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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 Final༒꧂

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Recapacitar con la cabeza fría era una buena idea. A decir verdad, estaba muerta de miedo por lo que iba a hacer.

Si debía ser sincera, en el fondo sabía muy bien que esto era muy necesario por varios motivos, entre ellos: darles una lección y quitarlos de mi camino.

Podía estar toda la vida culpándome por algo que había hecho mal: engañar a Damesse. O, podría estar saciada de ambos hombres hasta el cansancio y tener los recursos necesarios para que dejen de molestarme por un tiempo. Y yo no podía permitirme no saciarme teniendo una mínima oportunidad, aunque ellos piensen que era Dalia. Si tenía que esconderme bajo otra identidad no era problema para mí, con tal de conseguir lo que tanto deseaba. Pruebas.

(...)

—Bien, repasemos el plan. —continuó Dalia por quinta vez y, al ver que no reaccionaba por estar sumida en mis propios pensamientos, pasó la mano por mi rostro para llamar mi atención.

—No creo que sea necesario, ya lo hemos repasado un centenar de veces —recordé con hastío y migraña, mientras unas náuseas invadían mi estómago y garganta.

Necesitaba que se me pase la migraña, porque en exactamente dos horas tendría que enfrentarme a ambos hombres en la Suite Jane del hotel Moxy en East village, lejos de nuestros hogares y de cualquier testigo conocido.

—Discúlpame por estar nerviosa, tengo que recordar que no seré yo la protagonista de esta película porno, solo soy la asistente que lava sabanas llenas de sem...—rio a carcajadas cuando le lancé un golpe en las costillas para que haga silencio, intentando sacarme una sonrisa, pero esa declaración me hizo aterrar al pensar nuevamente en lo que iba a hacer.

—Tampoco lo digas así, solo son un medio para un fin —fingí restándole interés mientras que por dentro me temblaba hasta el alma de los nervios.

—Bien, las seis sumisas llegarán en quince minutos. Les daré los detalles mientras tú te preparas mentalmente. Todas tendrán tu perfume y tienen el mismo color y largo de tu cabello —asentí mientras ella enumeraba todo —. Luego llegan ellos con quince minutos de diferencia y les digo que se pongan esto —señaló las dos máscaras que solo le dejaban libre la mandíbula, nariz y boca, mientras que el resto estaba totalmente cubierto y asegurado con un pequeño candado rodeándoles el cuello para que no puedan quitárselo bajo ningún término. —. Le pongo los grilletes al primero: Damesse. Y luego, cuando llegue Mark, se los pongo a él.

—Mientras tanto Adam sigue bloqueando las cámaras de seguridad para que nada quede registrado en todo el hotel y el técnico coloca las cámaras en la habitación para que se grave todo. —continué pensando en una forma de que no se den cuenta el uno del otro dentro de la habitación.

—Parece tan fácil que asusta un poco —temió Dalia atendiendo el móvil que sonaba en su pequeña cartera. —. ¿Qué se te ofrece, bombón? —contestó con su voz más melosa, confirmándome que quien llamaba era nuestro infiltrado en seguridad: Adam.

Me miré en el espejo que deslumbraba mi vestimenta peculiarmente inusual para mí, pero que me hacía sentir muy cómoda y hermosa. De todas formas, era poco factible que me acerque a ellos más que para lo mínimo e indispensable.

¿Hay que creerte? No has podido mantener tu palabra desde que comenzaste, ¿qué te hace creer que ahora vas a cumplir? Ese era el ángel de mi hombro, que siempre tenía la palabra de la verdad.

Esta vez sí lo va a cumplir. Carcajeó el diablillo de mi hombro contrario, riéndose con fuerza y de forma extraña como si el mismísimo demonio hubiese conquistado cada rincón de su pequeño ser.

—Ya están aquí —avisó Dalia desde el otro lado de la habitación rentada junto a la que utilizaríamos, tapando el altavoz del móvil. Mi pulso tembló con premura por lo que me informaba lo que Adam le había dicho —. Debiste ver tu cara —carcajeó viendo el espanto reflejado en cada rincón de mi rostro —. Las chicas ya llegaron. —aclaró su frase riéndose de mi pánico escénico al pensar en Marco y Mark encontrándose a mitad del pasillo.

Podía desistir, marcharme y olvidarme de todo, pero también era probable que si dejaba las cosas inconclusas ellos me buscarían hasta debajo de la tierra y no quería eso.

Las seis sumisas entraron a la habitación acompañadas de una mujer que conocía desde hace algún tiempo y se veía despampanante con un vestido gris que se asemejaba al color de su largo cabello que caía en cascadas por su espalda descubierta. Reyna.

—¡¿Corina?! —exclamó con un asombro similar al mío mientras yo no sabía cómo responderle por todo lo que había visto en los videos últimamente y porque la vibra en ella me parecía totalmente acorde a la mía. Me costaba desconfiar de ella como me habían hecho creer los hermanos.

No seas tonta, ellos son los policías y deben saber mucho más del trasfondo detrás de ella. Mencionó el ángel cuerdo, sembrando una pequeña duda. ¿Serían las sumisas las mujeres que la dama desconocida hacía entrar al club?

Me acerqué a su encuentro y la envolví en un suave abrazo, mientras ella imitaba la acción dejando un suave beso en mi mejilla.

Nos envolvimos en una corta conversación en la que ella preguntaba qué había estado haciendo todo este tiempo y le conté desde el accidente, omitiendo la parte de Mark y Damesse para no entrar en preguntas incómodas. Quedamos en tener una conversación luego, cuando ambas estemos en otras condiciones.

Me despedí de ella luego de pedirle que les quité los collares a las sumisas y me acerqué a las jóvenes que, gracias a dios, eran todas mayores de edad. Lo confirmé con sus identificaciones cuando Reyna me las mostró para mi tranquilidad.

Que sean mayores no significa que estén aquí bajo consentimiento. Susurró la vocecita interna.

—¿Todas están aquí por decisión propia? —pregunté y todas asintieron con vehemencia, esperando mis órdenes y sin dejarme dudas, pues todas se veían cómodas con el papel que realizarían y no las obligaría bajo ninguna que hagan algo que no quisieran.

—Llegó Damesse —confirmó Dalia en un susurro a mi oído.

Asentí y le pedí que se marche a la habitación contigua con él, ordenándole que encienda el pequeño objeto ubicado en su oído para que nos podamos comunicar entre: Adam, Dalia y yo. Mientras, prendía el televisor de la habitación en la cual se transmitirían las imágenes donde ahora mismo se veía a Damesse con un pantalón de vestir negro, una camisa roja sombría y una corbata negra, complementando el atuendo con un precioso reloj dorado y llamativo en su muñeca, unos zapatos negros de punta cuadrada y totalmente relucientes, junto con su cabello que, contrario a su atuendo totalmente elegante, este se veía alborotado y totalmente atractivo dándole un aspecto ligeramente indiferente.

—Madre de la santa virgen —mascullé acercando mi rostro más a la pantalla para poder ver con más claridad.

Me sentía sin palabras, el hombre al otro lado de la habitación era totalmente deslumbrante y atractivo. Vi en el momento justo en el que entró Dalia, jugueteando con su cabello y contoneando sus caderas cubiertas por ligas de cuero hasta posicionarse frente a él. Opté por no subir el volumen, tenía una breve idea que las palabras que se intercambiarían no serían de mi agrado en su totalidad y no era masoquista, no quería lastimarme porque la verdad es que no me causaba absolutamente ningún placer ver como él estaba dispuesto a entregarse a otra persona. Dejé el audífono apagado por unos minutos.

—Respeten lo que Dalia diga. No se tocan más de lo que ella crea necesario y no se pasen de listas porque aquí mando yo —declaré con un gesto serio. —. Ellos podrán tocarlas o sentir sus cuerpos con sus manos, pero no más allá de eso —continué mientras caminaba delante de ellas con mi espalda recta como me había enseñado Dalia. —. Me encargaré de que su pago no llegue si se les ocurre pasarse de listas, ¿entendieron?

—¡Sí, ama! —respondieron con claridad y con un breve asentimiento. Sus palabras me causaron orgullo. Debía felicitar a Reyna por su excelente entrenamiento.

Seguí mirando la pantalla, mientras veía a Damesse quitarse la camisa con movimientos lentos y totalmente calculados, sin dejar de mirar con disimulo el resto de la habitación como si estuviese buscando algo o a alguien.

—¿Qué sucede aquí? —murmuré para mí misma, mientras me concentraba en la imagen prendiendo el audífono para poder escuchar lo que hablaban.

—Parece que tu policía boxeador sospecha algo. —comentó la fuerte voz de Adam del otro lado del intercomunicador. Casi muero de un infarto cuando escuché sus palabras, ya que tenía el volumen al máximo.

—Adam, ¿has corroborado las cámaras de los alrededores del Moxy? Siento que Damesse tiene algo entre manos. —pregunté intentando resolver el acertijo.

—Absolutamente nada, todo marcha como debería. —respondió con seguridad del otro lado.

—No lo creo —susurré intentando leerle la mente al hombre que ahora mismo se encontraba en el medio de la sala y sin camisa —. Tendremos que ser más rápidos. Dalia, acaríciale el cabello y mira si tiene algún micrófono o algo. Mejor pídele que se desnude —me apresuré con palabras atropelladas.

Escuché a Adam atragantarse con su propia saliva y Dalia miró con disimulo hacia la cámara por la que yo los estaba viendo.

—Tranquila, vaquera. No seas paranoica, todo está en orden —apaciguó Adam.

Decidí relajarme. No quería que las cosas se me salgan de las manos, pero tampoco podía evitar sentirme de esta forma. Insegura y en parte molesta con la situación.

Apúrate a colocarlo en esa cosa. Está llegando Mark al lobby del hotel. —demandó Adam.

Las manos comenzaron a sudarme cuando Dalia se posicionó frente a él, haciendo que Damesse coloque las manos en la cintura de ella mientras ella se acercaba a dejar un beso en su cuello. Podía notar que era renuente a tocarla, lo cual me hizo sospechar mucho más. ¿Por qué estaría aquí, si no quería tocarla o verla?

—Adam, llama a cuatro hombres que sean fornidos y que vengan a mi habitación. —demandé por el intercomunicador mientras daba vueltas en la habitación. Tenía mis sospechas de que no sería nada fácil. —Dalia, llévalo a la habitación y colócale los grilletes, la máscara y su corbata en la boca para que no pueda hablar mientras llevas a Mark.

Dalia comenzó a hacer lo que le pedí, tomándolo de la mano para llevarlo a la habitación donde los esperaba una lujosa cama redonda, bañada con unas sabanas blancas y colocadas a la perfección. Estaba ligeramente alterada a nuestras necesidades. Le habíamos colocado barrotes de metal, con dos pares de grilletes con solo uno a la vista. ¿Cómo hacer que vayan los dos a la habitación sin crear una contienda entre ellos?

Ya están subiendo los hombres que pediste, Corina. —respondió Adam con seriedad, creando ansiedad en mi ser.

—Dalia, sal de ahí y has tiempo con Mark hasta que llegue el apoyo. —demandé al ver que Damesse ya estaba recostado y con todos los artilugios colocados. Mis náuseas hicieron presencia nuevamente, creando un revuelo en mi estómago. Necesitaba recordar que estar tan ansiosa y nerviosa podía llevarme a vomitar y no quería que eso suceda. Respiré hondo algunas veces para relajarme mientras apartaba la pantalla de mi vista.

—¿Qué órdenes le doy a los guardias? —preguntó Adam con insistencia, sacándome de la burbuja.

—Que lo entren a la habitación a la fuerza si es necesario. Dalia, colócale la máscara y dentro de la habitación los grilletes en el sofá, cambio de planes. —solicité mientras volvía la vista a la habitación donde podía ver a Damesse solo, respirando con mucha tranquilidad mientras esperaba a Dalia totalmente relajado con sus abdominales al descubierto y su perfecta v marcada con un leve camino de vellos.

Me dolía ver como él estaba dispuesto a entregarse a otra persona.

¿Pensabas que te iba a esperar toda la vida? Ilusa. Reprendió la voz de mi ángel.

—La puerca está en la pocilga. —comentó Adam en modo de broma, haciéndome esbozar una pequeña sonrisa que desapareció cuando entendí el trasfondo de su frase. Mark estaba en la puerta, y detrás de él se encontraban los hombres que había pedido, pero a una distancia prudente.

Dalia salió de la habitación, fingiendo una pequeña sonrisa al ver a Mark mientras él se la devolvía, levantando la vista sobre su hombro cuando vio a dos de los hombres aproximarse a él.

Su sonrisa se ensanchó cuando, sin resistirse, se dejó tomar por los dos, sin hacer ningún movimiento para defenderse.

—¿Qué carajos pasa aquí? —interrogué con molestia. Subí el volumen de las cámaras para poder escuchar con claridad lo que allí dentro sucedía.

—Está aquí, ¿verdad? —interrogó mientras se dirigía a Dalia con los dos hombres tomándolo de los hombros.

Dalia se congeló, pero retomó la compostura un segundo después.

—No, siempre he fantaseado con un secuestro. —declaró ella colocándole la máscara y llevándolo dentro con facilidad.

Cambie rápidamente la cámara para poder ver que sucedía en la habitación y Damesse se encontraba en la misma posición como si todo aquel tiempo que se tardaba Dalia, fuese totalmente planeado.

—Ellos lo saben —balbuceé para mí misma —. Ustedes dos, adentro —dispuse a dos de las sumisas —. Y ya saben que pasa si se atreven a hacer algo de más.

Indiqué mientras vi como ellas asentían y se dirigían a la habitación contigua donde, por las cámaras, podía ver a Dalia entrando con los dos grandes hombres y con Mark siendo guiado a la habitación. Damesse ni siquiera se había movido y el otro de los hermanos ni siquiera oponía resistencia.

—Creo que tenías razón. —declaró Adam del otro lado. Vi a las sumisas entrar a la habitación mientras que los hombres le ponían el otro par de grilletes a Mark en el sofá y observé en el momento exacto en el que ambos se tensaron tras la llegada de ambas mujeres.

—Hola, chicas —saludó Dalia como si fuesen viejas amigas —. Pueden tomar a cualquiera de los dos. —decretó ella señalando a los hombres rígidos. Vi a Damesse retorcerse incómodo tras el aproximamiento de una de las mujeres y a Mark ensanchar su sonrisa cuando la otra mujer tomó asiento sobre sus piernas y yo estaba a punto de tirar el plan por la borda e ir a la habitación para golpearlas, aún sabiendo que no era su culpa. Me volteé para no tener que ver a los dos hombres que causaban un revuelo en mi estómago, tener a dos mujeres en su regazo.

—¿Escuchaste eso, Corina? —preguntó Dalia con voz totalmente clara sacándome de mi conteo regresivo para poder calmarme y girarme de nuevo a la pantalla donde ya no se veía a Dalia en aquella habitación. Solo se veía a las mujeres tocando los cuerpos de Mark y Marco, mientras ellos se mantenían estáticos, lo cual era extraño, ya que teniendo a dos mujeres a su disponibilidad preferían mantener su semblante inmutable.

—¿Qué? —pregunté volviendo a mi compostura normal y esperando una respuesta del intercomunicador, pero esa respuesta nunca llegó por el aparato, si no detrás mío donde ahora se encontraba Dalia delante de las cuatro sumisas que estaban a la espera de una orden.

—¿Que si escuchaste lo que dijo Mark? —insistió mientras daba un paso delante. Negué con mi rostro y ella volvió a hablar — Ve para atrás unos segundos. —respondió señalando la pantalla donde se estaban reproduciendo las más tortuosas imágenes.

—No es ella.

Esa había sido la voz de Mark mientras apartaba el rostro de las manos de la sumisa.

—Y esta tampoco.

Remarcó con desagrado la voz de Marco.

—Ya lo saben. —recalcó Dalia.

—¿Y que esperaban? ¡¿Que yo esté ahí con ellos como si nada después de que metieron a la policía a mi casa?! —evoqué mientras por dentro una molestia me recorría al ver a las dos mujeres insistiendo en tocarlos.

Adelanté el video al momento actual y ellos mantenían una conversación.

—¿Por qué crees que ella se tortura así? —indagó Marco lanzándole la pregunta a su hermano que seguía apartando el rostro cuando la mujer intentaba besarlo y recordé su norma de no besar. La que estaba sobre Marco se limitaba a tocar sus abdominales, dejando suaves besos esparcidos por su piel desnuda.

Me molestaba demasiado la forma en la que Marco se encontraba, como si asumiera totalmente que iría corriendo hacia ellos sin recapacitarlo antes.

—Ustedes cuatro, entren ahora. —demandé señalando a las cuatro féminas que se encontraban detrás de mí y de Dalia, ganándome una mirada de compasión de esta última.

—Cori... —escuché la voz repleta de humanidad de Adam, mientras Dalia apoyaba su mano sobre mi hombro y juntas veíamos las imágenes de las cuatro mujeres avanzando dentro de la habitación, ubicándose dos detrás de Mark mientras comenzaban a recorrer el cuerpo de él con sus manos y las otras dos se posicionaban junto a Marco, que a diferencia de su hermano no apartaba el rostro cuando las damas besaban su cuello, sus mejillas y su barbilla, haciéndole tensar los músculos de sus abdominales. Podía notar que él no quería que las cosas sucedan de esa forma, pero, por otro lado, fingía no estar disgustado.

No pude soportar un segundo más antes de correr hasta el baño más cercano y dejar todo lo que había consumido en el día, vaciándome junto al retrete con mis ojos nublados por la acción y mi estomago retorcido por el dolor haciendo curvar mi espalda y mis rodillas tocando el suelo frío.

Dalia aguardaba bajo el umbral del baño, mientras intentaba trasmitirme una mirada que pueda calmar el revuelo de mi estúpido estómago sensible. ¿Eran celos?

—Las sumisas se fueron de la Suite Jane.

—¡¿Quién dio la orden?!—exclamé con molestia.

—Damesse.

—¿Con qué autoridad? —insistí completamente irritada por la incapacidad de las mujeres, saliendo del baño con furia.

—Ellas están adiestradas para cumplir las órdenes de los dominantes.

—Damesse es... —no pude acabar la frase porque la cólera terminó de invadir en mi interior y, junto a mi móvil, me dirigí a la Suite Jane exigiéndole a Dalia que no interfiera.

Crucé el pequeño tramo de pasillo sin ver a nadie a mi alrededor. Los guardias habían desaparecido en un chasquido de dedos cuando Adam los envió a la habitación donde antes me encontraba yo, y ahora todos estaban ahí dentro. Dalia, las seis sumisas indisciplinadas, los cuatro hombres y la pantalla del televisor donde se trasmitía absolutamente todo.

—¡¿Cómo te atreves a mandar a mis sumisas?! —espeté golpeando la puerta de roble detrás de mí al cerrarla con brusquedad, haciendo exaltar a ambos hombres que reposaban con plenitud en sus lugares asignados.

Ante el solo hecho de mi presencia, Mark agachó su cabeza en señal de sumisión y rendición, mientras Damesse sonreía a donde él creía que yo me encontraba.

—Lo sabía. —lanzó con indiferencia, causando más molestia en mi ser.

Me acerqué junto a él con furia, haciendo repicar mis pasos en el suelo e intentando no ceder al ver su apetitoso cuerpo recostado sobre la cama redonda. Coloqué la pequeña llave sobre él orificio del candado sentándome a horcajadas sobre él y destapé sus ojos que difícilmente intentaban adaptarse a la escasa luz de la habitación para luego fijar su vista en mis ojos.

Podría decir que en su mirada vi eso que cada vez que nos veíamos él intentaba transmitir, pero difícilmente podría apartar de mi cabeza a lo que venía.

—¡Metiste a la policía en mi casa! —solté con cólera mientras dejaba un golpe irreflexivo en su estómago y el escupía la corbata que tenía en su boca.

—¡Eres una ladrona, Corina! ¿Qué esperabas? ¿Que vaya con un ramo de flores al verte con mi estúpido hermano? —declaró levantando su rostro para acercarlo al mío, pero las cadenas en sus manos se lo impedían.

—Sigo aquí —declaró Mark con el rostro bajo y la voz ligeramente dócil.

Ambos nos giramos a él, gritándole al unísono que haga silencio.

—Y a ti ya te dije que no hurto —lancé señalándolo con mi dedo índice —. ¡Me lo gano de forma justa en las carreras! ¡Y tú te metiste con mi tía, maldito mentiroso! —chillé cuando las lágrimas estaban a punto de abandonar mis ojos y mi voz me traicionaba.

No llores, Corina. No demuestres debilidad.

—No te alteres, cariño, recuerda el plan. —insistió la voz de Dalia por el intercomunicador, haciéndome volver a la realidad.

—¡Debía acercarme a ti! —declaró con un tinte de remordimiento en su voz —. No podía decirte lo que había sucedido con Magdalena porque debía acercarme a ti y ver quién era la persona que metía mano en la fortuna de tu abuela muerta—lanzó y cayó en mi pecho como una bomba, estallando en mil pedazos frente a mí y lastimándome en el proceso, haciéndome caer en cuenta que todo ese tiempo había sido solo un movimiento en el tablero para saber que sucedía dentro de mi familia. Y yo ni siquiera sabía a ciencia cierta sobre la fortuna de mi abuela difunta.

—¡Marco! —gritó con furia su hermano luego de unos segundos silenciosos de mi parte.

—¿Sabías de Mark y yo? —pregunté con un tono de dolor y miedo en mi voz cuando una pequeña lágrima se derramó con furia sobre mi mejilla.

Su silencio me demostró que todo este tiempo tenía conocimiento de todos mis movimientos. ¿Cómo había sido tan estúpida? Él había jugado tanto conmigo, como yo con él.

—Me enamoré de ti —espetó con ira en sus palabras —. No podía permitírmelo y lo hice como un maldito idiota enamorándome de tu lado perverso, de tu espantoso sentido del humor y de tu poca ingenuidad. Te vi y me gustó todo de ti. ¡Maldita sea! No eras la niña adolescente que me habían dicho, eras una maldita mujer dispuesta a volverme loco —refunfuñó cuando salí de su regazo, alejándome unos pasos por el peso de sus palabras mientras él insistía en querer quitarse las argollas que lo apresaban con firmeza.

Siempre supe todo lo que hacías, te di espacio cuando lo necesitaste, me acerqué cuando lo creí correcto, te ayudé cuando pude. Te sigo queriendo como un estúpido adolescente de mierda, aún cuando sé que tienes en ese estado a Mark, ¡me gustas demasiado, joder!

La ira era presente en su semblante mientras me disparaba con la mirada y hablaba.

—Recuerda el plan, nena, él está desviando el tema. No caigas en sus redes, aunque lo que diga sea verdad. Tenemos que escapar esta misma noche porque lo que hay en el equipaje es mucho más grande que todo el amor que tiene él por ti. —recordó la voz aterciopelada de Dalia, haciéndome volver a la realidad.

Sequé con furia la lágrima que había caído por mi mejilla y, bajo su mirada atenta, caminé hacia su hermano que se hallaba a solo tres metros de la cama donde se encontraba Damesse.

—Tú me enseñaste una lección, Damesse—hablé con seguridad y dolor en mi voz, mientras caminaba hacia Mark —. Me enseñaste que un mentiroso puede esconderse muy bien detrás de una máscara de cortesía —llegué junto a su hermano, mientras tomaba la pequeña llave de los grilletes que estaba sobre una mesa auxiliar, junto al sofá en el que él reposaba con inquietud por mi cercanía —. Ahora yo te enseñaré una lección a ti —desprendí las argollas manteniendo la distancia y quitándome los zapatos de altura vertiginosa, pero sin apartar la vista de Damesse que cada vez respiraba con más furia en su interior. —. No se miente a quien se dice amar, y no se traiciona a quien confía en ti. Me hiciste sentir como una maldita mentirosa, mientras tú sabías todo de mí.

—Él no te tocará —declaró con seguridad y una sonrisa que se desvaneció cuando me dirigí a su hermano.

—Mark. —llamé con determinación, ganándome la atención del nombrado que se masajeaba las muñecas con suavidad. Podía ver la contradicción en su rostro, intentando obedecer lo que sea que había hablado con su hermano, pero de igual forma intentaba prestar atención a mis palabras.

—Recuérdalo, hermano. —pidió con esperanza.

—Ponte de rodillas —demandé con autoridad. Al principio, Mark se demostraba reacio a cumplir con mi pedido. —. ¡Ponte de rodillas, ahora mismo! —insistí con pujanza, haciendo que baje rápidamente, colocándose en la posición que le requerí y recordándome aquella noche en la que lo vi en Morbis Desire por primera vez. Sus brazos sobre sus piernas flexionadas y su rostro bajo, señalando hacia el suelo de la habitación.

Caminé hacia él, dejando una caricia en su mejilla para demostrarle lo mucho que me gustaba que obedezca a mis pedidos. Mientras, de fondo, podía escuchar a Damesse insistiéndole que debía ignorarme, golpeando las cadenas metálicas contra la barra de la cama.

Giré mi rostro hacia el hermano que reposaba sobre la gran cama, mirando para nuestro lado. Con lentitud me aparté de Mark y comencé a bajar la parte inferior de mi lencería que consistía en una braga de cuero negra con portaligas de la misma textura y tiras gruesas que envolvían mis piernas de forma refinada y sensual.

Me quité todo quedando desnuda de la cintura para abajo frente a Mark, pero solo a los ojos de Damesse. En su mirada cada segundo crecía más la llama en sus orbes. La flama que amenazaba con consumir todo el lugar. Resplandor que se igualaba a la de la gran chimenea que adornaba encendida en una esquina de la habitación. Mientras que yo, sonreía con provocación porque estaba causando justo lo que quería. Hacerlo perder la cabeza y me lo demostraba con su desespero a medida que me acercaba a Mark con lentitud.

Las cadenas se movían bestialmente y se escuchaba el chirrido que estas emitían, pero nada me iba a interrumpir. Había venido con un propósito y no me iba a ir sin lograrlo.

—Lámeme —ordené al hombre ubicado a mis pies, pero sin apartar la vista de los ojos rudos de su hermano.

Él, rápidamente, tomó mis caderas a tientas por su nula visibilidad y me acercó a él. Sin ponerse de pie, hizo que levantara una de mis piernas para colocarla sobre su hombro como si no pesara ni un gramo y estabilizándome solo con una. Acercó su rostro hacia mi cara interna de los muslos, pasando su lengua cálida, húmeda y suave por la piel hasta llegar a mis pliegues jugosos y anhelantes de su contacto. Cuando sus labios llegaron a mi parte sensible, no pude evitar gemir de placer y deseo por lo que él y su lengua me causaban. Era como un delirio místico que amenazaba con hacerme ver las estrellas del cielo.

Su lengua acarició mis pliegues, rosando una parte que clamaba por su contacto. Deslizó con mucha suavidad la lengua sobre mi clítoris, haciendo que mi espalda se arqueé y mi mano apretuje la tela de que cubría su hombro en señal de complacencia. Volvió a pasar su lengua por aquel punto con la misma delicadeza, pero ejerciendo más presión mientras repetía la acción, cada vez con más fervor, con más ferocidad mezclado con afecto.

Mis piernas comenzaron a fallar cuando arremetió con su lengua en mi interior, deslizándola desde un extremo al otro y haciéndome sacudir por el placer que producía. Mi cadera quería menearse al compás de sus labios, pero su mano de gran dimensión se filtró entre mis piernas y me inmovilizó apoyándola zona lumbar para que no pueda hacer ningún movimiento, obligándome sin palabras a quedarme inmóvil y soportando parte del peso de mi cuerpo con su hombro

—Las va a romper —remarcó en un susurro, deteniéndose y refiriéndose a las cadenas que retenían a su hermano ferozmente molesto y volvió a retomar sus movimientos con la lengua sobre mis pliegues y finalmente sobre mi centro.

Abrí mis ojos, sin saber en qué momento los había cerrado y giré mi rostro para ver a Damesse tirando con frenesí de las cadenas que lo mantenían amarrado y obligado a observar cómo su hermano me hacía un maravilloso sexo oral.

Detuve con disgusto la embestida de su lengua sobre mi punto sensible y bajé mi pierna para recobrar mi posición.

Fue como ver en cámara lenta el momento en el que Damesse destrozaba una de las cadenas, haciendo saltar un eslabón para seguir con la otra, como si no le costara nada. Como si fuese una simple tarea para alguien como él, un ser sobrenatural y visiblemente molesto por mi valentía al dejar que su hermano cumpla sus y mis deseos.

No me di cuenta en qué momento él se aproximó a grandes pasos, ejerciendo su más tenebroso semblante cuando llegó a nuestro lado apartándome de Mark y levantándome sobre su hombro ardiente dejándome colgada sobre él y, luego de dar cinco pasos, me soltó con brusquedad sobre la cama en la que con anterioridad ocupaba su cuerpo cautivo, causando que mi audífono volara a alguna parte del suelo de la habitación.

Un mareo invadió mi ser cuando mi cuerpo cayó sobre las suaves sábanas de algodón egipcio, haciendo rebotar mi cuerpo sobre la cama ligeramente desordenada. Aunque mis gritos querían escapar de mi garganta, nada salía. Todo se mantenía retenido en mi pecho junto con mi apesadumbrado dolor provocado por todos los últimos sucesos.

Los amarres estaban desechos por la fuerza descomunal que había ejercido Damesse sobre ellos, como si fuesen de utilería y no de un metal más que resistente.

No emitió ninguna palabra cuando, sin cuidado, arrancó el sostén negro que llevaba puesto con la palma de su mano, quitándomelo sin un mínimo de dificultad, deshaciéndolo en pedazos para luego arremeter contra mis pequeñas cumbres endurecidas por la brusquedad de sus movimientos descuidados, pellizcándolas con fuerza y consiguiendo que un chillido de dolor escape de mi garganta cuando no se detuvo por lo que pareció una eternidad, ocasionando en mi interior una perfecta agonía placentera que distaba mucho del delicioso cariño que me proporcionaba su hermano.

—Jugaste conmigo —declaró con un gruñido, mientras se ponía de rodillas entre mis piernas haciendo que las separe y apoyando su mano junto a mi cabeza para mantener el peso de su cuerpo sobre el mío. Con la otra mano apresó mis muñecas sobre mi cabeza para que no pudiese hacer ningún movimiento —, jugaste con Mark —continuó mientras yo agitaba mis manos sin intención de soltarme de su agarre rudo, pero extrañamente cautivante —. Ahora nosotros jugaremos contigo.

Por el rabillo del ojo pude ver movimientos a mi lado, pero solo podía concentrarme en la intensidad de los ojos verdosos y oscurecidos de Damesse mientras me escrudiñaban.

La cama se hundió a mi lado y aparté mi vista cuando sentí la presencia de Mark junto a mí, recostado con tranquilidad mientras acercaba torpemente su mano a mi rostro, aproximándose para besar mi mentón con la ternura de sus labios carnosos que su hermano no ejercía.

Damesse arremetió con sus labios mis pechos adoloridos por su maltrato anterior, mientras los saboreaba, pasaba su lengua por la piel sensible y luego los mordía con sutileza para inmediatamente estrujarlos con su mano libre con fuerza, con uno y con otro tomándose el tiempo suficiente para no dejar un rincón sin besar o pasar su lengua.

Los suaves besos de Mark calmaban los dolores que Damesse se empeñaba en causar. Sentí los labios del segundo hermano bajar por mi estómago y vientre, sobrevolando mi ombligo para llegar finalmente a mi monte de venus, continuando su camino hasta llegar a mi parte sensible por el contacto que anteriormente había provocado Mark.

Sentí que mi cuerpo se estremecía por todas las atenciones que recibía, por todo el placer que estaba experimentando y cuando un dedo de Damesse invadió en mi interior, un chillido involuntario escapó de mi garganta haciendo que las plantas de mis pies se curven por la intensidad de la sensación. Mark calmó mi ansiedad acariciando mi mejilla con la yema de sus dedos y deslizando su lengua por mi cuello, mientras bajaba dejando un sendero de humedad y calidez. Acarició uno de mis senos torturados, masajeándolo con cuidado entre su mano mientras besaba el otro proporcionándole largos lametones con su lengua.

Experimentarlo en carne propia era como un sueño hecho realidad, pero verlo desde mis ojos era algo completamente diferente. Desde mi punto, podía ver la fogosidad en cada movimiento proporcionado por ambos hombres semidesnudos.

Mark entretenido con mis pechos y Damesse arremetiendo contra mi centro con sus dedos y lengua, mientras lanzaba miradas furtivas a lo que su hermano me hacía y se concentraba en mi reacción en todo momento como si nada más en el mundo existiera.

En algún momento mis manos habían apresado las sábanas debajo de mi cuerpo, ejerciendo tanta presión que mis nudillos se tiñeron de blanco pálido. Las llevé con necesidad a los primeros botones de la camisa de Mark, intentando inútilmente quitársela, pero cuando estaba puesta en la tarea, Damesse apresó en sus dientes mi pequeño botón de placer haciéndome chillar de dolor y deleite en una clara advertencia mientras llevaba su mano libre para hacerme separar más las piernas, dejándole más acceso en su tarea.

Se apartó de su labor y, mientras saboreaba sus labios con un gesto totalmente indescifrable, se puso de pie y caminó hacia la mesa auxiliar donde estaban las llaves del candado de la máscara de su hermano, dándosela para que se la pueda quitar.

—No lo toques —advirtió con su voz totalmente ronca y presa de la excitación que estaba profesando —. Y tú, quítate la máscara.

Desistí totalmente de llevarle la contraria si es que iba a seguir con la práctica que estaba llevando a cabo anteriormente y, de tan solo imaginármelo, me volvía un charco de agua sobre el colchón.

Me humedecí los labios cuando volvió a colocarse entre mis piernas y Mark se quitaba la máscara con obediencia, aclarándose la vista cuando sus ojos se intentaban adaptar a el escenario presente.

No dijo ni una sola palabra y comenzó a quitarse la camisa de rodillas a mi lado, botón por botón sin perderme de vista y yo sin apartar la mía de sus movimientos mientras su hermano volvía a colocar la punta de un dedo en mi entrada con sus labios rosados, esta vez con más suavidad que antes, pero extrañamente ansiaba esa brusquedad que él me proporcionaba.

Llevé mi mano que empuñaba con fervor la sabana y la coloqué sobre el cabello corto de Damesse, deleitándome con la respuesta de sus labios en mi clítoris y enviándome una histórica onda de vibraciones por mi cuerpo cuando introdujo otro dedo invadiendo mi entrada mientras podía ver su sonrisa marcándose mientras saboreaba mis líquidos.

Mi espalda se arqueó involuntariamente, exhibiendo mis pechos a los labios de Mark, mientras veía como este se desprendía el cinturón de cuero que le envolvía la cintura para quitárselo de un tirón y dejarlo junto a Damesse que movía los dedos dentro de mí, arqueándolos en la punta en búsqueda de aquel punto de placer que iba a hacerme explotar, acercándome cada vez más al abismo de la perdición y quitándome toda la posibilidad de usar la mente correctamente.

Finalmente veía esas estrellas con las que tanto había fantaseado.

—Intenta escapar de nuestros brazos, Corina. —comenzó a recitar la voz de Mark sobre la piel de mis areolas sonrosadas por todas las atenciones, mientras su mirada me traspasaba hasta llegar a mi alma.

—Apuesto que no podrás hacerlo jamás —continuó Damesse —. Aún sabiendo que somos prohibidos, nos deseas. —concluyó enviándome directo al abismo oscuro provocado por el gran orgasmo que ambos habían motivado cuando los labios de Mark atacaron sin piedad mi pezón nuevamente y una de las manos de Damesse estrujaba el otro con habilidad.

Ambos me dejaron despedazada sobre el colchón, totalmente desconcertada cuando ambos se levantaron de la cama. Mis ojos estaban somnolientos, pero recuperaron rápidamente la compostura cuando observé a ambos quitarse el resto de la ropa que les quedaba puesta, quedando desnudos por completo y no sabía para qué lado mirar, si al miembro de Damesse totalmente erecto o la sonrisa totalmente afectuosa que tenía Mark. Los deseaba a ambos, los ansiaba de una forma que no podía permitirme, pero que, sin embargo, los iba a tomar. No me importaban ya las consecuencias ni los dolores que pueda experimentar más tarde, ya sean físicos o mentales, pero los necesitaba a ambos por igual.

Damesse colocó sus manos en mis tobillos, jalándome bruscamente para que mi cuerpo quede al borde de la cama y en un movimiento estratégico, me giró para quedar de espaldas a él, ofreciéndole una clara y perfecta imagen de mi sexo húmedo y mis nalgas deseosas por sus caricias que no se hicieron esperar cuando pasó su palma por una de ellas. Intentaba mantener mis piernas rectas para no caerme, pero el deseo amenazaba con derrumbarme.

Mark se colocó de rodillas sobre la cama, dejando su miembro justo frente a mi rostro y no pude evitar relamerme los labios cuando recordé aquella vez en mi habitación y lo mucho que a él le había desesperado mi inexperiencia que, para él, era solo placer.

—Vas a abrir tus labios y tomar a Mark con tu linda boca, mientras yo... —pausó su frase cuando ubicó su miembro totalmente endurecido en mi abertura, deslizándolo por toda la humedad y esparciéndola por toda la zona —te castigo por haber sido tan imprudente. —concluyó y sentí un paquete rasgarse. Volteé a verlo y sus abdominales se veían totalmente marcados gracias al ejercicio, y la posición en la que me encontraba me daba una perfecta imagen que guardaría por el resto de mi vida en mi mente.

Se colocó un preservativo y no pude evitar sentir un cosquilleo ante la expectativa. Mark empuñó una ración de mi cabello, llamando así mi atención para que emprenda con lo que él tanto deseaba y con mucha lentitud pasé la lengua por la punta de su miembro, haciéndolo gruñir de placer y solo con ese hecho me hizo sentir esa necesidad inconfundible de complacerlo.

Aparté mi lengua cuando sentí a Damesse intentando adentrarse en mí lentamente y yo, con mucha ansiedad, empujé hacia atrás para acabar con toda esa lentitud que, ciertamente, no me terminaba de gustar. Necesitaba la intensidad y ferocidad de Damesse sin importar las consecuencias que ello pueda llevar.

Un grito escapó de mi garganta ante el dolor inconfundible de tenerlo por completo dentro de mí. Las manos de Mark intentaban calmar mi dolor mientras dejaba una caricia suave en mis mejillas y ahuecaba mi rostro con paciencia, colocando su miembro en mis labios para concentrarme en otra cosa que no sea el terrible y desgarrador dolor que había sentido por mi estúpida necesidad de tenerlo dentro de mi por completo.

—No vuelvas a hacer eso —respondió Mark con su voz apaciguadora —. Podrías lastimarte —concluyó y mi garganta vibro de placer cuando Damesse comenzó a moverse lentamente de adentro hacia afuera. Apretó mi cintura con esa fuerza que yo quería sentir mientras Mark mecía su cadera lánguidamente y yo saboreaba su longitud.

Me sentía completamente llena mientras ambos arremetían contra mis dos aberturas. Damesse llevó una de sus manos a mi hombro y la deslizó por la curva de mi espalda hasta llegar a mi nalga, donde dejó con solo un chirrido, mi nalga enrojecida por culpa de un golpe con su mano abierta desencadenando un aullido en mi garganta y haciendo que el miembro de Mark entre más profundo. Intenté ayudarme con mi mano porque sentí que me ahogaba si lo dejaba entrar hasta el fondo.

—¿Te gusta esto? —preguntó Mark con voz suave y vibrante cuando deslicé la lengua por la punta y mi mano por su longitud, mirándolo a los ojos encendidos por el placer como dos llamaradas. Asentí con una sonrisa tanto como pude y volvió a ahuecar mi mejilla con ternura mientras Damesse comenzaba a arremeter más fuerte contra mí. El dolor y el ardor iban disminuyendo, dándole lugar a un placer totalmente descomunal y distinto a ese que experimenté la noche en Snowball.

Volteé mi rostro para poder ver a Damesse concentrado en su tarea que realizaba a la perfección y pude ver un destello de algo indescifrable. No sabía si a él le gustaba o si realmente no.

—¿A ti te gusta esto? —interrogué entre jadeos totalmente ahogados por el miembro de Mark que volvía a introducirlo.

—No me gusta —respondió con tono firme y duro, bajando toda la lujuria que había sentido anteriormente, pero aumentando sus embestidas y haciendo chocar su pelvis contra mi trasero —. Me fascina. —concluyó empujándome sobre la cama hasta caer boca abajo por esa brusquedad que tanto ansiaba.

Mark llevó mi mano libre hasta su miembro nuevamente y comenzó a ayudarme a moverla con lentitud, acrecentando la velocidad con cada envestida que me daba sin un ápice de suavidad. Damesse se ubicó a la altura de mi trasero, y en esa posición podía sentirlo todo, absolutamente todo dentro de mí con mis piernas estiradas y él sentado a horcajadas sobre mí. Volvió a colocarla dentro de mi abertura y un suspiro escapó.

Mark intentó detener mis movimientos sobre su miembro, pero se lo impedí cuando comencé a moverla con más ímpetu.

—Detente, por favor —imploró su voz, sonando entrecortada. Sus palabras eran como un rugido para mi oído —. Si no paras voy a derramarme por toda tu mano —declaró tensando sus músculos en el abdomen cuando los espasmos estaban a punto de llegar para atravesarlo.

Sonreí con provocación cuando sentí que su miembro se endurecía en la palma de mi mano y disfruté tanto sus gestos que me fue imposible no sentir ese calor familiar en mi vientre cuando Damesse empuñó una parte de mi cabello en su mano, haciendo levantar mi cabeza hasta quedar a la altura del miembro de su hermano y causando que mi cuerpo se curve por la fuerza ejercida en mi cabello.

—En su mano no —rugió Damesse —. En su boca —declaró haciéndome estremecer.

—Ella no...—Mark intentó convencerlo de que no era lo mejor, pero acallé sus palabras cuando lo sumergí hasta el fondo de mi garganta intentando no vomitar en el proceso y sintiendo como su miembro se engrosaba en mi interior, descargando el líquido viscoso y tibio. Tragué lo más rápido que pude porque la sensación no era totalmente encantadora, pero toda sensación de rareza desapareció cuando un rastro de placer iluminó el rostro de Mark, dejándolo con su respiración agitada y su pecho moviéndose violentamente mientras una sonrisa de satisfacción adornaba su perfecto rostro.

Damesse siguió envistiendo dentro de mi vagina. Los dedos de Mark transitaron hasta frotar mi parte más sensible cuando su respiración se calmó y ayudó a su hermano a convertirme en una bola de placer.

—Córrete para mí, Corina. —susurró la voz de Damesse en mi oído mientras pasaba su lengua por mi lóbulo de forma brusca y apretándolo con los dientes, dejándome sentir su respiración demasiado agitada por las circunstancias en las que nos encontrábamos.

Sentí el sudor de su torso húmedo en mi espalda y me causó una sensación totalmente abrumadora de contención mientras Mark seguía frotándome sin un ápice de la ternura que tenía en principio.

Y lo que me pide es fielmente lo que hago. Me corro en la mano de su hermano y en su miembro mientras sigue embistiendo con su fuerza brutal.

Grito. Exploto. Maldigo. Mi centro palpita y mi vientre larga fuegos artificiales mientras siento como mi pierna se va humedeciendo con lentitud convirtiéndome en una bola de espasmos y jadeos ahogados.

Mark llevó los dedos a su boca y los saboreó con mucha precisión como si lo que bebía fuese un néctar de vida. Mientras tanto, siento los músculos de Damesse tensarse por la aproximación de su clímax. Luego de agarrar con más fuerzas mis caderas y hacerme doblar las rodillas para quedar más a su altura, sale de mi causando que me sienta vacía y se quita el preservativo para luego derramarse con un rugido mencionando mi nombre. Un líquido espeso y cálido se derrama en mi espalda y mis ansias por ver su rostro colmado de éxtasis me invade, haciéndome voltear y empujarlo para que quede de pie. Bajé de la cama con las fuerzas que me quedaban y me puse de rodillas frente a él, devorando su miembro hasta el fondo de mi garganta para saborear, al igual que su hermano, cada gota de placer derramado.

—Corina —gruñe acariciando mi cuello y mejilla mientras veo reflejado una pequeña pizca de amor en sus ojos, que se difunde tan rápido como polvo en el aire.

Sus facciones se vuelven duras, su cuerpo no se relaja luego del éxtasis y su semblante se vuelve duro cuando pronuncia las palabras que jamás esperé escuchar.

—Te quiero demasiado, Corina.

Pero en su voz había algo. Un matiz de sentimientos que no profesaba nada bueno y lo pude confirmar cuando luego de unos segundos en completo silencio, se hicieron presentes las sirenas de un móvil policial.

—¡¿Qué hiciste?! —bramé con cólera.

Giré para ver a Mark, y pude ver que él no tenía ni idea de la llegada de la policía.

Ambos se vistieron con rapidez y medio segundo después, se escucharon fuertes golpes en la puerta de la suite. Cuando estuve a punto de salir, Marco me tomó del brazo para que no pueda escapar y me solté con un fuerte tirón.

—¡Te odio, te desprecio y no eres nada para mí! —mentí con todo lo que tenía en el fondo de mi ser.

—¡Corina, voy a abrir! —gritó con voz grave Adam haciendo que los dos hombres de la habitación giraran a mirarme buscando una respuesta a la presencia del hombre del otro lado de la habitación.

Busqué algo con que cubrirme, pero al cabo de un segundo la puerta fue derribada por mi guardaespaldas que me lanzó un abrigo extralargo para poder cubrir mi desnudez. Cuando ya estuve cubierta, entraron junto a él los cuatro hombres corpulentos que me ayudarían a salir. Mi espalda se sentía totalmente incomoda por el líquido que había derramado Damesse en mí, pero no había tiempo para asearme.

Cuando sentí que podía escapar sin que los dos hombres intenten detenerme, me giré sobre mis talones y los observé con molestia.

—Tendrán que dejarme en paz. Conozco un abogado que podría analizar tus palabras con precisión, Damesse —comenté ganándome un gesto de su parte como si no entendiera mi indirecta —. Trae mi móvil —demandé a uno de los hombres haciéndolo caminar hasta la mesa auxiliar junto a la cama testigo de lo que había pasado hace unos minutos. Podría haber sido detenido por uno de los hermanos, pero Damesse sabía que Mark no iba a obedecerle y no era tan idiota como para enfrentarse a cuatro hombres del tamaño de un armario.

Busqué la grabación y lo puse a reproducir.

—¿Estás dispuesto a arriesgar tu carrera como policía solo y únicamente para protegerme? —se escuchó mi voz, causando que los ojos de Damesse se entrecierren mientras se terminaba de colocar la camisa y las sirenas se escuchaban claramente.

—Por algo dicen que soy el policía corrupto, ¿no? —respondió su voz suave y cautivante del otro lado del móvil. Había sido una excelente jugada de mi parte haberlo grabado para conseguir al menos una mínima esperanza para poder escapar.

—¿Te sientes traicionado? —pregunté con burla cuando sus ojos no querían abandonar los míos —. Así me siento justo en este momento.

Concluí mi frase volteándome para irme. La voz de Mark resonó por la habitación.

—¡Corina! —exclamó ganándose mi atención antes de cruzar el umbral flaqueada por los cuatro hombres.

—Si no quieres que le muestre a todo el mundo un video sexual de tu y tu hermano, y todos los que tengo de Morbis Desire, mantén a tu Damesse a raya. —amenacé retirándome de la habitación junto a Adam.

Sentí revuelo detrás de mi y vi a Damesse aproximándose a los hombres que me cubrían las espaldas.

—¡Siempre supe todo, Corina! —declaró con un grito que desgarró mi alma por el peso de sus sentimientos —¡Intenté hacerte entender por las buenas de que debes abandonar el mundo en el que estás sumergiéndote, pero no me escuchas! —volvió a exclamar.

De pronto, Dalia apareció en la puerta de la suite con cara de apuro, la policía estaba llegando.

—Tenemos que buscar otra salida —declaró con urgencia. Fuera del hotel Moxy se hallaban las patrullas policiales que venían por pedido de Damesse.

—¿Tienes las cintas de las cámaras? —interrogué mientras caminaba a la velocidad que mis pies descalzos me permitían, doblando por las esquinas del hotel rocanrolero y llegando a una puerta de emergencias. Dalia asintió con seguridad, dejándome un pendrive en mi mano y quedándose con el otro.

—¿A dónde vas? —exclamó cuando me vio girarme sobre mis pasos para volver a la habitación.

—Espérame en mi casa, iré en un minuto —grité cuando la lejanía nos separaba.

Mi cuerpo estaba agotado en exceso. Las náuseas volvieron a atacar mi garganta, pero retuve el vómito antes de que pueda salir, corriendo hacia la suite Jane nuevamente. Esperaba que aún no se hayan ido y justo cuando estuve a punto de cruzar el pasillo que me llevaría a la habitación, un rostro familiar se hizo presente. Sacando a las sumisas a toda la velocidad posible.

—¿Magdalena? —pregunté para mí misma en un susurro cuando la vi salir por la habitación con las seis mujeres que habían ido con Reyna anteriormente.

¿Era posible que ella sea...?

—No puedo creerlo...

Opté por marcar el número de Damesse, no había forma de que ellos aún se encuentren ahí sin cruzarse con Magdalena.

Sonó una vez hasta que él tomó la llamada en completo silencio, con solo las sirenas escuchándose de fondo.

—Quíta a toda la policía de ahí fuera o haré llegar el video de lo que ocurrió esta noche a todas las estaciones de policía y a la tan querida novia de tu hermano en este instante —amenacé.

Debía mantener mi semblante duro a pesar de que estaba a punto de derrumbarme y partirme en dos por todo lo que había sucedido.

Si bien tenía en cuenta las consecuencias de haber hecho algo como lo que hice con ellos, también debía admitir que el dolor de haber sido traicionada, al menos por Damesse, no podía ocultar el hecho de que tenía una pequeña esperanza de que todo sea diferente al final y no tener que escapar hacia un destino aleatorio.

Había comprobado el deseo de ambos conmigo, pero al ver sus miradas podía ver dos cosas totalmente desiguales.

Mientras que Mark había optado por el lado de sucumbir ante el deseo, Damesse había tomado el camino de la ley, ansiando llevarme consigo a las oscuras habitaciones de lo correcto.

En ese caso, mi pregunta no era: ¿Qué será más fuerte? Si no, ¿a qué podré ser fuerte?

—Hecho —concluyó con voz penetrante al otro lado del móvil, mientras liberaba un suspiro cansino —, pero ten en claro una sola cosa, Corina, podrás irte a Marte si es lo que quieres. Te encontraré y haré que implores por mí.

Luego de eso, la llamada desapareció como por arte de magia, dejándome un sinsabor en el pecho. Magdalena había desaparecido, los pasillos estaban vacíos y las sirenas habían mermado.

Las náuseas volvieron, haciéndome retorcer el estómago por las precipitadas arcadas que invadieron mi sistema, haciendo derramar lo poco que quedaba en mi estómago.

—No-puede-ser —exclamé luego de largar todo por mi boca en el pasillo del hotel tan codiciado, manchando las preciosas alfombras rojas que cubrían la superficie.

Partí, corrí tan rápido como pude para largarme de la realidad a la que debía enfrentarme si mis cálculos eran correctos.

Volví a encontrarme con Dalia en la entrada de mi casa y con mucha rapidez, cargamos todo mi equipaje en la gran camioneta negra blindada de nuestro guardaespaldas Adam, que esperaba pacientemente mientras terminábamos de acomodar todo. Dejé una pequeña nota pegada en el refrigerador y me fui para no volver a mirar atrás.

Adiós, mamá.

Adiós, papá.

Adiós, tía querida.

Adiós, Mark.

Y...

¿Adiós, Damesse?

Continuará...

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sǝʇuǝɹǝⅎᴉp sǝsod uǝ ouᴉƃɐɯᴉ ǝʇ ɐun ɐpɐɔ uǝ ...sɐʅʅǝɹʇsǝ sɐʅ ɐʌɹǝsqO ~

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Mis bebaaaaaaas. Un placer transitar este sendero junto a ustedes.
Quisiera decir que este es un final, pero... no lo es.

Mañana va el epílogo, y pronto la segunda parte de esta historia que apenas va en ascenso.

Las quiero, las aprecio y las necesito hoy más que nunca.

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