7. Zombies
No hagas ruido.
Muévete rápido.
Consigue agua y provisiones.
Corre.
No dejes que te muerdan.
Mantente vivo.
Eran las únicas reglas irrompibles desde que toda esa locura comenzó.
Aún tenía el recuerdo de ese maldito día grabado a fuego en la piel y en el alma. Cómo lo que parecía ser un día de escuela normal se volvió el inicio de esa pesadilla infernal.
- ¿Estás listo, Aioria?- Le preguntó su hermano, ya esperándolo en la mesa del comedor
- Claro.- Asintió con una sonrisa.
Ese día siguieron su rutina de siempre. Desayunar tranquilamente, haciéndose compañía el uno al otro ante la ausencia de sus padres que ya se encontraban en el trabajo. Al ser hijos de médicos, estaban acostumbrados a verlos poco desde niños.
Así que se alistaron y pusieron en marcha para ir a su escuela. Era el último año en el que estarían en la misma escuela, ya que para el siguiente, Aioros se iría a la universidad. Pero no era un asunto que les quitara el sueño.
Al llegar al escuela, cada uno fue a su respectivo edificio, prometiendo reunirse en el receso.
Al llegar a su salón, Aioria se sentó a esperar pacientemente al docente en su pupitre. Aún faltaban unos minutos, así que se tomó la libertad de mirar su teléfono para matar el tiempo, cuando sintió que alguien le cubría los ojos. Pero supo de inmediato de quién se trataba al percibir ese perfume de menta.
- Adivina quién soy...
- Milo...- Rió, quitándose las manos de su amigo de los ojos.
- Me atrapaste.- Rió el peli-morado de vuelta.- ¿Es necesario llegar siempre una hora antes que el profesor?
- Podría preguntarte a tí si es necesario llegar siempre un minuto antes que el profesor, Milo.
Al escuchar la voz de un tercero, ambos alzaron la vista, topándose con dos de sus amigos, a quiénes realmente no esperaban y se sorprendieron un poco.
- Mu, Alde.- Exclamó Aioria los nombres de los recién llegados.- ¿Qué hacen aquí? Creí que tenían práctica de arquería todos los lunes las primeras dos horas.
- Así se supone que era.- Explicó Aldebarán.- Pero el profesor comenzó a sentirse enfermo y suspendió la práctica de última hora.
- Bueno, bienvenidos al mundo de los mortales.- Bromeó Milo.
El resto rió ante la absurda broma de su compañero, mientras los recién llegados tomaban asiento en sus lugares correspondientes. No había mucho que hacer, más que conversar entre ellos mientras el profesor llegaba.
Lo extraño comenzó cuando sonó el timbre de entrada, y el profesor no llegaba. Pasaron cinco, diez, quince, veinte minutos, y nada. No había ni rastro del profesor.
- Qué extraño...- Musitó Mu, al notar la hora.- ¿No creen que el profesor ya tardó demasiado?
- Tranquilo, seguramente no es nada.- Dijo Aldebarán, tratando de mantenerse calmo.
Mu solo asintió, aunque no muy convencido. Ninguno se atrevía a decir nada, pero comenzaban a tener un mal presentimiento... Si tan solo hubieran sabido que no era para menos...
- Oigan, ¿qué ese no es el profesor Hypnos?- Mencionó Milo, que había permanecido asomado en la ventana, captando la atención de todos los demás, que se acercaron curiosos a ver.
- ¿Qué está haciendo ahí afuera?- Cuestionó Mu, observando lo que ocurría. Realmente empezaba a ponerse nervioso de verdad, su instinto le decía que algo andaba mal. Y no era el único.
Todos sus demás compañeros no tardaron mucho en seguir su ejemplo, acercarse a la ventana, observando fijamente al profesor.
Había algo extraño en su caminar, como si lo hiciera en automático, cojeando un poco, con la cabeza agachada y los brazos colgando sin fuerza alguna.
Algunos quisieron darle una explicación, quizás una fiebre por resfriado, ¿tal vez había ingerido una sustancia ilícita?... Pero cualquier explicación racional se fue al infierno segundos después.
La profesora Pandora se acercó al docente, tratando de llamar su atención sin éxito. Pero cuando estuvo a menos de un metro de distancia, el hombre de cabellos rubios le saltó encima, mordiéndole con fuerza el cuello.
Escucharon los gritos de la mujer, y vieron como el docente le arrancó un pedazo de carne, haciéndola caer al suelo, para después seguir atacandola.
El salón entero se volvió un caos. Todos comenzaron a gritar asustados. Algunos salieron del salón, quizás con intención de ayudar a la profesora, o tal vez de salvar su propio pellejo. Otros decidieron quedarse, demasiado conmocionados cómo para siquiera moverse.
En cuanto el docente soltó a su presa, corrió hacia la escuela, y entonces de nuevo se desató el caos. La mayoría de los chicos que quedaban, salieron del salón a toda velocidad, temiendo ser los siguientes.
Aioria y Milo estuvieron a nada de seguir ese ejemplo, de no ser por la intervención de Mu, que los sujetó a ambos.
- Esperen, no sean idiotas.- Lo regañó el peli-lila.- Miren.
Al forzarse a observar el horrible escenario, se dieron cuenta de que el horror apenas empezaba. La profesora que creyeron muerta, se levantó, pero ahora con el mismo comportamiento que el profesor que la atacó.
- ¡¿Pero qué mierda?!- Exclamó Milo, horrorizado por lo que veía.- ¡Tenemos que salir de aquí!
Mu fue más rápido, llegando a la puerta antes que Milo, cerrándola y bloqueandole el paso.
- Cálmense.- Exclamó el peli-lila.- Por ahora estamos más seguros aquí que allá afuera. Solo debemos bloquear la puerta.
- ¡¿Qué demonios estás diciendo, Mu?!- Reclamó Milo.- ¡Vamos a terminar igual que la profesora si nos quedamos aquí!, ¡somos los únicos idiotas que no han escapado!
- O los únicos vivos.
Al escuchar unos histéricos gritos, seguidos de varios pasos apurados que parecían una estampida, las palabras de Mu cobraron sentido.
- ¡Rápido, todos al suelo!- Ordenó Mu, apresurandose a asegurar la puerta.- ¡Alde, ayúdame con esto!
El castaño de inmediato hizo lo que el peli-lila indicó, ayudándolo a mover el escritorio para trancar la puerta.
Aioria solo pudo agacharse, tal y como Mu dijo, mientras intentaba llamar a su hermano por teléfono. Pero solo obtuvo el sonido de que el teléfono estaba apagado.
Aioros estaba en el edificio F, y él en el C, al otro lado de la escuela. Así que esperaba que hubiera tenido tiempo de ponerse a salvo.
Afuera del salón todo era un caos, una estampida humana corrió de un lado a otro, algunos subiendo, otros bajando escaleras, ni idea de quién perseguía a quién. Asomarse por la ventana que daba a la salida de la escuela tampoco era un paisaje demasiado alentador. Algunos estudiantes intentaban huir saltando la barda, siendo perseguidos por otros, algunos lograron salir, otros cayeron... Parecía una auténtica película de terror. Con sangre, muertos andantes, gritos y personas asustadas por todo el lugar.
La desesperación casi podía palparse, el aroma a sangre poco a poco se hacía más presente, forzándolos a usar todo su autocontrol para no sucumbir a la histeria.
Fueron minutos de angustia que parecían eternos, hasta que finalmente dejó de escucharse cualquier sonido.
Sabían que asomarse por la ventana que daba al patio no sería un lindo panorama, pero no tenían demasiadas opciones. Abrir la puerta no era seguro.
Fue Mu quién tomó el valor de gatear haciendo el menor ruido posible, hasta llegar a la ventana, y levantarse para observar. Con solo ver la expresión de horror que puso, llevándose las manos a la boca para evitar vomitar, supieron que nada estaba bien.
Mu volvió a agacharse, manteniendo sus manos sobre su boca, respirando profundo y lo más silencioso posible para tratar de calmarse.
Aldebarán se acercó a él, para tratar de calmarlo. El peli-lila solo pudo saltar a sus brazos, escondiéndose en su pecho, ahogando sus sollozos.
Milo estaba temblando, agachado en un rincón, parecía estar en shock. Aioria se acercó a él, haciendo el menor ruido posible. No quería alterar a Milo y provocar un escándalo innecesario.
- Milo...
El peli-morado de inmediato siguió el ejemplo de Mu, abrazándose al castaño, aún temblando, y llorando en silencio.
Ahora eran solo ellos cuatro contra una escuela llena de muertos andantes que les darían caza sin tregua.
Les tomó unos minutos reponerse del shock, pero al menos ese tiempo les sirvió para verificar que no hubiera señales de movimiento fuera del salón.
- Mu... ¿Qué hay afuera?- Preguntó Aioria, sosteniendo a un nervioso Milo en sus brazos.
- Algunos estaban tendidos sobre el suelo, en charcos de sangre... Otros devorándolos... Otros persiguiendo a los que se esfuerzan en correr...- Murmuró el peli-lila, abrazando sus rodillas.- Salir de aquí no va a ser fácil. Son demasiados, y muy rápidos.
Aioria apretó los dientes con impotencia. Salir de ahí era un suicidio, pero no podía simplemente quedarse ahí a esperar su muerte, y menos sin saber qué había sido de Aioros... Y de sus padres.
- Yo... Intentaré llamar a la policía.- Habló Mu, tratando de mantener la calma, mientras tomaba su teléfono y tocaba la pantalla con su temblorosa mano.
Mu hizo esa llamada. El peli-lila era inteligente y lograba controlarse incluso en las peores situaciones, no mencionó a los zombies, dijo que se trataba de un ataque con armas de fuego en la escuela, y que estaban escondidos en el tercer piso del edificio C, del lado norte de la escuela.
La operadora creyó esa historia, y le dió la indicación de permanecer juntos y escondidos hasta que la ayuda llegara.
Por un segundo creyeron que esa era su salvación y que la pesadilla terminaría, pero los gritos de las operadoras de fondo, así como de la que había respondido su llamada, junto a gruñidos guturales, seguidos del desesperante sonido de línea muerta, les demostró todo lo contrario.
Sus opciones se agotaban. La infección ya se había propagado por la ciudad, ya no quedaba demasiada gente que pudiera ayudarlos... Solo les quedaba salir y buscar sobrevivientes para escapar de la ciudad.
Mu de nuevo fue quien tomó la iniciativa de líder, trazando en el pizarrón lo que sabían hasta ahora: La infección se propagaba por medio de mordidas, seguramente por la saliva, pero hasta no estar seguros si era el único fluido infeccioso, debían procurar no entrar en contacto con ninguno. Los infectados conservaban las mismas habilidades físicas que antes de transformarse, pero esto podría cambiar en los siguientes días, conforme sus cuerpos se fueran descomponiendo. Los infectados cazaban en grupo, y no se atacaban entre ellos, aunque esto quizás podría cambiar y recurrirían al canibalismo si se quedaban sin alimento, pero por ahora no había forma de comprobarlo. Parecían tener sentidos más agudizados, así que debían encontrar la forma de ocultar o al menos disfrazar su olor a carne fresca, así como hacer el menor ruido posible.
Con toda esa información en mente, sería mucho más fácil trazar un plan de escape. En zonas abiertas como el gimnasio, los patios y las canchas, eran presas faciles. Así que debían evitar estar demasiado tiempo en esos lugares, y procurar desplazarse siempre por los pasillos a menos que no hubiera opción.
Quizás por ahora lo más prudente era tratar de armarse, cerrar las puertas principales para evitar que los infectados ingresaran, y solo deshacerse de los que quedaran adentro. Las máquinas expendedoras estarían recién abastecidas, así que podrían resistir un par de semanas antes de tener que buscar opciones más arriesgadas.
Tenían los arcos y las flechas que Mu y Aldebarán usaban en el club de arquería, eso ya les daba una ventaja enorme, pero debían ser inteligentes y no desperdiciar las flechas. Un solo tiro podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
Sus compañeros habían dejado sus pertenencias atrás durante el caos. Así que buscaron en las mochilas cosas como suéteres o prendas gruesas y libros que pudieran servir como armaduras improvisadas. No eran una protección infalible, pero al menos les daría una pequeña oportunidad de escapar en caso de ser atacados.
Mu iría delante de todos, cubriendo el frente, Alde detrás, cubriendoles la espalda. Milo y Aioria enmedio, al no contar con un arma tan potente como las de sus compañeros.
Milo pertenecia al club de artes, era el líder de una banda de la escuela, así que solía llevar su guitarra eléctrica a menudo, pero aunque podría darle unos segundos de ventaja para huir, no lo salvaría en caso de un ataque. Aioria era el único que no llevaba nada que pudiera ser usado como un arma, pero encontró una escoba en el salón, igual que la guitarra de Milo, no acabaría con un ejército de zombies, pero al menos les daría algo de tiempo para huir.
El perfume de Milo también serviría para disfrazar su aroma natural y confundir a los zombies que estuvieran cerca, así que todos se colocaron un poco.
Una vez organizado el plan, salieron del salón, cerrando la puerta para evitar que algún infectado entrara y de paso poner a prueba si acaso conservaban motricidad suficiente como girar una perilla.
Recorrieron el pasillo, caminando lentamente, casi de puntillas, haciendo el menor ruido posible, verificando salón por salón que no hubiera nadie. Bien, el tercer piso estaba libre, pero por si acaso, se encargaron de cerrar la puerta que daba a la azotea, misma que solo podía ser abierta desde adentro.
Ahora faltaba revisar los otros dos pisos y cerrar las puertas principales.
Aguantando la respiración, llegaron al segundo piso, hasta que a mitad de su recorrido, casi sueltan un grito al toparse de frente con otro grupo de sobrevivientes al doblar la esquina.
- Camus.- Exclamó Milo el nombre de uno de los chicos.- Angelo, Dita.
- Maldita sea, nos dieron un buen susto.- Exclamó el chico de cortos cabellos violetas.
- Lo mismo digo...- Murmuró Aioria.
Al menos se trataba de sobrevivientes y no zombies. Se trataba de Camus Legrand, Angelo Santoro y Afrodita Lindbergh, unos estudiantes del grupo 2B, amigos e integrantes de la banda de Milo.
- ¿Saben cómo están las cosas en el tercer piso?- Preguntó Camus, quién parecía liderar su grupo.
- Libre, y la puerta de la azotea ya está asegurada.- Respondió Mu.- Parece que les cuesta subir escaleras. ¿Saben algo del primer piso?
- No, Afrodita y yo acabamos de salir del laboratorio.- Suspiró agotado el peli-aqua.- Después encontramos a Angelo en el baño, y después a ustedes.
- ¿Cómo lograron escapar exactamente?- Cuestionó Milo.
Camus procedió a responder sus preguntas, tratando de ser lo más franco posible. Quisieran o no, ahora debían ser un solo grupo y trabajar en equipo si querían tener al menos una posibilidad de sobrevivir.
Al parecer, ellos también habían logrado mantenerse a salvo, al encerrarse en el laboratorio cuando comenzó la masacre. Todos salieron corriendo, pero Afrodita y Camus tuvieron la misma idea que Mu, y cerraron las puertas del salón, usando el escritorio y unos bancos para trancarlas por dentro, escondiéndose detrás de una mesa de laboratorio hasta que todo terminó.
Una vez que lo creyeron prudente, después de planear una estrategia y armarse con lo que tenían a su alcance: unos sopletes y unas varillas metálicas que solían ser soportes de los esqueletos falsos del laboratorio, salieron. Afortunadamente, tenían las batas de laboratorio, guantes de hule ininflamables, y unas caretas protectoras de plástico resistentes al calor. Qué les servirían como protección.
Angelo tenía la mala costumbre de saltarse clases que no le gustaban, como química, escondiéndose en lugares como el baño. Pero en esa ocasión, eso le había salvado la vida. Estaba escondido en el único cubículo del baño de hombres, así que pudo ver el ataque desde la pequeña ventana. De inmediato salió de su escondite para cerrar la puerta del baño por dentro, y volver al cubículo, manteniéndose ahí hasta que lo creyó prudente, topándose con sus compañeros de grupo.
Así habían recorrido la mitad del segundo piso, teniendo la mala suerte de haberse encontrado con dos infectados, una en el baño de mujeres, y otro en un salón.
Por fortuna pudieron repelerlos. La del baño bastó con golpearla con una de las varillas de metal, hasta que Angelo notó una botella de ácido muriatico, que le lanzó directo a la cara, y cerrar la puerta del baño. El del salón les dió más problemas, ya que el espacio era más grande y por ende, más difícil esquivarlo, pero al final, Afrodita logró clavarle la varilla en un ojo, para después empujarlo dentro del salón y dejarlo encerrado ahí.
Casi mueren, pero al menos ahora podían confirmar que no conservaban motricidad suficiente como para abrir una puerta manualmente, y que su punto débil era la cabeza. Esa información podría serles de utilidad más adelante.
Ahora debían investigar el primer piso, y cerrar las puertas.
Llenos de temor, bajaron las escaleras lentamente, procurando no hacer ruido. Lo que les esperaba no eran buenas noticias. El primer piso estaba lleno de infectados, por más que lo intentaran, simplemente no podrían contra todos. Las flechas que tenían no eran suficientes, ni aunque Aldebarán y Mu no fallaran un solo tiro, los sopletes de uso laboratorista, la guitarra, las varillas y la escoba no serían de mucha ayuda, y usar el ácido muriatico era muy arriesgado por lo mucho que debían acercarse para lanzarlo, además de que no era suficiente para limpiar el piso de tantos zombies.
Estuvieron por retirarse de nuevo en silencio, bloquear las escaleras con lo que encontraran, refugiarse en un salón del tercer piso y planear algo. Pero entonces otras personas aparecieron.
Armados con espadas, y escudos, y cubiertos con trajes y caretas que reconocieron como propiedad del club de esgrima, comenzaron una pelea con los zombies.
Era una locura, pero era unirse a la lucha o morir. Así que Mu y Aldebarán comenzaron a disparar sus flechas a cuántos podían, siendo cubiertos por Camus y Afrodita, mientras Angelo, Milo y Aioria tomaron el riesgo de correr a cerrar las puertas e impedir la entrada de más zombies.
Angelo logró defenderse con el ácido, lanzándolo a los zombies que intentaron atacarlo, y volver a la protección de sus aliados. Milo logró usar la guitarra para alentarlos el tiempo suficiente para huir escaleras arriba, siendo perseguido en consecuencia. Aioria recordó las palabras de Camus y Afrodita, así que aunque con mucha dificultad, logró darle en el ojo a uno de los infectados con el palo de la escoba, deteniéndolo el tiempo suficiente para que uno de los espadachines lo rematara con el filo de la espada griega que portaba, y después fue a tratar de ayudar a Milo.
Llegó hasta el segundo piso, dónde Milo estaba acorralado, usando una silla como escudo. No tenía muchas opciones, pero entonces vió un hacha de incendios. Se apresuró a romper el cristal, haciéndose algunos cortes en el proceso, pero eso era lo que menos le importaba. Tomó el hacha, y la estrelló con todas sus fuerzas contra el cuello del zombie, logrando salvar la vida de su amigo a duras penas.
- Gracias, Aioria.- Jadeó Milo, mientras le ayudaba a levantarse.
- Agradeceme cuando esta locura termine.
Milo vió la herida en su mano, pero solo asintió. Aún era demasiado temprano para cantar victoria, pero debía buscar algún arma para al menos defenderse por su cuenta. Pero lo único que vió fue un extintor... Bueno, al menos era algo.
Volvieron al primer piso, dónde todos debieron unir fuerzas para lograr repeler la amenaza, lo cual les llevó más tiempo del que les habría gustado, pero finalmente lo consiguieron.
- ¿Están todos bien?- Preguntó uno de los enmascarados, quitándose la careta.
- ¡Maestro Dohko!- Exclamó Mu al reconocer al hombre, el profesor a cargo del club de esgrima de los alumnos de segundo grado.- Creo que sí.
El resto de espadachines hizo lo mismo que su líder, revelando por fin sus identidades.
- ¡Shura!
- ¡Shaka!
- ¡Marín, Shaina!
Camus y Afrodita de inmediato reconocieron a dos de los chicos, corriendo hacia ellos para abrazarlos.
Milo reconoció a las dos chicas como amigas suyas, alegrandose de que estuvieran bien. Pero no podía dejar a Aioria herido.
Los demás se trataban de dos chicos y una chica de primer año, pertenecientes al club de artes marciales. Club del que el maestro Dohko también estaba a cargo.
- ¿Alguien está herido?- Repitió el mayor de todos.
Aioria intentó ocultar su herida, pero Milo se lo impidió, dándole un pequeño apretón en su mano herida, haciéndolo aguantar un chillido, para después suspirar y finalmente alzar su mano sana.
- Es solo una cortada de vidrio. No tuve otra opción para salvar a mi amigo.- Admitió, acercándose al docente, mostrando su herida aún sangrante.- Estaré bien.
- Esa herida no estará bien sola, muchacho.- Mencionó el castaño.- Hay que limpiarla y cubrirla cuánto antes. No sabemos cómo se contagia esta cosa, no podemos correr riesgos.
Aioria asintió, estaba realmente preocupado por su hermano. Pero si los de los clubes de esgrima y artes marciales habían logrado escapar, atravesar el patio y llegar al edificio, quizás Aioros habría logrado ponerse a salvo en su edificio.
La enfermería estaba en el primer piso, afortunadamente casi intacta, a excepción del escritorio volcado y un banco tirado. Dohko se encargó de limpiarle los restos de vidrio que tenía en la piel, limpiar la herida, colocar un poco de antiséptico, y finalmente, cubrirla con una gasa y una venda. Mientras, el resto de chicos se encargaba de asegurar las puertas, desde el seguro de las manijas, hasta usar los casilleros, escritorios y sillas que encontraban para formar una barricada.
- ¿Cómo lograron llegar hasta aquí?- Preguntó Aioria, saliendo de la enfermería al lado del docente.
- Estaba con los chicos de primero cuando todo comenzó, y de inmediato nos movimos para llegar al salón de esgrima. Los de esgrima estaban practicando solos, así que no estoy seguro de cómo Marín, Shaina, Shura y Shaka lograron llegar al club de esgrima desde el patio.- Explicó el mayor.- Nos reunimos todos ahí, nos armamos con lo que teníamos disponible, y aquí estamos.
- De casualidad, ¿no vieron algo en los edificios del lado norte?- Preguntó Aioria, mientras ambos caminaban para reunirse con el resto en el segundo piso.- ¿Movimiento de posibles sobrevivientes, o algo así?
- Sinceramente, siempre tuvimos como primer objetivo llegar a este edificio, chico.- Admitió el castaño.- Aquí es donde está la enfermería, y es la zona más cercana a la salida de la escuela. Es el perfecto punto de vigilancia.
- Entiendo.- Suspiró, mirando la pantalla ahora con un par de grietas, de su teléfono. La señal ahora estaba completamente muerta, podía despedirse de cualquier intento de comunicarse con su hermano.
- ¿Hay alguien importante para tí allá?
Aioria asintió con la cabeza, tallandose los ojos, para después guardar de nuevo su teléfono.- Mi hermano.
- Mira, por ahora, salir de aquí es demasiado riesgoso, ya hay zombies afuera de la escuela, caminando por las calles, es seguro que estamos rodeados de ellos por toda la escuela.- Mencionó Dohko.- Pero, te prometo que en cuánto logremos armar un plan, te ayudaré a buscar a tu hermano, ¿de acuerdo?
- Gracias.
Fueron hasta donde se encontraban los demás, sentados en una de las pequeñas zonas de descanso. Mu les informó que para evitar algún incidente futuro, ya habían asegurado por fuera el salón donde encerraron a uno de los infectados al que se enfrentaron, y la otra ya había caído muerta en el baño a causa del ácido, así que no había peligro.
Tal y como pronosticaron, las máquinas expendedoras estaban recién abastecidas al ser inicio de semana, el mecanismo fue bastante fácil de forzar así que estarían bien por un tiempo distribuyendo bien los recursos que tenían.
En la enfermería tenían todo lo que podrían necesitar en caso de sufrir una herida o malestares leves. Así como un par de camillas que podrían usar en esos casos.
- Milo, ¿estás bien?- Preguntó Aioria, acercándose al peli-morado, que estaba sentado en el suelo, con la espalda recargada contra la pared, y Marín y Shaina a su lado.
- Comenzó a sentirse mareado después de que aseguramos el baño.- Explicó Marín.- Quizás el vapor del ácido le sentó mal. No te preocupes.
Shaina le dió a Milo una lata fría de soda, mientras Marín lo abanicaba con un pequeño cuaderno.
Aioria sentía que algo no estaba bien, de nuevo ese presentimiento daba vueltas en su mente. Sí, Milo había estado demasiado estresado durante todo ese tiempo, quién peor la había estado pasando, no temiendo solo por su vida, sino preocupándose por todos sus amigos, pero jamás lo había visto así.
Apretaba su cabeza con sus manos, y se mordía los labios, como si el mareo fuera en aumento, estaba empezando a sudar, y su respiración estaba cada vez más agitada, cómo si le fuera difícil meter el aire a sus pulmones... No, definitivamente algo malo le ocurría a Milo.
- ¡Apartense!
Apenas dijo eso, Milo se lanzó contra el suelo, golpeándose la cabeza, y pataleando, mientras gritaba de dolor.
Las chicas de inmediato se levantaron, bastante asustadas, y todos se pusieron alerta.
- ¡Rápido, retrocedan!- Fue Mu quién armado con su arco y una flecha, avanzó hasta el frente, haciendo a todos abrir espacio.- ¡Milo!, ¡Milo, ¿qué ocurre?!
- ¡Corran!- Gritó el peli-violeta, retorciéndose por el dolor.
- ¡Todos al tercer piso, busquen refugio, rápido!- Gritó el peli-lila, comandando a todos.- ¡De prisa!, ¡no queda mucho tiempo!
- Espera, ¿qué demonios vas a hacer?- Interrogó Shaina.
Mu apretó los dientes y desvió la mirada, apretando sus dedos sobre las plumas de la flecha, lista para dispararse.
- ¡Ni siquiera lo pienses!- Se opuso la peli-verde.
Milo seguía en el suelo, ante la mirada de angustia de todos.
- Lo siento, pero no hay opción.- Musitó Mu, apartando a la chica.
- Mu...
- Lo sé, Alde. Pero es él o todos nosotros.- Repitió, tomando una profunda respiración.- Váyanse ahora. Yo me encargo.
Aioria vió a Aldebarán, Camus y Afrodita derramar unas cuantas lágrimas antes de comenzar a subir al lado de Shura, Shaka y los chicos de primer año, al igual que antes. Shaina estaba por replicar algo, pero fue sostenida y llevada a la fuerza por Angelo y Marín.
- ¡Espera, Mu!- Reaccionó Aioria, poniéndose entre la flecha y su amigo.- ¡No lo mordieron, yo llegué antes de que sucediera!
- Apartate, Aioria.
- ¡¿No me escuchaste?!, ¡no lo mordieron, no hay forma de que esté infectado!
- No sabemos si la mordida es la única forma de contagio, Aioria.- Intervino Dohko, que se había quedado atrás también.- Aún si no lo mordieron, pudo haber ingerido un poco de saliva o sangre infectados por error, y tener el mismo efecto.
Aioria miró a Milo, que seguía retorciéndose en el suelo. Lo vió morderse los labios hasta provocarse una hemorragia al arrancar un pequeño pedazo de carne, cómo parecía estar sintiendo el peor dolor de su vida, a tal punto de estrellarse la cabeza contra los azulejo, hasta abrirse una herida por los golpes. Hasta que de pronto, después de un último golpe, pareció desmayarse.
- ¡No te acerques, Aioria!- Exclamó Mu, pero el castaño lo ignoró por completo.
Aioria se acercó lentamente a Milo, hasta llegar a su lado. Lo llamó por su nombre un par de veces, pero no obtuvo respuesta. Entonces, a pesar de la insistencia de Mu, decidió tomar con cuidado uno de los mechones de Milo y apartarlo, descubriendo el rostro del peli-morado.
- Milo...
La herida en su labio seguía sangrando, al igual que la de su cabeza. No sabía si la hemorragia de su nariz era a causa de los golpes que él mismo se inflingió, o si era un síntoma de la infección. Pero sus ojos estaban abiertos... Y eso fue lo que más lo asustó. Estaban rojos, como si todos sus vasos sanguíneos se hubieran inflamado al mismo tiempo, incluso pudo notar un par de pequeñas manchas de sangre en uno.
Pero... Milo no lo atacó, ni siquiera parecía tener pensado intentarlo.
- Milo... Milo, ¿puedes escucharme?
El mencionado asintió. Aioria se sorprendió por esa reacción, parecía como si el chico simplemente se hubiera desmayado y estuviera recobrando la consciencia poco a poco.
- Milo, ¿puedes entenderme?
De nuevo, la respuesta fue afirmativa, aunque silenciosa.
- Milo, ¿me recuerdas?
- Claro que sí, idiota.- Murmuró el peli-morado con una sonrisa cansada.
- ¡Milo!- Aioria se sintió aliviado por un segundo. Quizás realmente todo había sido una confusión de síntomas. Y ayudó a su amigo a sentarse en el suelo.- ¿Estás bien?
- Me duele un poco la cabeza, pero nada del otro mundo.- Respondió Milo.- ¿Dónde están todos?
- ¿Recuerdas lo que pasó?- Interrogó Dohko, acercándose al lado de Mu.
Milo parecía confundido por la pregunta, cómo si no recordara su comportamiento hace un par de minutos. Entonces, Dohko sacó un pequeño espejo de bolsillo que había encontrado en la enfermería, y lo puso enfrente de Milo.
- Mira por tí mismo.
Milo tomó el pequeño espejo, asustándose por su propio reflejo. Parecía estar infectado, pero entonces ¿por qué aún conservaba la cordura?
- Parece que eres resistente a lo que sea que provoque esto.- Mencionó Dohko.- Ahora la pregunta es ¿cómo te afecta a tí?
Mu bajó el arco y la flecha, pero no se atrevió a acercarse a menos de dos metros de distancia. No había forma de saber qué podría pasar en un caso como el de Milo.
- Sin ofender, pero por ahora lo más prudente y seguro para todos es ponerte en aislamiento, Milo.- Soltó el peli-lila.- Resistente o no, no cambia el hecho de que estás infectado. Nada nos garantiza que no vas a enloquecer y atacarnos en cualquier momento.
- ¡Pero qué tonterías estás diciendo, Mu!- Reclamó Aioria.- ¡No podemos dejar a nadie sólo!
- Los infectados no se atacan entre ellos, Aioria.- Replicó Mu.- En todo caso, si llegara a haber un ataque, Milo sería el único al que no tratarian de matar. Pero a todos nosotros, sí.
- Y si alguien resulta herido durante una pelea, ¿qué harás?, ¿matarlo con una flecha para quitarte la carga de encima?- Retó Aioria a su amigo, acercándose a él.- ¿Eso harás, Mu?, ¿usarnos como escudos, cómo herramientas y cuando dejemos de ser útiles, deshacerte de nosotros como planeabas hacer con Milo?
El peli-lila respondió con un puñetazo en la mejilla del castaño, haciéndolo callarse
- ¡Esto no es un maldito cuento de hadas, Aioria!- Estalló Mu, harto de la actitud de su amigo.- ¡¿Crees que fue fácil disparar flechas a los que alguna vez fueron compañeros?!, ¡¿mantener la calma cuando todos ustedes se volvieron locos en el salón?!, ¡¿o saber que seguramente voy a tener que matar a alguno si se infecta, porque ninguno de ustedes tiene los huevos de hacerlo?!
Ver a Mu tan alterado, al punto de gritar mientras las lágrimas se le escapaban, era algo que Aioria no estaba acostumbrado a ver... Quizás debió pensar mejor sus palabras. La situación era crítica, y todo estaba siendo difícil para todos.
- Dejen de pelear.- Intervino Milo, levantándose con algo de dificultad.- Mu tiene razón. Ustedes váyanse al tercer piso, yo me quedaré en el laboratorio. Así estarán a salvo.
Aioria quiso negarse, pero no sabía qué otra opción tenían... Al final, la mano de Milo tomando la suya, y ver la tranquila sonrisa del peli-morado, fue suficiente para hacerlo ceder.
Acompañaron a Milo hasta el laboratorio, dónde lo vieron enjuagarse la cara y las manos, limpiándose la sangre, y seguir las indicaciones de Dohko para usar los materiales de un botiquín de primeros auxilios para hacerse las curaciones necesarias. Lo que les sorprendió fue que Milo parecía no sentir dolor, o al menos ser más resistente a éste. Pero decidieron preguntarle directamente.
- ¿Esto?- Cuestionó, mostrando la botella de antiséptico en su mano.- Es extraño, recuerdo que esto suele doler, pero ahora a duras penas se siente como un suave cosquilleo.
Otro dato que podían añadir a su lista. Al parecer, los zombies no eran inmunes, pero sí muy resistentes al dolor.
- ¿Sientes algo extraño en particular?- Siguió Dohko con el interrogatorio.
- Solo... Algo de hambre.- Mencionó Milo, frotándose el estómago.- Es como si mi estómago estuviera completamente vacío, como si no hubiera comido nada en todo el día.- Explicó.- Y... Huelen extraño. Cómo carne cruda fresca, pero... Hay algo más, cómo agrio, pero a la vez dulce...
- Es tu perfume, Milo.- Mencionó Aioria aquel dato.- Lo usamos para disfrazar nuestro aroma, ¿recuerdas?
- Cierto...
Otros datos de los infectados que podían confirmar, cualquier cosa que alterara el aroma natural como un perfume a base de alcohol, podía confundirlos. Y que solo les atraía el olor a carne.
Después de hacer unas preguntas más, y asegurar el laboratorio por fuera, los tres se retiraron al piso de arriba, dónde se encontraron con los demás sobrevivientes, dándoles la explicación de lo ocurrido.
Las reacciones fueron de lo más diversas. Desde llantos de alegría, hasta bufidos inconformes. Pero por suerte, Dohko y Mu se encargaron de dar la orden de mantener la calma, así como de repartir tareas.
Angelo, Camus y Afrodita estarían a cargo del conteo y distribución de las provisiones.
Mu y Aldebarán tendrían la misión de vigilar el lado norte desde las ventanas del tercer piso, e informar en caso de alguna anomalía. Shura y Shaka lo mismo, pero del lado sur.
Dohko se encargaría de vigilar la enfermería, así como de patrullar el primer piso y verificar la estabilidad de la barricada.
Ikki, uno de los chicos de primero, y Shaina, serían los encargados de vigilar las dos escaleras que conectaban el primer y segundo piso.
Marín y Shiryu, otro de los chicos de primero, lo mismo, pero con las escaleras que conectaban el segundo piso con el tercero.
Y Shunrei, la única chica de primero, y Aioria, estarían a cargo de vigilar la puerta que daba a la azotea, y abrirla en caso de un escape de emergencia.
Sin demasiadas opciones, ninguno se negó y fueron a sus posiciones. Angelo, Camus y Afrodita se encargarían de llevarle a cada uno la comida que les correspondía, ya que eran los únicos que podían abandonar su puesto sin dejar expuesto al grupo.
Las primeras horas fueron las más difíciles, todo parecía aún irreal. Sentían como si todo fuera una horrenda pesadilla de la que despertarían en cualquier momento... Pero no lo era, todo eso de verdad estaba sucediendo.
Las horas pasaron, hasta que el sol se fue, dando paso a la noche, y con ella un escenario aún más tétrico. No se atrevieron a encender las luces por temor a atraer a los infectados que quedaban dentro de la escuela, y menos mal que tomaron esa decisión. Por las ventanas, pudieron ver cómo varios de ellos corrieron hacia las lámparas de la pista de atletismo, que se encendían automáticamente al anochecer.
Debían estar alerta de cualquier ruido o movimiento sospechoso, eso lo tenían claro, pero el sueño terminó por vencer a más de uno.
Aioria notó a su compañera quedarse dormida. Sabía que no sería lo más correcto irse, pero tenía una duda que no lo dejaba en paz.
Así que esperó unos minutos más para bajar las escaleras que conectaban con el tercer piso. Por suerte, daban al lado norte. Shura y Shaka permanecían vigilando su lado, y Mu se había quedado dormido, y Alde decidió cubrirlo, no despertando al peli-lila. Quizás estaba igual de preocupado que él.
Escabullendose por las sombras, logró llegar al segundo piso, usando las escaleras que vigilaba Marín. La peliroja comprendió su pesar, y decidió ayudarlo a lograr su objetivo, ella también estaba preocupada.
Finalmente llegó al laboratorio, dónde se asomó por la pequeña ventana de la puerta, dando unos suaves golpecitos, buscando llamar la atención de Milo.
- ¿Aioria?- Murmuró el peli-morado, acercándose a la puerta.- ¿Qué haces aquí?
- Estaba preocupado por tí.- Admitió.- ¿Cómo estás?
- Supongo que no me puedo quejar.- Rió amargamente el peli-morado.- Tengo hambre todo el tiempo, pero trato de controlarme y no pensar en eso.
- ¿Comiste algo?
- Solo lo que Angelo me trajo en la tarde.- Respondió.- Debiste ver su cara al pasarme un vaso de yogurth con cereal, y un sándwich empaquetado al vacío por esta ventana. Me dijo: "Ni se te ocurra comerme, desgraciado."- Añadió, intentando bromear.- Yo le dije que no como porquerías, y menos si se escondieron en un baño durante un apocalipsis zombie.
Ambos rieron un poco por aquella broma. Sabían que estaban en medio del fin del mundo, pero al menos seguían vivos y juntos.
- Toma.- Dijo Aioria, mostrando el sandwich que le habían dado para la cena, aún completamente cerrado en su empaque.- La verdad, no tengo hambre. No creo poder comer nada de carne durante un tiempo después de hoy.
Milo pareció dudarlo un poco, pero al final aceptó la comida, devorando el sándwich de solo un par de bocados. Realmente parecía tener demasiada hambre.
- Gracias.
- No es nada.- Suspiró Aioria, recargando su mejilla contra la puerta.- Aún no entiendo, ¿cómo fue que te infectaste?
- Yo también quisiera saberlo.- Suspiró Milo.- Quizás me cayó salgo de saliva en la boca durante el forcejeo... O sangre.- Añadió, haciendo un pequeño gesto de asco.- Qué sé yo...
Sangre... Las palabras de Milo le hicieron recordar algo que hace horas pasó por alto. Miró su mano cubierta por la venda, y entonces comenzó a atar cabos sueltos.
- Milo... ¿Te lavaste las manos después de mancharte con la sangre de mi herida?
- Yo...- Milo también comenzó a recapitular todo lo ocurrido, hasta llegar al momento por el que le preguntó Aioria.- N-No... Fueron solo unas gotas, así que solo me limpié con la camisa. Y después... Empecé a morderme las uñas por los nervios.
Los dos se quedaron en silencio por unos segundos. Los dos estaban comenzando a sospechar, pero no podían creerlo... Pero, y si...
- Milo... Creo que yo fui quien te infectó.- Murmuró Aioria, apretando su mano.
- Pero... ¿Cómo...?
Cuando Aioria rompió el cristal para sacar el hacha, se hizo una herida en la mano, una puerta abierta para cualquier agente infeccioso.
Al momento de usar el hacha para decapitar al infectado que atacó a Milo, la sangre infectada le salpicó, y un poco cayó directo en la herida abierta, infectándolo.
Cuándo Milo le apretó ligeramente la mano para hacerlo informar a Dohko sobre su lesión, se manchó con la sangre ya contaminada de Aioria. Y al no limpiarla por completo y morderse las uñas, la infección pudo haber entrado a su sistema por la boca o por las pequeñas lesiones en los dedos tras morderse las uñas.
Que la sangre también fuera una forma de contagio tenía sentido. Después de todo, Mu y Alde habían desinfectado en el baño todas las flechas que habían logrado recuperar, usando unas vendas para sujetarlas. Lo mismo con las espadas de los miembros de los clubes de esgrima y artes marciales. Y Dohko había usado guantes de látex para curar la herida de Aioria.
Ninguno había corrido el riesgo de tocar directamente la sangre de un infectado, el único había sido Milo.
- Pero... Aioria, entonces...- Murmuró Milo.- Eso significa...
- Que estoy infectado.
- Y eres asintomático a esa cosa.- Añadió el peli-morado.- Aioria, tú podrías ser la respuesta para crear una cura, y devolver todo a la normalidad.
- O el peor peligro para todos.- Renegó Aioria, derramando un par de lágrimas.- Solo... Solo mira lo que te hice.
- Y puede que ahora seas el único que pueda curarme.- Insistió Milo.- Aioria...
- Tú eres resistente, Milo.- Sollozó débilmente el castaño.- Ya vimos que la mayoría no lo es. Si llegan a entrar en contacto con mi sangre por error como tú...
- Aioria... No es tu culpa.
El castaño agachó la mirada, llorando en silencio. Milo abrió la pequeña ventana, logrando acariciar la mejilla de Aioria.
- Confío en ti.- Le sonrió Milo.- Quizás no es el mejor momento, pero estamos en el fin del mundo, y soy un zombie, no me queda mucho que perder. Así que...- Añadió con una suave risa.- Me gustas, desde primer año.
- Milo-
- No digas nada por ahora.- Rió Milo.- Primero mantente vivo, y después lo hablamos.
La ventana circular era pequeña, pero el espacio fue suficiente para lograr robarle un beso a Milo, sorprendiendo al chico.
- De acuerdo.- Le sonrió Aioria, después de separarse.- Pero, creo que ya puedes tener una idea de mi respuesta.
Los dos intercambiaron una pequeña sonrisa, prometiendo en silencio guardar el secreto, y Aioria tuvo que irse antes de que Mu o Shunrei notaran su ausencia, prometiendo volver al otro día.
Así pasaron los días, resistiendo lo más que podían, cumpliendo las tareas que les tocaban, y poniendo su mayor esfuerzo por no sucumbir a la histeria.
Pero después de dos semanas, la comida comenzó a agotarse. Lo máximo que resistirían eran dos días, así que era salir a buscar en los demás edificios y en el comedor, o esperar su muerte.
Además, de que Milo cada vez era más difícil de controlar. Su hambre era cada vez más grande, parecía simplemente nunca estar satisfecho, al punto de volverse violento por momentos. Al inicio él mismo se controlaba después de una rabieta, pero después de una semana, la única forma de calmarlo era prácticamente noquearlo. De lo contrario, terminaba golpeándose contra las paredes o la puerta, y ya había llegado a morderse y arrancarse trozos de carne a sí mismo.
Para evitar riesgos, decidieron hacer un bozal con los materiales disponibles en el laboratorio. Unos clavos de metal, unidos por medio de soldaduras, y con unas correas de cuero que consiguieron al romper un cinturón.
Milo siempre lograba encontrar un modo de pasar la comida por los huecos entre los pequeños barrotes de metal, pero ellos ya no corrían riesgo de ser mordidos al alimentarlo. Ni corría riesgo de hacerse daño él mismo.
- ¿Están todos listos?- Dohko lideró esa expedición, acompañado por Shura, Shaka, Ikki y Shiryu. El resto esperaría su retorno.
Si solo hubieran sabido lo que iba a pasar...
Pasaron los minutos, y no sabían nada de sus compañeros. Hasta que el suelo comenzó a retumbar, y vieron a varios infectados corriendo hacia ellos.
Fueron a la cafetería, dónde se encontraron con otro grupo de sobrevivientes. Al final, todos lograron recolectar provisiones, y acordaron ir al edificio donde se encontraba la enfermería. Pero antes debían volver por los demás, y ahí fue donde cometieron un error que les costaría la vida a más de la mitad del grupo.
Alguien tropezó al bajar las escaleras, causando un fuerte ruido que llamó la atención de los zombies.
Sin más remedio, tuvieron que huir, tratando de salvar sus vidas.
Shaka fue el único de su grupo que logró escapar. Ikki y Shiryu cayeron en el camino mientras huían. Dohko se sacrificó para darle a los demás una oportunidad de salvarse, haciendo todo el ruido posible, captando la atención de varios zombies. Y Shura fue mordido durante la lucha, quedándose atrás por voluntad propia, después de entregarle su espada a Shaka.
Del otro grupo de sobrevivientes, originalmente de díez, solo cuatro consiguieron llegar.
- ¡Aioros!
Al ver a su hermano, Aioria de inmediato corrió hacia él, terminando ambos llorando de alegría por el reencuentro que por un momento creyeron imposible.
- Lo lamento, Camus.- Susurró Shaka, después de explicar lo sucedido con Shura, entregándole la espada al peli-aqua.- Me pidió que te diera esto.
Camus a duras penas consiguió sostener en sus temblorosas manos la espada enfundada, antes de dejarse caer de rodillas, soltando un desgarrador lamento de dolor por la muerte de su amante, siendo consolado por sus amigos.
Las cosas se complicaban más con cada día que pasaba. Por ahora tenían agua y comida suficientes, pero también había más personas entre las que repartir los recursos. Además de que informar la situación de Milo a los nuevos no fue nada fácil...
Aún así, lo único que les quedaba, era permanecer juntos y luchar por sobrevivir. Aioria no había querido decir nada sobre su posible condición que lo hacía inmune a la sintomatología de la infección, pero a la vez era una fuente de contagio. Lo había hecho por su propia seguridad, teniendo demasiado cuidado con no acercarse a menos de dos metros de los demás para evitar contacto con gotas de su saliva. Poco a poco, Milo se había vuelto prácticamente su única compañía sincera.
La llegada de Aioros y su grupo, realmente no hizo mucha diferencia. Aioria no pudo decirle su secreto ni siquiera a su hermano, y seguía escabullendose por las noches para hablar con Milo.
- Milo, tranquilo. Soy yo.- Mencionó al llegar al laboratorio y escuchar un gruñido.- Tranquilo.
- Aioria.- Murmuró el peli-morado.- Lo siento...- Añadió nervioso, apretando los dientes.
- Toma.- Cómo siempre, Aioria le llevaba comida que guardaba durante el día.
El apetito de Milo cada vez era más y más grande, la ración de comida que le daban simplemente era insuficiente, y de no ser por la comida extra que Aioria le daba, seguramente habría perdido ya la cordura. Pero no sabían hasta cuándo podrían seguir así.
El mundo era un caos, la comida era cada vez más escasa y difícil de conseguir, ni hablar del agua... Limpiar la escuela era prácticamente imposible, ya les había quedado claro.
Por más que le doliera aceptarlo, Milo podría terminar por perder el control en cualquier momento, y tendrían que acabar con él...
Carajo... Solo quería su maldita vida de regreso.
Escuchó unos ruidos abajo, seguidos de sus compañeros gritando, y diciendo que los infectados habían entrado. En cuestión de minutos se vió rodeado de ellos, un hacha para incendios no le sirvió de mucho...
Aioria...
Aioria...
- ¡Aioria, despierta!
De inmediato abrió los ojos, incorporándose de un salto con la respiración agitada, encontrándose con la atónita mirada de su hermano mayor.
- ¿Qué?- Murmuró, mirando a su alrededor. Estaba en su habitación.- ¿Dónde estoy?
- ¿Estás bien?- Preguntó extrañado Aioros, tocándole la frente.
- ¡Aioros!- Al instante se abrazó a su hermano, sollozando en su pecho igual que cuando era un niño.
- Tranquilo. Solo fue un mal sueño.- Rió Aioros, acariciándole la espalda.- Ahora date prisa o llegaremos tarde.
Aioria asintió, y después de calmarse, fue a darse una ducha. Luego bajó para desayunar con su hermano.
- ¿Estás listo, Aioria?- Le preguntó su hermano, ya esperándolo en la mesa del comedor.
Había algo extrañamente usual en esa escena. Era exactamente igual a su sueño... No, seguro solo era una coincidencia.
- Claro.- Asintió con una sonrisa.
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