19. La Madre Del Agua
Una noche de verano como cualquier otra, teniendo a su amigo de visita en su pequeña casa de campo, disfrutando el tiempo de convivencia juntos, antes de tener que volver a la pesada rutina de la vida en un internado al terminar las vacaciones.
No había absolutamente nada fuera de lo normal. Solo unos adolescentes riendo y pasándola bien alrededor de una pequeña fogata, asando malvaviscos y hablando, después de que el padre de dos de ellos se fuera a dormir, confiando en que serían responsables.
Hasta que el sueño comenzó a vencerlos uno a uno. Seraphina fue la primera en despedirse, diciéndoles que no tardaran demasiado en irse a dormir y recordándoles la advertencia que el patriarca de la familia y dueño de la casa les había dado.
- Sí sí. Que no nos acerquemos al río de noche, y que si escuchamos un canto o voz de mujer, nos cubramos los oídos, corramos dentro de la casa y nos escondamos bajo las mantas hasta el amanecer.- Le interrumpió su hermano menor.- Ya sabemos, Seraphina. Pero gracias de todos modos, aunque ya no somos bebés para creer en ese cuento.
- Bien, pero después no digan que no se los advertí.
- Sí sí. Lo que tú digas.
La peli-plata bufó con molestia por la respuesta tan despreocupada de su hermano, y estuvo por reclamar, cuando su invitado y amigo intervino.
- Gracias, Seraphina.- Mencionó con calma Degel.- No tardaremos mucho en ir a dormir de todas formas. No te preocupes.
- Gracias, Degel.- Suspiró la chica, mostrando una pequeña sonrisa.- Por favor, no le quites los ojos de encima a mi hermano.
- No tengo 3 años, hermana.- Interrumpió Unity la conversación.
- Eso parece, Unity.- Soltó la mayor, cruzándose de brazos.- No se duerman muy tarde. Hasta mañana.
- Hasta mañana.- Respondieron ambos chicos, despidiéndose de Seraphina, quién se fue al interior de la casa.
Ambos amigos se quedaron en el porche, comiendo los dulces que tenían a su disposición, y conversando de temas al azar, riéndose de sus chistes, mientras intentaban no dormirse.
No sabían bien qué hora era, solo que ya era bastante tarde, debido al cansancio. Degel tuvo que ir al baño y dijo que volvería, Unity asintió y se quedó afuera de la casa, aún no quería irse a dormir.
El peli-plata se encontraba completamente sólo, cuando comenzó a escuchar un suave canto, casi imperceptible, a lo lejos. Solo rió y negó con la cabeza, el sueño ya lo estaba haciendo imaginar cosas.
Se dispuso a comer otro malvavisco, cuando por el rabillo del ojo pudo ver un rápido destello pasar. Curioso, alzó la mirada, intentando hallar la fuente de esa fugaz luz, pero solo pudo escuchar más fuerte y claro ese canto.
Era una voz femenina, dulce, armoniosa y cálida. Pronto, se sintió completamente envuelto por esa angelical voz, y lo único en lo que podía pensar, era en seguirla.
Se levantó de su asiento, dejó caer el dulce que tenía en las manos y comenzó a seguir el rastro que ese canto le dejaba. Sentía como si estuviera soñando, únicamente siendo capaz de observar y avanzar, sin la posibilidad de detenerse o regresar, aunque tampoco tenía la menor intención de hacerlo. La necesidad de encontrar la fuente de ese dulce canto era lo único que tenía en la mente.
Su recorrido lo llevó hasta el río que estaba a solo unos cuantos metros de la casa, dónde pudo ver a una hermosa mujer de cabello dorado sentada en la orilla, cepillando su larga cabellera.
La misteriosa mujer dirigió su mirada verde hacía él, mostrando una dulce y gentil sonrisa, para después saltar al agua. No supo porqué, lo único que supo, fue que saltó detrás de ella.
Fue cuando sintió el frío del agua helandole la piel, y unas manos tratando de sumergirlo al fondo, que por fin pudo reaccionar.
La bella mujer ya no estaba, en su lugar solo había una criatura horrible, con el rostro deformado y casi esquelético, con piel de apariencia putrefacta, y unos afilados dientes asomándose por la espeluznante boca. Las manos habían tomado la forma de largas y afiladas falanges, con apariencia casi de unas garras.
Pataleó contra esa cosa aún bajo el agua, luchando desesperadamente por su vida. Por suerte logró darle una patada y salir a la superficie para gritar, antes de volver a ser arrastrado.
Su esperanza de sobrevivir era poca, pero no iba a rendirse sin pelear, y eso fue lo que hizo. Forcejear contra esa cosa, tomando aire y gritando en cada pequeño asomo a la superficie.
Cuando escuchó la voz de su hermana, su padre y Degel, esa cosa de pronto se esfumó, sin dejar el menor rastro. Él de inmediato nadó como pudo con sus pocas fuerzas hasta la orilla, cayendo rendido.
- ¡Unity!
Su hermana, su padre y su amigo de inmediato se acercaron a él para sacarlo del agua y alejarlo de la orilla. Él estaba agitado y muerto de terror, pero aún así intentó contarles todo lo que había pasado.
- Vámonos a la casa, aquí no es seguro.- Dijo su padre, antes de cargarlo con ayuda de Degel y volver a la casa de campo.
Una vez ahí, lo cubrieron con varias mantas, le buscaron ropa seca y se encargaron de calmarlo. Cuando por fin fue capaz de hablar con claridad, su padre le explicó todo.
- Degel dijo que cuando volvió del baño no te vió por ningún lado, creyó que te habías ido a dormir, así que se fue. Pero entonces te escuchó gritar y corrió a despertarnos a tu hermana y a mí.- Narró su padre lo ocurrido.- Afortunadamente, llegamos a tiempo para salvarte de ella.
- ¿Qué es esa cosa?
- La madre del agua.- Respondió el mayor.- Un espíritu que vive en los cuerpos de agua, que atrae a los hombres hasta ella para ahogarlos. Si la ves a los ojos, estás perdido, porque ella te atraerá hasta las profundidades del río para ahogarte y que nadie vuelva a saber nada de tí.
Su padre siempre solía contarles historias de ese estilo a él y a su hermana desde que eran niños, pero nunca les había prestado atención ni las había creído. Pensaba que eran únicamente para mantenerlos a salvo de peligros reales, cómo caer al río por curiosos o algo así. Pero acababa de comprobar que no eran simples historias.
- Esta vez tuviste suerte de que Degel te escuchara y tu hermana estuviera aquí. La madre del agua no ataca a las mujeres.- Añadió su padre.- Pero dudo mucho que corras con la misma suerte dos veces. No vuelvas a ser tan descuidado.
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