29. Barco Fantasma
El mar siempre le había resultado extremadamente bello. Quizás era algo lógico, tomando en cuenta que era el heredero de una fortuna construida a base de negocios marítimos. Desde empresas de cruceros turísticos, hasta pesqueras.
Su forma de viajar favorita era en barco, así que si no debía estar urgentemente en un lugar, optar por tomar a su pequeña tripulación y zarpar en su yate privado para llegar a las reuniones. Loco para los de su círculo social, un capricho de rico nacido en cuna de oro para otros, lo sabía bien, y le daba igual.
Jamás había sido el típico niño mimado que con un berrinche obtenía todo, al contrario. Sus padres siempre tuvieron mano dura con él, debía cumplir itinerarios enormes entre sus horas de la escuela por las mañanas, y todas sus actividades extracurriculares por las tardes y días libres. Al llegar a la adolescencia tuvo una pequeña etapa de rebeldía al perder a sus padres en un desafortunado accidente marítimo, heredando así toda su fortuna a los 16 años.
Pero pudo superar todo eso, gracias a las enseñanzas, lecciones y conocimientos que sus progenitores le dieron, cosas igual o quizás mucho más valiosas que toda su fortuna, armas que le habían servido para enfrentar el mundo y valerse por su cuenta. Logrando ser uno de los empresarios exitosos más jóvenes del mundo.
Ahora, a sus 25 años, tenía la vida con la que muchos solo soñaban. Y no se iba a molestar en negarlo, y usar su propio barco para viajar, era lo que más adoraba.
- ¿Necesita algo, señor Julián?
- No, Sorrento.- Respondió con una amable sonrisa, sintiendo la brisa del mar besado su rostro.- Estoy bien, muchas gracias. Ya pueden irse a dormir.
- ¿Va a quedarse aquí más tiempo?
- Solo un poco más.
- No debería estar aquí sólo a estas horas de la noche.
Una tercera persona se les unió, captando la atención de ambos. Sorrento con una mirada de reproche, y Julián solo una leve sonrisa.
- ¿Por qué, capitán Kanon?- Preguntó relajado el peli-celeste, recargando sus brazos sobre la borda.- No parece haber señales de una tormenta.
- Una tormenta sería el menor de nuestros problemas, señor.- Repuso el peli-azul, acercándose a la borda.- Es abril y no hay luna. Es peligroso.
- Ahí vas con tus cuentos otra vez...- Bufó Sorrento, cruzando sus brazos.- ¿Qué es esta vez?, ¿sirenas?, ¿tritones?, ¿el kraken?... ¿O hay uno nuevo?
Julián rodó los ojos, sonriendo resignado. Su asistente personal y su capitán llevaban años trabajando para él, los consideraba ya amigos, familia, en vez de simples empleados, pero eran como el perro y el gato. Siempre que terminaban chocando.
- Me temo que no son cuentos, Sorrento.- Refutó el peli-azul, imitando la acción del mencionado.- Y no, no es ninguno de los que dijiste. Es algo demasiado peligroso si no tenemos cuidado.
- ¿Cuál es ese peligro, Kanon?- Preguntó genuinamente interesado el multimillonario.
Kanon era originario de Grecia, proveniente de una familia igual de familiarizada con el mar que la de Julián. Su madre había sido una oficial naval, y su padre capitán de la guardia costera. En consecuencia, Kanon y sus hermanos habían pasado prácticamente todas sus vidas en el mar, escuchando muchas historias de él, y explorando varios lugares del mundo.
Además, sus abuelos y demás parientes también habían tenido sus historias en el mar, al haber sido pescadores, buzos, oficiales de marina o biólogos. Así que Kanon tenía cientos de historias que contar.
Quizás podría sonar demasiado infantil para algunos, pero para Julián era muy entretenido escuchar las historias de Kanon, con la pequeña expectativa de observar alguna de esas criaturas.
- Hace mucho tiempo, en el siglo XVII, un barco zarpó de un puerto de lo que ahora son los Países Bajos.- Inició el capitán.- Durante su viaje, el barco quedó atrapado en una tormenta, en el Cabo de Buena Esperanza. Su capitán, en un desesperado intento de salvar su vida, pidió ayuda al demonio. Él lo escuchó, y le concedió lo pedido, pero a un precio extremadamente alto.- Siguió contando.- Su alma y la de toda su tripulación estaría condenada a vagar por toda la eternidad, sin poder volver a tocar tierra firme nunca más.
- Es solo una leyenda, Kanon.- Interrumpió Sorrento.- No existe tal cosa como un barco fantasma, cuya tripulación fue maldita hace siglos.
- ¿Tienes miedo de encontrar el barco, Sorrento?- Cuestionó Julián, buscando aligerar el ambiente con una pequeña broma.
- Por supuesto que no. No tengo miedo de algo que no existe.- Refutó el peli-lila.- Esa es la leyenda del holandés errante. Pero estoy bastante seguro de que ni Willem van der Decken, ni toda su tripulación fantasma existe, ni existieron. Son solo cuentos.
- No son cuentos, Sorrento.
El peli-lila torció los ojos ante las palabras de Kanon. Julián solo suspiró... Ahí iba ese par de nuevo.
- Bueno, entones si los ves, dales mis saludos.- Retó el peli-lila.- Yo me voy a dormir. Buenas noches, señor.- Añadió, dirigiéndose a Julián, para después retirarse a su camarote.
- Le aconsejo que haga lo mismo, señor.- Mencionó Kanon, después de que Sorrento se fuera.
- Tranquilo, Kanon. Te creo, pero estaré bien.- Sonrió con tranquilidad el peli-celeste.- Me quedaré solo unos minutos más.
- Bien.- Suspiró el capitán.- Pero por favor, haga lo que haga, no salude ni trate de llamar la atención de cualquier barco que vea.- Pidió, con una seriedad que lo hizo empezar a cuestionar si realmente era solo una leyenda.- Si llega a ver un barco a la distancia, baje a su camarote, escondase y no salga de ahí hasta que amanezca.
- Bien, lo haré.- Accedió.- Quédate tranquilo.
Después de esa breve conversación, Kanon se retiró al cuarto de control, dejándolo sólo en la cubierta.
Kanon siempre se ponía serio al contar esas historias, pero en esta ocasión... Algo había sido diferente, algo lo mantenía inquieto, y su advertencia no dejaba de resonar en su mente una y otra vez.
Al final, solo negó, vaya que su capitán tenía talento como narrador. Es decir, un barco fantasma, con una tripulación maldita, navegando los mares... Era simplemente una locura. No debía dejar volar su imaginación tan alto.
Permaneció en la cubierta unos minutos más, viendo las estrellas en el firmamento, buscando las constelaciones, refrescándose con la brisa marina, y arrullándose con el sonido de las olas. Pronto, el suave arrullo del mar comenzó a invitarlo a dormir, sus ojos comenzaban a cerrarse solos.
Bostezó y se estiró, dispuesto a irse a la cama, cuando con el rabillo del ojo logró percibir una inusual luz fosforescente.
Creyendo que podría tratarse de ese raro fenómeno luminiscente, producido por las baterías y algunas algas del mar, corrió a esa dirección, asomándose y tratando de vislumbrar de dónde provenía. Pero vaya sorpresa la que se llevó al ver una embarcación a lo lejos.
La luz que desprendía era demasiado fuerte para la distancia a la que se encontraba, no conocía una fuente de energía capaz de algo así.
Curioso, tomó un catalejo que siempre llevaba con él para observar animales marinos a una distancia segura, y lo dirigió hacía el misterioso barco.
Con ayuda del instrumento, pudo notar que era una nave bastante grande, y completamente de madera. Nunca había visto algo así, lucía demasiado antiguo como para ser un barco que se usaría en la actualidad. Y ese brillo extraño... Era como si el barco lo irradiara.
- ¡Julián!
Al escuchar la voz de Kanon, y sentir como lo arrastraba hacia los camarotes, casi suelta un grito del susto.
- Kano, ¿qué ocurre?- Preguntó, aún tratando de procesar lo que estaba pasando.
- Tenemos que ocultarnos.- Respondió Kanon, sin detenerse, hasta bajar a los camarotes.- No podemos salir hasta que amanezca.
Kanon lo guió hasta el que reconoció como el camarote de Sorrento. No entendía qué hacían ahí, pero en cuanto Kanon abrió la puerta, y vió al peli-lila encogido en un rincón de la habitación, temblando de miedo, comprendió que él no había sido el único en ver el barco.
- Todo estará bien.- Intentó calmarlos Kanon, asegurando la puerta.- Solo no hagan ningún ruido, y no respondan a ninguna pregunta, saludo, ni petición, ni nada. No importa lo que escuchen, no digan una sola palabra. Ignoren todo, cómo si no escucharan nada.
No tenían demasiadas opciones, así que solo asintieron con la cabeza, intentando no volverse locos del miedo.
Pasaron tan solo unos minutos, antes de que escucharan el sonido del parteaguas de un barco enorme, pasando a su lado. También pudieron escuchar las campanas y demás sonidos metálicos, típicos de embarcaciones en la antigüedad.
Sorrento se cubrió los oídos, y agachó la cabeza, buscando no emitir un solo sonido. Kanon siguió el ejemplo del peli-lila, moderado incluso su respiración para hacerla lo más sutil posible.
Julián pudo escuchar varias voces, la mayoría lastimeras súplicas, pidiendo ayuda, algunos llantos y gritos desgarradores. Era aterrador, sí, pero a la vez, le hacían sentir una profunda tristeza y compasión.
Al tener sus oídos descubiertos, escuchó perfectamente cuando un ancla fue arrojada al agua, justo a un lado de su embarcación. ¿Por eso debían esconderse hasta que el sol saliera?
Se perdió por unos momentos en sus pensamientos dando vueltas, recordando la historia que Kanon les había contado, y escuchando esos fantasmales lamentos. Sabía que era estúpido, pero de pronto, sentía el deseo de salir de su escondite.
Al dirigir su vista a sus acompañantes, se dió cuenta de que ambos estaban inconscientes, tendidos sobre el suelo de caoba. Estaba completamente sólo.
Se levantó y se acercó a la ventana del camarote, cubierta por una cortina. Aún podía escuchar todos esos lamentos, pero logró reunir el valor suficiente para estirar su mano y tocar el cristal, aún cubierto por la cortina.
"Ayúdame."
Entre todos los lamentos, pudo escuchar perfectamente una voz al tocar el cristal.
Era la voz de un hombre, se oía ronca y cansada, y llena de una profunda culpa, tristeza y arrepentimiento.
Recordaba las palabras de Kanon, y por eso no respondió nada, manteniéndose en silencio, únicamente escuchando esa voz atormentada por un buen rato más, hasta que sintió su energía agotarse, y cayó inconsciente, produciendo un sordo sonido al impactar contra el suelo.
Estaba cansado, no le quedaban fuerzas, a duras penas estaba vivo... Pero no podía rendirse, tenía una promesa que cumplir.
- Disculpe, busco a la señora Pandora van der Decken.
- ¿Quién la busca?- Preguntó la mujer de larga cabellera azabache frente a él.
- Julián Solo, tengo algo que entregarle.
- Me temo que llega algo tarde, señor Solo.- Replicó la pelinegra.- Ese era el nombre de soltera de mi madre... Y ella murió hace dos años.
- En ese caso, creo que es a usted a quien le corresponde esto, señorita Heinstein.- Mencionó, mostrando la pequeña caja de madera que le entregó a la mujer.
La azabache tomó con desconfianza la caja, abriéndola, llevándose una enorme sorpresa al ver el contenido.
- E-Esto...
- Es el anillo de bodas del tatarabuelo de su madre, Willem van der Decken, ¿no es así?- Preguntó con una suave sonrisa al ver las lágrimas de felicidad de la mujer.
- Pero... Pero ¿cómo...?
- Encontré esa vieja caja en la playa de Santorini, en mi último viaje. Al ver el nombre grabado en el interior, me puse a investigar a quien le pertenecía, así dí con su madre.- Contó la historia que había planeado para ocultar la verdad.- Ahora que ha vuelto a dónde pertenece, me retiro.
- Muchas gracias.- Agradeció la pelinegra, limpiándose las lágrimas.
Julián solo sonrió, para después irse. Si la señorita supiera que fue el mismo Willem van der Decken quien le entregó esa joya, pidiéndole devolverla a su amada... En fin, su misión estaba hecha.
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