17. Sigo Aquí
No puedo creer cómo pasó todo esto. Aún es demasiado doloroso aceptarlo.
Aún recuerdo cómo después de casi morir en medio de una tormenta en el mar, mi amado esposo y yo nos hicimos una promesa:
"Si alguno de los dos muere, el otro hará una ceremonia en nuestro aniversario. Juntos, en la vida y en la muerte."
Cid... Mi amado Cid, el amor de mi vida, la luz de mis ojos, mi esposo. El hombre al que más amé, al que aún amo, sin importar que yo esté ahora en brazos de otro hombre, y él ya no esté en este mundo.
Los dos nos amabamos con la misma intensidad, de eso jamás dudé. Él fue el mejor hombre que pude tener a mi lado en esta vida. Inteligente, calmo, mesurado, franco, leal, y con su peculiar modo de amar.
Los años que pasamos juntos han sido los más felices de mi vida. Durante nuestros años de matrimonio, compré varias estatuas de perros para adornar la enorme casa que teníamos. Mi padre solía decir que servían como una protección contra malos espíritus. Cid nunca fue demasiado creyente de esas cosas, pero sabía que era algo importante para mí, y solo por eso me ayudaba desde transportarlas, hasta colocarlas o moverlas de lugar. Yo disfrutaba esos momentos, pero más por estar con él, que solo por las estatuas. Ese se había vuelto mi objetivo de vida: su felicidad.
Fuimos inmensamente felices por muchos años, siendo solo nosotros dos. Y cuando nuestros dos hijos, fruto de nuestro infinito amor, llegaron a nuestras vidas, nuestra dicha aumentó aún más. Nuestros pequeños retoños se volvieron nuestro más grande orgullo y felicidad.
Pero la vida no puede ser perfecta. No podíamos ser eternamente felices, cómo nos habría gustado. Aún no comprendo cómo al ver tanta felicidad entre dos seres, el destino decide que debe poner un fin... Y ese fue nuestro caso.
Mi amado enfermó de gravedad. No pude hacer nada más que verlo marchitarse poco a poco. Ver como poco a poco sus fuerzas mermaban, haciéndole más y más difícil caminar o solo mantenerse en pie. Hasta que fue incapaz de hacerlo, quedando postrado en cama.
Verlo postrado en una cama, con su vida apagándose con cada minuto que pasaba, sabiendo que era cuestión de tiempo para que la muerte lo arrebatara de mis brazos, era desesperante. Lloraba a escondidas todas las noches de la impotencia, por no poder hacer nada por salvar a mi amado.
Pero enfrente de él y de nuestros hijos siempre trataba de mostrar una sonrisa. Sabía que él también estaba luchando, preocupado por nosotros, yo no iba a ser una carga más.
Sabía que era la despedida era inevitable, pero eso no la hizo menos dolorosa. Murió en mis brazos, sentí su último aliento escapar de sus labios. Pidiéndonos perdón por habernos fallado y dejarnos sólos, suplicándonos que fuéramos más fuertes que él, y nos mantuvieramos unidos... Y lloré como nunca en mi vida... Mi amado se acababa de ir.
Él siempre fue muy precavido, siempre nos puso a nuestros hijos y a mí antes que a nada más. Y tras su muerte, heredamos una buena suma para mantenernos estables hasta que los niños fueran adultos, pero ni siquiera todo el oro y las riquezas del mundo serían suficientes para compensar el dolor de la pérdida de un esposo amado o un padre.
Así fue como mis hijos perdieron a su padre, y yo al amor de mi vida, sin poder hacer nada para impedirlo.
Yo jamás pude asimilar su ausencia. Varias veces creía oír sus pasos, percibir el aroma de su perfume, o sentir su presencia por toda la casa... Pero al buscarlo, solo veía la cruel realidad.
Quizás eran solo delirios míos, pero me ayudaban a no morirme del dolor por su ausencia. No me importaba si era solo mi imaginación o mi mente tratando de darme consuelo, sentía que él seguía a mi lado. Caminando por nuestra casa, durmiendo a mi lado por las noches, acompañándome en las tardes...
Cumplí nuestra promesa por algunos años, hasta que la desgracia y la calamidad volvieron a tocar a mi puerta.
La situación económica se estaba volviendo crítica. Yo era una mujer viuda, mi padre había muerto hace años, no tenía a nadie para respaldarme. Y allá afuera, había muchos desgraciados sin escrúpulos, buscando sacar provecho de los más vulnerables. Tal y como lo era una mujer viuda, madre de dos niños.
De nuevo, me sentía acorralada. Extrañaba demasiado a mi esposo, debía luchar por proveer a mis hijos de todo lo que necesitaran, y ahora, enfrentaba una lucha contra una sociedad entera...
Lloraba todas las noches, después de que los niños se fueran a dormir. Pero de alguna forma, sentía como si mi amado estuviera ahí, conmigo, respondiendo de alguna forma. Incluso juraría sentir el tacto de sus labios sobre los míos, y cerraba los ojos, dejándome disfrutar de esa pequeña sensación, aún si era solo una imaginación.
Al final, me quedé sin opciones. Debía casarme de nuevo, solo así podría mantener el patrimonio de mi esposo y mis hijos a salvo.
Sentía que estaba traicionando a mi esposo, y la misma noche que acepté la propuesta de matrimonio, le pedí perdón al único hombre al que realmente he amado. No quería hacerlo, pero no tenía otra salida.
Así terminé casada con un hombre que no amo y jamás amaré, todo por el bien de mis hijos.
Pero aún siento a mi verdadero esposo a mi lado. Escucho sus pasos, percibo su aroma, siento su presencia a mi lado, como si intentara decirme que todo está bien, y que me perdona por todo.
No pude continuar cumpliendo la promesa que nos hicimos, a pesar de todos mis intentos. Y ahora, cada año lloro en esa fecha, abrazando las estatuas que compramos mientras él aún vivía...
Sé que él sigue aquí. Sé que aún está a mi lado, y solo quiero que sepa que aún lo amo, y lo haré eternamente... Mi amado Cid.
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