15. La Novia Del Diablo
Aspros siempre creyó que podía aspirar a más. Era el único hijo de la familia más rica y poderosa del pueblo, un Omega precioso, inteligente, culto y deseado por todo el pueblo.
Se sabía cómo la encarnación de la perfección, el objeto de envidia de más de un Omega, Gamma y mujer Beta, y del deseo de cuanto Beta, Delta o Alpha lo veía.
Era perfectamente consciente de su belleza, su inteligencia, sus conocimientos fruto de la exquisita educación que le brindaron sus padres desde su niñez.
Estaba acostumbrado a tener todo lo que deseaba. No tenía hermanos, así que toda la atención, amor y dinero de sus padres eran única y exclusivamente para él desde que llegó al mundo.
Lo tenía todo, cierto. Pero aún así, sentía que merecía aún más, podía y debía aspirar a más. Por eso no aceptaba a ningún insignificante pueblerino. Ninguno era digno de su sagrada mano en matrimonio.
Sin embargo, sabía que debía hacerlo. Sería durante su fiesta de quince años, cuando fuera presentado oficialmente ante la sociedad como todo un Omega, disponible para ser cortejado y casarse.
La fiesta había durado ya más de una semana, y todo el pueblo había acudido a la celebración. Todos los casaderos habían hecho de todo por ganar su gracia, desde lucir sus mejores y más caras ropas, hasta tratar de impresionarlo luchando por su amor entre ellos, hasta ser detenidos por los demás presentes...
Patéticos... Era la única forma que se le ocurría para describir a todos esos inútiles. Todos esos imbéciles tenían aire en vez de cerebro en la cabeza, ¿de verdad creían que podrían convencerlo de esa forma? ¡Por favor!
Tenía mucho más dinero que cualquiera de esos cazafortunas. Era mucho más inteligente y más hermoso que todos esos idiotas juntos. Ninguno llenaba ni siquiera la mitad de sus expectativas.
Bostezó y suspiró aburrido. Era la última noche de fiesta, y nadie había logrado hacerse de su mano... En fin, le tocaría seguir esperando al indicado.
O eso creyó, hasta que al anochecer, un hombre misterioso apareció. Nunca lo había visto antes, ni en el pueblo, ni en todos los lugares que había visitado a lo largo de su vida en compañía de sus padres, pero de inmediato captó su atención.
Era elegante y muy atractivo. Algo, con una larga cabellera plateada, unos enigmáticos ojos brillantes como los rubíes, y una piel de porcelana. Envuelto en un costoso traje, coronado con un sombrero de copa... Era simplemente perfecto.
- Buenas noches, hermoso jovencito.- Le saludó el desconocido, besando su mano.- Muchas felicidades por su cumpleaños. Y en vista de que ya es todo un Omega, me permití traerle un pequeño presente.- Añadió, mostrándole una cajita de color dorado.- Lamento mucho que no sea ni la mitad de bello y perfecto que usted, pero me sentiría sumamente honrado si lo acepta.
Curioso, miró el interior de la caja, viendo en su interior el dije más hermoso que había visto en toda su vida. Una mariposa de oro macizo, con cuatros pequeños diamantes azules incrustados, extremadamente brillante. Simplemente no pudo contener la enorme sonrisa que se formó en sus labios.
- Le agradezco el detalle. Es hermoso.- Agradeció, observando con una radiante sonrisa al contrario.- ¿A quién debo el honor?
- Youma. A sus pies, hermoso doncel.- Respondió el peli-plata, posteando una rodilla frente a él.
Definitivamente, ese hombre era todo lo que podría desear. Todo un caballero, educado, elegante, grácil, galante, y con regalos que le encantaban.
- ¿Me permite una esta pieza como agradecimiento, señor Youma?- Preguntó sonriente al oji-rubí.
- Soy yo quien debe agradecerle por tal privilegio, bello señorito.
Y así fue como ese hombre le tomó de la mano, y juntos fueron hasta la pista de baile. Nadie reconocía al hombre, pero quedaron admirados por su porte y su elegancia, observando, ya fuera resignados o envidiosos, que alguien ya había ganado la gracia del codiciado Omega.
Bailaron toda la noche, hablando y riendo alegremente, bebiendo algo de vino y comiendo algunos bocadillos. Mientras poco a poco todos los invitados se iban retirando, hasta que solo quedaron ellos dos a solas.
- Y dime, Aspros...
- ¿Sí?
- ¿Ya has tomado una decisión para casarte?
- Creo que sí.- Asintió, acercándose a su pretendiente, casi rozándole los labios.- ¿Puedes adivinar quién es el Alpha elegido?
Una sonrisa complice fue la última pieza para dar paso a un ardiente beso ansiado por los dos.
Ese beso se sentía como si las mismas llamas del infierno consumieran todo su ser poco a poco, hasta hacerlo sentir todo su cuerpo ardiendo, en los brazos de ese Alpha.
Al ver sus ojos destellantes, supo toda la verdad, sin necesidad de una sola palabra. Pero lejos de tratar de huir, o siquiera asustarse, volvió a lanzarse al peli-plata, devorando con ansiedad su boca, dejándose envolver por los brazos ajenos.
- ¿Dónde está mi anillo entonces?
Youma sonrió satisfecho. Ese mortal era mucho más que solo una cara y cuerpo hermosos, y era todo suyo.
- Aquí mismo, si decides tomarlo, querido.- Respondió, mostrando una hermoso anillo de oro e incrustaciones de pequeñísimos diamantes, con un enorme rubí carmesí cómo joya principal.- Pero una vez que lo tomes, no hay marcha atrás.
Tardó más en sacar el anillo y decir aquellas palabras, que Aspros en tomarlo y colocarlo en su mano izquierda sin mostrar la menor pizca de duda.
- Menos mal, porque no quiero que haya marcha atrás.- Sonrió el peli-azul, mostrando orgulloso su anillo, y el anormal brillo rojizo que desprendía, reflejándose en sus pupilas.- ¿Nos vamos ya?
- Cómo desees, cariño.- Sonrió el demonio peli-plata, besando la mano de su esposo.
Esa misma noche, escaparon a caballo, bajo la luz de la luna, perdiéndose en la oscuridad.
Al otro día, todos notaron la desaparición del Omega, y se pusieron en marcha para iniciar su búsqueda. Pero por más que sus padres y el pueblo entero movieron cielo, mar y tierra para dar con él, no lograron encontrarlo. Hasta que una noche de luna llena, alguien llamó a la puerta de los desconsolados padres.
- Hola, mamá. Hola, papá.- Saludó con una sonrisa Aspros a sus padres.- Lamento haberme ido sin avisar, pero prometo venir a verlos una vez al mes. Encontré al esposo perfecto. ¡Tengo tanto que contarles!- Añadió con emoción el joven.- Y también les traje regalos que mi esposo les envía.
Desde entonces, el Omega aparece en el pueblo una vez al mes para visitar a sus padres. Detrás de él, siempre van dos seres que solo pueden describirse cómo almas en pena, acompañándolo para ayudarle en lo que necesite. Siempre con joyas y riquezas para sus padres, traídas desde la hermosa mansión en el infierno donde ahora vivía junto a su macabro esposo.
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