11. Vampiro
"Otro poblado fue arrasado durante la madrugada. Nuevamente, las víctimas aparecieron sin una sola gota de sangre. Desgraciadamente, tampoco hay rastro del culpable. Por favor mantengan la calma, y eviten salir por la noche. Seguiremos informando de cualquier novedad."
Hiero bufó con fastidio, tomando el control para apagar la televisión. La situación se complicaba cada día más.
Llevaban meses detrás de ese loco, pero el maldito parecía siempre ir un paso por delante y adivinar todas sus trampas.
Cada día que pasaba, era un día más que ese asesino misterioso estaba suelto, haciendo de las suyas. La gente estaba comenzando a sacar sus propias teorías, algunas más descabelladas que otras. Pero la histeria se estaba empezando a salir de control, temiendo que la ciudad fuera el siguiente blanco. Ya casi todos los pueblos aledaños habían caído, en cualquier momento los citadinos serían los siguientes.
Le dió un sorbo a su taza de té, mientras leía el informe de lo que tenían hasta ahora: Los ataques ocurrían por la madrugada, entre las 12 y las 5 de la mañana. Los cuerpos eran encontrados al amanecer, cuando algún comerciante de otro pueblo llegaba y encontraba los restos de la masacre.
- Un vampiro...- Rió con burla al leer el testimonio del hombre que había reportado la masacre de hace dos semanas.- Sí, claro. Y yo soy el hada de los dientes.
Le dió un último trago a su taza, terminándose todo el contenido, mientras guardaba todos los papeles en un maletín.
Después de limpiar y acomodar las cosas del desayuno, salió de su apartamento, rumbo a la estación. La vida de un detective era de todo menos fácil...
- Teniente Angelucci, el comandante Nakamura los espera para una reunión.- Le informó una de sus compañeras de trabajo.- Hubo otro-
- Escuché las noticias, Helena. Gracias.
Sin perder más tiempo, fue a la sala de juntas. Ese caso estaba acabando con su paciencia.
Su comandante les informó todas las novedades del caso, añadiendo todo al archivo que ya tenían. Así como hablar de todas las hipótesis que tenían..
Hiero miró el informe con fastidio. Otro testigo que declaraba que el responsable era un vampiro...
Ya no sabía qué era peor, el lunático matando a diestra y siniestra o las tonterías de la gente.
- Sé que han sido meses estresantes para todos.- Suspiró el comandante.- Pero gracias a Hiero al menos ahora tenemos un hilo de dónde tirar.
- Todos los poblados atacados tienen algo en común.- Comenzó a explicar el rubio después de ponerse de pie.- En todos, días antes del ataque, había llegado una monja predicando. Pero en todas las ocasiones, se marchó apurada y asustada, sin dar explicaciones.
- ¿Crees que es la responsable?- Interrogó una de sus compañeras.
- No, Flora.- Negó tranquilamente.- Creo que es la carnada perfecta.- Aclaró, colocando la foto de la mujer sobre la mesa.- Ginebra Dimitris. 30 años, nacida en Santorini. Estudió teología y sirvió por siete años en el convento Santa Elena, de Atenas, hasta los 25 años, cuando comenzó a servir de misionera en África. Volvió a Grecia hace apenas un año, estuvo en el Santa Elena unos meses, hasta que decidió abandonarlo para predicar por todo el país... Hace seis meses, justo cuando comenzaron los ataques.
- Vaya que te tomaste tu tiempo para investigarla...- Murmuró uno de sus compañeros.- Pero en cualquier caso, ¿por qué alguien iría detrás de una monja?
- Es lo que tenemos que averiguar, Nicolas.- Respondió Hiero.- Ella puede ser la clave para resolver este misterio de una vez por todas.
- Y vamos a dar con ella...
- Ya lo tengo cubierto.- Sonrió orgulloso el rubio.- Iré personalmente al poblado dónde se encuentra desde hace dos días.
- Hiero, ¿estás seguro de que puedes encargarte tú sólo de esto?- Cuestionó su superior.- No sabemos a qué te enfrentarás. Puede ser peligroso.
Hiero tomó un pequeño respiro antes de responder. ¿Por quién lo tomaba?
- Con todo respeto, comandante. Pero no soy un novato.- Alegó en su defensa.- Además, si resulta ser una trampa o un cebo, enviar a varios oficiales los pondría sobre aviso para escapar, ¿no lo cree?
- Bien.- Cedió finalmente el mayor.- Mantennos informados de cualquier avance.
- Por supuesto.
Después de eso, la reunión se dió por finalizada, y cada uno fue a atender sus tareas del día. Algunos tenían más casos en puerta por resolver, otros permanecerían analizando la información recabada hasta ahora, otros más tendrían la encomienda de buscar testigos, otros a los laboratorios... El trabajo de un detective nunca terminaba.
Hiero fue hasta el estacionamiento, tenía un largo camino que recorrer, pero primero debía pasar a su hogar por algo de ropa y demás artículos necesarios para el pequeño viaje que le esperaba.
Al estar a un lado de su auto, abriendo la puerta, comenzó a sentirse observado. No era alguien fácil de intimidar, así que no dudó en alzar la mirada de forma desafiante, buscando a su vigilante, pero nada. Miró en todas las direcciones, sin éxito alguno...
Al final, negó y subió a su auto, encendiendo el motor para emprender su camino. Lo que menos necesitaba era dejarse llevar por la histeria y paranoia colectiva.
Si tan solo supiera que no era paranoia, y alguien llevaba semanas siguiéndolo desde las sombras...
El camino al pueblo donde supo que se encontraba la monja era de unas cuatro horas en auto. Fue a medio camino que el auto comenzó a darle problemas, cuando el motor se sobrecalentó por el inclemente sol veraniego de Grecia, forzándolo a detenerse para arreglarlo.
Gruñó con fastidio, observando el estado del motor. A ese paso llegaría al anochecer.
- Hey, ¿necesitas una mano?
Al alzar la vista, pudo apreciar a un hombre de cabellos plata, y unos inquietantes ojos carmesí, envuelto en una larga y gruesa gabardina de color negro, y un sombrero de igual color, montado en una motocicleta.
- Gracias. Estoy bien.- Respondió, intentando contener su rabia contra el vehículo.- Solo... Me tomará unos minutos.
- Yo no estaría tan seguro en tu lugar.- Comentó el desconocido con una pequeña risa.- Eso no va a volver a arrancar. El motor está frito.
De nuevo, tuvo que respirar profundo para no perder la paciencia. Tal parecía que ese día el mundo se había puesto de acuerdo para joderle la existencia.
- Hay un pueblo como a una hora de aquí.- Comentó el peli-plata.- Voy para allá. Podría llevarte si quieres. Seguramente hay alguien que sepa de estas cosas y pueda repararlo.
Hiero lo pensó por unos segundos. No confiaba fácilmente en extraños, pero no era como si tuviera demasiadas opciones. Era aceptar la oferta, o freírse en el sol hasta que una grúa llegara. Además de que ya había perdido demasiado tiempo, no podía darse el lujo de desperdiciar más.
- Creo que aceptaré.- Suspiró, aún algo desconfiado.- Gracias... Eh...
- Sileno.- Completó la oración el motociclista.- Sileno Serban.- Se presentó, entregándole un casco.
- Hiero.- Se presentó de igual forma el detective, aceptando el casco.- Hiero Angelucci.
Después de esa breve presentación, y de sacar de su auto el portafolio con documentos importantes, subió a la motocicleta de su nuevo conocido, y emprendieron el camino.
Tal y como Sileno dijo, les tomó aproximadamente una hora llegar al pueblo, dónde se despidieron, en el centro del poblado.
Hiero le agradeció por el viaje y la ayuda, y le devolvió el casco. Sileno solo dijo que no era nada, además de decirle que se quedaría unos días en el lugar, por si llegaba a necesitar algo. Hiero, nuevamente agradeció la oferta, y se retiró para ir en busca de su sospechosa.
No le tomó más que unos minutos dar con su paradero al preguntar por ella a los lugareños, que amablemente lo guiaron a la iglesia local.
Ahí la pudo ver, hincada frente al altar, rezando en silencio con un rosario en las manos.
- ¿Hermana Ginebra?
La mujer se puso de pie tranquilamente, dirigiendo su vista hacia él, dándole toda su atención.
- Sí. ¿En qué puedo ayudarle?- Preguntó con una amable sonrisa.
- Soy el detective Angelucci.- Se presentó, mostrando su placa.- Quisiera hacerle algunas preguntas, si es que no tiene algún inconveniente.
- Por supuesto que no, detective. Adelante.- Asintió la monja, manteniendo su sonrisa amable.- Pero ¿le importaría ir a otro lugar?. La eucaristía está a punto de comenzar, y no me gustaría incomodar a los asistentes.
- De acuerdo.
La mujer lo guió hasta salir de la iglesia, llegando a un pequeño jardín, con una mesa de concreto.
- ¿Puedo ofrecerle algo de té?- Ofreció la monja, tomando una tetera en sus manos.- Suelo venir aquí para tomar algo de aire y beber el té. Es un espacio muy tranquilo y agradable.
Hiero lo pensó un poco. Normalmente no habría aceptado, pero no había bebido nada en todo el camino, su garganta estaba reseca y el clima era bastante caluroso. Así que aceptó una taza de la bebida.
Le sorprendió el color del líquido. El té era su bebida favorita por excelencia, sabía que existían infusiones con tonalidades bastante peculiares, pero el tono de este... Era un rojo vibrante, que incluso parecía brillar cuál rubí por los rayos del sol.
- Es una receta secreta que aprendí en el convento.- Sonrió la oji-verde, ofreciéndole la taza.- Es una infusión de varias plantas y flores medicinales. No solo es buena para el cuerpo, también para el espíritu.
Hiero, aún algo dudoso, le dió un pequeño sorbo, sorprendiendose por el delicioso sabor que ese té poseía. Era dulce, pero sin llegar a ser exagerado, con un sutil toque ácido, y un par de suaves notas amargas, y a pesar de estar tibio, su paso por la boca y garganta dejaba una sensación de frescura.
- Se lo dije.- Sonrió cálidamente la fémina.- Ahora, ¿de qué quería hablar?
El detective se aclaró la garganta, dejando la taza a medio beber de lado, y procedió a explicar toda la situación a la hermana, y como estaba ligada a ella. La mujer escuchó atentamente y en silencio todo, sin decir una sola palabra. Parecía afligida.
- ¿Sabe algo al respecto?
- Me temo que sí, detective.- Suspiró.- Verá... Cuando era más joven... Antes de hallar el camino del Señor, hice algunas cosas que no me enorgullecen en absoluto.- Comenzó a explicar, agachando la mirada con vergüenza.- El punto es, que entre tantas cosas, conocí a un hombre bastante peligroso. Cuando me alejé para ingresar al convento, él me amenazó, jurando que jamás podría huir de él.- Añadió, derramando un par de lágrimas.- Yo... Pensé que con el tiempo lo olvidaría. Que algún día encontraría el camino de dios como yo lo hice, pero... No fue así.
- ¿Qué quiere decir?
- Cuando volví de África, él me buscó y amenazó una vez más.- Respondió.- Me dijo que si no era suya, no era de nadie. Que se encargaría de matar todo lo que yo llegara a amar, hasta dejarme sin escape, y entonces yo sería la siguiente.- Añadió, apretando el rosario en sus manos.- Por eso tomé la decisión de no quedarme demasiado tiempo en un lugar fijo. Pero... Creo que solo he provocado el sufrimiento de muchos inocentes.
- ¿Sabe el nombre de ese hombre?
Si había una pista, aún si era mínima e improbable, debía saberlo e informar a sus superiores.
- Serban. Sileno Serban.
Al escuchar ese nombre, Hiero sintió un fuerte escalofrío... ¿Acaso había estado al lado del posible culpable de todas esas masacres, y lo había dejado ir como si nada?
- ¿Se encuentra bien, detective?- Preguntó preocupada la mujer de ojos verdes, levantándose para ir a su lado.- Se puso demasiado pálido.
- Sí, no es nada.- Negó rápidamente, temiendo asustar a la mujer. Por ahora se mantendría cerca para vigilarla.- ¿Cuánto tiempo más se quedará?
- Solo una semana.- Suspiró con pesar Ginebra.
Una semana. Era el tiempo que tenía para resolver ese misterio, antes de que ese pueblo también fuera masacrado.
- Le agradezco su colaboración, hermana.- Habló, aclarandose la garganta.- Por ahora me retiro. Pero espero pueda brindarme un poco más de información en los próximos días.
- Por supuesto.- Accedió de buena forma la religiosa.
Después de despedirse, se retiró del lugar. Al pasar por la entrada de la iglesia, logró vislumbrar una gabardina negra entre las personas que acudían a la celebración religiosa.
Su mirada celeste chocó contra la escarlata del hombre, causando una inusual tensión. Pero de inmediato se alejó, evitando levantar sospechas.
Aún no tenía una garantía de que fuera Sileno el responsable de los crímenes, pero tampoco de que no fuera así. Por lo que debía ser cuidadoso, especialmente cuando la vida de su única pista corría peligro. Debía mantener vigilado a ese hombre.
Al instalarse en la habitación de una pequeña hostelería del pueblo, se comunicó con sus superiores, informándoles todo. Desde el incidente con su vehículo, hasta la nueva información y su plan.
Tal y como vio venir, no estaban dispuestos a aceptar la locura que tenía de quedarse en el lugar una semana entera, enfrentando él sólo al posible asesino. Pero como siempre, al final logró salirse con la suya, persuadiendo a su jefe.
Iba a ser una larga semana, fue el primer pensamiento que le pasó por la mente. Y no fue para menos. Entre vigilar al sospechoso, cuidar la espalda de la hermana, y tratar de hallar pistas, se le estaba yendo la vida.
Pasaron cinco días, en los que Ginebra le contó toda su historia con Sileno. Cómo lo conoció durante su adolescencia, y todo lo que vivió a su lado, incluído estar en una secta bastante peligrosa, dónde vió todo tipo de horrores, que al final la hicieron huir y buscar refugio en la religión.
Al inicio, todo lo que la mujer de ojos verdes le contaba, se le hacía difícil de creer, pero al observar el comportamiento de Sileno, las cosas comenzaban a hacerle sentido. El hombre se la pasaba demasiado cerca de la iglesia, o más bien, de Ginebra. Para salir de dudas, decidió citar a la monja en diferentes lugares del pueblo, y no importaba dónde fuera, no hubo lugar donde ella estuviera en el que no se percatara de la presencia de Sileno.
Ya no tenía dudas, Sileno iba detrás de Ginebra, y algo tenía que ver en todos los asesinatos. Ahora la duda a resolver era quiénes eran sus cómplices, porque era imposible que un solo hombre masacrara un pueblo entero en una noche.
Todos sus progresos fueron informados a sus superiores, así como el plan que había ideado para atrapar a los responsables.
Sus jefes decidieron apoyar su plan, enviando refuerzos encubiertos para evitar alertar a los culpables. Y el día en el que el siguiente crimen se llevaría a cabo, los atraparían.
Convencer a Ginebra de ayudar fue lo más complicado, pero al final consiguió que aceptara ser su carnada. Contar con el respaldo de la monja fue clave para que varias personas del pueblo decidieran unirse a su causa, ofreciéndose para ayudar en la captura de los asesinos, todo con tal de proteger a la hermana Ginebra.
Cuando la noche llegó, la luna llena brillaba en el cielo, dándole al paisaje una atmósfera aún más tétrica.
Todos estaban en sus posiciones, escondidos en la iglesia, listos y armados para atacar. Ginebra debía quedarse sola en el rincón donde tomaba el té, esperando el ataque.
Hiero estaba cerca de ella, escondido detrás de una columna. No sabía si resultaría, pero ya estaban ahí, no había marcha atrás.
Esperó, y esperó, y justo a medianoche, sintió una fuerte corriente de aire rozarle la mejilla, agitando su cabello.
Al escuchar gritar a la monja, de inmediato salió de su escondite, corriendo con su arma en mano para socorrerla, al igual que todos los involucrados en la misión. Grande fue la sorpresa que se llevaron no solo él, sino todos los presentes, al ver a Sileno sobre el tejado de la iglesia.
Era humanamente imposible llegar a ese sitio, ¿cómo demonios lo había hecho?
De pronto, sintió un miedo inmenso invadirlo, hasta el punto de dejarlo inmóvil. Fue justo en ese momento que su mirada se conectó con la de Sileno. Era la primera vez que veía su cabello totalmente al descubierto, sin ese sombrero cubriendolo. Y entonces pudo ver algo que no podía creer: unos colmillos enormes que sobresalían, de su boca.
Cuando lo vió saltar en su dirección, solo pudo cerrar los ojos con fuerza, esperando su inminente muerte... O eso creyó.
Escuchó un fuerte golpe de algo estrellándose contra el suelo, y hasta entonces fue capaz de reaccionar y moverse, sorprendiendose del horror en el que estaba envuelto.
La mayoría de los que habían acudido en auxilio de la monja, yacían muertos en el suelo, con una expresión de horror grabada en sus pálidos rostros, y sin una sola gota de sangre.
Al dirigir su mirada a Sileno, se dió cuenta de la lucha que éste y la mujer sostenían. Pero en ese momento notó algo: el cabello de la mujer, hasta ese momento oculto bajo la cofia negra, era idéntico al de Sileno, y sus ojos... Anteriormente poseían un color verde esmeralda, pero ahora tenían el mismo color carmín que los de Sileno. Y su boca... De ella se asomaba un par de colmillos como los del peli-plata, la diferencia, era la sangre fresca que los cubría.
Los movimientos de ambos eran demasiado rápidos como para verlos a detalle. Pero la batalla llegó a su fin cuando un puñal de lo que parecía ser plata, fue clavado en el lado izquierdo del pecho de la monja.
- Al fin te atrapé, hija de perra.- Gruñó el peli-plata, sacando el arma del pecho de la mujer.- Tenebra, del clan de los D'metri.
- ¡Maldito seas!- Gruñó con rabia la mujer, agonizante, mientras intentaba inútilmente frenar el sangrado de su herida.
- Vete al infierno, maldita.- Murmuró Sileno, después de verla caer inerte en el suelo.
Hiero aún se encontraba en el suelo, intentando analizar qué demonios había visto. Simplemente no daba crédito a nada de eso, era demasiado irreal. Pero...
- Tranquilo, no voy a hacerte nada.- Aclaró Sileno al verlo temblar.- Llevaba meses detrás de esta maldita.
- ¡¿Qué demonios eres?!- Interrogó con temor, aferrándose a su arma.
Sileno soltó una pequeña risa, mientras alzaba el cuerpo de la mujer, cargándolo sobre su hombro.
- ¿Tú qué crees?- Sonrió, mostrando sus colmillos.- Hijo de la noche, demonio nocturno, vagabundo entre la vida y la muerte... Son muchos los nombres que se me han dado.- Añadió.- Lo único que debes saber es que mi misión era acabar con esta traidora, antes de que se volviera un peligro. Y ahora que lo cumplí, jamás volverás a verme.
Hiero tenía mil preguntas, pero antes de poder articular una sola, sintió otra fuerte corriente de aire, y ni rastro del vampiro. Se había ido, dejándolo con las palabras en la boca, y cientos de dudas que jamás tendrían respuesta.
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