchacha frente a él permaneció en silencio y el príncipe estuvo a punto de perder su sonrisa. Después de un largo silencio, ella relajó los hombros.
—¿Por qué crees que la diosa se casaría contigo?
—Soy un príncipe. Heredaré uno de los reinos más importantes del mundo y...
—Yo no conozco reyes ni reinos —replicó la mujer, alzando una mano—. Aquí tu título y tu valía a costa de él no son más que palabras vacías.
—¿Cómo que palabras vacías? —dijo el príncipe, indignado. Por un momento, había creído que la joven era la famosa diosa, pero se veía sencilla, normal y bastante humana y, sobre todo, carente de modales—. Este bosque, al final de cuentas, pertenece a mi reino. Está dentro de nuestros límites.
Las cejas de la muchacha se estrecharon. Ella ladeó la cabeza, incrédula de lo que acababa de oír.
—Estas tierras son sagradas, príncipe —dijo, acentuando la última palabra—. Tú título y tu poder aquí no valen nada. No eres más que hombre, mortal y solo.
El príncipe hizo un gesto con la mano y se acercó a ella.
—Deja de insultarme, muchacha. ¿Está o no está la diosa aquí?
—Ella jamás se casaría contigo —contestó ella, con una sonrisa cansada, pero él no notó que su expresión connotaba que no deseaba estar en su presencia—. No eres más que un hombre tonto y obtuso.
El príncipe se ofendió y la trató con desprecio, como a cualquier campesina que osara desafiar al heredero al trono. Decidió demostrar que no era tonto y que la tonta era ella, por lo que atacó su dignidad basándose en lo poco que veía de ella.
—Mujer, te atreves a desacreditar a su próximo rey. El día en que uses zapatos en tus pies y estos no estén sucios y mugrosos como tu lengua filosa, conseguirás mi perdón. Ahora, apártate de mi camino si no piensas decirme dónde hallar a la diosa.
Ella se movió y sus pies sucios dejaron atrás una estela de flores nuevas en las rocas, nacidas del mismo musgo. El príncipe dio un respingo y la miró nuevamente, brevemente confundido. La mirada que recibió de la diosa era extraña y no supo si ella estaba enojada o se lo tomaba con sorna.
—Márchate, hombre —dijo, empleando la misma denominación carnal—. Y perdonaré tu ofensa antes de que siquiera considere pedir tu perdón.
El príncipe dio un paso atrás e intentó reformularse. Se tenía a sí mismo en muy alta estima y su reformulación continuó hundiéndolo. En vez de pedir disculpas, exigió a la diosa una compensación por el terreno arrebatado a su reino.
—El Bosque durmiente ha de pertenecernos. Hasta la última rama. Está dentro de nuestros límites y es lógico, señora, que yo ose venir a reclamarlo a través de su mano. —Entonces, el príncipe altanero cometió un estúpido error. Tomó la mano de la muchacha y dio un pequeño tirón—. Debe ser mi esposa y lo será.
Daphne no se lo tomó con gracia. Sus ojos verde brillante se mostraron descontentos y en seguida intentó retirar la mano. El príncipe, orgulloso como era, ignoraba que las diosas como ella no solo hacían aparecer flores en el suelo, por lo que no la dejó alejarse. Intentó, como siempre, tomar posesión de todo aquello que consideraba que debía ser suyo, incluso una mujer.
—No te resistas. No hay nada que puedas hacer. Por ley, si estas tierras son tuyas y están dentro de mi reino, no son más que tu dote.
La diosa no contestó. Dejó de intentar liberarse y asintió.
—Muy bien —murmuró—. Hasta la última rama—dijo, y estiró la otra mano para tocar con la punta de los dedos la frente del príncipe.
El hombre se congelo, sintiéndose extraño y duro. Tardó en comprender que lo que le pasaba era una magia que había subestimado. Soltó la mano de la diosa a último momento, justo antes de convertirse en un tronco más de aquel bosque. Daphne se marchó sin más, sin mirar atrás.
Todavía hoy, en algún sitio de ese bosque perdido, perdura un árbol cuyo tronco tiene la forma exacta de un príncipe irrespetuoso, ambicioso y muy tonto.
-
-
-
Este es un intento extraño de contar una pequeña historia que continua hasta momentos de Nyx contandose boca a boca por el mundo de Agharta. Todos conocen muy bien la fábula del príncipe orgulloso y tonto (extremadamente tonto), que osó insultar y atacar a la diosa del bosque. Al final, Daphne le dio su merecido.
Lo que se sabrá luego, en el libro de Daphne (y quiero que intuyan por qué estoy publicando esto ahora, COF COF), este personaje y su leyenda tendrán relevancia. En la página de facebook de la saga conté un poco de este bosque en el que supuestamente vivía la diosa y que nadie sabe a ciencia cierta dónde es, porque nunca se menciona el reino del cuento ni el nombre del príncipe.
Lo que sí será cierto, es que en gran parte del bosque los animales no están presentes cuando Daphne no está allí. Es decir que el bosque está prácticamente vacío a excepción de las Flowerer (ya saban más de ellas) que viven en esa zona, bien protegidas. Ellas son las únicas que continúan allí aún cuando Daphne no está.
Tengan en cuenta que esta historia estaría centrada en tiempos en los que las diosas habitaban el mundo todavía en forma "espiritual", antes de que dejaran los collares y se marcharan. Por aquel entonces, ella pasaban años entre las personas y otros años desaparecían por completo. Al final, todas se fueron, imposibilitadas de permanecer más tiempo en la tierra de ese modo después de la creación de mundo.
A sabiendas de que iban a volver, dejaron los collares para sus formas corporales.
Ahora sí, espero que no les haya parecido tan malo. ¡Gracias!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro