25. La Dama Del Lago
Después de un largo camino, llegaron a su destino, en aquel castillo antiguo.
Sabían realmente muy poco de ese lugar, solo sabían que debían quedarse ahí para revisar la estructura, contratar personal para llevar a cabo las restauraciones, y supervisar todo el proceso. Básicamente, lo que nadie mas había querido hacer.
- ¿Todo en orden, Shura?- Preguntó a su acompañante.- Te veo algo nervioso.
- No es nada, Camus. No te preocupes.- Respondió, negando con la cabeza.- Solo... Es un castillo imponente.
- No te culpo, Shura.- Se sumó el tercer presente.- He visto estructuras enormes, pero este lugar tiene algo... Diferente.- Añadió el peli-celeste.- No lo tomes a mal, Camus. Pero es algo... Intimidante.
- Lo sé, Afrodita.- Suspiró el galo.- No puedo creer que de cierta forma una parte de este lugar es mío. Incluso a mí me da escalofríos.
El castillo había pertenecido a los duques de la familia real de Inglaterra hace muchísimos años, pero había estado deshabitado por siglos. Nadie había logrado habitar el lugar por el temor que infundía, afirmando que estaba embrujado. Ni siquiera la familia real se había molestado en reclamarlo como suyo.
Camus era de los descendientes más jóvenes del que hace siglos fue el duque de esa provincia, aunque lejano de la línea sanguínea directa. Nadie quería ese castillo, ni tener nada que ver con el inmueble, incluso habían tratado de disuadirlo de no ir, pero no hizo caso. Ahora comenzaba a creer que había cometido una imprudencia y debió escuchar a sus primos, tíos y padres, pero ya era tarde para arrepentirse. Había ido con el firme propósito de restaurar el lugar, habitarlo y demostrar que no había nada qué temer, y no iba a descansar hasta lograrlo.
Sus acompañantes también estaban comenzando a arrepentirse de haber aceptado ayudarlo en esa misión, pero no iban a dejarlo sólo. Así que se tragaron el miedo, y se internaron en esa fortaleza antigua, tratando de convencerse de que solo se estaban sugestionando y no había nada qué temer.
Apenas entraron, pudieron sentir un fuerte escalofrío y como se les enchinaba la piel. La sala del castillo no tenía nada que no se pudiera anticipar de una estructura de esa época, pero había algo que los incomodaba y ni ellos sabían explicar qué era.
- Bien... A trabajar.- Mencionó Camus, ignorando esa sensación de temor.
Sus dos acompañantes tomaron un respiro y asintieron, siguiéndolo. Entre más rápido terminaran el trabajo, más rápido podrían decirle adiós a ese tétrico lugar.
Comenzaron por instalarse en una de las polvorientas habitaciones del castillo, limpiar un poco, y acomodar sus pertenencias. Tendrían que quedarse ahí por al menos una semana, solo para revisar el inmueble de arriba a abajo y anotar todas las restauraciones y remodelaciones que serían necesarias.
Al mediodía, ya estaban instalados y comenzaron a trabajar. Afrodita y Shura trabajaban sin descanso, lo único que querían era irse lo más rápido posible. Pero Camus parecía irse calmando poco a poco, tomándose su tiempo.
Justo debajo de la torre más alta del castillo, había un lago de agua cristalina. Se veía algo profundo, tal y como solía ser en la época en que fue construido.
Camus no sabía porqué, pero ese lago llamaba fuertemente su atención, era como si algo en ese cuerpo de agua lo llamara. Sin embargo, solo negó y continuó con su trabajo.
El día se les fue trabajando, deteniéndose a duras penas para comer, hasta que la noche llegó, y comenzaron a alistarse para dormir, usando las linternas y velas que habían llevado.
- Buenas noches.- Dijo Afrodita, cuando estaban en el pasillo, listos para ir cada uno a su habitación.
- Buenas noches, Afrodita.
Después de esa corta despedida, los tres entraron a sus habitaciones y cerraron las puertas, alistándose para dormir.
Camus apagó la vela y se dispuso a dormir, acostándose y cubriéndose con las mantas. Pero el sueño brillaba por su ausencia.
Nunca había sufrido insomnio, no comprendía porqué de pronto no era capaz de conciliar el sueño. Mucho menos el repentino sentimiento de angustia, tristeza, y la opresión en el pecho que aparecieron de un momento a otro. Al punto de que terminó llorando en silencio.
No supo cuánto tiempo pasó, cuando comenzó a escuchar la suave melodía de un violín, que logró aliviar ese doloroso sentimiento. Sin saber porqué, se levantó, salió primero de la cama, y después de su habitación, siguiendo el rastro de esa melodía.
Avanzó sin saber a dónde, solo podía sentir que sus pies se movían por su propia cuenta, y como esa música lo envolvía.
Al subir unas escaleras, finalmente pudo ver de dónde provenía esa música: una joven mujer de cortos cabellos rubios, envuelta en un elegante vestido negro, parecido a los usados por la clase alta en el siglo XVIII.
La mujer sostenía un violín en sus manos, haciendo resonar las cuerdas con esa bella pero triste melodía.
Camus no sabía porqué, pero esa tristeza de nuevo se hizo presente, y sus lágrimas volvieron a aparecer, pero a la vez, el sentimiento de alivio se colaba en su pecho. Cómo si algo le dijera que todo pronto terminaría.
Al terminar de tocar, tras dar el último golpe con el arco, la mujer dejó el instrumento en el suelo, y avanzó hasta el ventanal de la torre, subiendo a él. Permaneció ahí unos segundos, dejando que el aire meciera su corto cabello, para después, de un momento a otro y sin previo aviso, arrojarse al vacío.
Al verla, miles de imágenes aparecieron en su mente, como si de una película en cámara rápida se tratase. De todo lo ocurrido hasta llegar a ese momento... Cómo si fueran recuerdos suyos.
- ¡Camus!
Las voces de sus amigos, seguido de un fuerte golpe de su espalda contra el duro suelo, lo hicieron recobrar la consciencia, notando que estaba en la torre.
Solo pudo romper en llanto, sintiendo su corazón hecho pedazos. Sentía todo el dolor de esa mujer, traicionada por quién más amó, humillada, herida, sola... Olvidada por todos en ese lago, tras su trágico final.
Afrodita y Shura no entendían el porqué de su llanto, y solo atinaron a sacarlo de ahí y quedarse despiertos con él toda la noche, hasta el amanecer.
Camus no quiso contar nada de lo que vio, solo les dijo que era mejor irse y no volver. Sus amigos no se negaron, había algo en ese castillo, y no era algo bueno. Si no se hubieran despertado, Camus se habría arrojado al lago directo a su muerte.
- Camus, ¿qué pasó anoche?- Insistió Afrodita, cuando ya estaban en el auto, listos para irse.- Te creemos lo que sea. Hay algo raro en este castillo.
Camus miró por el retrovisor del auto el reflejo del lago, dónde estaba esa mujer, parada en la orilla. De inmediato cerró los ojos y agachó la cabeza, no quería volver ahí nunca.
- Nada importante, Afrodita.- Respondió, ante la mirada curiosa de sus amigos por su repentina reacción nerviosa.- Solo vámonos por favor.
Shura y Afrodita no quisieron insistir más. No era normal ver a Camus tan nervioso, algo realmente terrible debió suceder, y no querían ser los siguientes.
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