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꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 10 (parte 1)༒꧂

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Era vital no detenerme a pensar en una respuesta, se daría cuenta rápidamente que estaba inventando una excusa.

—¿Reyna? —pregunté.

—No te hagas, Corina —advirtió —. Sabes muy bien de quién te hablo.

Su postura era firme. Debía buscar una salida pero mi mente no quería actuar bajo presión, estaba totalmente en blanco.

—De verdad no sé de quién hablas —respondí restando importancia a sus preguntas acusatorias, caminando hacia mi cama para sentarme y volver a quitarme mi calzado.

Él metió la mano en su bolsillo, sacó el móvil, buscó por unos segundos y se acercó a mis pies, poniendose en cunclillas. Expuso la pantalla frente a mi y apareció una imagen en la que me encontraba teniendo una conversación en el bar de Derek con Reyna. La foto era antigua, de cuando tenía unos dieciséis años y apenas conocía el club. Era la tercer vez que veía a Reyna y en esa ocasión, según recuerdo, estaba invitándome al club.

Si lo pensaba con detenimiento, me podía dar cuenta de lo grave en la situación. ¿Una señora adulta invitando a una menor de edad a un club de sexo?

En ese tiempo recuerdo haber estado en una revelación con mis padres, había decidido hacer lo que a mí me parecía sin permitir que nadie me mande y mis padres, que tenían demasiadas ocupaciones, no me prestaban atención.

—¿Su nombre es Reyna? —fingí confusión —. No la conozco de nada, yo solo fui una noche hace dos años a ese bar luego de pelearme con una amiga —mentí. —. Conocí al bartender y fui algunas noches más, pero hace más de un año que no lo veo. —volví a mentir por segunda vez, ¿o tercer vez?

Me impresionaba mi facilidad para hacerlo, pero por dentro sentía que esto no estaba para nada en lo correcto. Una mentira podía causar mil inseguridades en la otra persona y, por extraño que parezca, no quería crearme una imagen negativa para Mark.

—¿Segura que no la has visto ni has tenido contacto con ella actualmente? —indagó y pude notar que se sentía más tranquilo. Asentí y se puso nuevamente de pie, asintiendo.

Creo que sabía porque la investigaba, pero mientras él hacía su trabajo, también disfrutaba de los beneficios de Morbis Desire. Que irónico.

Apoyó sus manos en la cintura y observó por unos segundos donde estaba mi tocador, caminó hacia él con lentitud.
¿Ya mencioné le perfecto que le quedaba su uniforme?

Tu futuro tío, tu futuro tío.

Mi colección de perfumes florales reposaba en el primer estante. Se detuvo unos segundos a mirar cada uno de ellos y volvió a voltearse, caminando hacia mí.

—Discúlpame por mi forma de actuar. Jamás soy tan impulsivo.

Se notaba que tenía algún tipo de problema y yo quería ayudarle a calmar su alma aparentemente perturbada por algun suceso, pero no podía permitirme estar otro segundo más delante de él. La tentación cada vez se acentuaba más. Mi sed por él. Mi deseo por poseer su mente y cuerpo. De hacerlo pedir por mi, lo cual era una completa estupidez. Él no me pertenecía, no era mío, no podía estar a su lado bajo ninguna circunstancia.

—No te preocupes, solo tenías curiosidad. —respondí para tranquilizarlo.

Pasaron unos minutos en el que ninguno dijo alguna palabra, como si necesitáramos este silencio para poder pensar y yo no podía pensar en otra cosa más en saber qué es lo que le sucedía, qué lo tenía tan preocupado y con esa arruga en su frente.

¿Sabría de mi mentira? No, hubiese dicho algo más, no actuaría tan tranquilo.

—Cuéntame. —demandé cuando el silencio me estaba provocando ganas de caminar hacia él y rodearlo con mis brazos.

Levantó su vista que estaba instalada en la repisa de mis perfumes y habló, observando mis movimientos mientras me sentaba más sobre mi cama, con mis piernas cruzadas

—He discutido con tu tía y no sé como resolver el problema.

Le ofrecí un lugar para sentarse junto a mí y él lo aceptó caminando hasta colocarse a un lado.

—¿Por qué discutieron?

—Últimamente he estado un poco distraído. Han pasado muchas cosas, desde mudarnos hasta conseguir trabajos, buscar apartamento y... —se detuvo sin emitir alguna otra palabra, dejándome intrigada.

—¿Y...? —animé para que me siga contando.

—Tu tía es una gran mujer, tú ya debes saber eso. Pero a veces siento que... que yo no alcanzo.

¿Qué no le alcanzaba? Si yo fuese mi tía, no te soltaría ni para ir al baño. Te tendría atado todo el día en la cama. Mmm...

—Debes comprender que ella ya pasó por muchos problemas en pareja. Quizás solo tenga miedo.

—¿Miedo? —levantó su mirada hasta encontrarse con la mía. Se veía perturbado por algo, indeciso y curioso.

—Claro, las personas tenemos miedo. —sonreí para tranquilizarlo, empujándolo por el hombro e intentando acabar con la tensión que él tenía.

Volvió a mirar al piso y suspiró.

—¿Tú a que le temes? —investigó desprendiendo las esposas del cinturón, quizás sentado le incomodaban.

—¿Me las prestas? —pregunté señalando las esposas y el me las tendió. El metal era muy frío y se sentían pesadas. —Yo no le temo a nada, Mark, solo a que algún día me guste alguien tanto que me haga hacer cosas demasiado estúpidas. —finalicé, devolviendole las esposas luego de juguetear con ellas.

—Gracias por escucharme, estoy feliz de que seas mi nueva sobrina—Se puso de pie y caminó a la salida. Estuvo a punto de salir por la puerta, pero antes se detuvo. — Tendré en cuenta el cuarto perfume de tu estantería para regalarle uno a Magda en el día de los enamorados.

Yo no estoy feliz de que vayas a ser mi tío, tenlo por seguro.

Dirigí mi vista al cuarto perfume y sentí que me moría al ver que era el que había utilizado en el club la otra noche.

Intenté disimular mi desconcertante sorpresa y volví a mirarlo.

La sonrisa torcida que me dedicó, fue una cautivante y provocadora. En ella me decía mil cosas. Era algo así como: no te escondas, Corina, voy a descubrirte o quizás ya lo hice.

Quizás el miedo hablaba por mi. El terror a ser descubierta. Mis manos temblaron cuando el cerró la puerta.

Me sentía mal por dos razones: sabía que esto estaba muy mal, y a pesar de todo, me causaba excitación ser descubierta por la persona que en dos ocaciones se entregó a mi.


(...)

Intenta escapar de nuestros brazos, Corina. Apuesto que no podrás hacerlo jamás. Aún sabiendo que somos prohibidos, nos deseas.

Desperté sobresaltada cuando la alarma sonó en mi mesa de noche, marcando las dos de la tarde.

Había tenido un sueño extraño, pero excitante. Había sentido otra vez manos tocando mi cuerpo, pero esta vez no pude ver los rostros y eran cuatro manos a la vez.

Estaba a punto de ponerme de pie cuando escuché sonar mi móvil. Lo tomé con parsimonia y contesté.

—¿Mm...? —pregunté sin saludar. Me había vuelto a recostar mientras acomodaba mi cabello con mis dedos.

—Quién diría que la niña salió bella durmiendo —bromeó Marco.

—Yo más bien soy Fiona de Shrek, ya sabes. Me tiro gases y eructo.

—Has arruinado mi imagen mental, ahora no podré imaginarte de otra forma que no sea tirandote pedos. Aunque si me dices que te estas desnudando...

—¿Estás intentando tener sexo telefónico? —interrumpí mientras rodaba en el colchón. 

—Por muy tentadora que sea tu propuesta, no. Preferiría verte frente a mí, mmm desnuda... —murmuró mientras sentía que estaba moviéndose.

—Ya, Damesse, ¿qué necesitas?

—¿Ahora mismo? —indagó con voz seductora —, desearía tenerte sobre mis piernas y darte unas buenas nalgadas por haberte escapado anoche.

Que bien sonaba eso.

—¿Y qué más? —Sin darme cuenta bajé una de mis manos por mi pecho, lentamente.

—Masajearía tus nalgas desnudas con una de mis manos, mientras con la otra sostengo tu rostro para que me mires, para yo ver lo excitada que te pone. —escuché como se volvía a acomodar en el sofá, aparentemente, y un quejido suave salió de su boca.

—¿Te gustaría verme mientras me tocas? —investigué con la lujuria sobrepasando un poco mis niveles, volviendo más atrevida.

—No sabes cuánto lo deseo.

Bajé un poco más mi mano por mi vientre hasta introducirla entre mi ropa interior, masajeando muy sutilmente mi clitoris. Cuando lo rocé, se me escapó un gemido. Imaginarme a Damesse con el miembro en sus manos me causaba un ligero morbo.

—¿Sabes que deseo yo, Damesse?

Recordé mi sueño, el primero. En el que sentía a Mark tocando mi cuerpo y rápidamente él se convertía en Marco.

¿Y si tuviese a los dos a mi disposición? No  eso no podría pasar jamás.

—¿Y si me lo cuentas luego? —murmuró —Ven esta noche al taller. Tengo que contarte algunas cosas que he descubierto.

Rápidamente me hizo bajar de la nube de lujuria en la que me balanceaba. Quité la mano de mi centro totalmente humedecido, encogiéndome con enojo y frustración. 

—Bueno, Damesse. ¿Algo más que necesites? —cuestioné, destilando veneno por mi boca.

—Darme una ducha de agua helada, pequeña, porque me has hecho calentar hasta el último poro y ahora no podré dejar de imaginarte a tí, tocándote pensando en mí, como yo lo hice pensando en tí hace unos segundos.

Sonreí. Al menos no había quedado como estúpida tocándome a mi misma, él había hecho lo mismo.

—Nos vemos en unas horas y compra hielo. Yo llevo el postre. —comenté.

Colgué el teléfono y me entré a dar una ducha de agua fría.

(...)

Bajaba rápidamente por las escaleras, intentando no morirme en el intento al tropezarme.

Llegué al final y caminaba hacia la puerta cuando un llamado desde la cocina me hizo detener bruscamente.

—Ven a la cocina, Corina. —habló el gran Joseph Mostrangelo, haciendome estremecer por la forma en la que me llamó.

—Dime, papi. —sonreí con inocencia. Él estaba de pie y su lado se encontraba mi madre, sentada, observándome con una cara extraña.

—Creo que nos debes una explicación. —habló ella.

¿Yo? Quizás ella debería empezar a contar lo que hacía la noche pasada, fuera de casa y con un hombre en su auto.

Frunci el ceño y pensé en la idea de irme volando y desaparecer. Si había descubierto lo de Morbis Desire, no me quedaría otra alternativa que desaparecer del planeta. Sería como una vergüenza y deshonra para ellos, que me veían como la niñita perfecta e hija prodigio.

Mi madre recogió su móvil y luego de rebuscar en su galería, colocó un video.

Todo se encontraba oscuro salvo por las luces de unas motocicletas que andaban por una autopista a toda velocidad. Veía que yo estaba en el primer lugar, ganando las felicitaciones de todos los que esperaban en la línea de meta.

Pude identificar que era mi motocicleta antes del accidente, cuando era negra y dorada. No podía verse quien iba conduciendo ya que yo siempre utilizaba el casco polarizado para que nadie pueda reconocerme.

—Te daremos la oportunidad para decirnos quien conducía esa motocicleta. —advirtió mi padre.

Estaba totalmente claro que ellos ya sabían la respuesta a esa pregunta. Quizás el castigo sería mil años encerrada en mi habitación sin poder salir ni a media cuadra de la casa, pero era un riesgo que yo asumí cuando decidí ocultarselo.

—Lo siento. —respondí mirándolos a sus ojos y cuando ya no pude hacerlo por el remordimiento de haber traicionado su confianza, observé el impoluto piso debajo nuestro mientras retorcía mis manos con nerviosismo.

—Jamás te hemos prohibido nada. Nos has decepcionado —expresó mi madre.

—Vete al jardín y piensa en lo que has hecho. —contestó mi padre con evidente angustia en sus palabras.

¿De verdad yo conducía una moto a toda velocidad y ellos me enviaban al jardín a meditar sobre mis estúpidos errores?

Caminé con pesar, marcando el número de Damesse en mi móvil para cancelar los planes y justo cuando atendió, decidí levantar la vista.

—Hola, bella durmiente, ¿ya vienes para que te de cariñito? —escuché en la lejanía.

—¿Qué carajos es esto? —exclamé en un susurro, tapándome la boca y colgando la llamada. 

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