꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 18 (parte 2)༒꧂
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Damesse me había prácticamente raptado cuando me halló en el muelle. Dispuesto a llevarme a como diera lugar sin escuchar mis exclamaciones ni mis quejas, como si yo fuese algo así como un cero a la izquierda que era totalmente eludible. Pero me encargué de gritarle unas cuantas cosas antes de que me obligue a subir a su motocicleta y yo, como buena niña que era, me subí ignorando su ofrecimiento para sostenerme de él, ya que su preciosa moto seguía sin tener la condenada agarradera. Recuerdo sus palabras textuales: "te subes a la maldita motocicleta o llamo a la policía ahora mismo para que le expliques cómo en un brote psicótico te robaste la motocicleta del oficial más importante de Manhattan" y yo le respondí entre balbuceos: "y el más gilipollas también". Pero pese a mi renuencia, no quería que el problema se hiciera aún más grande e intolerante, mucho menos llamar la atención de los transeúntes adormilado por las altas horas de la noche. Después de todo, tenía algo muy oculto en el fondo de mi alma y no me apetecía que sea descubierto hasta no tener un plan de contingencia que me asegure mi futuro fuera de la cárcel o la reducción de mi condena.
Damesse parecía tener información al respeto y me convenía saber hasta dónde había investigado para poder mantenerme al tanto sobre lo que era necesario que se sepa sobre mi secreto, y lo que no. Y si caía ante él en el trayecto, serían solo efectos secundarios porque en mi cabeza, desde el principio, estaba estipulado no estar con nadie y se lo había dejado ya en claro aquel día en el que me sorprendí cuando lo vi entrando con las valijas de su hermano. No deseaba una relación, y menos una con alguien que tenía el poder absoluto de destruirme de muchas formas.
La coraza ideal. Mitigar el dolor y reemplazarlo por una perfecta defensa de destrucción y distracción.
En esa noche no solo había tenido mi tan ansiada primera vez en un baño, sino que también había robado su moto y conseguido arañarle el rostro cuando, sin querer, en un manotazo para que me suelte, le rasgué la mejilla alegando en mi defensa que le había dado "por golpear a Adam". No obstante, gracias a su motocicleta y el placer de conducirla yo misma, había olvidado el breve altercado causado por mi estupidez.
Me hallaba en algún edificio de Midtown East, recostada e intranquila sobre un sillón amplio de cuero blanco totalmente desconocido para mí, ya que nunca había venido a este lugar. Se veía totalmente pulcro y el dueño de este departamento tenía un gusto exquisito para la decoración estilo minimalista en tonos negros, grises, blancos y matices perlados.
—¿Dónde estamos? —interrogué cuando lo vi aparecer por una puerta color caoba con su móvil y el mío en sus manos, iluminándole su rostro y creando una perfecta sombra de sus facciones.
La habitación donde me encontraba era brevemente calentada por una chimenea de tamaño considerable, que le daba un aspecto elegante a la sala de estar. La poca iluminación que había era creada por las luces nocturnas que entraban por los grandes ventanales ubicados a la izquierda de los sillones. Ocupaban el cien por ciento de lo que deberían ser paredes, dando una preciosa vista a las calles concurridas de la gran ciudad, y a su vez, se podían apreciar pequeñísimos rayos de luz muy en la lejanía, anunciando la llegada de un nuevo día.
Cuando el efecto de la adrenalina había desaparecido, le dio espacio a un insoportable dolor en mi rodilla bajando hasta mi tobillo. Esto causaba que mis movimientos se hayan reducido a gran escala, ya que no quería forzarlo demasiado para que el doctor no anhele liquidarme por mi venerable imprudencia.
—En mi departamento —respondió con simpleza, tendiéndome una botella de agua a mis manos. Su cabello revuelto le daba un aspecto totalmente sensual, llevándome rápidamente a nuestro encuentro en el baño de SnowBall y haciendo sonrojar mis mejillas por los recuerdos ardorosos que tenía presente en mi memoria —. Toma esto.
Extendió un medicamento que sacó de una gaveta junto a un mueble a la derecha de la gran chimenea, luego de dejar los móviles sobre la mesa frente a mí. Asumí que era un analgésico para el dolor horrible que sentía y agradecía que, después de todo, siga siendo ese hombre por el cual uno daría todo por conseguir.
Observé con escepticismo el comprimido perlado y lo dudé por un momento, pero luego lo tomé junto con el líquido que calmó la sequía en mi garganta.
Su cuerpo se había dejado caer sobre el sofá a juego con el que estaba debajo de mí, de frente al de él. Me inspeccionaba como un león a una gacela, pero los papeles deberían ser invertidos. A él le correspondía a ser la gacela. Me reacomodé en el sofá para sentarme de forma autoritaria, fingiendo que no me hacía agonizar de miedo. Pero todas mis armas para contraatacar se me desplomaron cuando escuché su voz opresora de sentimientos propios, su tono afligido y la pregunta recargada de afecto...
—¿Estás bien?
Era eso. Sus palabras eran todo lo que necesitaba para que me hiciera migajas, porque pese a la mierda de persona que estaba siendo para él, se seguía preocupando por mí y el sentimiento me hacía doler el pecho. Arder el estómago por la culpa y el remordimiento que dominaba mi cuerpo, mi mente y mi corazón.
Por supuesto que no estaba bien, pero no demostrar debilidad era mi punto más fuerte hasta el momento. Eso, y aparentar ser algo que nunca fui.
—Estoy muy bien.
Mi voz temblorosa demostraba lo contrario, y mis ojos confirmaban la farsa. Él no me creía nada y su sentido encargado de percibir estaba totalmente seguro de que por mi boca solo salían estúpidas mentiras, pero... ¿Por qué seguía buscándome?
—Bien, entonces considero estás lista y dispuesta a decir la verdad de una maldita vez. —inquirió con pericia, desprendiendo los primeros dos botones de su camisa con una sola mano y dejando a la vista esa parte de su cuerpo que, sin querer, me causaba amnesia real, de esas que te quitan todas las palabras de la boca remplazándola por saliva y te anulan la memoria para recordar... ¿Qué coño iba a decir?
—¿Qué quieres que te diga? —manifesté tragándome un gemido de dolor cuando, sin darme cuenta, quise doblar una pierna sobre la otra para colocarme en una posición que aparente despreocupación, contrario al cien por ciento de lo que estaba experimentando en ese mismo momento.
Era una mezcla de miseria y tortura. De ese tipo de sentimiento que te arde guardar, pero que los secretos te obligaban a guardar silencio y dejar que todo tome el rumbo que tenga que tomar, independientemente a lo que uno desee en realidad.
—Bien, dado que no has dudado a la hora de tomar mi moto, asumo que recuerdas todo —levantó un dedo cuando estuve a punto de discrepar —. No voy a entrar en detalles, solo me encantaría que me digas de donde sacaste dos millones de dólares.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
—Yo no...
—No me digas que no es tuyo —negó cortando mi inútil explicación. Se quitó el calzado de un punta pie para ponerse más cómodo —. El día que tu padre decidió trasladar todas tus cosas, Mark y yo estábamos ahí y quisimos dar una mano con las cosas pesadas. Nos llevamos una sorpresa cuando, sin querer, uno de nosotros... —Se puso de pie, rodeando la mesa que se hallaba creando un alejamiento preciso sustancioso entre nosotros dos —encontró ese escondite muy bien oculto como en corazón delator. No obstante, me gustaría saber tu excusa para tal cantidad de dinero antes de tener que hablar con las autoridades correspondientes. —concluyó dejándose caer a mi lado y tomando mi pierna accidentada para colocarla sobre su regazo con lentitud, frotándola con suavidad y cariño. Como si todo lo que había pasado entre nosotros no hubiese existido jamás, como si no hubiese follado con él por primera vez en un sucio baño como una cualquiera y, segundos más tardes, estaba besando al guardaespaldas y novio artificial, reafirmando mi puesto de cualquiera.
¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar Damesse para seguir intentándolo conmigo? De todos los supuestos sumisos, él era el más insistente y masoquista, como si no le alcanzara con todo lo que le había hecho. Todavía buscaba más después que yo misma le haya demostrado una y otra vez lo idiota que yo era, lo mala y mierda que había sido con él.
«O te quiere.» Reconoció mi conciencia haciéndome esbozar una sonrisa al darme cuenta de que nadie me podría querer.
Mi mente estaba trastornada, mi conciencia estaba inmunda no solo haberlo engañado con su hermano, si no por lo que con tanta complicación escondía en mi habitación, ahora descubierto por dos policías. Ellos no eran únicamente dos oficiales, sino que eran los dos con los que había creado un maldito vínculo que odiaba mucho más al saber que ambos se habían tomado el trabajo de esconder el secreto por mí, arriesgando todo lo que con esfuerzo habían logrado. Llegar hasta lo más alto de la policía en New York no era tarea fácil.
—Ahorré —respondí inútilmente haciéndolo carcajear ante mi estúpida respuesta sin sentido, y su vibración me sacó una leve sonrisa que intentaba esconder.
—¿Cómo? —objetó, masajeando mi muslo de forma tranquila y despreocupada, como si no estuviese buscando que confiese la transgresión que cometía. Dirigía su vista a cada lugar donde sus manos masajeaban, mientras que sus hombros se veían tensos por los movimientos que ejercía. En sus brazos descubiertos se marcaban las venas por los movimientos y el leve esfuerzo, creando en mi ganas de tocárselos.
Tenía una vista perfecta de su torso descubierto que en cada movimiento me dejaba a la vista una nueva porción de piel deliciosamente bronceada y de aspecto suave. Deseaba sumergir mi mano entre la tela y su piel, sentir la calidez y la delicadeza que tanto recordaba.
—Carreras —aclararé mi garganta apartando la vista hacia la chimenea en un intento inútil de disimular cuánto me atraía cuando un gemido de placer escapó insolentemente de mis labios, causado por un movimiento sensacional de sus manos y provocando un escalofrío en mi piel.
Metí las manos en los bolsillos de la campera que me había dado Adam y expuse el dinero que poseía por haber ganado incansablemente.
—En una noche corriste nueve carreras, y obtuviste...
—Dos mil por carrera —completé, analizando sus palabras. Me había visto toda la noche correr.
—Debiste correr alrededor de mil carreras para obtener tanto dinero. Eso sin mencionar tu devoción por destruir tus motocicletas en plena carrera que supone un gasto más grande. —añadió haciendo los cálculos mentales y sacando conclusiones al respecto.
—Dilo, quiero escuchar que lo digas. —demandé clavando mis ojos en él, que seguía concentrado en sus masajes e ignoraba mirarme a los ojos.
—La investigada debes ser tú, por lo tanto, es necesario que tú digas de dónde sacaste tal suma de dinero —replicó causándome otro gemido suave cuando con su mano masajeó una parte de mi pierna, justo debajo del hueso de la cadera. Sus frotaciones impedían que pueda decir algo coherente o con más sentido de lo que decía. Se me extinguían las palabras y las frases completas se esfumaban justo cuando estaba punto de decirlas, como si fuese un juego de rapidez que intentaba obligarme a hablar rápido o las palabras ¡puf! Desaparecían como por arte de magia.
Una sonrisa iluminó su rostro cuando me removí incómoda por la excitación que me causaba su acercamiento, haciendo que mis dientes opriman mi labio inconscientemente por lo bien ejecutado que tenía sus movimientos expertos, totalmente exento de errores.
—Las mujeres ya no lloran, las mujeres factura. —bromeé causando una suave vibración en su pecho provocado por su risa.
—Deja de bromear, Corina, tenemos que ponernos serios en los temas serios. —estableció frotando más cerca de mi parte íntima.
—Lo siento, no lo pude evitar. Tu mencionaste el corazón delator, me corresponde igualar tus idioteces —agregué estirando mi cuello hacia atrás, refiriéndome a hablar en broma y a gemir como perra loca cuando me masajeaba tan expertamente.
El silencio pacífico consumió la habitación, solo se escuchaba el sonido de las respiraciones y, a su vez, los breves movimientos que hacía Marco al masajear mi pierna con los sonidos nocturnos de la ciudad colándose por los ventanales.
Podía jurar que, si cerraba los ojos, podría entregarme a los brazos de Morfeo muy rápidamente.
De pronto, en un golpe de recuerdos, me recompuse en la comodidad del sofá y busqué mi móvil con la vista mientras maldecía mi deficiencia cerebral, provocando que mi masajista pause sus movimientos preguntándose qué carajos requería para espabilarme tan bruscamente.
Vi mi móvil a una distancia prudente, pero debía pararme para ir por él, por lo tanto, me puse de pie quitando mi pierna aun dolorida del cómodo regazo de Damesse.
—Olvidé hablarle a Adam. —informé.
Antes de que pueda teclear en el móvil, él tomó mi cintura haciéndome caer sobre su regazo, dejándome con mi espalda pegada a su pecho y su rostro oliendo mi cuello, ocasionando un cosquilleo simultáneo en todo mi cuerpo junto con una sensación de estremecimiento al sentir sus manos apretar mi cintura.
—No vuelvas a mencionar ese maldito nombre, porque me dan ganas de darle otro golpe por tocarte tan solo una hebra de tu pelo —respondió colocando mi cabello de un hombro al otro.
—Es el encargado de mi seguridad —notifiqué —, debe saber dónde estoy o mi padre nos matará a ambos. —agregué insistiendo en enviarle un mensaje. Tecleé rápidamente y volví a dejar el móvil en el lugar que estaba, pero con una pequeña sorpresa colocada en segundo plano.
—A partir de ahora considérame a mí el encargado de tu seguridad. —concretó en un susurro con sus labios en mi oído, apretando más mis caderas para no dejarme apartar mientras me acercaba a su dureza con cada movimiento. Sus piernas eran cómodas. Tenía que admitir que me daban muchísimas ganas de hacerme un ovillo sobre él y dejarme consentir con sus brazos.
¿Volverás a caer? Irrumpió la voz de mi conciencia, esa voz que más de una vez me había advertido que estaba haciendo las cosas mal. Incluso cuando me atrevía a tomar algo que no me pertenecía, ella siempre había sido el ángel bueno del hombro derecho, mientras que el diablo de mi hombro izquierdo me gritaba: ¡Fóllatelo! ¿Qué le hace una mancha más al tigre?
—¿Estás dispuesto a arriesgar tu carrera como policía solo y únicamente para protegerme? —interrogué saliendo de mi encierro mental causado por el ángel y el demonio que se gritaban cosas de un hombre al otro. Volteé levemente el rostro para encajar mi mejilla junto a la suya y sentir su piel contra la mía. Mis ojos se habían cerrado para poder vivir cada sensación que su cuerpo causaba en mi. Su calidez en cada musculo, su respiración serca de la mía, su mejilla frotándose con la mía y sus manos masajeando mi cintura haciendo que mi cuerpo quiera balancearse sobre el suyo.
Madre de la virgen santísima. Que ganas tenía.
—Por algo dicen que soy el policía corrupto, ¿no? —comentó pasando su nariz por detrás de mí oreja y absorbiendo mi aroma como si fuese lo más apetitoso del universo entero.
¿Podría vivir con la conciencia sucia y, aun así, poder tener una relación sana y sin condiciones con Damesse?
No lo creo. Fue la respuesta automática que me ofreció mi carencia de autoestima.
No comprendía, no podía entender cómo después de todo, él estaba dispuesto a hacer algo por mí.
Había dos opciones: engaño o apego.
Sus manos volvieron a recorrer mis piernas, con suavidad y lentitud. No pude evitar llevar mis manos a su nuca para tocar esa parte de su cabello que tanto ansiaba sentir mi tacto.
Mi labio inferior fue apresado por mis dientes en un intento inútil por contener mi excitación.
—¿Arruinarías tu carrera solo por mi? —gemí cuando su mano pasó desde mi muslo hasta llegar a mi entrepierna, recorriendo un sendero torturadoramente excitante.
—Arruinaría todo solo por tí —decretó soltándome con rapidez y empujándome para colocarme de pie con cuidado y girarme para quedar frente a él.
La altura y cercanía provocaba que deba levantar la vista para poder llegar a sus ojos y, al cabo de unos segundos, rápidamente se apoderó de mis labios sin dejarme pensar en las circusntancias, tomándome de mis nalgas para levantarme del piso frío, haciendo que rodee su cintura con mis piernas y atacando mis labios con dureza y anhelo, con pasión y ardor, como si no hubiese otra cosa que quisiera hacer más que estar aquí, haciendo lo que hacía. Bajando sus labios por mi mentón hasta llegar a mi cuello. Mi jadeo en búsqueda de aire resonó en la habitación, haciendo que el apreté más mi cuerpo contra el suyo para sentir que el también estaba tan excitado como yo.
De pronto, los besos se convirtieron en dientes apretando la piel, en manos amasando los músculos y en jalones de cabello por parte de ambos que nos recorrimos como dos almas dolorosamente perdidas, pero angustiantemente ardientes.
Camino conmigo sobre él hasta el ventanal, apoyandosme dobre el frío cristal que daba una hermosa imagen de la ciudad con el amanecer en el horizonte y separó sus labios de mi cuello rojizo por la rudeza de sus dientes y la fricción de su barba incipiente sobre la piel sensible, y cuando estuvo a una distancia que nos permitía mirarnos a los ojos, me ofreció una sonrisa de soslayo y no pude evitar derretirme por la mirada brillante que me ofreció, colmada de sentimientos y de compromiso en sus palabras, junto con un destello de amor puro en sus ojos. Como si fuese la mujer indicada para él y por un momento me pregunté si sería, pero ahuyenté todos los pensamientos al recordar a Mark y lo que con él había hecho.
Hubiese sido totalmente gratificante poder compartir los sentimientos y seguramente yo los sentía, pero simplemente no podía corresponderlos para evitarle un disgusto en el futuro. Imagínense si se me ocurría tener una relación con él, que siendo policía podría perder todo por mi culpa y no, no quería eso. Yo aspiraba a que Damesse progrese y salga adelante con alguien apropiado para él, pero sus palabras, sus acciones y sus ojos me hacían ver lo que yo no quería. Él me quería.
—Tengo una sorpresa para ti. —comentó recorriendo mi labio inferior con su pulgar mientras seguía el recorrido con sus ojos.
—No me gustan las sorpresas —respondí con un hilo de voz a la vez que sentimos el timbre del apartamento sonar.
—Ese debe ser Mark —afirmó dejándome en el piso.
—¿Por qué llamaste a Mark? —exclamé intentando no perder la cordura.
—Tenemos un asunto importante que tratar —sonrió sobre su hombro y giró la llave de la puerta para darle lugar a su hermano.
Hijos–de–su–madre.
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Definitivamente Corina quiere que la entierren, preferiblemente bajo la tierra, no sean mal pensadas...
¿Ya vieron la nueva portada provisoria?
Un beso super hiper grande para
Arlen_99 espero que para vos pronto todo mejore, nena linda.
También para mi hermosísima Roshi Rosicgs 🥰
Y para Ruubion, que me va a hacer un club de Fans. Jajaja
¡Los amo a tod@s!
Nos vemos en
🔥Morbis🔥
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