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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 7 (parte 1)༒꧂

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—¿Desde cuándo Mark y tú, tienen tanta confianza? —interrogó Damesse asomando su cabeza sobre el borde de la cama dejando ver una pequeña porción de su cabello alborotado y sus ojos ligeramente verdosos y brillantes.

—¡Sh! —lo obligué a cerrar la boca mientras caminaba con curiosidad hacia la puerta de mi habitación. Tenía cierta impaciencia por saber que necesitaba de mí, el hermano de Damesse y prometido de mi tía.

—No me digas "SH" —reclamó mi enfermero personal en tono burlón y cargado de reproche.

Antes de llegar a la puerta tomé uno de los cojines que había usado Pam y se lo lancé, casi dándole en el rostro si no se hubiese agachado.

—Que hagas silencio, te dije —aseveré y tapé mi boca para esconder la sonrisa que se me había formado mientras escuchaba un ¡auch! proveniente de Marco.

Abrí lentamente la puerta, dejando solo un pequeño espacio de una rendija.

Los ojos de Mark escanearon mi anatomía y mi cabello algo alborotado por estar recostada, mis pies descalzos tocaban el suelo mientras que a mi maquillaje, quizás, le hacía falta un retoque. Después de unos segundos, decidió hablar.

—¿Qué fue ese discurso que me diste en el pasillo? —indagó Mark con un atisbo de preocupación en su voz, como si realmente tuviese miedo a perder a Magda. Ver sus ojos era placentero, memorice cada marca en su piel, cada pequeño detalle de su rostro, de sus ojos y de sus labios.

Volteé mi rostro para ver a Damesse que seguía escondido, pero apostaba mi colección de libros para adultos a que estaba con las orejas como un duende escuchando la conversación. Abrí la puerta y salí al pasillo para que mi enfermero personal no pudiese escuchar la conversación.

—Tú lo dijiste, es un discurso que le doy a todos los pendejos que se meten con mi tía —respondí con reproche, recargándome sobre el marco de la puerta.

Su camisa estaba con dos botones desprendidos y la imagen de sus manos posando sobre su cintura creaba tensión en mi cerebro.

—De verdad quiero a tu tía —respondió con un susurro apenas audible, mientras miraba la alfombra que recubria el suelo debajo de nuestros pies y un suspiro abandonaba sus apetecibles labios color rubí.

Sus manos recorriendo su cabello me demostraban lo nervioso y fastidiado que se sentía y yo estaba odiando verlo así.

—¿Estás seguro? —pregunté con interrogación y un sin fin de sentimientos revoloteando en mi estómago. Cada sensación de deseo por él se incrementaba a medida que los segundos pasaban.

—¿Porqué no estaría seguro? —levantó su vista y nuestras miradas se cruzaron, revelando la intensa electricidad que recorría por mi cuerpo al ser observada por sus turbulentos ojos que demostraban sumisión a cualquier petición.

Bajé mis ojos a sus labios que se veían tan apetecibles como la noche anterior. ¿Qué carajos pasaba conmigo? ¡Él se iba a casar con mi tía en algún momento!

Aparté mi vista, evadiendo la suya y él imitó mi acción. Era como si nuestras miradas se quemaran una a la otra, pero había algo más en cada uno de nosotros. De mi parte había culpa sincera y plena, porque, ¿como iba a estar teniendo todos estos sentimientos y sensaciones?

—Sí la quieres de verdad, si de verdad te quieres casar con ella, respetala, por favor. —pedí con un tono de suplica y determinación.

Mi tía merecía ser feliz y aunque él frecuentaba lugares que podrían ser catalogados para solteros, no lo había visto tener algún encuentro con otra mujer que no sea conmigo y realmente no habíamos hecho nada.

—Lo haré...—respondió convencido —. Y espero que podamos llevarnos bien, sé lo mucho que te aprecia Magdalena —sonrió y en ese mismo momento me di cuenta que su sonrisa era mucho más hermosa de lo que podía imaginarme.

No importó su forma física, su color de ojos, su estatura o todo lo superficial que poseía. Su sonrisa era lo suficientemente perfecta como para poder opacar todas las imperfecciones que en conjunto, lo hacían perfecto.

En mi mente empezaron a reproducirse mil imágenes de mi tía felizmente casada con el hombre que me había cautivado desde el primer segundo que lo ví. Los veía tomados de la mano, compartiendo una caminata entre abrazos, recorriendo un pueblo desconocido, caminando al altar...

Sentí como mi respiración se cortaba dolorosamente y en mi pecho se arremolinaron todos los sentimientos impropios e impuros, esos que sabía que eran prohibidos pero que, de igual manera, se reproducían una y otra vez como una videocacetera averiada.

Sentí a mi corazón, juro que sentí el momento exacto donde un pedazo de él caía y se llevaba una pequeña ilusión, un pequeñísimo dolor con gusto a esperanza y la realidad azotó mi vida.

—¡Hija!, ya está listo el pastel para que apagues las velas —escuché la melodiosa voz de mi tía asomándose por la escalera y me pregunté en qué momento me había acercado tanto a Mark, pero cuando escuché la voz de Magda me alejé tanto como pude como si supiera que estaba haciendo algo indebido o algo muy malo.

Observé su rostro por última vez, para después ver a mi tía que tenía una expresión cansada y desanimada, entrelazando su mano con la de su prometido.

—Ya bajo, tía. —sonreí en respuesta mientras me dirigía a mi puerta para buscar mis tacones y al individuo escondido.

—Por cierto, ¿has visto a Dam...? —comenzó a preguntar mi tía, mientras mi mano a punto de abrir la puerta era interrumpida por una persona saliendo.

—Ay —expresó Damesse con cara de pánico y arrepentimiento —, Pe-perdón. —se disculpó.

Miré a mi tía con súplica y ella sonreía mientras empujaba a su futuro esposo hacia su habitación para que se ponga su calzado. Él volteó antes de entrar y me observó con sus ojos llenos de una expresión indescifrablemente enigmática.

Le di un golpe juguetón en la nuca a Damesse, desacomodando su cabello mientras me acercaba a mi cama para sentarme y ponerme los tacones.

—Te dije que te quedaras dentro —reprendí.

Al ver sus ojos recayendo sobre los míos, sentí una pequeña cantidad de incomodidad. Me preguntaba si había escuchado la conversación, ¿habría sentido la energía que sentí yo al estar en el mismo lugar que su hermano?

—¿Conoces a mi hermano desde antes? —interrogó Damesse, mientras daba un paso y se colocaba de rodillas para ayudarme con el prendedor de mi zapato que se había vuelto un rompecabezas y no lo podía armar con mis torpes dedos.

Tomó la ebilla entre sus dedos y con una facilidad fascinante, la enganchó en su lugar.

Detestaba mentir, no quería ocultar la verdad y me sentía muy incómoda.  ¿Pero como le explicaba a Damesse que su hermano frecuentaba un lugar donde las fantasías salían a la superficie?, ¿cómo le explicaba que yo también lo hacía desde hace un largo tiempo?

—No, lo conocí esta noche —respondí con una sonrisa, disimulando la mueca que mi rostro provocaba cuando salía una mentira por mi boca —. ¿Está usted interrogandome? ¿Señor policía? —pregunté, poniéndome de pie nuevamente y apoyando mi dedo índice en su pecho.

Su sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios, mientras su mirada me trasmitía deseo disfrazada de ternura y amistad.

—No, pero recuerdo haber visto la patrulla en el estacionamiento del bar en el que te encontré el otro día. —respondió, y en sus ojos vi el reflejo de mi rostro pálido de miedo.

—No lo conocía hasta hoy, Damesse, quizás estaba por otra razón en el bar —Intenté restarle importancia para que no sienta el pánico que atacaba mi pecho, haciendo que mi corazón se acelere rápidamente.

—Sí, quizás... pero, ¿sabes que fue lo más raro? —volvió a atacar con sus preguntas mientras yo lo miraba con deseos de que me trague la tierra, queriendo escapar de la habitación —. Que... aunque los dos estaban en el bar, ninguno de los dos estaba a la vista.

Sentí mi respiración hacerse más rápida.

—Yo no... —La puerta volvió a sonar, y mi padre, que había desaparecido toda la noche por alguna razón desconocida, se asomaba para recordarnos que debíamos bajar a soplar las velas.


(***)


Observé a cada uno de los presentes en mi cumpleaños número dieciocho; mi padre abrazando a mi madre, André junto a Pam, el señor Molfese con su esposa sacada de una revista de modelaje, a Damesse que sonreía con ternura, reflejando cariño; y por último a Magda rodeada por los fuertes brazos de Mark mientras él al ver mis ojos sobre su rostro, apartó rápidamente la mirada. De fondo muchas personas me observaban, pero eran todos realmente irrelevantes.

Volví a mirar el gran pastel y tomé una decisión, una dolorosa. Olvidaría la existencia de ese hombre que había causado en mi pecho una necesidad inamovible de deseo por tenerlo a mis pies y torturarlo hasta que pida la liberación.

Tenía que olvidarlo, pasar página y dejar lo poco que había sentido de lado para que mi tía Magda pueda conseguir esa felicidad que tanto añoraba.

Soplé las dieciocho velas mientras escuchaba los vítores y aplausos por parte de mis seres queridos, bajo la pequeña nube de humo que desprendian las velas recientemente apagadas, caminé hasta estar al lado de mis amigos.

—Entonces... ¿Qué hacemos ahora? —pregunté a Pam, André y Damesse.

—¡Piscina!, ¡piscina!, ¡piscina! —pidió André mientras se desprendía la camisa rápidamente.

La mayoría de los invitados ya estaba desapareciendo por la puerta de entrada, mientras mamá y papá los despedían con cortesía. Magda y Mark habían tomado asiento en uno de los sillones al lado de la piscina y Pam caminó hasta una de las largas mesas donde estaban las botellas de champán para servirse una copa.

Damesse sonreía mientras imitaba a André y no quitaba sus ojos de los míos mientras se desprendía la camisa, lenta y tortuosamente. La poca iluminación del jardín trasero creaba una espectacular sombra en el abdomen del provocador y sensual policía corrupto.

No pude evitar morderme mi labio inferior al ver su pecho ligeramente bronceado y sus abdominales marcados a la perfección. Sonreí ante la cantidad de pervertidas acciones que se desarrollaban en mi cabeza.

«Amigos, Corina, amigos». Me recordé.

—¿Qué estará pasando por esa cabecita tuya, Corina? —preguntó Damesse, sacándome del transe mental mientras bajaba la camisa por sus hombros fuertes, musculosos y redondeados.

—No te gustaría saberlo —respondí con una sonrisa pícara mientras caminaba hacia él, lentamente —. Voy a ponerme el traje de baño —avisé viendo como mi enfermero se desprendía los botones de su pantalón sin apartar su vista de la mía, yo solo podía recorrer descaradamente su cuerpo con mis ojos inquietos.

Cuando estuvo a punto de quitárselo, escuché el sonido del agua y luego a André con Pam saliendo a la superficie nuevamente, mojados completamente mientras reían como dos niños.

Volví mi vista a Damesse pero ya estaba metiéndose dentro del agua.

«Maldita sea, me lo perdí» maldije en mi conciencia.

—Entra, Cori, ¡tienes mil vestidos más! —animó Pam desde adentro de la piscina mientras salpicaba a André.

Miré mi vestido con pena, no quería estropearlo, pero por dentro una vocesita me decía que la vida estaba para aprovecharla y las reglas para romperse.

Me quité los tacones y me senté en el borde colocando mis pies en el agua; Dentro estaban mis amigos dándose cariño, mientras fuera se daban amor Mark y Magda. Por alguna extraña razón mis ojos se posaron en la pareja y sentí una punzada de dolor al ver a Magda sobre el regazo de Mark, besándose.

—Tierra a Corina —escuché la voz hipnótica de Marco cerca de mis pies.

Posé mi vista en su rostro goteando, mientras el agua resbalaba por la punta de su nariz puntiaguda y de los extremos de sus cabellos caían pequeñas gotas.

Sentí sus manos ágiles rodear mi cintura y rápidamente me sumergió dentro del agua, dejando solo mi rostro fuera.

Mi piel se puso de gallina mientras rodeaba su cuello con mis brazos para mantener la estabilidad, su sonrisa mostraba una hilera de dientes blanquecinos y casi perfectos.

—¿Te gusta esto, no Damesse? —pregunté rodeando su cintura con mis piernas porque no llegaba al fondo de la piscina. El vestido se había subido hasta la cintura.

—No, estoy sufriendo mucho —respondió con voz pícara y burlona.

Al estar cerca de su cuerpo y sentir la calidez de sus brazos ayudando a mantenerme a flote, me preguntaba qué sabor tendrían sus labios blanquecinos por el agua fría.

—Dame otro regalo de cumpleaños —pedí con descaro y picardía mientras sentía un picor detrás de mi nuca.

—¿Qué desea la señorita Mostrangelo? —indagó con su voz ronca y casi irresistible  mientras acercaba un poco más sus labios a los míos. Las yemas de sus dedos recorrían mi espalda desnuda mientras mi cuerpo se tensaba bajo su mirada lujuriosa que viajaba de mis labios a mis ojos decorados con unas largas pestañas negras.

Cruce mis brazos detrás de su nuca, dejándolo a solo centímetros de mi boca y sentí como sus ojos viajaban de uno a otro de los míos, preguntándose que es lo que yo iba a hacer.

—Vamos debajo del agua —pedí mientras una sonrisa se expandía por sus labios y comenzaba a caminar, llevándome de espaldas a la profundidad donde ninguno de los dos hacíamos pie y nadie podía vernos.

Cuando llegamos a la parte profunda, Damesse me pidió que guarde aire para sumergirnos rápidamente. Mi cabello se balanceaba en el vaivén del agua mientras  sentía un silencio tranquilizante; pequeñas burbujas salían de la nariz de Damesse mientras me miraba entre la poca claridad que nos rodeaba. Acerqué mi cuerpo más al suyo y mientras intentábamos mantenernos en la parte baja, tomé la parte trasera de su cabeza y toqué sus labios con los míos, con suavidad e inexperiencia.

Sentí una electricidad paralizante cuando sos húmedos y suaves labios tocaron los míos en un beso casto y sencillo. Mi sonrisa no tardó en llegar luego de separarme de él para subir a la superficie.

Lo empujé suavemente y nadé intentando llegar a la parte baja donde hacía pie, pero antes de intentarlo sentí un tirón en la pantorrila y segundos después ya me volvía a encontrar entre los brazos de Damesse bajo el agua, pero no me dio un sencillo beso inocente. Sus labios al colisionar con los míos eran mucho más demandantes, con más vida y más calor. Sentí que flotaba en el espacio, que el tiempo se había detenido y que la ausencia de aire en mis pulmones no importaba mientras él me besaba con ímpetu y sin dejar entrar una sola gota de agua.

Sentí el calor en mi cuerpo mientras intentaba seguir su paso, pero necesitaba salir a la superficie para tomar aire. Lo alejé para poder flotar mientras el cosquilleo en mi vientre me hacia recordar la suave textura y el dulce sabor de sus labios expertos que contrastaban con superioridad a los míos.

Cuando sentí chocar el frío aire nocturno con mi piel, quité el agua de mi rostro y miré a los lados buscando ubicarme en la piscina.

Alcancé observar a Mark desapareciendo por la gran puerta vidriada y detrás a Magda. Salí de la piscina con la excusa de ir a buscar algo para secarnos y me marche bajo la vista confundida de Damesse y mis amigos seguían chapoteando en el agua.

Caminé lentamente intentando no resvalarme y retorciendo mi vestido para quitarle un poco del agua; atravesé el largo pasillo que llevaba a las escaleras y comencé a subirlas.

—No puedo ocultarlo siempre, Mark, tengo que decirles —susurró Magda con un tono marcado por la tristeza y arrepentimiento.

—Un poco más, sólo un poco. Deja que haga su trabajo y luego estará todo bien, cariño, aguanta un poco más. —pidió con súplica su prometido.

—Ella va a sufrir mucho con esto, Mark, cuando se entere de todo va a sufrir y si eso pasa yo... —La pausa que provino y el silencio que se produjo, no me dictaba nada bueno.

¿Por qué iba a sufrir alguien? ¿y enterarse de qué?

Me asomé por la barandilla para ver porqué había tanto silencio y pude ver a Mark con las manos en sus caderas, pensativo; y a mi tía apoyada en la pared, con una mano en su rostro y este  denotaba frustración, tristeza y pesar.

—¿Qué haces escondida, Corina? —escuché a Damesse y me volteé rápidamente a mirarlo con agresividad.

Podía ser muy idiota cuando quería.

—¿Co-cori? —la voz arrepentida de mi tía resonó nuevamente.

Me puse recta y terminé de subir las escaleras bajo la vista de las dos personas que hablaban a escondidas.

—¿Quién va a sufrir? ¿y por qué razón?

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~ sǝʇuǝɹǝⅎᴉp sǝsod uǝ ouᴉƃɐɯᴉ ǝʇ ɐun ɐpɐɔ uǝ ...sɐʅʅǝɹʇsǝ sɐʅ ɐʌɹǝsqO ~

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