꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 9 (parte 2)༒꧂
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-Entonces, ¿vas a ayudarme a investigar a tu familia? -indagó Damesse claramente confundido por mi visita nocturna. André y Pam dormían en la habitación contigua y pude darme cuenta que él estaba a punto de acostarse debido a su pijama puesto que consistía en unos pantalones cortos que le quedaban muy sexis. Su torso estaba desnudo y me recordaba a la noche en la piscina, sus labios sobre los míos, su cuerpo húmedo pegado al mío. La sensación estremecedora que me hacía erizar la piel de tan solo recordarlo.
-No creas que estoy feliz con esto, solo será un trato. Yo te ayudo a investigar a mi familia y tu dejas a Magdalena y Mark fuera de esto. -Intenté negociar mientras él me oía con atención y asentía. Había pensado en este trato para alejar a Magdalena y Mark de mi hogar y ya no sentir que a cada minuto me ahogaba más en su presencia.
Confieso que mi actitud impulsiva me obligó a correr hacia Damesse apenas sentí que algo sucedía.
-Está bien, Corina, ¿qué te hizo cambiar de opinión?
Pensé en una respuesta. Analicé lo que iba a decirle, por que él era un policía y no solo eso. También era una persona fuera de mi familia a la cual estaba a punto de darle la posibilidad de destruir todo lo que mis padres habían construido a lo largo del tiempo.
Después de haber visto el auto que solo mi madre utilizaba, en la madrugada y fuera de casa, me hizo preguntar si había algo que escondía. Camino al taller de André, analicé muchas veces las posibilidades y razones que había, pero no encontraba una respuesta correcta para descubrir por qué se encontraba ahí, con una persona de la cual yo no tenía conocimiento alguno.
Solo quedaban dos opciones: ocultaba algo y debíamos descubrirlo sin alertarlos; o no ocultaba nada y mi familia quedaría libre de prejuicios.
No respondí a su pregunta, simplemente me recosté en el gran sofá y me intenté reñajar mirando al techo del pequeño apartamento.
-¿Cómo conoces a André? -pregunté cuando la curiosidad y mi necesidad de cambiar de tema, me venció.
Sentí que él tomaba mis piernas a la altura de mis pantorrillas y los ponía sobre su regazo luego de tomar asiento junto a mí.
Se sentía cómodo. A pesar de estar enfurecida con él, no tenía energía para discutir en este momento y si íbamos a ayudarnos era mejor mantener la armonía.
-André es mecánico y mi pasatiempo son las motos. Lo conocí una noche hace mucho tiempo, cuando mi Ducatti sufrió algunos percances en una carrera.
Lo observé y él comenzó a desprender mis botas con lentitud, deslizandolas por mis pies para quitarlas.
-¿Qué haces?
-Me excita ver tus pies. -respondió con seguridad y yo levanté mi rostro para ver el suyo que estaba a punto de estallar en risa. Su labio inferior partido me recordaba su atrevimiento al besarme-Voy a darte un masaje, puerca.
-¿Por qué me dices puerca? -cuestioné volviendo a recostar mi cabeza y cerrando mis ojos.
-Por que estás recordando algo. Tus pupilas se dilatan y tu mirada pareció estar recordando algo cuando sonreíste hace un segundo -respondió con voz suave, cautivante.
Volví a relajarme y dejé que él comience con sus movimientos en uno de mis pies, subía hasta mi rodilla ejerciendo presión con la yema de sus dedos y volvía a bajar, con una pierna y luego con la otra. Hasta ese punto yo ya sentía que mi cuerpo flotaba en el cielo. Dejé escapar un suspiro de satisfacción y sentí sus manos subiendo por mis piernas, masajeando cada vez más arriba y volvía a bajar. No podía decir ni una sola palabra, lo único que sentía era placer pleno y absoluto.
Sus manos subieron más arriba, casi llegando a mi parte íntima pero cuando pensaba que iba a tocarme, volvía a bajar lentamente.
-¿Corina? -llamó Damesse.
-¿Mm...?
-Tengo muchas ganas de besarte ahora mismo -declaró con su voz vibrante.
Abrí mis ojos volviendo a bajar de la nube suave y silenciosa en la que flotaba y lo miré a los ojos.
Sus mejillas estaban sonrojada y cubiertas de vello. Sus labios húmedos, sus ojos se veían oscuros y sus intenciones eran claras.
-No voy a contestar eso -respondí y él volvió a masajear.
Me acomodé mejor para relajarme más profundamente y mis nalgas se apoyaron a un costado de sus piernas. Tenía mis muslos sobre su regazo y estaba muy, pero muy cómoda.
-Te mueres por besarme -afirmó con mucha seguridad.
-Si te beso, me muero, pero del asco. -respondí con una pequeña mentira para provocarlo.
Tenía que ser sincera. Quería volver a experimentar la sensación desbordante que me causaba besar a ese hombre que me superaba en edad. Sabía muy bien que él tenía mucha experiencia con las mujeres y quizás sea eso lo que me atraía de él. Eso y que tenía un abdomen apetecible con apenas un poco de vello bajo su ombligo, brazos fuertes, cintura estrecha y una mirada hipnotizante.
Escuché su risa suave, pero todo dejó de ser risas cuando una de sus manos rozó mi intimidad. Mis piernas se apretaron inconscientemente y él volvió a bajar con sus masajes.
-Relájate. -pidió.
Volvió a subir imitando sus anteriores movimientos y un jadeo suave escapó de mis labios cuando sentí el roce nuevamente, acercándose a mi monte de venus.
-¿Qué haces? -indegué con curiosidad mientras sentía sus manos que volvían a masajear mis piernas. No podía evitar humedecer mis labios que se habían vuelto resecos y tapar mi rostro con mis brazos. Sentía la temperatura en mi rostro.
-Te doy un masaje, Corina. ¿No te gustan mis masajes? -su voz sonaba baja y seductora.
Guardé silencio.
Sentí como se drenaba toda mi frustración por los últimos acontecimientos.
Deseaba con intensidad poder dejar atrás el pasado y lanzarme sobre Damesse
También imaginaba a Mark dispuesto a darme placer. Mi intimidad cosquilleaba cuando sentí un nuevo roce. Apreté más mis piernas para prolongar la sensación tan única y placentera. Nunca nadie más que yo misma había tocado aquella zona. Me sentí extraña, como si hubiese fuego quemando mi carne.
-¿Qué pretendes hacer, Damesse? -susurré.
Él tomo uno de mis brazos que utilizaba para cubrirme el rostro, colocándome sentada sobre su regazo. Posé mis manos sobre sus hombros para mantenerme luego del movimiento brusco y su sonrisa se acentuó cuando tomó mi cintura para apretarme más a él.
Dios sabe cuánto rogué por tener autocontrol y que mis impulsos no ganaran, pero él tenía el poder de hacerme desear sus labios, de hacerme rogar internamente tocar sus labios, saborearlo, tocar su lengua con la mía, morder suavemente cada parte de su cuerpo. Apreté mis ojos con fuerza para dejar de verlo, para ocultar mi excitación y para ignorar mis instintos que insistían en besarlo.
-Estás deseando besarme en los labios-susurró peligrosamente cerca -. Sólo porque me pediste que no lo haga, no lo voy a hacer yo. Pero si te tomas un segundo más para pensarlo, no prometo poder cumplir.
Debía tomar las riendas en el asunto. Yo no era de quedarme esperando que los demás actúen. Yo siempre actuaba primero y no iba a permitir que él controle la situación. Abrí mis ojos y me puse de pie para luego reacomodarme a horcajadas sobre su regazo. Sus brazos rodearon mi cintura con fuerza y pude sentir su miembro entre mis piernas.
Acerqué mis labios a su oído, abrazando su cuello. Toqué con la punta de mi lengua su lóbulo. Subió sus manos por mi espalda con rapidez y me pegó a su cuerpo. Sus labios tocaron mi hombro, humedeciéndolo con un beso que rozaba lo cariñoso.
-¿Puedo contarte un secreto? -murmuré oculta en su cuello.
Sentí su erección en mi vagina y fue como viajar a un mundo donde todo era placer y lujuria.
-Lo que desees -balbuceó dejando besos húmedos en mi cuello.
-Jamás había hecho excitar a un hombre. -comenté sonriendo por estar logrando mi plan malvado.
Él separó sus labios de mi cuello y alejó mi rostro para observarme.
Comencé a reírme con fuerza, sin poder contener toda la diversión que me causaba haber logrado que él piense que había ganado o que llevaba las riendas.
-Corina, no me digas que me acabas de...
Intenté levantarme de su regazo y no me lo permitió. Volvió a atraparme con fuerza y sentí que me orinaba de tanto reír.
Volví a sentir su miembro rozar con fuerza en mi vagina y un gemido escapó de mi garganta. Apreté su cabello entre mis manos y jalé suavemente por un impulso. Damesse apretó mis nalgas con fuerza y me movió sobre su dureza haciéndome cerrar los ojos por el deseo que estaba sintiendo.
-Marco, te dije que apagues las luces cuando te...
André apareció por la puerta de la habitación, somnoliento y bostezando.
Se detuvo cuando vio que Marco no estaba solo y sin decir una palabra ni emitir algún sonido, se volvió a meter a la habitación.
Debía recordar agradecerle más tarde a André por llegar en el momento justo cuando estaba a punto de tirar todo al carajo y besarlo en sus labios.
Me levanté de su regazo y me aparté rápidamente para que no intente volverme a provocar. Su sonrisa no abandonaba sus labios y le lancé el dedo medio justo antes de salir por la puerta para ir a casa luego de ponerme mi calzado.
-Hasta mañana, dulzura. Sueña conmigo.
Escuché al salir.
(...)
A estas horas de la mañana, la casa se sentía vacía. Como si estuviese deshabitada.
Los empleados estaban a penas a punto de comenzar con sus labores y mi familia, por lo que pude percibir, aún no desayunaba ni estaba cerca de hacerlo.
Subí las escaleras en puntillas, evitando que las maderas rechinaran. Caminé a mi habitación y cuando estaba a punto de cerrar la puerta con suavidad para no despertar a nadie, una mano se asomó por el marco de la puerta haciéndome detener para no aplastarle toda la palma.
Mark entró con brusquedad con su uniforme de policía y su rostro denotaba enojo mezclado con preocupación. Su mandíbula estaba muy apretada y sus pupilas se veían dilatadas. Cerró la puerta y le puso el seguro.
-¿Qué carajos haces? -exclamé con sorpresa y confusión.
Mark comenzó a deambular por la habitación, dando vueltas en círculos con sus manos en la cintura donde se encontraban colgando un par de esposas y su arma reglamentaria. Estaba enojado. Frustrado. Con sus ojos que parecía iban a salirse de sus órbitas y su ceño demasiado fruncido.
Hubiese deseado que se quede en silencio, porque su pregunta no era algo que pudiese responder sin sentirme que cavaba mi propia tumba.
El oficial se detuvo. Se paró frente a mí y me tomó por los hombros, dejándome atónita por su forma de actuar y por la pregunta que salio de sus apetecibles labios rubíes.
-Responde ahora mismo, ¿qué carajos hacías con Reyna?
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Dedicado a una hermosa dama
que siempre está
acompañando esta historia.
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