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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 7 (parte 2)༒꧂

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Habían pasado veinte horas desde la incómoda e inesperada conversación con Magdalena. No sabía si estaba sorprendida, molesta, ofendida o simplemente enfadada. Solo sabía una cosa, lo que ella había confesado que hacía con Damesse a mis espaldas, era lo suficientemente malo como para alimentar unas pequeñas ganas de venganza en mi interior.

Me encontraba en la entrada de Morbis Desire con un cigarro en la mano casi consumido por completo y los pensamientos revueltos. No sabía si lo que quería hacer estaba bien o mal, lo único que sabía era que estaba enfadada y deseosa. Deseosa de hacer algo que le doliese a Magdalena y a Damesse, como también a Mark aunque él no tenía culpa directa en este conflicto. Deseosa de que se sientan traicionados como yo me sentí al escuchar las palabras provenientes de la boca de mi querida tía: «Perdona, hija, no podíamos contártelo»

Aún resonaban en mi cabeza las palabras de Damesse: «Estoy arrepentido todo lo que te oculté, debes creerme». repitió incansablemente el oficial corrupto mientras yo lo empujaba a la salida. ¿Quiénes eran ellos para ocultarme algo así bajo mis narices?

—¡La joven Corina Mostrangelo! —sonó la voz de Derek canturreando cuando entré al bar avejentado —. ¿Qué te apetece beber hoy? —preguntó del otro lado de la barra mientras yo me acomodaba en el pequeño banco de madera que se tambaleaba al más mínimo movimiento.

—Sólo una soda con limón —respondí viendo que dentro no había más que un ebrio en una mesa solitaria.

Analicé todo lo que había pasado durante la noche anterior. Recordé lo bien que me sentía en compañía de Damesse, pero por alguna razón yo ya sospechaba que algo se traía entre manos porque él parecía demasiado perfecto, y eso siempre o casi siempre era signo de que algo malo pasaría. Ya saben, la calma antes de la tormenta.

—¿Cori? —repitió la voz del bartender con intriga —. Parece que no estás aquí hoy —comentó, sacándome de mis pensamientos mientras volvía mi vista a él, que estaba secando unas copas sobre el mostrador.

—¿Sabes si Reyna está? —investigué mientras recordaba el rostro inmutable de Mark cuando su futura esposa confesaba el secreto que ocultaba junto a Damesse.  Tomé de un trago mi bebida, intentando que el nudo en mi garganta baje con el líquido.

—Sí, ¿quieres que guarden tu moto? —preguntó mientras apoyaba su codo sobre el mostrador.

Me negué alegando que había venido en taxi para no volver a ser descubierta por el corrupto y minutos después ya me encontraba atravesando las puertas de la perdición entrando por los pasillos de Morbis Desire rumbo a la oficina de la exitosa Reyna.

—Entonces... ¿ya has decidido algo? —interrogó ella mientras se servía whisky en un vaso.

Habíamos tenido una charla sobre lo que había pasado en mi casa la noche anterior y ella, con sus años de experiencia, había llegado a la conclusión de que quizás no había otra forma de hacer las cosas que la que mi tía y Damesse lo habían hecho. Por supuesto evadiendo todo lo importante como que Damesse era hermano de quien seguramente se encontraba en una habitación esperando que llegue su dominatrix, o que el prometido de mi tía era el que esperaba.

—Lo he decidido, Reyna, pero quiero pedirte que sea todo más... privado.

Sabía en el fondo de mi corazón que esto estaba mal, que no debía y que más de una persona saldría perjudicada. Pero, ¿quién era yo para prohibirme de algo cuando todos los demás tomaban decisiones que, aún sabiendo el dolor que causarían, no se detenían?

Siempre le tuve mucho cariño a ella, y que me haya ocultado algo así me dolía en el corazón. También, me hizo dar cuenta de que quizás ella no era como yo pensaba y que también me ocultaba cosas y eso estaba bien, lo que no estaba bien es que ocultara cosas que a mí me pertenecía saber, cosas que aún sabiendo el daño que puede hacerme, lo hizo de igual manera como si mi opinión no valiese de nada, como si yo no valiese nada.

—Está bien, mantendremos esto en privado. ¿Algo más que quieras decir?
—interrogó.

—Sí, además... quiero que seas mi intermediaria con él. —respondí evadiendo su mirada interrogativa.

—Cuando decías privado, ¿te referías a que él tampoco debe saber quien eres o entendí mal?

—Nadie debe saberlo, Reyna, ni siquiera él y no preguntes porqué, por que no podría decírtelo —respondí con temor y temblor en mis palabras.

Ese era uno de esos momentos en el que sabes que vas a hacer algo malo, pero de igual modo lo haces porque sientes que si no lo haces, te arrepentirás.

En ese momento en lo único que pensaba era en que: si nadie sabía, si nadie se enteraba y si él no me veía, quizás todo quedaría en un secreto hasta que mi capricho se acabase.

Porque era un capricho... ¿verdad?

Después de media hora ya habíamos hecho los arreglos y acordado ciertas cosas que ella debería hablar con el policía bueno antes de que yo ingrese a la habitación.

Caminamos por el pasillo que estaba casi desierto ya que todos estaban dentro, disfrutando y dando placer. Mi piel se erizó ante la expectativa. Me preguntaba qué podría hacer con Mark hoy, ¿sería capas de poder hacerlo?, ¿me atrevería a tocarlo nuevamente?

Tenía muy claro que me faltaba experiencia, pero él no había demostrado estar molesto ante mí forma de actuar.

Esperé en la entrada de la habitación mientras mis piernas temblaban y mi corazón latía a la velocidad de la luz. Escuché la puerta abrirse y vi a Reyna sonreír.

—Lo has vuelto loco, no sabes la cara que ha puesto cuando le dije que habías venido hoy.

Sonreí disimuladamente mientras reacomodaba mi abrigo que escondía un cat sweet negro de cuero que se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel. Este vestuario era tan innecesario ya que él no lo vería, nadie más que yo lo vería.

Esa misma tarde había cambiado mi perfume habitual y mi cabello lucía lacio, a diferencia de mis días normales, y aunque dudaba que me reconozca debía minimizar las probabilidades.

Al entrar se podía apreciar un silencio tranquilizador. Las cortinas de la habitación habían sido cerradas y la iluminación era azulada en tonos oscuros y tenues. Podía observar la silueta del policía de rodillas en el medio de la habitación a la espera de mi acercamiento con sus ojos cubiertos por una delgado antifaz negro. Me causaba cierta adrenalina el saber que en cualquier momento se podrían salir, correr de su lugar y verme. En cualquier descuido, él podría descubrir quién era yo y esa sensación me excitaba mucho, mucho más.

Colgué mi abrigo sin dejar de apreciar la belleza de hombre y lo fascinada que estaba con la imagen que me ofrecía.

Lo observé y volví a sentir un cosquilleo en mi cuerpo. Que tortura iba a ser no poder tocar sus labios, pero era una de las reglas que tarde o temprano él mismo iba a querer romper y ahí estaría yo para disfrutarlo. Tenía fe en que lo haría.

Sus manos estaban de la misma forma que la noche anterior, entrelazadas sobre sus muslos cubiertos por una fina capa de bellos y las venas de sus brazos marcadas. Una fina camisa de mangas arremangadas color negra cubría su torso y yo estaba dispuesta a quitársela para poder ver un poco más al hombre que iba hacerme cometer un pecado.

Me quité el calzado y caminé sobre el suelo alfombrado, minimizando todo el sonido posible para me ubicarme en su espalda. Posé ambas manos sobre sus hombros y sentí que su cuerpo se relajaba, sus músculos ya no se veían tensos pero su piel estaba caliente y ardía bajo la tela.

Guié mis manos hasta el primer botón de su camisa, desprendiendolo mientras recorría la unión de su cuello y el inicio de su cabello con mi nariz y él flexionaba su cuello hacia atrás, ofreciendo su piel desnuda y un suspiro escapaba de sus hermosos labios en tono rubí, humedecidos por su lengua. Como si él hubiese esperado esto por mucho tiempo.

Mi corazón latía con fuerza mientras mis manos querían fingir que no tenían miedo.

—Estás... estás temblando —susurró con voz suave ante la cercanía, envolviendo mi muñeca con sus ágiles dedos para detener mis torpes movimientos.

Su respiración chocaba con mis labios mientras absorbía las notas de mi perfume. Mis vista no podían dejar de recorrer tan hermoso rostro. Me hubiese encantado ver sus ojos en esta cercanía y poder apreciar cada tono de ellos, pero entiendía que eso jamás iba a pasar. No podía pasar y el antifaz negro era lo que me recordaba que si él me veía, saldría corriendo de la habitación en un segundo.

Proseguí con mi tarea auto-impuesta y desabroché los cinco botones para luego deslizar la camisa con su ayuda por los hombros y la dejamos caer.

Aún no estaba lista para usar ningún juguete con él y por el momento solo quería explorar su cuerpo, sus puntos débiles y cada parte de él que lo haga gozar.

—De pie —exigí intentando cambiar mi voz un poco, caminando hacia un mostrador junto a la pared. Tomé lo que necesitaba, con mi pulso tembloroso, y volví a su lado dejando sobre la cama lo que iba a utilizar.

Obedeció y se colocó como yo había pedido. Otra vez su altura me causó un revoloteo en el vientre. Me puse frente a él y apoyé mis manos en su pecho, deslizandolas por sus pectorales y culminando en la parte baja de sus abdominales, allí donde un cosquilleo lo hizo estremecer mostrando una preciosa e inigualable sonrisa disimulada.

Me detuve unos segundos a mirar las placas que colgaban de su cuello, tal y como las había visto la noche pasada. Llevé mis manos a ellas y él las detuvo antes que pueda tocarlas, como si supiera que iba a eso. 

Sus labios estaban ligeramente fruncidos, sin embargo, él quería que yo lo toque, lo sabía y lo notaba.

Soltó lentamente mis manos y pude leer el nombre de una mujer en ellas, Sonia Tylor. ¿Quién era Sonia Tylor y porqué las llevaba colgando como el objeto más preciado? Ya tendría tiempo de averiguarlo cuando no estuviese tan deseosa del policía bueno.

Empujé su cuerpo lentamente hasta que la parte trasera de sus rodillas chocaron torpemente contra la cama, llevé mis manos al cinturón para quitárselo lentamente mientras sus manos se debatían en tocar mi cuerpo o quedar inertes a un lado. Para mí beneficio, eligió la segunda opción por que de lo contrario no podría evitar besar sus labios, esos rubíes me atraían como la mosca a la miel.

—Recuestate —obligué con mi tono de voz fingida.

El susodicho acató la orden y se deslizó sobre la cama con ayuda de sus antebrazos hasta quedar con la cabeza en la almohada. Me trepé sobre su cuerpo quedando a horcajadas sobre su cintura con su cinturón en mis manos y sentí sus manos deslizarse suavemente por mis muslos casi como si estuviese prohibiendoselo él mismo y la electricidad recorrió la parte afectada. Acerqué mi labios a su oído mientras preparaba el cinturón.

—Relájate —susurré con un tono meloso —, de lo contrario pensaré que no quieres esto.

Volví a poner mi espalda recta para poder seguir con mi tarea luego de que escuché una aprobación de su parte y, después de juntar sus dos muñecas, las amarré con el cinturón al respaldo de la cama, dejando su cuerpo a mi disposición sin que sus manos interfieran en mi tortura deliciosa.

—Hoy sólo quiero conocer tu cuerpo —susurré en tono bajo, pero sabía que él iba a ser capaz de oírlo. No quería que reconozca mi voz bajo ninguna circunstancia—, quiero saber lo que te gusta —continué acercándome a su oído mientras tomaba la pequeña fusta junto a nosotros —. ¿Qué te gusta?

Un quejido placentero escapó de sus labios cuando la fusta pasó por el medio de su pecho, bajando hasta su vientre lentamente. Su labio inferior estaba fuertemente apretado por sus dientes y la tensión en sus músculos hacían que estos se marquen aún más.

Seguí recorriendo su cuerpo con el elemento mientras bajaba de su cuerpo para tener más acceso, pasándolo por sus brazos, su cuello y al llegar a su entrepierna volví a escuchar un jadeo mientras su lengua volvía a recorrer sus labios rápidamente para humedecerlos. Sentía que su pene se endurecía debajo de sus pantalones y mis mejillas ardieron por lo que estaba causando. Volví a subirme sobre su cuerpo mientras él movía sus manos en busca de safarse de la atadura, pero solo era una reacción, tenía en claro que él quería seguir con este juego.

—Dime si quieres que me detenga —avisé mientras movía suavemente mi cintura, sintiendo su miembro erecto en mi centro.

Estaba haciendo el mismo recorrido que hice con la fusta, pero con mis manos  sintiendo su piel caliente y tersa. Sus labios se apretaban nuevamente mientras removía su cuerpo bajo el mío.

Me preguntaba a mí misma cómo era que no tenía vergüenza, cómo no me sentía incómoda con eso que estaba haciendo por primera vez en mi vida. No tenía respuestas, simplemente lo hacía. Quizás era porque nadie me veía o también estaba el hecho de que había visto a tantas personas hacer esto que ya no me avergonzaba. También podía ser que actuaba bajo el enojo que me causaban los secretos de Damesse y Magda... mi tía. La mujer que estaba enamorada del hombre que estaba debajo de mí con su miembro erecto tocando mi punto sensible en este momento.

«¿Qué hago? » me pregunté. «, no puedo hacerle esto a Magda.»

¿Pasa algo? —interrogó una voz proveniente del hombre que estaba haciéndome morir por dentro del deseo que sentía.

Mis ojos estaban por derramar lágrimas de lo culpable que estaba sintiéndome, el pecho me ardía y mis manos temblaban.

«¿En qué momento me convertí en esta mierda de persona?» pensé mientras corría rápidamente a tomar mi abrigo, tropezando con mis zapatos. Los tomé rápidamente y seguí mi camino.

—No me dejes otra vez, por favor, no lo hagas. —suplicó mi futuro tío mientras yo escribía una nota detrás del nuevo contrato que tampoco sería firmado.

"Ojos que no ven,
corazón que no siente"

Salí por las puertas sin oír ni ver a nadie, no reaccioné hasta que el frío aire nocturno chocó contra mis mejillas y me hizo caer en la realidad, mis lágrimas se derramaban por lo idiota que había sido. Había estado a punto de cometer algo horrible.

Mi tía, la mujer que me había ayudado tanto y enseñado aún más. No podía hacerle eso.

Por otro lado estaba Damesse que había demostrado ser bueno, paciente y comprensivo a pesar de haberme ocultado lo que hacía detrás de mis espaldas y a costa mía.

Veinte minutos después ya me encontraba en mi casa que estaba más silenciosa que nunca, quitándome la ridícula vestimenta que me hacía sentir empoderada pero a la vez era tan innecesaria que me hacía sentir estúpida. Me di un baño pasando una esponja por cada parte de mi cuerpo para quitarme ese aroma, el aroma que su cuerpo había dejado en el mío.

Bajé a la cocina con mi pijama por un vaso de agua, con todos mis pensamientos invadiendo como granadas y mientras buscaba algo para comer dentro de la nevera, escuché las llaves en la puerta de entrada y me dirigí a ver quien era a estas altas horas de la noche.

Mark.

Y no solo Mark.

Mark con Damesse.

—Debemos hablar. —dijo uno de ellos.

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~ sǝʇuǝɹǝⅎᴉp sǝsod uǝ ouᴉƃɐɯᴉ ǝʇ ɐun ɐpɐɔ uǝ ...sɐʅʅǝɹʇsǝ sɐʅ ɐʌɹǝsqO ~

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