14. El Nahual
Después de varios días navegando y viajando por tierra en carruaje, por fin habían llegado a su destino.
- Vaya, aquí si que saben celebrar la vida a lo grande.- Sonrió, mientras se estiraba después de bajar del carro.
- No seas grosero, Kardia.- Lo regañó su hermana menor, bajando detrás de él.- Solo es diferente a Europa.
- ¡Y por eso es que me encanta!- Exclamó, dando saltos por todo el patio de la casa que sería su hogar mientras estuvieran ahí.- ¡Nada de bailes, nada de trajes ridículos, nada de modales, nada de ancianos amargados insoportables!
- ¡Kardia!- Volvió a regañarlo la joven quinceañera.
El peli-violeta solo rió un poco, antes de acercarse a su hermana y quitarle el sombrero para sol que llevaba, para después despeinarle el cabello con cariño.
- ¡Relájate un poco, enana!- Insistió.- Estamos aquí para relajarnos, ¿no?
Sasha finalmente suspiró, esbozando una pequeña sonrisa. Su hermano siempre había sido así.
- Igual, no te encariñes demasiado.- Mencionó con calma.- Recuerda que solo estamos de visita. Tenemos que volver a Grecia en tres meses para tu-
- Ya sé.- Interrumpió Kardia.- No me recuerdes eso, ¿si?
Sasha suspiró y asintió. Sabía que ese asunto tenía demasiado angustiado a su hermano, y habían cruzado el Atlántico únicamente para olvidarse de ello por unos meses.
- En fin...- Negó Kardia, recobrando su sonrisa.- ¿Vamos adentro y después vamos a pasear un rato?
- Claro.
Y dicho y hecho, ambos hermanos se pusieron a bajar su equipaje con ayuda de los trabajadores que cuidaban la casa adquirida por sus padres. Una vez instalados en sus habilitaciones, se pusieron a desempacar, hasta que recibieron una visita inesperada.
- Buenas tardes, señor, señorita.- Los saludó educadamente la mujer de piel canela.- Mi nombre es Calvera, soy el ama de llaves. Lamento no haber estado para recibirlos en su llegada, pero tuve que ir a arreglar algunos asuntos al pueblo.
- No te preocupes, y por favor, deja tantas formalidades de lado. Solo dime Kardia.- Sonrió el peli-violeta con un leve aire de coquetería.- Y a ella solo dile Sasha.
- Discúlpelo por favor.- Intervino Sasha al notar el desconcierto de la pelinegra.- Mi hermano es algo... Impulsivo.
- No sé preocupe, señorita.- Tosió Calvera.- Solo quería decirles, que espero pasen unas buenas vacaciones aquí, se relajen y descansen.- Añadió.- Pero, también es mi deber advertirles sobre los peligros de este pueblo.
Sasha se asustó un poco. Pero Kardia solo observó con expectativa a la mujer.
- Durante el día, no pasa nada. Pero por favor eviten estar fuera de la casa de noche, y procuren mantener sus ventanas bien cerradas.- Continuó Calvera.- Hay... Hay un ser muy peligroso y malvado, pero solo ataca de noche.
- ¿Como un monstruo o algo así?- Cuestionó Kardia, emocionado por la posible sensación de peligro.- Escuché algunas cosas de hombres lobo en Francia, pero por más que me escapé por la madrugada en las noches de luna llena durante los meses que estuve ahí, nunca ví uno. ¿Aquí hay uno?
- Kardia, déjate de juegos.
- Sin ofender, señor, pero esta criatura es de todo menos amigable.- Advirtió Calvera con seriedad.- Siempre causa destrozos, y ha matado a algunas personas. Es demasiado peligroso, así que por favor no se arriesgue, ni a usted, ni a su hermana.
Kardia solo sonrió de lado.
- Bien, lo tendré en cuenta.- Canturreó, para calmar a ambas féminas.
El resto del día fue bastante tranquilo y divertido. Calvera los llevó a dar un recorrido al pueblo, dónde Kardia no dudó en hacer de las suyas, acercándose a hablar con cuánta persona encontraba. El joven se adaptó bastante rápido al lugar, probando la comida típica, las bebidas, y algunos dulces. Incluso compró algunos para comer en casa.
Sasha, aunque entusiasmada, le tomaba más tiempo adaptarse. Así que por el momento habló con Calvera sobre el pueblo, tratando de conocer más sobre la cultura local.
Pronto, la noche llegó, y con ella la hora de volver a casa. Si por Kardia hubiera sido, se habría quedado toda la noche en el pueblo, pero había un toque de queda que nadie se atrevía a romper. Así que, resignado, volvió a la casa.
Cenaron algo, conversaron un poco, y después, cada uno fue a su habitación.
Kardia se colocó la ropa de pijama, y se recostó en la cama, intentando conciliar el sueño, pero no lo lograba.
Miró por la ventana, notó que había luna llena, y por curiosidad, decidió abrirla para asomarse al balcón. Daba al patio trasero de la casa, dónde estaba el pequeño establo, el gallinero y unos campos de cultivo.
Esa casa era sin duda demasiado bella, observar el paisaje nocturno le transmitía una paz increíble, aunque tener presente que en unos meses debía decir adiós a la de por sí poca libertad que tenía, arruinaba su quietud.
Suspiró, observando el paisaje, hasta que de pronto, vió a un extraño animal saltar la barrera de piedra. Todas las gallinas y caballos se volvieron locos, comenzando un escándalo, a la par que el gran y raro animal se acercaba.
Decidido, en un arranque de coraje, se colocó un par de botas, tomó una lámpara de aceite, y salió de su habitación. Bajó las escaleras hasta llegar a la puerta que daba al patio trasero. Estaba cerrada, pero eso no lo iba a detener. Buscó en los cajones de la cocina, hasta que encontró una llave. Volvió a la puerta, y consiguió abrirla.
En el establo, los caballos relinchaban como locos, podía escuchar como pateaban, luchando contra algo.
Decidió entrar, alumbrando el lugar, y notó una sombra, jalando a dos de los caballos más grandes.
- Es de mala educación llevarse animales ajenos sin permiso, ¿sabías?- Sonrió desafiante.- ¿Quién eres y qué haces aquí?
Un gruñido parecido al de un lobo fue lo que obtuvo en respuesta, pero ni siquiera así retrocedió.
Usó la lámpara para alumbrar a la sombra, encontrándose con algo bastante parecido a lo que le habían descrito como un hombre lobo. Sorpresivamente, no estaba asustado, sino más bien, emocionado por haberse quitado una duda de la cabeza.
Pero antes de que pudiera decir media palabra, recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo hizo perder la consciencia, mientras veía a la sombra escaparse.
- Está despertando.
Al abrir los ojos, notó que ya no estaba en el establo, sino en su habitación, ya era de mañana, y su hermana, Calvera y un médico estaban a su lado.
Calvera procedió a explicarle que escucharon todo el alboroto en la madrugada, y al salir, vieron ese ser escapando. Entraron de inmediato al establo, y lo encontraron inconsciente.
- ¡Kardia, eres un tonto!- Sollozó Sasha, abrazándolo.- ¡Creí que iba a perderte!
- Tranquila, enana. Estoy bien.- Respondió con una ligera risa.- ¿Saben a dónde fue? ¡Tengo que verlo de nuevo!
- ¿Estás loco acaso, muchacho?- Lo reprendió el médico.- Gracias a Dios no te hizo daño. No vuelvas a hacer algo tan estúpido.
El peli-violeta solo bufó, rodando los ojos. Por un segundo olvidó que estaba en presencia de una vieja pasa amargada.
El médico les dió algunas indicaciones, cómo reposo y que lo mantuvieran hidratado y bien alimentado, y estaría bien. Calvera le agradeció por sus servicios, al igual que Sasha, y ambas lo acompañaron a la salida.
Kardia solo se quedó en su habitación, ideando un plan para escaparse de nuevo esa noche. No se iba a dar por vencido hasta lograr lo que quería. Aunque tuvo que aguantar los regaños de Sasha y Calvera todo el día.
Guardó algo de comida de la cena, y se fue a dormir, haciendo su mejor actuación de estar cansado. Esperó despierto a que todas las luces de la casa se apagaran y todos se fueran a dormir, y cuando dió la medianoche, se escabulló de su habitación hasta la puerta que daba al patio trasero. Afortunadamente, en todo el ajetreo, nadie se había percatado de que él tenía la llave escondida.
Abrió con cuidado de no hacer ruido, y salió de la casa, hasta llegar al establo, dónde se escondió entre los fardos de paja, y se dispuso a esperar.
Pasaron los minutos, una hora, dos, y nada. Parecía que no iba a volver.
Resignado, salió del establo. Dejó frente a la puerta de éste la pequeña cesta con fruta y algo de pan, y la nota que había llevado con él, y entró a la casa de nuevo. Aún quería mantener viva esa pequeña esperanza.
Al otro día, apenas se asomaron los primeros rayos del sol, se levantó y vistió a toda prisa, para bajar al patio trasero, dónde encontró la cesta vacía.
Le fue imposible no esbozar una pequeña sonrisa, al menos por algo se empezaba. Así que recogió la cesta, y volvió a su habitación para esconderla.
Así pasó cada uno de los siguientes días, escabullendose a la medianoche para dejar esa pequeña cesta con comida y una nota en la puerta del patio trasero, y levantándose con los primeros rayos del sol para recogerla y ocultarla.
Durante la primera semana, ninguna de sus notas tuvo respuesta, pero a partir de la segunda semana, comenzó a encontrar pequeños regaños, como una pequeña pepita de oro, una piedrita de río, una flor de la región, o una fruta recién cortada, en la cesta al amanecer.
Durante ese tiempo, los ataques nocturnos comenzaron a ser cada vez menos frecuentes, al grado de que estaban considerando quitar el toque de queda. Pero eso no podría importarle menos.
Así pasó casi un mes, antes de que decidiera volver a intentar encontrarlo de frente. Dejó la cesta cómo siempre, pero esta vez se escondió en el establo, esperando paciente su llegada. Y esta vez, la suerte sí estuvo de su lado.
- Vaya, hasta que nos volvemos a encontrar.- Habló, saliendo de su escondite con una sonrisa.- ¿Ahora sí te presentarás?
Un gruñido fue la respuesta que tuvo de nuevo, pero igual que la primera vez, no se intimidó. Incluso se atrevió a acercarse a la misteriosa bestia, haciendo más que evidente la diferencia de tamaño entre ambos.
- Mi nombre es Kardia, ¿cuál es el tuyo?- Insistió con la misma sonrisa confiada, mirando los ojos felinos del contrario.
- ¿Por qué no corres?- Le cuestionó la criatura, mostrando sus afilados colmillos.
- Lindo collar.- Mencionó Kardia, notando el colgante con forma de colmillo que la criatura felina tenía en el cuello.
- ¿Eres ciego acaso, humano?
- Si fuera ciego, no habría mencionado el collar, ¿no lo crees?- Rió el joven, cruzándose de brazos.- Ya te dije mi nombre, así que ahora te toca decirme el tuyo.
El felino gruñó con frustración. No estaba seguro si ese hombre era muy valiente o simplemente demasiado estúpido, pero debía reconocer que tenía agallas y solo por eso lo debía respetar.
- Tengo toda la noche...- Canturreó Kardia, sonriendo.
- Huesda.- Gruñó el felino finalmente.- ¿Felíz?
Kardia rió, dándole una palmada suave en el hombro al contrario, viéndose en la necesidad de dar un pequeño salto para lograrlo.
- Un poco, gatote.
- Para que lo sepas, soy un jaguar, no un gato, humano imbécil.
- Para mí pareces un adorable gatito gigante.- Se burló el peli-violeta, pasando a su lado, rumbo a la casa.- Así que, ¿qué me trajiste hoy, gatito?
Huesda gruñó de nuevo por la insolencia de ese humano. Pero solo le arrojó una pequeña pieza de color negro, que Kardia logró atrapar antes de que se estampara contra su cara, esbozando una sonrisa triunfal.
- Lindo.- Comentó, mirando la pequeña piedra. No sabía qué era, pero le gustaba.- Gra... Cías... Y ya se fue...- Murmuró para si mismo al notar que estaba sólo.- En fin... ¡Sé que me escuchas, así que te veré mañana a la misma hora. Y más te vale no llegar tarde!
Después de decir eso, entró a la casa, riéndose, y volvió a su habitación.
Tal y como prometió, las siguientes noches siguieron la misma rutina. Kardia siempre salió a la medianoche, y Huesda siempre apareció. Al inicio con ese ambiente tenso y cortante, pero poco a poco bajaban más sus barreras, hablando un poco más, y conociendo más del otro. Hasta que pasaron de un par de minutos, a horas hablando.
- Desearía poder ser tan libre como tú.- Suspiró Kardia, después de que Huesda le hablara de todos los lugares que había conocido, desde selvas, hasta montañas.- En un mes tendré que volver a Grecia para casarme con alguien que ni siquiera conozco. Todo por el bien de la familia.
Huesda, aún en su forma de nahual, miró al chico por unos segundos. Había algo especial en él, algo que realmente llamaba fuerte su atención. Era su valor, su coraje, su persistencia, su bondad, y su alegría... Decidió hacer algo para devolverle la sonrisa.
- Ven conmigo.- Dijo, invitándolo a subir a su lomo. Kardia pareció no creerlo por unos segundos, que solo lo miró.- ¿Confías en mí?
- ¡Vamos, gatote!- Rió el peli-violeta, subiendo al enorme jaguar.
Ambos emprendieron el camino al monte alejado del pueblo. Kardia solo podía sonreír al sentir el viento en su cara, volando sus cabellos, dándole esa sensación de libertad que tanto añoraba desde niño. Y ahora, al fin lo sentía, al lado de ese ser.
El camino se le hizo demasiado corto, que para cuando se dió cuenta, ya estaban en la cima de una montaña de las que rodeaban al pueblo. Desde ahí, todo se veía tan pequeño, el aire se sentía tan fresco, y el cielo era aún más claro... Era simplemente perfecto.
- ¿Te gusta?- Preguntó el jaguar, mientras Kardia bajaba.
- ¿Gustarme?, ¡Me encanta!- Respondió eufórico el joven.- ¡Esto es lo que desearía de por vida!
Huesda soltó una suave risa enternecida. Vaya que ese hombre era toda una caja de monerias.
- Por cierto...- Habló Kardia, mirándolo a los ojos.- Ahora que recuerdo, mencionaste que tienes una forma humana, pero nunca la he visto.- Añadió, acariciando sus orejas.- ¿Me la mostrarias algún día?
El jaguar cerró sus ojos unos segundos, dejándose acariciar por las manos del joven. Y segundos después, comenzó la transformación.
Seguramente, otros habían huido despavoridos, pero Kardia solo podía observar con asombro y un brillo en los ojos.
- Cómo jaguar me gustabas de mascota, pero así me gustas más para otras cosas.- Dijo con una sonrisa coqueta, atreviéndose a acariciar el pecho desnudo del contrario.
- ¿Cómo qué cosas?- Cuestionó el moreno, devolviéndole la jugada al contrario.
Kardia sonrió satisfecho por esa respuesta, era su oportunidad y no la iba a dejar ir.
- Lo que tú quieras, gatito.- Susurró, acercándose a los labios del más alto.- ¿O acaso me tienes miedo?
Tras decir esas últimas palabras, se estiró lo suficiente para besar los labios ajenos, siendo correspondido.
Sentía su corazón latiendo como loco por la adrenalina y la alegría, en la misma sincronía que el de Huesda. Esa noche por fin consiguió declarar sus sentimientos por ese misterioso ser.
Las noches de las siguientes semanas fueron idénticas a esas. No había noche en la que no se escaparan a las montañas para observar el paisaje, sentir el aire fresco, y entregarse al ardiente deseo del amor... Pero los tres meses que Kardia y Sasha debían pasar ahí, se habían cumplido.
Huesda sabía de eso, pero su corazón ya se había entregado al amor que ese hombre despertó en él. Kardia le hizo recordar el amor por la vida, la alegría, la bondad, el valor, la admiración, el amor mismo... Sentimientos que creía muertos en él.
No quería perderlo, pero nada podía hacer. O al menos eso creyó.
- ¿Estás hablando en serio?
- ¡Por supuesto que sí!- Afirmó el peli-violeta, con una sonrisa.- Entonces, ¿qué dices?
Solo sonrió, y como un manso corcel, se inclinó para permitirme a Kardia montar en su lomo.
¿Una locura?, seguramente para muchos. Pero qué importaba. Un bello joven valiente, noble, y alegre, había logrado calmar la furia y soledad del nahual que por mucho tiempo atemorizó a pueblos enteros.
Se habían enamorado, y huido a los montes para poder estar juntos, sin que nadie pudiera separarlos.
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