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4. El Charro Negro

La respiración agitada, el corazón latiendo a mil por hora, el sudor brotando de su piel, y el terror recorriendo sus venas, invadiendo hasta la más pequeña célula de su ser.

Correr, correr, correr, y no pararse por nada. Si se detenía, si tropezaba, o si siquiera bajaba la velocidad, estaba muerto. Lo sabía bien.

Escuchaba los aterradores relinchos, los cascos golpeando con violencia el suelo, escuchándose cada vez más cerca...

Sabía que voltear era estúpido, pero aún así, terminó tropezando con una roca, encontrándose con el horror frente a sus ojos al alzar la cabeza.

- ¿Creiste que podías escapar del charro negro, Saga?

No pudo articular palabra alguna, estaba paralizado por el miedo, por la deuda que sabía tenía pendiente y el precio a pagar... Solo pudo llorar, rezando en su mente, rogando por piedad. Pero sabía bien que no la tendría.

Maldita la hora en que pensó que era una buena idea jugar a ser dios... Hace 13 malditos años.

Era solo un joven estúpido, veinteañero, ambicioso, sediento de éxito y reconocimiento... Le dijeron que debía ser perseverante, poner empeño, ser paciente, y todos esos sermones. Pero era un completo imbécil.

No quería pasar toda la jodida vida trabajando de sol a sol, siendo un empleado malpagado más del sistema, viviendo al día, conformandose con lo indispensable... No, él no quería una vida promedio. Quería mucho más, quería más dinero del que pudiera gastar en toda su vida, quería ser reconocido, admirado y envidiado por todos, quería tener a quien quisiera. Pero sabía que deseos extraordinarios, requerían medidas extraordinarias.

Descubrió una leyenda extranjera, y no descansó hasta encontrar la oportunidad de ir a aquel país, durante un programa de intercambio escolar.

Siguió al pie de la letra todas las indicaciones que había investigado. Se internó por los caminos más oscuros y apartados de la ciudad, hasta estar en medio de la nada. Mientras en su mente visualizaba sus ambiciones, y repetía el nombre de esa entidad, pidiéndole que se manifestara.

Creyó que todo había sido en vano, un simple invento. Pero cuando estaba por volver, escuchó el relincho de un caballo.

Miró a lo lejos una silueta negra, con dos esferas rojas dónde debían estar los ojos, acercándose a una velocidad inhumana, hasta llegar frente a él.

- ¿Me buscabas, muchacho?

Al mirar a ese ser, sintió un temor inexplicable. Su apariencia era la de un hombre de no más de treinta años, de piel canela, cabello ebano, vestido con un traje de lo que en ese país conocían como "charro" de color negro, un sombrero enorme de ala grande, y lo que más resaltaba a primera vista: Esos incandescentes ojos rojos.

- Y-Yo...

- Adelante, dilo.- Rió con soberbia el ente.- Puedo darte lo que me pidas. Dinero, fama, amor... Tú pídelo y será tuyo.

Por unos segundos dudó. Pero ese demonio era inteligente, un perfecto manipulador. Supo persuadirlo.

- Dime que ansías.- Sonrió el charro.- Sé que solo quieres lo que es tuyo... Dinero, reconocimiento, amor, riquezas... Sé que mereces eso y mucho, mucho más, muchacho. Y será tuyo, aquí y ahora.

- ¿Qué me garantiza que lo cumplirás?- Cuestionó, sintiéndose más confiado.

- No gano nada mintiendo, Saga.- Rió el demonio.- Si no cumpliera lo que prometo, mis proesas no habrían llegado hasta tí, al otro lado del mar. ¿No lo crees?

Sabía por sus investigaciones que ese ser solo con verlo sabía ya todo de él. Su historia, su pasado, sus temores, sus deseos...

- Entonces, ¿tenemos un trato?- Preguntó con una sonrisa confiada el charro, ofreciéndole la mano.

Sabía que el precio a pagar era muy alto, pero también que no estaba dispuesto a conformarse con menos de lo que arrogantemente creía merecer.

No lo meditó más, solo tomó la mano de aquel ser, y al instante sintió como si estuviera tocando una brasa al fuego vivo, quemándole la piel, sacándole un grito de dolor, mientras el espectro reía.

Fueron segundos eternos de agonia, hasta que lo soltó, y se dió cuenta de que en la palma de su mano ahora había una marca con forma de calavera, y sostenía una bolsa llena de monedas de oro.

- Trato hecho.- Rió el demoníaco jinete.- ¡Nos vemos en 13 años!

Y así, enmedio de una estruendosa risa, desapareció cabalgando a toda velocidad, dejando detrás de sí una estela de luz roja, hasta perderse en la oscuridad de la noche.

Jamás le dijo a nadie la locura que había hecho. Simplemente volvió a casa y siguió con su vida como si nada hubiera pasado.

Logró graduarse con honores, encontrar una oferta de trabajo envidiable, se hizo de un buen puesto, un buen sueldo, y rápidamente subió en su círculo social.

Antes de sus veinticinco años, ya tenía una empresa exitosa, y se pudo dar el lujo de renunciar a ser un empleado, ahora era el jefe.

Consiguió riquezas, más dinero del que podía gastar, una esposa hermosa, era uno de los hombres más codiciados no solo de la ciudad, sino del país entero. Tenía propiedades, lujos... Era la envidia de todos. Tal y como lo había deseado, todo lo que quería lo obtenía sin el mayor esfuerzo, siempre teniendo esa bolsa de monedas junto a él.

Estuvo tan feliz y tan satisfecho con la vida de sus sueños, que olvidó de su deuda, hasta que hace un par de años, sus hijas llegaron a su vida.

Con el nacimiento de sus gemelas, comenzó a soñar a diario con la noche que hizo ese trato, durante un año entero. Después le siguió escuchar el relincho de ese endemoniado caballo. Y hasta hace una semana, a verlo a lo lejos.

Creyó que estando al otro lado del mar no podría alcanzarlo... Qué equivocado estaba.

- No eres el primero ni el último que cree que puede escaparse de su deuda, Saga.- Se burló el charro.- Ya te divertiste... Ahora es momento de pagar.

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