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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 15 (parte 2)༒꧂

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Su pedido tortuoso me hizo vibrar el pecho, causándome más deseo por él. Pero detenerme a pensar era lo más cuerdo en un momento así.

Damesse, Magda, hasta nosotros mismos íbamos a salir lastimados si a mi se me ocurría hacerlo, lanzarme sobre él y acabar con todos mis principios.

Las enseñanzas de mis padres corrían por mi mente: Sé una buena niña, hija. Haz las cosas bien y si fallas, que sea por equivocación y no por gusto. No rompas tus juguetes. No le faltes al respeto a tus mayores.

En secreto ya había roto varios platos, había fallado miles de veces, mentido, faltado al respeto y hecho mil veces las cosas mal. Eso jamás me detuvo. Lo único que siempre me carcomía luego los sesos era el qué dirán. Mis padres se sentirían desgraciados por mi culpa. Mis amigos se sentirían decepcionados por mi estúpido coraje. Damesse... era quien más me dolía porque le estaba fallando, lo estaba por traicionar y no con cualquiera, sino con su propio hermano.

¿Y cómo hablaba todo esto de Mark? Él estaba a punto de traicionar a mi tía y no veía que se retracte en su decisión. ¿Por eso es que quería que le cubriese los ojos? Para restarse culpa por lo que quiera hacer, o que yo le haga.

-¿Cuál es el afán por tener los ojos cubiertos? -interrogué poniéndome de pie dejando la llave de las esposas sobre mi mesa de luz -. Toma aciento en la silla del escritorio -demandé como doctor a paciente, mientras esperaba una respuesta de su parte.

-No lo entenderías -afirmó haciendo lo que le pedí obedientemente. Mantenía sus brazos detrás por las esposas que envolvían las muñecas, marcandole de una manera exquisita sus hombros anchos y su espalda ejercitada. No había duda de que era un militar, y uno muy bien entrenado.

-Y menos voy a entender si no me lo explicas -comenté mientras buscaba un pañuelo de mi closet. Mi regalo para él aguardaba en una esquina sin ser sacado de su envoltorio camuflado.

-¿Debo decírtelo? -preguntó sin ánimo de responderme con la verdad oculta.

-Nada de lo que hagas debe ser por obligación, Mark, pero recuerda que yo llevo las riendas y una desobediencia tiene castigo. Asique tienes la opción de decirme y yo cubrirte los ojos como pides, o no me digas y haré todo lo que tengo planeado y tendrás que verlo, aunque no desees hacerlo -concluí estirando mi pañuelo de algodón frente a sus ojos para luego dejarlo sobre sus piernas mientras no apartaba su vista de mí.

-¿Y si quiero que me castigues? -replicó con voz directa y audaz, desafiándome a hacerlo sin ningún tipo de pudor. Su semblante cambiaba constantemente. Tímido, audaz, amenazante, peligroso. Todas sus personalidades me fascinaban y una combinación de todas causaría estragos.

-El tìo Mark desea un castigo -murmuré en su oido -. Si estuviésemos en la película de divergentes, seguramente estarías en osadía -bromee intentando aligerar el clima. Apenas él abría la boca para decir algo y mi ropa interior se sentía de aire y agua. Que vergüenza -. Mereces muchos castigos -susurré llegando a su otro oído mientras desprendía uno a uno los botones de su camisa y la deslizaba hasta llegar a sus hombros, no podría quitársela por las esposas pero al menos me dejaba una hermosa vista de su cuerpo.

Volví a mi closet tomando dos de mis cinturones de cuero que mi madre me había regalado en las navidades anteriores por una maldita costumbre que le había inculcado mi abuela. Era de esos tipos de regalo que no había ocasión especial para usarlo. Al menos eso pensaba hasta ese momento en el que le encontré la perfecta utilidad.

-¿Qué piensas hacer conmigo, Corina? -preguntó. Su voz vibrante causo estragos en mi. Él era como un maldito afrodisíaco en vivo y en directo.

Regresé a su lado guardando silencio mientras no dejaba de observarlo.

Até con los cinturones ambas piernas entre sí y en la silla con una técnica que había aprendido luego de arduas horas invetigando sobre el Bondage.

-Ahora cumplirás tu castigo por no decirme lo que deseo saber-susurré cerca de sus labios mientras que su mirada destilaba lujuria en todos los sentidos, pero también temor y lo comprendía. El temor a sentir, a tomarle gusto a eso que no estaba permitido bajo ningún termino ni condición. Miedo a que lo descubran y esa suposición me hizo volver a chequear que la puerta esté cerrada con llave. La guardé en mi bolsillo para asesorarme de que la tendría en todo momento conmigo y volví a su lado, apoyando mis manos en sus muslos para acercarme a su rostro y dejar un beso suave y casto en su mejilla para comenzar a bajar por su cuello. Detallando cada sector de su pecho mientras llegaba al cinturón de su pantalón.

-Tu castigo será que debes pensarlo mil veces antes de irrumpir en mi habitación -pasé mi lengua por su vientre sin dejar de mirarlo a sus ojos torturados y sus labios medianamente abiertos. Recorrí dejando un sendero húmedo y su piel erizada.

-Por favor, cubrelos -suplicó para que lo satisfaga.

-Tu condena será imaginarte todas las cosas que yo misma hubiese hecho en el club, si no me hubieses amenazado descaradamente -volví a repetir mi sendero húmedo del otro lado alternandolo con pequeñas mordidas.

-Hazlo, Corina, te lo suplico -insistió intentando mover la cintura tanto como le fue posible ante la necesidad que sentía.

-Tu correctivo será quedarte con tu miembro duro mientras me ves escaparme por la ventana para irme a la jodida carrera que quiero -susurré posando mi mano sobre su cumbre cubierta por sus pantalones, causándole un quejido de dolor y excitación mientras que su cuerpo se removía en la silla cuando desprendí el botón y bajé el ciper, dejando a la vista una montaña cubierta de la tela de sus bóxer.

-¿Te gustaría que la saboree? -indagué acariciando su longitud. Él asintió con lentitud y sudor en su frente.

Mi primera vez, así recordaría el momento de la primera vez que vi un miembro frente tan cerca frente a mis ojos. Su pene se notaba suave y lo comprobé cuando le quité su ropa interior, dejándolo a la vista para tomarlo en mi mano con suavidad y miedo a romperlo. No sabía que sentiría él, pero comprobé su gusto cuando, con inocencia, pase la punta de mi lengua por la parte superior viéndolo apretar sus labios y fruncir su ceño mientras me observaba con atención. No iba a mentir y decir que era lo más rico que había probado en mi vida, pero no era desagradable. Lo que lo hacía totalmente especial y excitante era ver sus expresiones y sus jadeos cuando pasaba la lengua por la punta y volvía a bajar, sin saber hasta donde debía llegar.

-¿Te está gustando? -interrogué con el pudor esfumado y sin un atisbo de vergüenza. Era extraño el tacto, la textura y podía decir que la experiencia me estaba gustando cuando él movió su cadera para que entre más, pero hacerlo correr era un premio y él no se lo había ganado

-Maldita seas, Corina, me encanta ver como lo haces aunque no tengas experiencia -un jadeo más sonoro escapó de su garganta cuando en un tonto intento traté de engullirla toda, lo cual era totalmente imposible por su tamaño y por mi poca experiencia.

Mi sonrisa no se hizo esperar ante su respuesta. Dejé de hacerlo y caminé hasta colocarme detrás de él, pasando el pañuelo por delante de sus ojos, pero sin tapar aquella parte, si no que lo até alrededor de su boca sellando sus labios para que no pueda emitir alguna palabra y arruine mis planes.

Mi rostro no abandonó la sonriss mientras volví a agarrar mis pertenencias para la carrera, escuchando sus intentos de grito ahogado por el pañuelo atado hábilmente para que no pueda retenerme ni decir nada que me haga recapacitar porque yo, Corina Mostrangelo, no quería seguir órdenes.

Antes de saltar el tejado luego de vestirme, volví hacia a él y con una sonrisa me puse de rodillas junto a sus piernas , tentando mi suerte a que me de una patada voladora ninja y acabe con todo mi intento de tortura. Acaricié su pecho mientras este se sentía agitado, aclerado y muy alterado.

-A partir de hoy aprenderás a que a mi no me tienes que dar ordenes -Pasé la lengua por su miembro erecto, subiendo por sus abdominales perfectamente abultados, frotando mi inexistentes pechos por su entrepierna húmeda por mi saliva mientras ascendía, causándole mayor deseo -, por que las ordenes las doy yo.

Culminé llegando al lóbulo para morderlo sin ningun tipo de cariño, mientras él buscaba mi tacto lo cual le negué.

Era fascinante como luego de saber que lo iba a dejar en aquel lugar sin posibilidad de salir, igualmente buscaba nuestra conexión.

Salté el tejado cuidando que las cámaras no puedan captarme con la estúpida idea de volver a usar mi Kawasaki, aún teniendo a mi Ducati estacionada en mi cochera a la espera de tocar el pavimento con locura. Pero usarla me recordaría por alguna estúpida razón a Damesse y en este momento necesitaba olvidarme de él, de su hermano atado a mi silla de escritorio, a todo lo que me hiciese recordar a ellos.

Luego de buscar un taxi en mi zona por al menos veinte minutos, al fin estaba llegando al taller de André, donde mi bebé estaba lista para ser utilizada. Hice el menor sonido posible, no quería que nadie notase que iba a correr una carrera ilegal, no quería que nadie me descubra ya que corría la posibilidad de que intenten detenerme y no quería hacerlo. Estaba arta de que me digan que vaya lento, que no lo haga, que me cuide, que todo. Por una noche deseaba ser libre, aunque la libertad puede costar cara, pero en ese momento no lo sabía... que ilusa.

Por una noche deseaba ganar y que gente que no conocía note que soy buena en esto. No quería reprimendas, no quería pensar en que en cualquier momento seria descubierta por mis padres, ser descubierta por lo que hacía con Mark, que poco a poco empezaba a causarme remordimiento. Mi tia, mis padres, Damesse que seguramente se encontraba durmien...

El móvil me vibraba en mi bolsillo trasero pero lo ignoré totalmente luego de tantas veces que sonó alertando la llegada de una llamada.

-¿Corina? ¿Qué hac...?

Su torso desnudo apareció por la puerta con un arma enfundada en su mano, en una posición que le marcaban todos los musculos haciéndome clamar por placer.

Antes de que pueda detenerme, puse en marcha la motocicleta en medio de la acera e intentando colocarme bien el casco con solo una mano mientras arrancaba, haciéndome olvidar su rostro preocupado ante lo que yo deseaba hacer con mucha necesidad y rápidamente la adrenalina se inyectó en mí, como si fuese una sustancia ligera y agradable deslizándose por mis venas con la velocidad de una liebre corriendo por su vida, desencadenando que mis preocupaciones se redujeran al mínimo al divisar lo que con premura anhelaba. Una carrera y no cualquiera, una carrera conmigo misma intentando superar lo idiota que me sentía y la culpa atormentadora que me avasallaba sin retorno.

Recorrí la autopista a las afueras de Midtown donde sabía que habría alguien esperando para correr, o donde las carreras ya habrían comenzado hace rato.

No me importaba con quién, no me importaba dónde ni si quiera me importaba lo que pudiese pasar porque nada calmaba mi pecho cargado de turbulencia, perversidades por lo que deseaba hacer con Mark y con Damesse, culpa porque sabía que muchos iban a salir heridos y pese a saber todo eso, seguía deseándolos con una intensa e inamovible necesidad.

-¡Ahh! -grité con asco ante la sensación espantosa que estaba experimentando. La contradicción conmigo misma.

Aceleré aumentando unos números en el marcador de mi Kawasaki cuando sentí que a lo lejos una motocicleta se aproximaba a gran velocidad.

Llegué al claro donde se estaban desarrollando las carreras y tomé la próxima, con impaciencia. Me tocaba correr con una joven principiante que portaba una hermosa Yamaha, pero que no superaría a mi bebé bajo ningún termino. Me miró sin esperanzas, sabiendo que los mil dólares que habíamos apostados le desaparecerían de sus manos como hielo en el desierto.

La persona encargada de hacer el conteo se posó frente a nosotras en la línea de meta y yo pedí que se apresure con inquietud cuando sentí que la motocicleta reconocida empezaba a sonar cada vez más cerca de donde nos encontrábamos.

El contador llegó a uno y ambas motocicletas aceleraron. Mi aceleración causo que mi bebé se pusiera en una sola rueda, haciendo que mi cuerpo se desprenda del asiento al volver a tocar el suelo, señal de que estaba ansiosa por comenzar y quitándole todo rastro de esperanza posible a mi contrincante al rebasarla por algunos metros.

Avanzamos algunos kilómetros y pude divisar otra luz detrás de nosotras, una luz que me causaba agonía y molestia por la situación. No lo quería aquí, no deseaba que él venga, no quería verlo y mucho menos que me distraiga de lo que yo quería y deseaba hacer.

Tuve esa extraña sensación de que algo malo iba a pasar, pero ahuyenté todos los malos pensamientos para centrarme en la carrera.

-¡Maldito Damesse y maldito Mark! -grité teniendo en claro que nadie escucharía mi maldición. -¡Maldita mierda de adolescencia! -volví a gritar pensando en todas las cosas que atravesaban mi cabeza.

Me sentía confundida, molesta y estúpida por todo lo que por dentro de mi sucedía y lo peor de todo era que yo sabía que esto de algún modo iba a acabar, acabaría y solo yo tenía el poder de decisión sobre lo que quería que pase, sobre lo que deseaba y sobre todo lo que me rodeaba. El problema era que no encontraba la decisión correcta y no encontraba motivos bastos para dejar de hacer lo que hacía.

Tienes tres motivos: Tus padres, Magda y Damesse.

Quizás había algo malo en mi, quizás tenía un trauma en mi infancia el cual no recordaba o quizás todo eran excusas que intentaba poner para disfrazar mis gustos culposos. Pero me encontraba en ese punto entre lo que era ley y lo que era deseo.

Los dos policías estaban matando mis neuronas, mientras el deseo construía una torre en el lugar de las neuronas, haciendo que sea imposible pensar en otra cosa que no sea en ellos y en sus estúpidos cuerpos esculturales, sus...

¿Por qué no se oye ninguna moto?

Volteé hacia atrás para ver a mi contrincante, pero nada. Solo muy de lejos se encontraban tres faros.

-¿Tres? Que caraj...

No alcancé a terminar la frase por mi maldita adicción a mirar hacia atrás cuando iba a más de ciento noventa kilómetros por hora. Después de eso... todo se volvió negro. Sentí que volaba y aterrizaba con una brusquedad innombrable.

Mis ojos pesaban y mi cuerpo ardía en su totalidad. Me dolía la cintura, pero mis ojos no podían abrirse y cuando lograba abrirlos y volvía a pestañar, sentía que las horas pasaban con velocidad.

El casco me quitaba el oxígeno e intenté sacármelo con la poca fuerza que encontraba mientras volvía a pestañar y otros minutos pasaban sintiéndose horas.

Escuchaba las voces de los ángeles en la lejanía, senti que estaban a punto de recibirme en el cielo celestial, pero lo que decían no concordaban con un recibimiento.

-No la muevas, ya llamé a una ambulancia -escuché muy de lejos a uno de los ángeles. Mi cabeza palpitaba y mi cueroo ardía y mis piernas se sentían con el peso de una pluma.

-No podemos llevarla al hospital -reclamó la otra voz -, sus padres...

-Sus padres y una mierda. Si no la llevamos talvez no nunca más cam...

-¡Ahh! -un sonido grutual salió de mi garganta cuando sentí un gran pinchazo en la planta de uno de mis pies.

-Sintió eso, no perderá sus...

Todo se sentía tan ajeno, pero el dolor era propio. Mis lagrimas se derramaban mientras veía todo oscuro y pequeñas luces blancas.

-No te duermas, Cori, nena resiste. -insistió una voz en mi oído con ese aroma característico. Damesse.

-Vas a estar bien, maldita desobediente del demonio -susurró una segunda voz en mi otro oído. Mark.

El dolor me privaba pensar coherentemente, pero en este momento sentía que un castigo de dios me perseguía.

-Ya viene la ambulancia. -avisó uno de ellos.

Escuché las sirenas de lejos y con la fuerza escasa que recorría mi cuerpo junto con la adrenalina agotada por la situación, levanté mis dos manos guiándolas a sus mejillas con ternura.

-Estúpidos, deben alejarse de mí, no acercarse más -balbuceé incoherentemente cuando una tos sangrienta se apodero de mi garganta, sintiendo ardor en mi vientre -, si ustedes dos se hubiesen alejado... -volví a toser con mucho más dolor, pero no pude continuar.

Llévame, dios. Pensé dramáticamente. Llévame para no tener que lidiar más con esta mierda de indecisión entre lo que está bien y lo que está mal.

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