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16. El Cadáver De La Novia

El día que menos deseaba había llegado. El día del ensayo de la boda, su boda... Con una completa desconocida, únicamente por una alianza monetaria entre familias.

No conocía a esa chica, no sabía absolutamente nada de ella más allá de su nombre y que era la única hija de una familia acaudalada, dueña de varias fábricas de telas, fábricas de joyas y barcos comerciales.

Él, por su parte, era el único hijo y heredero de una familia igual de acaudalada, dueña de la compañía minera más grande del país, fábricas de vinos y distribuidora de trigo.

Desde que era tan solo un niño, sabía que ese era su destino. No tenía otra opción, pero no dejaba de darle pesar. No lo creía justo ni para él, ni para ella. Pero no tenían opción.

Así había llegado en compañía de su familia a la reunión de ambas familias, esperando en la enorme sala de la mansión a la joven y al sacerdote para comenzar el ensayo.

Estaba nervioso, sí, pero intentaba disimularlo bebiendo el té que le había sido ofrecido. Aunque la tensión en el lugar era tan palpable que podría romperse con un martillo, igual que un cristal.

El sacerdote llegó, y ni rastro de la jóven doncella, por lo que, aunque algo incómodos, decidieron esperar un poco más. Pero nada, la jóven no aparecía, y ninguno de los sirvientes sabía su paradero.

Sin embargo, el padre de la chica se mostró calmo en todo momento, y les pidió a todos adelantarse al patio central de la mansión, dónde se llevaría a cabo el ensayo, mientras daban con su hija. El sacerdote accedió, y sus padres, buscando quedar bien, le dijeron que ayudara a encontrarla... Difícil encontrar a alguien a quien jamás había visto, pero con tal de obtener un respiro, aceptó.

Avanzó por la mansión, hasta que mientras iba subiendo a la segunda planta, escuchó la suave música de un piano. Curioso por tan hermosa melodía, decidió acercarse, encontrando a una delgada y hermosa doncella de largos cabellos dorados y pálida piel, sentada frente a un imponente piano concertista, deslizando con suavidad sus dedos, haciendo resonar esa melodía por toda la sala.

Se dió cuenta de que sus ojos permanecían cerrados, con una expresión relajada, mientras tocaba con maestría el instrumento. Era una imagen tan perfecta, que no se atrevió a romper, dejándose envolver por la música, hasta que la pieza terminó.

- ¿Puedo ayudarle en algo?- Habló la chica, haciéndolo dar un respingo.

- Lo siento. No era mi intención incomodar, solo el señor Laghari me pidió ayudar a buscar a la señorita-

- Ah, entonces tú debes ser Hasgard, ¿o me equivoco?- Sonrió divertida la joven, manteniendo sus ojos cerrados.- Lamento la demora, ¿voy muy retrasada?

- Un poco.

- Así que eres directo... Me agrada eso en un hombre.- Rió ligeramente la rubia, levantándose de su asiento, caminando hasta llegar a menos de un par de metros de él.- Asmita Laghari. Tu futura esposa por lo visto, así que, un placer conocerte al fin.

- Soy yo quien tiene el placer, señorita.- Respondió, correspondiendo a la reverencia de su prometida.- Lamento haber incomodado.

- No te preocupes, me dí cuenta desde el momento en que llegaste.- Respondió la chica, con esa misma sonrisa.- Tu perfume es muy diferente al de cualquiera de los sirvientes y el de mi padre, y tus pasos también son diferentes. Simplemente, pensé que sería una buena idea presentarme con una canción. Así que, ¿qué te pareció?

No pudo evitar mostrar una pequeña sonrisa ante la actitud de la doncella. No podía seguir molesto por su retraso, quizás ese matrimonio no sería tan malo después de todo.

- Con todo respeto, tiene un talento increíble para la música. Es una de las interpretaciones más bellas que he tenido la dicha de escuchar.

- Nada mal para una ciega, ¿cierto?

- Yo... No quería sonar ofensivo, yo-

Por un momento se sintió torpe. Sabía de la ceguera de la jóven, y realmente no quería decir algo que pudiera malinterpretarse, pero quizás había fallado.

- Relájate, solo bromeo.- Rió Asmita.- Solo deja las formalidades por favor. Seré tu esposa en una semana, así que solo llámame Asmita, o Mita si quieres.

- De acuerdo... Asmita.- Suspiró, relajando sus nervios. La chica era elocuente y algo descarada, pero le agradaba.

- Bien, ahora que no te vas a morir de un infarto, ¿te parece si vamos al ensayo?

- Por supuesto.

Y tras decir aquellas palabras, ambos se encaminaron a dónde los esperaban. El padre de Asmita no reclamó nada a la señorita, solo le dió un abrazo a su hija, y fueron a posiciones, igual que todos.

Ya iban retrasados, así que, teniendo a los novios, el ensayo finalmente comenzó. La novia hizo el recorrido hasta el altar, del brazo de su padre, donde el novio ya la esperaba.

Padre e hija se despidieron con una pequeña reverencia, y el anciano fue a su lugar, al lado de sus consuegros.

El sacerdote dirigió toda la ceremonia como sería el día de la boda. Y todo iba bien, hasta que llegó la hora de decir los votos.

Asmita dijo sus votos sin ningún problema, tomando la mano de su prometido en todo momento, mostrando una dulce sonrisa hasta la última palabra, al colocarle el anillo a su prometido.

Hasgard trató de hacer lo mismo, pero sus nervios terminaron traicionadolo en el último momento. En el primer intento se le olvidaron la mitad de los votos, en el segundo tartamudeó varias veces, en el tercero tuvo problemas para colocarle el anillo a la novia, y en el cuarto, se le cayó el anillo, que fue a dar a los pies de la chica.

Ese error fue el colmo para el sacerdote y sus padres, que no tardaron ni un minuto en comenzar a hablar de lo fatal que era dejar caer un símbolo así de importante. De inmediato intentó recuperarlo, pero Asmita también pensó en eso.

Ambos se agacharon al mismo tiempo para tratar de levantar la joya, terminando con un pequeño golpe en la cabeza. Asmita solo soltó una pequeña risa, que le contagió. La chica tomó el anillo y se lo dió, sonriendo tranquilamente, para después levantarse.

Por un segundo olvidó la indignación y molestia que su pequeño error había causado en la mayoría de los presentes, especialmente en el sacerdote. Que no dudó en reprocharle y reprenderlo por ser tan torpe y tomarse ese tema como un juego.

- ¡No se casará hasta que se haya aprendido los votos, señor!- Finalizó la discusión el religioso, recogiendo todas sus pertenencias.- ¡Y es mi última palabra!

El sacerdote salió indignado de la mansión, dejando a todos con las palabras en la boca. Todos tenían su mirada fija en él, reprochando su actuar. Esta vez había metido la pata en grande, y sus padres no iban a dudar en hacérselo saber.

- Oye, tranquilo.- Susurró Asmita a su lado.- Al padre se le zafa un tornillo de vez en cuando, no lo dijo en serio.

- Lamento haberte hecho quedar en ridículo.- Respondió en un susurro, bajando la mirada.

- Relajate, lo harás bien el día de la boda.- Sonrió suavemente la rubia.- Confía en tí.

Suspiró y correspondió a la sonrisa de Asmita, agradeciéndole bajo por sus palabras de aliento. Antes de que sus padres lo llamaran, forzándolo a despedirse. Asmita solo sonrió en respuesta y lo dejó ir.

En el camino de vuelta a casa, tal y como esperaba, sus padres no dejaron de reprocharle haber sido tan descuidado y torpe, qué debía aprenderse esos votos y no hacer el ridículo el día de la ceremonia, o serían el házme reír de todos.

Solo suspiró, se disculpó y prometió practicar.

Lo intentó por horas y horas, hasta que la noche apareció, pero no lo lograba. Ese tipo de cosas no eran lo suyo, la sola idea de imaginarse diciendo ese discurso frente a cientos de invitados, con los ojos fijos en él, esperando el más mínimo error, lo hacían sentir nervioso y que su mente se pusiera en blanco.

Así fue los siguientes días, ensayando sus votos y tratando de hacerlo a la perfección, una y otra vez. Desde que el sol salía, hasta que el sueño lo vencía por la madrugada. Pero parecía que todos sus esfuerzos eran en vano, simplemente no lograba hacerlo bien.

Faltaba solo un día para la boda, era el último ensayo. Cómo dijo Asmita, el sacerdote estaba mucho más calmado, y aceptó darle otra oportunidad, pero de nuevo, los nervios lo traicionaron, olvidando las últimas líneas.

En esa ocasión, la frustración simplemente fue demasiada, y terminó saliendo de ahí sin decir nada. La presión de tener que hacerlo perfecto al día siguiente, la responsabilidad que caía sobre sus hombros con esa boda, y la frustración por no conseguir aprender y hacer a la perfección todo... Era demasiado.

Decidió ir al bosque, quería, necesitaba, rogaba por un momento a solas. Sin nadie encima de él, exigiéndole ser perfecto o juzgando hasta su forma de respirar.

El aire era frío, pero relajante. El silencio, interrumpido únicamente por el suave cantar de la naturaleza, lo hacía sentirse relajado. Así que, cuando logró calmarse, decidió intentarlo una vez más.

Repitió sus votos una vez más, cometiendo un par de errores, pero respiró y consiguió calmarse.

Lo intentó de nuevo, y esta vez, por fin, consiguió decir y hacer todo correctamente. Su confianza fue tal, que incluso usó una rama para simular la delicada mano de su prometida.

- Y te entrego este anillo, cómo símbolo de mi amor por ti. Te acepto como mi esposa, y te pido que seas mía.

Sonrió orgulloso de sí mismo. Asmita tenía razón, solo necesitaba calmarse y confiar un poco más en sí mismo para lograrlo.

Pero cuando intentó recuperar el anillo, la rama comenzó a moverse, junto con toda la tierra y vegetación alrededor.

No tenía idea de qué sucedía, y solo pudo retroceder con temor, esperando cualquier ataque de algún animal o algo así, pero nada de eso... No había forma de anticiparse a lo que vió.

Una mujer de aspecto fantasmagórico, con un vestido blanco sucio y desgarrado, igual que el velo en su seco cabello.

Sus rasgos eran los de un cadáver. Con los labios azulados, los ojos con las marcas oscuras alrededor, y la piel inhumanamente pálida, con pequeñas marcas violetas.

- Acepto.- Dijo la mujer.

Cómo cualquier persona racional, no tardó en emprender la huida. La situación parecía una pesadilla horrible o una terrible broma, pero definitivamente no iba a quedarse a averiguarlo.

En todo el camino no se atrevió a girar la vista, hasta que, sin saber cómo, llegó a la mansión Laghari, dónde llamó a la puerta de inmediato.

Por fortuna suya, Asmita y su padre se encontraban aún hablando con el sacerdote, tratando de convencerlo de oficiar la boda al día siguiente.

Al verlo tan alterado, le preguntaron qué había pasado. Intentó explicar lo que ocurría, pero su corazón latía a mil por hora y el aire no entraba en sus pulmones. Más bien, toda explicación terminó sobrando cuando su persecutora apareció frente a todos, helando la sangre de quiénes contemplaban la tétrica escena de una muerta viviente avanzando por las calles.

El sacerdote fue quien avanzó, exigiendo una respuesta al espectro de porqué alteraba el sagrado orden de la naturaleza y las leyes divinas.

- Solo he venido por mi esposo, padre.- Respondió con una tranquila voz la novia cadáver.- En medio del bosque, él me dió este anillo.

- ¡Semejante blasfemia es imposible!- Exclamó el religioso.- Los muertos no pueden reclamar a los vivos. Así que devuelve esa sagrada alianza que no te pertenece, y deja a este joven en paz.

Por un momento, pudo ver cómo la mujer derramaba unas lágrimas de sus apagados ojos, y un sentimiento de remordimiento, mezclado con lástima lo invadió. Pero ¿qué podía hacer?

- Espera...

Ante la mirada de todos, Asmita se acercó a la mujer, captando no solo la atención del espectro, sino de todos. Expectantes a las acciones de la doncella.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Violatte.- Respondió la novia cadáver.

- Hola, Violatte.- Sonrió tranquilamente la rubia.- Yo soy Asmita, la prometida de Hasgard... Lamento la confusión, pero quiero saber algo.

La mujer de cabellos oscuros asintió, cómo si Asmita pudiera entender.

- ¿Aún lo amas?

Nadie entendió esa pregunta, a excepción de Violatte.

- Sí.

¿Qué significaba esa pregunta y esa respuesta?

- Ya veo.- Asintió Asmita.- Bueno, creo que no puedo ni siquiera competir contigo. Pero también lo amo. Así que te propongo algo.- Añadió, tomando la mano de la otra mujer.- Conserva ese anillo, como un símbolo del vínculo que nunca debió romperse. Permíteme cuidar de él en esta vida, y cuando sea hora de partir, podrás reunirte con él.

No entendían de qué hablaba Asmita, pero parecía que Violatte sí. En ese momento solo podían observar la conversación de ambas mujeres.

- ¿Cuidarás de él?

- Tienes mi palabra.- Prometió la mujer viva.- Puedes descansar tranquila.

- Gracias.- Susurró con una suave sonrisa Violatte.

Por un pequeño instante, la azabache pudo ser vista con su belleza antes de morir. Con su pulcro y hermoso vestido blanco, su cabello peinado a la perfección, y su bello rostro lleno de vida. Tan solo unos segundos, para después desvanecerse enfrente de los ojos de todos.

Asmita sostenía en sus manos la sortija de matrimonio, para después llevarla a su pecho, y acercarse a su prometido, dejándola en su mano.

- Te explicaré todo, pero no te preocupes.- Le sonrió la joven.- Ya todo está bien.

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