27. Vidente
Desde siempre supo que había algo en él, diferente a los demás. Desde que tenía uso de memoria, recordaba tener sueños de cosas que al poco tiempo terminaban sucediendo, ver ciertos símbolos constantemente, ver por el rabillo del ojo sombras o siluetas, sentir una curiosidad enorme por la figura de las brujas, hechiceros y las artes esotéricas, tener un vínculo bastante especial con los animales, incluso llegar a escuchar susurros, o ser capaz de percatarse de las verdaderas intenciones o saber varias cosas de alguien aún sin haber entablado una mínima conversación antes.
No comprendía qué era todo eso, incluso él mismo llegó a pensar que quizás estaba loco. Pero en su adolescencia, su curiosidad por el mundo de la magia se hizo imparable.
Inició con libros de magia, demonología y todo lo que podía encontrar a su alcance. Así comenzó su camino mágico, con la sospecha de que poseía un don.
Siguió buscando y buscando más información, hasta que su búsqueda lo llevó a un mercado, dónde conoció al que se volvió su maestro. Quién le confirmó que poseía una energía demasiado fuerte y el don de la clarividencia, pero aún le faltaba mucho trabajo para llegar a ser un vidente.
Su maestro le dejó bien claro desde el inicio que personas como él, nacidas con el don, solo tenían dos opciones: o se preparaban para desarrollarlo, o para renunciar a él. En su caso, no le tomó mucho tiempo tomar la decisión, quería conservar su don y desarrollarlo tanto como fuera posible.
Al ver su determinación, su maestro lo aceptó como discípulo y lo entrenó en las artes ocultas, guiandolo y ayudándolo en su camino. No tardó mucho en sentirse con el valor suficiente para intentar una tirada de cartas, después de estudiar lo suficiente, con la ayuda de su maestro, en esa ocasión para averiguar si había una deidad interesada en él.
Para su sorpresa, las respuestas fueron demasiado claras y supo interpretarlas a la perfección, descubriendo que había dos deidades interesadas en trabajar en él: Una de las diosas más fuertes, la diosa de la sabiduría, Athena. Y uno de los dioses más temidos y juzgados injustamente, el dios del Inframundo, Hades.
Por su conocimiento, sabía que podía aceptar a una, ambas deidades, o a ninguna, y ellos respetarían su decisión. Sabía lo suficiente, y decidió aceptar trabajar con ambos dioses, siguiendo las indicaciones debidas.
En poco tiempo, sus esfuerzos dieron frutos. Su don era fuerte y cada vez estaba más desarrollado, llegó el punto en el que su maestro admitió no tener nada más que enseñarle, y ahora el resto de su camino mágico dependía de él.
No obstante, su camino mágico no le impidió llevar a cabo su proyecto de vida. Durante su estancia en la universidad, conoció a un chico del que terminó enamorándose, a pesar de saber que no era su llama gemela y que prevenía de una familia religiosa y bastante conservadora que no lo aprobaba.
Al final, logró recibirse cómo médico y casándose con el chico. Para su buena suerte, al que eligió como su compañero de vida, no le molestaba su don y prácticas, y nunca lo cuestionó ni juzgó por ellas.
Usar su don le había permitido lograr cosas que parecían imposibles. Desde sus primeros años era capaz de encontrar las causas de enfermedades que ni siquiera los médicos más experimentados lograban averiguar, y el poco tiempo se volvió uno de los mejores médicos. En el hospital ya tenía la fama de que toda cirugía dónde él participaba, salía con éxito, entre muchas atribuciones más.
En todos esos años había visto y hecho muchas cosas. Incluído formar su propia familia gracias a la ciencia y un vientre de alquiler.
Su hijo había heredado su don, y eventualmente había terminado siguiendo los mismos pasos que él. Aunque por una senda mucho más cercana a la magia.
Sí, había vivido muchas cosas durante su trayectoria como médico, pero ninguna como la de ese caso.
Sísifo, un paciente que llevaba 3 años en coma, tras sufrir un extraño accidente cerebrovascular que lo había dejado en estado de coma. Sin más familia que su sobrino de apenas 23 años, Regulus.
- Reg...
- ¿Alguna novedad, Asmita?- Preguntó esperanzado el joven, levantándose inmediatamente de su asiento al lado de la camilla de hospital.
Asmita agachó la mirada, negando con la cabeza. Ese caso era mucho más alarmante, estaba más allá de cualquier entendimiento humano, y debía hacer algo por quien aún tenía salvación.
- Lo siento mucho, Regulus.- Suspiró el doctor.- Empeora cada día más.
El jóven rompió en llanto, cubriéndose el rostro con las manos. Asmita suspiró, ahogando su miedo e impotencia, antes de ofrecerle sus brazos para llorar. Tenía tres años atendiendo el caso de Sísifo, tratando de encontrar una solución, y sabía bien lo mal que el pobre chico la estaba pasando desde entonces. Le había tomado ya bastante aprecio, Regulus era casi como un hijo para él.
- Lo lamento mucho, Regulus.- Suspiró Asmita.- Pero en tu lugar, yo comenzaría a prepararme para lo peor. Cada vez es más difícil mantenerlo aquí, aún con las máquinas. Es como si sus órganos se fueran marchitando lentamente a pesar de todos nuestros esfuerzos.
Regulus sollozó débilmente, aún en sus brazos. Asmita sintió como si su corazón se hiciera un nudo, podía sentir todo el dolor que embargaba a Regulus, todos los sufrimientos que había atravesado a lo largo de su vida.
Sabía que el pobre no pudo conocer a su madre, que murió al darlo a luz. Perdió a su padre, de una forma violenta, cuando él tenía tan solo cinco años. Quedando al cuidado de sus tíos, Sísifo y Cid.
Pero a pesar de haber quedado huérfano, Regulus pudo superarlo, y ser un niño felíz. Si bien, sus tíos jamás ocuparían el lugar de sus padres, sí tenían uno muy especial en su corazón.
No sabía mucho de la vida de Sísifo, más allá de que era la llama gemela de su esposo. Una de las razones por las que decidió tomar el caso, sentía que era lo menos que podía hacer después de quedarse en esa vida con su llama gemela.
En esos tres años, nadie había hallado una respuesta al caso de Sísifo. Lo único que habían supuesto era la versión del accidente cerebrovascular, pero la realidad era que no había ninguna señal de algo así. Simplemente no encontraban el origen del problema.
Asmita sabía bien que no era un accidente cerebrovascular, ni nada de eso. Era algo que la ciencia no podía resolver, ni siquiera la magia podía hacerle frente. Lo había descubierto recientemente.
- Regulus...- Suspiró Asmita, sentándose al lado del joven, una vez que éste se calmó.- ¿Puedo decirte algo?
- ¿Qué sucede, Asmita?
- ¿Crees en seres paranormales?
Regulus lo miró consternado. Asmita no lo culpaba, no era la primera vez que le decía algo así a un paciente o familiar, y era la reacción más común. No era precisamente lo más normal del mundo que un médico hiciera una pregunta cómo esa.
- Sé que suena descabellado, Regulus, pero escucha.- Añadió, intentando buscar una forma sutil de dar esa terrible noticia.- Existe una leyenda... De una criatura que se alimenta de las almas de las personas. Los sume en un sueño de una vida perfecta, mientras van muriendo lentamente en la realidad, alimentándose poco a poco de su energía, hasta consumirlos por completo.
- ¿Qué quieres decir?
- Lo sé, Regulus, es difícil de creer. Pero solo piensa en todas las coincidencias: Nadie ha logrado saber con certeza qué ocurre con tu tío, desde hace tres años es como si simplemente se hubiera dormido para nunca despertar, y poco a poco va muriendo.
Estaba consciente de que esa leyenda era real, había visto a esa criatura ya e intentado alejarla, fracasando una y otra vez. Lo único que había logrado, era averiguar sus intenciones.
- En este punto no sé qué demonios creer, Asmita.- Bufó con enfado el castaño.- Es como si toda mi maldita vida hubiera sido planeada para ser un maldito infierno.
- Realmente lo siento, Regulus.- Mencionó Asmita.- Pero si te digo esto, es porque temo por tu seguridad... Tiene planeado ir por tí en cuanto termine con Sísifo, y no quiero que seas otra víctima del come almas.
- ¿Come almas?- Cuestiono Regulus.- ¿De qué estás hablando?
- Yo... Mira, Regulus, sé que es difícil de creer, pero puedo ver algunas cosas.
El joven lo miró incrédulo. Ya se veía venir el interrogatorio, sabía que su don era algo difícil de creer y no podía ser tan duro con las personas a su alrededor, ya lo había aprendido.
- ¿Eres como un... Medium o algo así?
- No, eso es demasiado peligroso y no me atrevo a tanto.- Respondió con tranquilidad.- Puedo saber cosas de las personas, ver y hablar con algunos espíritus y otros seres, y anticiparme a eventos futuros... Nada más.
- Entonces, ¿puedes decirme cuál era el nombre de mi otro tío?- Cuestiono Regulus, cruzándose de brazos.- Jamás te dije esa información, y no tendrías porqué saberlo.
- Cid.- Respondió.- Era de raíces españolas. Solías ser bastante cercano con él, aunque no tanto como con Sísifo. Te ayudaba con matemáticas y artes, te enseñó a pintar y tallar figuras de madera, también te enseñó a andar en bicicleta. Solía cantarte el poema del Cid campeador por las noches.- Y te enseñó algo de español, así solías decirle si te metías en algún problema en la escuela o sacabas una mala nota y no querías que Sísifo se enterara.- Añadió.- Y la cicatriz que tienes en la rodilla izquierda en forma de rayo, te la hiciste cuando te caiste de la bicicleta en una paseo por el bosque, y Cid fue quien te curó.
Regulus se quedó mirándolo fijamente por unos segundos, con unas pequeñas lágrimas en los ojos. Asmita solo guardó silencio, la mayoría de las personas reaccionaban así cuando alguien les daba detalles tan privados.
- También sé que tu padre se llamaba Ilías y tu madre Arkhes. Tu padre solía hablarte de ella todas las noches antes de dormir y contarte lo increíble que era.- Siguió Asmita.- Sé que tienes un tatuaje en la espalda, que te hiciste a los 17 años sin que Sísifo supiera. Es un caballero empuñando una espada, junto a un león, en alusión a tu parte favorita del poema del Cid campeador, como un homenaje a tu padre y tu tío Cid.
Regulus se cubrió la boca con una mano, intentando callar sus sollozos. Todo el dolor que había intentado olvidar había resurgido de golpe, haciendo doler su alma.
Nadie sabía de su tatuaje, no lo había hablado con nadie. Jamás había ido con un pantalón corto como para que Asmita pudiera ver si cicatriz. No le había contado que sabía un poco de español ni cómo, mucho menos todos esos detalles de su tío.
- Regulus...
- Te creo.- Sollozó, limpiandose las lágrimas.- Solo... Solo dime una cosa.
Asmita asintió, notando los ojos cristalizados del castaño.
- ¿Están aquí?- Preguntó Regulus.- ¿Están escuchando?, ¿mi padre, mi tío...?
- No.- Respondió Asmita.- Pasaron al otro lado. Ya no están aquí.
Regulus sollozó, apretando los puños. Asmita no dijo nada, solo lo abrazó contra su pecho, acariciando sus cabellos.
- No es necesario que sigas siendo fuerte, Regulus.- Susurró Asmita.- Sé que desde que tu tío murió, haz intentado ser fuerte por Sísifo. Lo viste decaer cada vez más, sufrir por la pérdida de tu padre y tu tío, por no lograr adoptar a ese niña, y todos los problemas.
- Yo...
- No es necesario que digas nada. Hasta ahora sientes que todo es tu culpa, que tu nacimiento provocó la muerte de tu madre, y sientes que de alguna forma es culpa tuya las muertes de tu tío y tu padre.- Mencionó el rubio aquella culpa que carcomía al joven.- No estuvo bien fingir de esa forma, Regulus, tú sufrías también. Pero sé que no lo hiciste con mala intención.
- Asmita... ¿Esto fue mi culpa?
- No.- Respondió lo que sabía de esa criatura.- Fue Sísifo quien lo atrajo. Esa cosa busca almas amables, gentiles y puras, porque son las más fáciles de corromper. Las observa por años, y poco a poco va quebrando su voluntad. Inicia con cosas pequeñas, cómo robarles algo de energía, alejarlos de sus amigos, enfermarlos... Y después comienza a quitarles a las personas más importantes de su vida.- Añadió, logrando ver por el rabillo del ojo a ese ser rondando por la cabecera de la cama, pero de inmediato desvió la vista y cubrió a Regulus.- Los quiebra, hasta que ya no pueden más y se rinden a su deseo de una vida perfecta. Ahí es cuando los ataca, se los lleva a un mundo perfecto, y los apresa. Su cuerpo poco a poco va muriendo, porque su alma ya no está en él, sino en el mundo de esa cosa.
- ¿Hay algo que podamos hacer?
- Me temo que no.- Suspiró el rubio.- Las personas que caen en ese mundo ya no tienen la fuerza ni voluntad suficientes para salir de él. Ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados, hasta que ya es demasiado tarde.
Regulus volvió a sollozar, aferrándose a Asmita. El rubio solo suspiró con pesar. Podía sentir las emociones de Regulus, el dolor, la impotencia, el miedo...
De pronto, el pitido del respirador comenzó a sonar. Asmita sabía que no era una buena señal, en más de un sentido.
- Agáchate.- Dijo, mientras se desprendía de un anillo que llevaba puesto, para después dárselo a Regulus.- No sueltes ese anillo pase lo que pase, y no abras los ojos. No importa lo que escuches o sientas, no abras los ojos y no sueltes ese anillo.
Regulus no entendía bien qué sucedía, pero decidió no cuestionar y hacer caso a las palabras de Asmita, aferrándose a la joya.
Asmita se acercó a la camilla, activó el código de emergencia solicitando apoyo, e inició con las maniobras de reanimación, aunque bien sabía que era en vano.
Podía sentir a esa cosa justo frente a él, observandolo fijamente, intentando hallar la más mínima pizca de debilidad para colarse en su mente. Gracias a los amuletos que hizo con anterioridad, estaba a salvo, mientras no hiciera contacto visual. Pero sabía que si abría los ojos, estaba perdido.
- Asmita... ¿Qué está pasando?
- Estoy haciendo lo que puedo, Regulus.- Respondió con dificultad.- Tú solo cálmate y no lo escuches.
Para fortuna suya, el resto del personal médico apareció, listos con el desfibrilador, causando que esa cosa se desvaneciera en el aire. Hasta entonces abrió los ojos y se dirigió a Regulus para sacarlo de ahí.
En el pasillo, ambos se miraron. Los dos sabían lo que iba a pasar, y Regulus solo pudo agachar la cabeza y llorar en silencio.
- Sé que es difícil, Regulus. Pero no dejes que te consuma.- Dijo Asmita.- Fuiste lo suficientemente fuerte para resistirlo ahí dentro, puedes volver a hacerlo. Con ayuda de ese anillo.- Añadió, presionando la pieza de metal contra la mano del castaño.- Manténlo siempre contigo, te dará cierta protección contra él, pero debes ser fuerte.
- Gracias, Asmita.- Suspiró Regulus, apretando el anillo.
Minutos después, un médico salió de la habitación, solo para anunciar la noticia del falleció del paciente. Regulus respiró profundo, asintió y le agradeció al doctor por sus esfuerzos. No iba a ser una presa fácil para esa cosa que le había arrebatado todo, vivir sería su más grande acto de venganza.
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