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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 10 (parte 2)༒꧂

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La sorpresa y el asombro invadieron mis sentidos.

—Feliz cumpleaños atrasado, mi niña. —felicitó mi madre.

Una hermosa Ducati Panigale estaba estacionada sobre el césped con un gran moño color rosa y lazos que caían de él.

—Pero... ¿qu...qué?

No podía gesticular ninguna frase coherente por la felicidad que tenía. Antes de ir a tocar mi preciosidad, corrí con rapidez a mis padres para abrazarlos. Una pequeña lágrima de felicidad recorrió mi mejilla y los apreté más fuerte.

—No creas que no estamos enojados por no contarnos sobre esto —informa mi madre. —. Nos gustaría que nos comentes estas cosas, mi niña. Sabes que puedes contarnos absolutamente cualquier cosa.

—No sé cómo agradecercelos, estoy... estoy tan emocionada —respondí entre lloriqueo. Aunque quisiera fingir ser dura, en este momento no podía permitírmelo porque estaba extremadamente feliz.

Besé sus mejillas y corrí rápidamente hacia mi regalo mientras me secaba las lágrimas con el dorso de mi mano. Al pasar mi mano por el tanque de combustible pude notar la suavidad de la pintura, la calidad del material con la que estaba fabricada y todo era magnífico.

—No creo que haga falta decirte que tendrás que cuidarte y sacar la cédula indicada —agregó mi padre. —. Y nada de carreras callejeras.

Asentí rapidamente en acuerdo aún sin estarlo y los miré con ternura probando mi suerte.

—Ve, muestrasela a tu amiga. Por lo que sabemos, ella también estuvo detrás de tus escapadas por la ventana. —señaló.

Volví a correr hacia ellos, besando sus mejillas euforicamente y agradeciéndoles de pasada por todo lo que habían hecho por mi. Tomé el casco que me tendió mi padre con orgullo en su rostro y llevé rodando la motocicleta, con un poco de dificultad, hasta la salida de casa. Mis padres me acompañaron mientras yo seguía acariciando mi nueva bebé, como si estuviese soñando.

Me subí en ella, sosteniendo el peso con una pierna y apreté el botón de encendido electrónico. Tenía luces Led en la parte de la carrocería, alumbrando el motor reluciente y nuevo. El rugido al acelerarlo me hizo temblar las piernas y acelerar el corazón. Tal y como la primera vez que encendí mi Kawasaki, pero ahora era distinto. Mis padres sabían y me apoyaban en este gusto peculiarmente peligroso.

Me coloqué el casco.

—¡Jamás terminaré de agradecercelos! —grité sobre el ruido del motor.

Aceleré con lentitud para que mis padres no pierdan la esperanza de que no me iba a matar en la esquina y justo al perderlos de vista, subí la velocidad considerablemente, visualizando la calle y manteniendo mi vista al frente.

Me mezclaba entre los autos, esquivando, acelerando, reduciendo la velocidad en los semáforos. Veía como llamaba la atención el color rojo carmesí de mi preciosidad. Jamás había sentido la felicidad que estaba sintiendo en ese momento. Fue el momento en que me di  cuenta que mis padres anhelaban mi felicidad y que la obtendrían a cualquier costo. 

Minutos después, llegué al taller de André. Aceleré unas cuantas veces para llamar su atención y luego bajé para esperarlos fuera. Los vecinos observaban desde sus casas mientras señalaban y llamaban a sus familiares para ver también por aquellas pequeñas ventanas.

—¡No-puede-ser! —gritó André desde la entrada cuando me vió junto a mi Ducati, ya me había quitado el casco.

Por detrás salió Damesse seguido por Pam, ambos miraban embelesados mi nuevo artículo.

Ni siquiera me habían saludado, habían ido directo a ella como si yo no fuera nada, un cero a la izquierda.

—V4, silenciadores de titanio, embrague deslizante multidisco, seis velocidades, ciento noventa quilos de pura perfección. —murmuró Damesse poniéndose en cunclillas frente al motor de mi vehículo junto con André.

—Madre mía, ¿acaso tienes un shuggar daddy por ahí escondido? —aplaudió Pam mientras me felicitaba con la mirada asombrada luego de dar una vuelta al rededor de la moto.

Damesse volteó graciosamente la vista hacia nosotras dos y no pude evitar largar una carcajada al sentirme regañada.

—No, en realidad fue un regalo de cumpleaños —contesté con una sonrisa triunfante. — de mis padres. —finalicé levantando mis cejas.

Pam me observó con sorpresa, preocupada por que mis padres lo habían descubierto pero yo le mencioné que no era tan malo como para estar preocupados.

Mientras André seguía cautivado, tocando, probando, investigando mi Ducati, Damesse se acercó y me dio suave beso en la mejilla, felicitandome por mi nuevo vehículo.

(...)

Habían pasado cinco minutos desde que el nuevo dúo inseparable se marchara. Damesse había salido a recibir la comida china que había pedido con antelación y yo me estaba quitando las botas para subir mis pies al sofá, poniéndome cómoda.

Noté una actitud extraña él. No quise molestarlo pero pude darme cuenta que no se quiso acercar a mi desde que había llegado. Solo un beso en la entrada y no más de sus estúpidas insinuaciones ni nada de eso.

—Antes de comer, quizás podamos hablar de lo que descubrí. —propuso al volver con algunas cajas, palillos chinos y refrescos.

Yo por supuesto asentí sentándome con mis piernas cruzadas sobre el sofá, tomando a escondidas una de las cajas con comida china. ¿Quién dijo que no se podía comer y conversar?

Él acomodó su portátil y se sentó a mi lado a una distancia prudente. Pronto un montón de archivos aparecieron en la pantalla.

—Bien, aquí tengo todo lo que investigué. Voy a empezar por el principio. —explicó. —He visto las cámaras de seguridad de donde me dijiste que habías visto a tu madre en su auto. Bueno, sí era su auto pero, ¿sabes quién lo conducía? —preguntó.

—Iluminame —respondí con alivio al saber que no era mi madre.

—Tú tía Magdalena. —sentenció. Ahora tenía más sentido, Mark me había dicho anoche que ellos había discutido, seguro era él el del auto. —. Dejaré para el final con quiénes iba para ver si puedes descubrirlo tu misma.

—Puede ser, anoche Mark me dijo que...

—¿Anoche? —indagó enarcando su ceja y dirigiendo su vista hacia mi mientras cliqueaba para reproducir el video donde yo solo podía notar a Magda.

—Sí, anoche cuando volvía a casa estaba a punto de cerrar la puerta de mi habitación y él entró.

—¿Entró a tu...? Bueno, ¿y que te dijo? —Pude notar un poco de incomodidad mientras cerraba el archivo donde se veía el auto de mi madre.

—Dijo que había peleado con Magda. —omití la otra parte en la que menciono a Reyna.

—Que extraño. —balbuceó.

—¿Extraño por qué? —indagué intrigada.

—Porqué desde lo de la milicia, no habla con mujeres. —informó.

—Ah, mi tia debe ser un alien entonces —cuestioné mientras masticaba un trozo de carne. —. ¿Qué pasó ennla milicia?

—Con tu tía es un caso especial. Desde que volvió de ese lugar, no ha podido mirar ni entablar una conversación con mujeres. ¿Te has dado cuenta que solo trabaja? Toda la maldita noche. —cuestionó volviendo a mirar la pantalla.

Sí claro, trabaja...

No has contestado, ¿qué pasó en la milicia? —insistí. Él pensó en la respuesta durante unos segundos, mientras ingresaba unos datos en un archivo.

—Él era muy apegado a dos personas. Un hombre y una mujer. Ambos murieron delante de sus ojos —contó. —. Bueno, ahora ya sabemos que era tu tía con un hombre que, por cierto, no es mi hermano. —continuó dedicándome una mirada de soslayo.

Agarré una porción grade de fideos y la puse en mi boca, masticando suavemente.

—Continúa contandome que mas descubriste—pedí hablando con mi boca llena. No podía evitar pensar en Mark y en lo que había pasado. Aunque ahora entendía más sobre las placas en su cuello y el por qué las utilizaba en Morbis. Era como un castigo que se autoinfligia para poder quitar ese dolor del pecho mediante una tortura física. 

—Luego investigué algunas cuentas y lo primero que noté fue un gran gasto en la cuenta de tu padre, ahora sé que fue por esa máquina que te regalaron. —sonrió y yo lo animé a seguir mientras él viajaba por una lista donde se veían las compras del banco de mi padre  que por cierto se veían muy numerosas.

—Creí que habíamos quedado en que no investigarias a mi padre —reclamé acercando mis ojos a la pantalla.

—Es necesario para llegar al final —comentó entrando a mi cuenta del banco donde había muchos números negativos y rojos.

—¿Qué es todo esto? —pregunté dejando de lado la comida.

—Estos son tus gastos, Corina, ¿dónde va todo ese dinero y como es posible que tu padre no se haya percatado de esto?

—No puede ser, yo no he utilizado la tarjeta en nad...—me detuve al recordar que había usado en tres ocasiones la tarjeta.

Primero: en el club Snowball la noche que salí con mis amigos. El gasto no había sido  de tal magnitud.

Segundo: en Morbis Desire cuando me permitieron entrar al área VIP. No sabía cuánto era el importe, pero lo único que sabía era que el pago era mensual, no tantas veces como decía en mi cuenta.

Tercero: en el club de stripers. ¿Tan caro era ver bailar a hombres sensuales?

—Tendrás que hacer memoria porque alguien está robando tus datos, pequeña. —advirtió, cerrando el último archivo del ordenador y dejándola de lado para luego tomar una caja de comida china y comer un bocado.

Mañana tendría que hacer algunas paradas para investigar quién era tan audaz como para si quiera intentar quitar una parte del dinero que ni siquiera me pertenecía a mi, si no a mis padres. ¿Y por qué mi padre no decía una palabra al respecto?

—¿Qué pasa?

—Nada, no sé que pensar. —respondí molesta al cabo de unos segundos.

—¿Sabes en qué no puedo dejar de pensar yo? —preguntó con picardía. Yo negué y esperé a que él continúe mientras se acomodaba más cerca —. En nuestra llamada de hoy.

Sonreí con nerviosismo cuando el recuerdo vino a mi mente. Tomé un sorbo de mi bebida y Damesse hizo lo mismo.

—No recuerdo nada —contesté evadiendo su mirada.

Era muy distinto hablar a través de una pantalla en la que él no podía verme, que vernos en persona y tenerlo así de cerca. No me sentía incómoda a su lado y sabía que en él podía confiar, pero pese a todo lo que yo misma había visto en Morbis, distaba mucho de presenciarlo en carne propia.

—Podría refrescarte la memoria. —comentó mientras pasaba una mano por detrás de mis hombros.

—No. Buscas pervertir mi alma tan pura con tus insinuaciones descaradas. —empujé su pecho hasta que su espalda tocó el respaldo con sutileza.

Chasqueó la lengua y se puso de pie para ir a la cocina, volviendo con un recipiente y hielos, dejando todo en la mesa pequeña frente al sofá. Conectó su movil al reproductor de música, haciendo sonar Mount everest de Labrinth.

Me extendió su mano para que me ponga de pié.

—Tú alma ya es pervertida, Corina, puedo notarlo en tu mirada.

Me sorprendió al tomarme de los muslos para levantarme como si pesará lo mismo que una pluma. Inconscientemente lo abracé por el cuello y sus ojos desnudaban los míos con audacia, intensos, radiantes de deseo.

Giró su cuerpo para tomar haciendo en el lugar que antes ocupaba mi cuerpo, pero ahora era yo en su regazo.

Sentía cobardía. Había visto miles de veces situaciones, pero vivirla yo misma me daba cierto temor.

Busqué con la mirada alguna prenda con la que pudiese cubrir sus ojos y encontré una bufanda de Pam sobre el respaldo del sofá pequeño de al lado. Quizás así podría  sentirme más cómoda.

Bajé de su regazo de ante su mirada confusa y cuando vió mis intenciones, sonrió con cierta excitación.

—Te dije que tu alma estaba pervertida. —afirmó.

Volví a sentarme a horcajadas sobre sus piernas, rápidamente sentí sus manos cubriendo mi cintura, acercándome a él. Su mirada destilaba deseo, lujuria, pasión.

Tomé el dobladillo de su camiseta y la subí hasta quitársela, dejando su torso desnudo. Aprecié cada centímetro de piel que estaba a la vista, deteniéndome en sus hombros trabajados y con cada músculo tieso por el exfuerzo de apretarme contra él.

—Cierra los ojos —pedí. Él obedeció rápidamente y no podía estar más satisfecha. Até suavemente el pañuelo en sus ojos, cubriendo cada espacio por el cual, quizás, podría mirar. Nuevamente apretó mis piernas con sus manos, haciéndome estremecer por la fuerza que poseía. Tomé sus muñecas y las coloqué en el respaldo. —. Quiero te sostengas de aquí, y bajo ninguna circunstancia debes quitar tus manos de ahí. ¿Has entendido?

Asintió lentamente, mostrándome estar de acuerdo y yo me estiré hacia atrás para recoger un hielo del contenedor.

Dejé que se descongele lo suficiente en mis manos como para que empiece a gotear y dejé que caiga una gota sobre el pecho de Marco, causándole un estremecimiento por la sorpresa. Acerqué mi boca a su oído.

—Quiero saber que es lo que te excita, Damesse —pregunté susurrando a su oído. —. ¿Serias capas de decirme cuáles son tus deseos?

Me alejé lo suficiente para poder deslizar el hielo que se derretía rápidamente en el contacto de su piel ardiente.

—En este momento deseo que hagas lo que quieras conmigo —respondió obedientemente, ahogado por las sensaciones.

—¿Lo que quiera? —indegué con sensualidad en su otro oído mientras paseaba el hielo por su torso desnudo, sus hombros y parte de su vientre hasta donde mis manos la cercanía de nuestros cuerpos lo permitía.

—Lo que quieras, estoy a tu merced —declaró con seriedad.

Mecí la cintura para generar apenas un poco de fricción sobre su miembro endureciéndose por la excitación a través de la tela, confirmando que le gustaba lo que hacía. Me alejé para ver su rostro. Sus dientes mordían su labio inferior con dureza y quería hacerlo yo, morder su piel y escuchar sus quejidos de excitación.

Llevé mi mano, húmeda por el hielo derretido, al primer botón de su pantalón para intentar desprenderlo con mi inexperiencia de testigo, pero al cabo de unos segundos pude hacerlo. Su pantalón se soltó mientras él se removió en su lugar, sin soltar el respaldo. Sus manos estaban tensada y veía apenas unas gotas de sudor perlando su frente. En esa posición, los músculos de sus brazos estaban mucho más marcados que habitualmente.

—¿Te gusta esto? —pregunté a punto de tomar un nuevo hielo del envase.

No escuché respuesta de su parte así que detuve mi mano y la llevé a su quijada, tomando su mentón con rudeza.

Reemplace hábilmente sus dientes por los míos, haciendo presión en su labio inferior. Pronto emitió un quejido que denotaba dolor, pero sus manos seguían tenzadas, apretando el respaldo con más dureza mientras el intentaba mover su cadera debajo de mí haciendo escapar un jadeo suave al sentir su miembro rozar alguna parte de mi vagina.

La cumbre que se elevaba victoriosa entre sus piernas me demostraba que esto le gustaba tanto o incluso más que a mí. Su pantalón desprendido dejaba a la vista su virilidad cubierta por su ropa interior, pero elevada causandome curiosidad. ¿Cómo sería?

—Debes responder, Damesse o te daré un castigo por no hacerlo —Él asintió y sonreí victoriosa. Volví a acercarme a su rostro pero esta vez, besé sus labios con un beso casto y sencillo —. No te muevas —exigí para luego pasar mi lengua por su labio inferior y luego el superior.

Acaricié su rostro con lentitud, conociendo su piel semi cubierta de vello, investigando, experimentando por primera y única vez lo que se sentía tener a un hombre que, por decisión propia, quiera estar a mis pies, sabiendo que era yo quien intentaba someterlo y no era un secreto para él.

Introduje mi lengua en su boca, provocando que la suya salga al encuentro. Se notaba suave, tierna, carnosa. Poco a poco fui deslizando mis manos por su cuerpo, por cada músculo, calentándome por dentro, sintiendo como un cosquilleo en la parte inferior de mi vientre, se acrecentaba considerablemente. Volví a continuar mi cadera, subiendo de intensidad el beso que iba transformándose en algo salvaje y descomunalmente excitante junto con los roces en mi clitores. Me aparté para tomar aire y la voz agitada de Damesse resonó en el aire.

—No puedo soportarlo, Corina, ¿puedo tocarte? —preguntó eufórico, apretando mucho más fuerte el respaldo y tenzando su mandíbula.

En este punto sentía que su miembro estaba totalmente rigido e incluso parecía estar mojando su ropa interior.

—Has sido un chico muy obediente, Marco —felicité. —. Puedes soltar el respaldo pero no puedes mirar.

Apenas concluí mi frase, Damesse me atacó con su boca sedienta y sus manos curiosas. Acariciaba mi espalda con rapidez y subía mi blusa con maestría, buscando tocar mi piel con las yemas de sus dedos. Sus dientes mordian suavemente mis labios mientras bajaba por mi mandíbula, mi cuello, llegando al escote de mi blusa para mordisquear la piel.

No podía evitar jadear ante el calor inminente que llegaba desde mi centro hasta mi pecho, sentía escalofríos como cuando tenia fiebre. No escuchaba ningún sonido más que la respiración agitada de él y, en ocaciones, jadeos indescriptiblementes excitantes.

Uno de sus brazos se puso entre medio de nuestros cuerpos, se separó de mis labios que reclamaban aire y pasó su mano sobre mis pechos, bajando por mi vientre dirigiéndose a... se detuvo.

De lejos podía escuchar mi teléfono resonando en la lejanía, me sentía en otro mundo en este punto. No había podido escucharlo.

Giré rápidamente para ver quien era y el nombre de Reyna aparecía en la pantalla.

—Mierda. —exclamé mientras me ponía de pie y acomodaba mi ropa. Vi que Damesse estaba a punto de quitarse lo que le cubría los ojos y rápidamente tomé la llamada para que no pudiese ver quien era. Me alejé hacia la cocina.

—Dime. —hablé en voz baja pero clara.

—Está aquí —habló ella. — y está golpeado, Corina. No ha dejado que nadie se acerque y sigue diciendo "ella vendrá".

—Maldición. —bufé.

Coloqué mis botas para irme, detestaba dejar a Damesse en las condiciones que estaba y yo estaba igual, pero Mark posiblemente esté en problemas y mi instinto me gritaba que vaya, que ya tendría tiempo para esto.

—Ven rápido, estoy observándolo y no se ve bien.

Mark.

Voy en camino, papá. —contesté en voz alta para que escuche Damesse. Había abrochado su pantalón y se estaba secando el torso con una toalla.

Suspiré con frustración mientras mi mente buscaba respuestas de por qué estaría herido. Me puse mis botas, despidiéndome de Damesse con un casto y rápido beso en los labios.

No podía dejar de pensar en Mark y en sí se estaría castigando por algo que no debería.

Encendí mi motocicleta con mi casco ya puesto y salí a toda velocidad, dejando atrás a un confundido hombre que se preguntaba qué había sucedido con mi padre y lo que había sucedido era que me sentía confundida, desconfiada y desorientada.

(...)

No sé cómo llegué hasta el lugar, lo único que sé es que cuando quise darme cuenta estaba de pie frente a una puerta en Morbis. La oficina de Reyna.

—¡Adelante! —canturreó dándome paso a su oficina. —Oh, niña eres tú. Hay alguien esperándote  —comentó sonriente mientras colocaba una cámara de seguridad que yo tanto conocía.

Recordé que alguien me estaba estafando, pero no podía actuar a la defensiva con todos hasta descubrir quien era, y si algo había aprendido de las series es que cuando sospechas de alguien, tienes que hacerte su amigo y descubrir de cerca que es lo que trama.

Saludé a Reyna mientras ingresaba. Se veía tan espléndida como siempre.

—¿Hace mucho tiempo esta ahí? —interrogué.

Ella asintió mientras buscaba algo dentro de una caja.

—Tengo una sorpresa. Supongo que querrás estar segura de que él no te vea en un descuido —comentó mientras tendía frente a mí una máscara de cuero para hombre en la que no tenía huecos para los ojos, pero si para la boca y la nariz. Debajo tenía una pequeña cerradura con un candado minúsculo que, aunque no era muy fuerte, al menos si daba tiempo para escapar en un momento de apuro.

Agradecí y luego de tener una charla rápida, caminé hacia aquella sala en la que él esperaba. Paciente, herido y... acompañado.

¿Acompañado?

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Dedicado a dos personitas
que acompañan a esta novela,
esperando pacientemente la actualización y haciéndomelo saber mediante comentarios.

😈
JossRigo1801
&
Dary8420

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