13. La Monja De La Catedral
Otro viaje, otra aventura, así era su vida como fotógrafo y escritor de una revista de destinos turísticos. Hacían muchos viajes al año, algunos dentro de Grecia, y otros al extranjero, con suerte pasaban dos semanas seguidas en casa antes de empacar y tomar un vuelo.
Era un sueño para ambos. Podían vivir el sueño de tantas parejas de viajar juntos, conocer el mundo en compañía del otro, y nunca quedarse atrapados en la rutina. Y les pagaban por ello.
Obviamente, su estilo de vida no era para todos. También tenía ciertas desventajas, como tener que estudiar constantemente para dominar varios idiomas casi a la perfección, muchas veces tener que pasar madrugadas durmiendo en el aeropuerto, perderse las primeras veces que visitaban un lugar, el cansancio que un viaje conlleva, o prácticamente vivir en el aeropuerto, estaciones de trenes y terminales de autobuses. Pero con el tiempo se habían adaptado, e incluso aprendido a disfrutar de esas pequeñas cosas y buscarles el lado positivo.
Ahora, volvían a un país que los había cautivado desde su primera visita, justo para una fecha que no dejaba de sorprenderlos por más tiempo que pasara, el famoso día de muertos.
Cada año, a finales de octubre y principios de noviembre, hacían todo lo posible para conseguir que les dieran algún lugar de México como destino. Sabiendo la fecha que se celebraba, y no queriendo perdersela. Sus jefes ya sabían su amor por esa festividad, además de que eran quienes más familiarizados estaban con ese país después de tantos viajes, así que no tenían ningún problema en enviarlos para documentar esas fechas cada año.
En esta ocasión, los habían enviado a una ciudad llamada Durango. Conocían bien varias ciudades y pueblos del sur y centro del país, pero era la primera vez que estarían en Durango, así que previeron cualquier percance.
Hicieron las reservaciones correspondientes, contrataron un guía local, y tomaron un taxi en vez de tentar a la suerte. Ya habían aprendido que no era buena idea tratar de desplazarse por su cuenta en una ciudad que no conocían.
Su visita duraría un par de semanas. Hasta el 05 de Noviembre, unos días después de finalizada la festividad que era su principal objeto de interés. Así que debían distribuir su tiempo para ir a las zonas turísticas, probar algo de la comida local, documentar con fotografías, y redactar los reportes correspondientes.
El guía que consiguieron hizo infinitamente más fácil su trabajo. Cumplieron con todas sus obligaciones, evitaron perderse, y de paso, aprendieron algunas rutas de la ciudad, por si algún día volvían a ser enviados.
Vaya que era una ciudad interesante, muy móvil, y con clima un poco caluroso. Diferente a los destinos que habían visitado anteriormente, dónde en esa época del año, hacía más frío y con clima más lluvioso.
La comida también era diferente, pero también tenía su encanto. Eso sí, el picante seguía estando demasiado presente en casi todo.
Toda su estadía estaba siendo bastante buena, disfrutando conocer la ciudad. Observando las decoraciones coloridas de las calles, y todos los preparativos para el día de muertos, viendo los desfiles y demás cosas alusivas a la festividad.
El tercer día de estancia, durante el recorrido, esta vez aprendiendo sobre las leyendas locales, su guía los llevó hasta una majestuosa catedral. La Basílica Menor de la Inmaculada Concepción, uno de los edificios más bellos y representativos no solo de la ciudad, sino del norte del país.
Pudieron entrar a observar todo de cerca. Ox a tomar algunas fotografías de la arquitectura y pintura, mientras Izo tomaba algunas notas de lo que su guía le contaba, cómo la fecha de inicio y fin de construcción, el nombre oficial de la construcción, el santo al que estaba consagrada... Pero fue una leyenda la que captó su atención de inmediato.
- ¿Una monja?- Cuestionó el nipón a su guía.
- Es una leyenda local, güero.- Respondió el hombre mayor, que había aceptado guiarlos. Llamándolo de esa peculiar forma.- Hace muchos años, por el siglo XIX, durante la segunda intervención francesa. En esta catedral vivían monjas, y entre ellas había una jovencita de apenas 19 años llamada Beatriz.- Añadió, mientras Izo escuchaba atentamente, anotando todo.- Dicen que en una noche encontró a un soldado francés llamado Fernando, herido en las puertas de la Catedral, y decidió ayudarlo. Los dos se enamoraron, pero Fernando debía volver con su ejército. Le juró que volvería por ella, y se irían a Francia, y se fue.
- ¿Y qué pasó entonces?- Preguntó Izo. Sospechaba que quizás alguien descubrió a la chica y terminó sufriendo las represalias o algo así, pero quería saberlo.
- Beatriz lo esperó por meses, pero él nunca volvió. La pobre mujer no pudo soportarlo, y se suicidó, arrojándose del campanario.- Contó el desenlace de esa trágica historia.- Pero ella nunca supo que Fernando había muerto fusilado apenas un mes después de partir. Así que, ahora el alma de la monja sigue aquí. Algunos dicen que esperando el retorno de su amado, y otros, sufriendo el castigo por amar a un hombre más que a Dios.
- ¿Usted la ha visto alguna vez?- Cuestionó Izo con curiosidad.
- Por desgracia no.- Se encogió de hombros el mayor.- Pero muchas personas la han visto aparecerse en el campanario por las noches. Quién sabe, quizás ustedes tengan suerte esta la noche.
A decir verdad, la oferta sonaba tentadora. Izo no era demasiado creyente de esas cosas, pero Ox de todos modos necesitaba unas tomas de la Catedral por la noche. Así que no tenían nada qué perder.
Tomaron todas las notas y fotografías necesarias, y se dispusieron a irse. Pero al ir saliendo, Izo sintió una mirada fija en él. Volteó en esa dirección, pero no había nadie.
Quiso atribuirlo a su imaginación, pero la sensación no lo dejaba en paz. Nuevamente, giró la vista, dirigiendo su mirada al campanario, dónde logró percibir una figura por el rabillo del ojo.
- ¿Estás bien?- Preguntó Ox, tocándole suavemente el hombro.- Estás algo pálido.
- No es nada.- Negó.- Debe ser el calor, no te preocupes.
Ox le dió algo de agua, y sin más, salieron del lugar para continuar con su recorrido por la ciudad el resto del día.
Por la tarde, volvieron al hotel para hacer la descarga de la información recolectada, y descansar un par de horas, antes de volver a la Catedral por la noche, cómo habían decidido al final.
Izo no podía sacarse esa leyenda de la cabeza. No era nada nuevo, en todos sus viajes había al menos una tragedia de amor de ese tipo, pero esta tenía algo diferente, y la silueta que vió al marcharse por la mañana... Quiso convencerse de que solo se estaba sugestionando, y tratar de tomar una siesta, pero simplemente no lo logró.
- ¿Pasa algo, Izo?
- No te preocupes. Estoy bien.- Aseguró, acurrucándose en el pecho de su esposo.- Solo... No lo sé. Creo que solo estoy dejando que esa leyenda me coma demás la cabeza.
- Tranquilo, es solo una leyenda.
- Lo sé, pero... No puedo evitar sentir algo de pena por esa mujer.- Admitió.- Solo imagina que el amor de tu vida muera, y tú jamás lo sepas. Imagina morir creyendo que la persona a la que más amabas, y por la que estabas dispuesto a dejar todo, te traicionó, cuando en realidad no fue así.
- Sí, es realmente triste.- Asintió el rubio, acariciándole la espalda.- Pero, tranquilo. Yo estaré contigo siempre.
- Gracias.- Sonrió conmovido el pelinegro, dejando un pequeño beso en los labios ajenos.- Te amo.
- Y yo a tí.
Después de esa pequeña plática, por fin logró dormir un poco, hasta que Ox lo despertó cuando era hora de alistarse para partir a la excursión nocturna.
Tomaron una ducha rápida, cambiaron su ropa por una adecuada para el frío de la noche, alistaron todo el equipo, y una vez que su guía llegó a la hora acordada, se pusieron en marcha.
La Catedral era su último destino del recorrido nocturno, y al ver la iluminada estructura, a pesar de su belleza, Izo no pudo evitar sentir un escalofrío al dirigir su vista al campanario.
Tomó un profundo respiro, y se forzó a calmarse. Ox tenía razón, era solo una leyenda, nada más. Había dejado volar demasiado a su imaginación.
Ingresaron a la catedral y Ox se encargó de tomar las fotos necesarias. Izo se mantuvo a la distancia suficiente para no estorbar, tomando algo de café caliente que había comprado en una tienda de conveniencia cercana.
En algún momento, su guía fue con Ox dentro de la Catedral para tomar unas fotos. Le dijeron si los acompañaba, pero él, nervioso por lo ocurrido por el día, denegó, y dijo que los esperaría afuera. Y así fue.
Miró la hora en la pantalla de su teléfono, pronto sería medianoche, y el aire cada vez más frío le enchinaba la piel.
Soltó un suspiro, y se dispuso a volver a guardar su teléfono en su mochila, cuando la misma sensación de estar siendo observado lo invadió. No se atrevía a levantar la cabeza, pero era como si una fuerza invisible lo forzara a alzar la vista, justo hacía ese maldito campanario.
Pudo ver a una mujer asomada, observandolo. Su mirar era de pura tristeza, arrepentimiento y pesar. No entendía qué pasaba, pero no podía desviar la mirada por más que quisiera. Y de pronto, en su mente, como si de una película se tratara, comenzó a ver pequeños fragmentos de una vida.
Era como si pudiera ver la vida a través de los ojos de alguien más. Pudo observar a varios soldados franceses del siglo XIX a lo lejos, a través de un balcón, dirigiendo su atención a uno en específico. Después, ver a ese joven herido, a los pies de la Catedral. Cómo lo auxiliaba, curando todas sus heridas, y cómo lo cuidó por semanas enteras, escondiéndolo de todas las demás monjas y el sacerdote. Cómo ese hombre le declaró su amor. Cómo decidieron idear un plan para huir a Francia. Cómo lo esperó por meses, siempre subiendo al campanario a observar la noche, esperando su retorno... Y como al creer verlo a lo lejos y tratar de llamar su atención, terminó resbalando por accidente, muriendo.
- ¡Izo!
La voz de Ox, y el fuerte agarre en su abdomen, sacándole el aire, lo hizo salir de ese trance.
- ¿Qué estabas haciendo?
Le tomó unos segundos recuperar el aliento, pero se dió cuenta de que estaban en un lugar que no reconocía. Ox y su guía lo miraban nerviosos, cómo si hubiera hecho algo terrible.
- ¿Qué fue lo que pasó?- Preguntó desconcertado, observando la enorme campana que había ahí.- ¿Dónde estamos?
- Estamos en el campanario de la Catedral.- Respondió su guía, que también lucía bastante agitado.
- Terminamos de tomar las fotos y salimos a buscarte, pero no estabas. Solo estaba el vaso de café tirado.- Añadió Ox, temblando levemente.- Te buscamos como locos por todos lados, hasta que te ví en este lugar. Te acercaste demasiado a la orilla, y... Yo...
No recordaba absolutamente nada de eso. No tenía idea de cómo había llegado ahí, pero por las lágrimas de Ox podía intuir lo que sucedió después.
- Corrimos tan rápido como pudimos para alcanzarte.- Terminó de contar lo sucedido el guía.- Cuando llegamos, estabas en subido en la orilla. Resbalaste, pero Ox logró sujetarte a tiempo. Y ahora estamos aquí, hablando de esto. Vaya susto nos diste.
- Juro que no sé qué me pasó.- Confesó, abrazando a Ox.- Pero... Gracias por salvarme. De no ser por ti, seguro todo habría terminado mal.
- Tuve tengo miedo de perderte.- Murmuró el rubio, apretandolo un poco sin querer.
- Y no es para menos, muchacho. Esto está a más de 30 metros de altura, es humanamente imposible sobrevivir a una caída.- Mencionó el guía.- Será mejor bajar de aquí cuánto antes, y no volver. Tuviste mucha suerte, hijo.
Izo no entendió de que estaba hablando el hombre, y no tardó en preguntar mientras bajaban.
- Parece que viste a Sor Beatriz. Normalmente solo se aparece, no suele hacer cosas como esta.- Explicó el mayor de los tres.- Una de dos, o tienes algún don especial, o te agarró coraje.
- ¿Qué quiere decir con eso último?
- Que tú tienes lo que ella no pudo tener nunca, y quiso lastimarte por eso.- Respondió, haciendo temblar a ambos extranjeros.- No tengo una certeza, pero mejor prevenir que lamentar. Un segundo más y no la contabas.
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