꧁༒𝓒𝓪𝓹í𝓽𝓾𝓵𝓸 1 (parte 1)༒꧂
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"...no hizo más que doblegarse ante la petición, sus garras y colmillos desaparecieron, sus ojos regresaron a ese lindo color azul. Sentirse dominado por Stiles le gustó, sus cuerpos tenían la temperatura elevada. Necesitaba tocarlo, pero verlo así, esa faceta de Stiles le gustaba, controlador, rudo y mostrando carácter."
Cerré la aplicación de Wattpad y deseé estar presente en esa escena para apreciar hasta el más mínimo detalle, pero la voz en mi móvil no me dejaba concentrar.
—Entonces, ¿hoy a las 00:30hs en la reserva? —pregunté a mi mejor amiga, Pamela.
Los cambios de etapas, menuda mierda. Algunas veces los nuevos comienzos eran buenos, otras veces siguen siendo la misma porquería y quien no lo crea, que me lo niegue.
Terminar la preparatoria fue un alivio; me molestaba la popularidad que la misma jerarquía auto-infligía. Detestaba la atención o entrar a algún lugar y que giren a mirarme solo por ser la hija de Joseph Mostrangelo, un abogado muy solicitado.
¿Mi madre? Esa era otra historia. Amaba a mis padres y no era una desagradecida, pero ser su hija significaba ser perfecta en todo: las noches de gala, en la familia, en la calle y solo con nombrar eso me quedaba corta.
Solo podía ser yo misma en mi habitación y cuando me escapaba por la ventana para ver a mi pequeñísimo círculo de amigos que se limitaba a Pam y André.
A diferencia de mí, mi amiga podía pasar desapercibida por casi cualquier lado y eso que era una joven con excelentes notas, muy buen cuerpo, con humildad y bondad que pocas veces había podido apreciar.
—Sí, la policía casi no va para esos lados. Te conseguí una carrera con unos de los que ganaron la última vez, un amigo de André. Por cierto, te la perdiste.
Admiraba la capacidad de mi amiga de poder hacer realidad casi todo lo que se proponía. Después de que cuatro noches atrás la policía llegara a nuestro punto de encuentro, tuvimos que cambiar de lugar y estrategia. Me había perdido la carrera culpa de una noche de gala con mis padres y luego... hice una visita a un lugar secreto.
—Al fin uno bueno —respondí, mientras intentaba leer la novela que hace poco había comenzado y cada vez me emocionaba más.
—Nadie se quiere arriesgar a perder su motocicleta como la otra vez cuando llegó la policía.
La voz emocionada de mi amiga era una clara señal de que a ella le gustaba tanto como a mí la adrenalina que nos infligía aquel acto prohibido en la ciudad de Manhattan, de todas formas, los policías eran unos idiotas que siquiera sabían lo que tenían que hacer.
—Eso demuestra lo incapaces que son para poder escapar de unos policías pasados de grasa y comida chatarra.
—Bueno, mi papá me contó esta mañana que hay unos nuevos.
—Más de lo mismo —respondí —, los últimos que llegaron no nos vieron ni las luces traseras.
Recordé que esa noche llegué a casa y mis padres me esperaban en la sala para tener la "charla". Lo tengo presente en mi mente, como si hubiese sido ayer.
Fue una incómoda conversación de cómo debía cuidarme para las prácticas sexuales. Yo prefería que sigan pensando que era sexo y no una carrera clandestina de motocicletas, por lo menos con lo primero no podía ir a la cárcel por algunas noches.
—Bueno, volviendo a lo anterior, yo voy por tu moto al taller. André llamó hoy para avisarme que estaba lista.
André, el amor aún no concretado de Pame, un lindo hombre de veintisiete años que lo conocímos luego de empezar a experimentar la emoción de nuestro primer vehículo de dos ruedas.
—Hmm, André —provoqué a mi amiga, sonriendo para mí misma.—. Y esta noche, ¿André va a ir?
—No lo creo, conoce muy bien a uno de los nuevos oficiales y no quiere problemas, tú sabes, por el taller. Además vive con un policía también, dijo que era su amigo de la infancia.
—Sí, demasiado correcto para mí gusto tu enamorado.
Sonreí ante el recuerdo de las locuras que hacía mi amiga para conquistar al hombre que la superaba en casi diez años.
—Para ti, pero no para mí —suspiró —. Pienso que eres lesbiana, Corina, ¿cuándo entregaras tu florcita? —indagó con picardía.
—Claro preciosa, por eso soy tu amiga —La risa que atravesó el móvil, contagió a la mía. Ignoré su pregunta —. Bueno, linda, nos vemos esta noche en la esquina de siempre.
Escuché un "Sí" y supe que se venía la conversación que tanto estaba evitando.
—Tenemos que hablar sobre tu fiesta de cumpleaños, nena. No todos los días se cumple dieciocho años. —dijo ella con cautela.
—Sí, igual ¿qué crees? ni voy a la fiesta.
Lancé un beso antes que pueda decir algo más, porque en realidad más que mí fiesta de cumpleaños, era algo así como una fiesta de presentación para el nuevo novio de mi tía que cambiaba todos los meses de pareja, pero mis padres alegaban que este iba a ser distinto. Supuestamente esta vez, mi tía Magdalena de cuarenta y ocho años, estaba "enamorada".
Si claro, como los pasados y los anteriores de los anteriores, todos unos conejillos de india con los que tenía sexo y cuando se cansaba, los cambiaba como si fuesen desechables. Sentía lástima por ellos. El último que tuvo era muy bueno conmigo y con mi familia.
Esperaba que el actual que aún no conocíamos, al menos, no se vaya tan rápido como todos los demás.
El reloj marcaba la hora perfecta para darme un baño y bajar a cenar, volviendo a emplear mi rostro de buena niña de diecisiete años que no se escapa por la ventana de un segundo piso, para evitar interrogatorios e ir a correr carreras en moto o para ir a "Morbis Desire".
Hace tres meses habíamos descubierto ese lugar con Pamela y André tras una noche de persecuciones con la policía. Terminamos en un barrio que a primera vista parecía que íbamos a salir sin calzados debido a los robos, pero nos sorprendimos al encontrar un club bien cubierto por una fachada que derrochaba tristeza. Ahí aprendimos que un libro no debe ser juzgado por su portada. A la vista parecía un simple bar, lleno de gente aburrida sin nada más que hacer que ir a un bar barato en un barrio de mala muerte.
Nos llevamos la grata sorpresa al descubrir que debajo de aquel lugar horrible y descuidado, había un espacio lleno de sorpresas; unas excitantes y malditamente emocionantes. No fue problema entrar, ya que con unos billetes de soborno, los de seguridad hacían la vista gorda a las edades.
En ese lugar conocí a Reyna, la dueña del imperio del sexo más oculto de la ciudad. La mujer había contactado conmigo luego de verme varias veces rondando por el club y su energía me hacía sentir sumamente cómoda y a gusto en un lugar como ese.
Pamela, al principio, fingió que no le gustaba aquel lugar donde las personas hacían realidad sus más mórbidas fantasías, mientras yo aseguraba que en más de una ocasión André miraba cada expresión de ella. Apostaba a que él, se imaginaba cada situación con mi amiga.
Luego de esa noche me hice una clienta bastante regular. A veces iba sola y otras con Pamela y André. Aunque nunca participábamos en las prácticas que allí se veían, solamente íbamos a mirar.
Atadura, gemidos, gritos de placer y algunas de dolor disfrazado, torturas, fetiches de lo más extraño, sexo, mucho sexo y cosas que yo no entendía, pero que iba siempre para seguir mirando. Me fascinaba como algunas personas se entregaban por completo a desconocidos y parecía que cada quién sabía que hacer, conocían sus límites, nadie se pasaba ni hacía nada indebido o que el otro no quisiera.
Cada vez que iba, aprendía algo nuevo. Posiciones extrañas, elementos que jamás había visto, placeres que deseaba experimentar. Había visto trios, orgías, mujeres con mujeres, hombres con hombres, mujeres y hombres; todos compartían algo: placer.
Recuerdo hace cuatro días, luego de la noche de gala, que Reyna me ofreció un trabajo para una pareja. Lo único que yo tenía que hacer era mirarlos mientras mantenían aquella práctica. Mi vergüenza actuó por mí negándome automáticamente a tal pedido, pero debía admitir que todo aquello me causaba una morbosa sensación de excitación y cosquilleo en mi zona íntima.
—Cori, no has tocado tu cena —escuché la melodiosa voz de mi madre mientras me observaba con sus ojos almendrados y una tierna sonrisa de publicidad, sacándome del pozo de los recuerdos en el que me sumergía algunas veces.
—Ando un poco mal del estómago —mentí. Ingerir algo antes de correr en mi moto me daba nauseas.
—Bueno, quizás debas recostarte, cariño —agregó mi papá. Él tomaba la mano pálida de mi madre, sobre la mesa de roble que tranquilamente podría albergar a veinte comensales y solo éramos tres, sin contar al mayordomo y dos empleadas más.
Me coloqué las pantuflas por debajo de la mesa, me levanté para rodearla y darles un beso de buenas noches a mis padres.
—¿Estarás bien, cariño? —insistió mi papá, con preocupación.
Si ellos supieran...
—Claro —asentí mientras desaparecía por las escaleras de madera forradas con alfombrado, rumbo a mí habitación al fondo del largo pasillo decorado con puertas que nadie utilizaba.
Cerré con llave detrás de mí y corrí rápidamente al closet donde guardaba mi atuendo perfecto de poliéster. Era un conjunto de color negro con detalles dorados y unas botas del mismo color, que se ocultaba al fondo del armario donde nadie podría encontrarlas.
Al terminar de vestirme estaba a punto de poner el pie del lado de exterior de la ventana, pero el sonido en la puerta me detuvo.
—¿Ya estás dormida, hija? —La voz de mi papá resonó en la lejanía, haciendo eco en el exterior.
Me quedé estática, sin hacer ninguna clase de sonido que pudiese delatar mi huida. Hasta incluso el aire se había atascado en mis pulmones.
Al ver que no contestaba, se rindió y escuché sus pasos alejarse resonando por el pasillo.
—Gracias a Dios... —murmuré cerrando lentamente la ventana para no hacer ruido.
Bajé con cuidado pisando las tejas hasta caer en tierra firme. Corrí rápidamente hasta el muro de concreto que ya estaba acostumbrada a trepar, evitando los puntos donde las cámaras de seguridad apuntaban; al volver a caer del otro lado del muro, largué el aire retenido en mis pulmones.
Faltaban diez minutos para encontrarme con Pam en el lugar acordado. Al llegar al punto de encuentro, me apoyé sobre la pared de esa esquina oscura mientras miraba los horribles grafitis que algún vándalo había creado, y no estaba en contra de los grafitis, solo que éstos eran verdaderamente horribles.
Pude ver en la lejanía una patrulla lentamente pasando por la otra esquina, como todas las malditas noches.
—Estúpidos policías inoperantes —bufé. No tenía problemas con ellos, pero cuando se metían en las carrera, eran un verdadero dolor de cabeza.
El rugido del motor de mi moto se podía escuchar a más de tres cuadras, acercándose rápidamente. Dejándome ver a André con mi moto y a Pamela a su lado, en otra de más baja cilindrada.
—¿Te llevo, guapa? —preguntó mi amigo sacándose el casco y acomodándose su cabello negro que le llegaba hasta los hombros.
—Ya la usaste mucho tiempo, es mi turno. —Él sólo sonrió, bajando de mi preciosidad de un flamante color dorado. —¿Cómo está mi mejor amiga? —le pregunté a la belleza pelirroja.
—Vine a buscar a mi alma gemela, Corina Mostrangelo. —contestó ella, lanzándome un beso.
—¿Pudiste encontrar el fallo? —Dirigí mi vista a André ahora, subiéndome a mi moto.
—Sólo era la carburación.
Miré a Pamela con una sonrisa.
—Me debes veinte dólares, guapa. —Me coloqué el casco negro polarizado y esperé a que mi amigo de un metro noventa se deje de estupideces y se suba con mi amiga, pero el idiota parecía un poste de luz, porque no se movía de su lugar. Parecía mentira que tenía 27 años.
—André, nuestra linda amiga te va a llevar. Yo... tengo que pasar por un lugar antes de ir a la reserva —mentí mientras encendía la moto y mis pies abandonaban el suelo de concreto.
La velocidad causaba un revuelo asombroso en mi estómago. Me causaba cierto placer dominar aquel vehículo de gran porte, la sensación de manejar era estimulante. Minutos después, ya me encontraba en el claro donde estaban todos los demás esperando la acción, entre cervezas y música.
Había al menos 6 corredores con sus grupos de amigos y entre los corredores pude divisar a quien iba a ser mi reto de esta noche.
Marco Damesse, uno de los corredores más reconocidos de la ciudad; siempre ganaba y casi ningún contrincante se animaba a desafiarlo.
—¿Una niña con una moto tan grande? —preguntó con soberbia desde lejos, sus ojos casi negros observaban con detalle mi Kawasaki.
—¿En serio quieres que una "niña" te humille de la forma en la que lo voy a hacer? —contesté con una expresión aburrida, él no era el primer machista de mierda que se creía que una mujer no podía ganarle.
Sus amigos se rieron por mi respuesta.
Caminó hasta estar a mi lado con su grupito de amigos, mientras yo me sacaba el casco.
—Créeme niñita, no podrías vencerme aún teniendo esa motocicleta, no sabrías como se usa. —Vi como mi amiga llegaba a nuestro lugar de encuentro.
—¿Cómo es el dicho, Damesse? Perro que ladra, no muerde.
Volteé mi rostro para ver a mi amiga nuevamente, dejando al agrandado con la palabra en la boca.
—Al fin llegaste, pensé que se te había descompuesto la moto y el mecánico te la estaba revisando —Al retirarse el casco, su rostro de color rojo evidenciaba que lo que yo suponía era casi cierto, no pude evitar reírme.
—Terminemos con este trámite —dijo mi amiga, mirando a mi contrincante. — Hola, Marco.
—Que sea solo mano a mano con el amiguito de André —respondí a mi amiga, acomodándome en el asiento de la gran moto de doscientos kilogramos.
Llegamos a la línea de salida y, mientras Damesse hablaba con una morena, yo escuchaba a mi amiga recordándome que si la policía aparecía por alguna casualidad, ella me iba a esperar en el taller.
Reacomodé mi casco, y miré a Damesse que también miraba para mi lado, haciéndome un asentimiento. Iba a ser un contrincante duro, pero yo iba a poder con él, o al menos eso esperaba.
—¿Listos? —preguntó la pelirroja, parada frente a nosotros, su cabello rojo fogoso se mecía suavemente al compás de la fresca brisa.
Ambos asentimos en acuerdo y cuando ella hizo cuenta atrás, llegando al uno, ambos salimos disparados y la adrenalina se volvió a encender en mi interior, creando un revoloteo en mi pecho y una sonrisa en mis labios.
Él llevaba la delantera por muy pocos metros. Debía dejarlo que al menos tenga una mínima esperanza para mantener su ego intacto. Ya tendría tiempo de sacarle ventaja.
Los altos arboles a nuestro lado eran pasados a gran velocidad y mi vista estaba fija en mi contrincante y en su Ducatti, la carrera estaba siendo interesante.
En la oscuridad de la noche, unas luces azules llamaron mi atención a un costado del camino, demasiado atrás como para que puedan alcanzarnos.
Se estaba poniendo más divertido. Desde que habían traído patrullas nuevas a la ciudad, se habían vuelto mucho más efectivos a la hora de intentar atraparnos.
Aceleré al máximo y le hice una seña a mi contrincante, mostrándole que detrás venían al menos cuatro patrullas y la sonrisa que se elevó por su rostro a través de la mica transparente de su casco, me demostró que nos causaba la misma sensación. Apreté mi acelerador al máximo, dejando atrás a Damesse por varios metros. Él avanzaba con destreza por detrás de mí Kawasaki y yo sentía una emoción indescriptible en el pecho. Como estar en una montaña rusa.
Era maravilloso el sentimiento de la adrenalina por la velocidad y la persecución.
Pude ver como la policía avanzaba a toda velocidad. Mi compañero se perdió por algún camino alternativo, llevándose detrás de él a tres patrullas, dejándome solo una a mí.
No podía permitirme que me detengan porque, primero, solo tenía diecisiete años y, segundo, mis padres no tenían ni idea de este pasatiempo peligroso que yo practicaba en secreto.
La patrulla se puso a mi par, ¿qué velocidad tenían esos autos? Mi marcador señalaba que íbamos a ciento treinta y cinco kilómetros de velocidad y la patrulla estaba a mi par.
Volteé mi rostro para ver a uno de esos pasados de grasa, pero a diferencia de uno de los inoperantes, encontré a un hombre notablemente enojado, que gesticulaba alguna inintangible palabra.
Era muy guapo, de esos que te gustaría atar a la cama y jamás desatarlo, mi mente viajó a Morbis Desire automáticamente. De repente un sentimiento de deseo se elevó en mi cuerpo y eso que apenas podía verlo.
Algo que hay que tener en cuenta cuando circulamos a una gran velocidad, es siempre mirar para adelante y, sobre todo, no distraerte. Y de eso me di cuenta tarde, cuando el oficial apartó su vista de mí y clavó sus frenos bruscamente, haciendo un sonido chirriante contra el concreto.
Al ver hacia adelante, imité su acción pero sin tener la misma suerte que él, pues mi moto derrapó sobre la gravilla haciendo que mi cuerpo derrape contra el suelo por unos cuantos metros. Mi moto se destrozaba al golpear contra uno de los árboles que se encontraban justo adelante, el camino se había terminado.
Físicamente solo me dolía el corazón al bar a mi bebé ser brutalmente destrozada contra el árbol.
—Maldita sea, puta poli de mierda —maldije cuando escuché como el policía azotaba la puerta del patrullero.
¿Qué iba a hacer?
Mi traje estaba intacto de la cintura para abajo, pero en mi espalda tenía rasgado culpa del derrape, y provenía de él un líquido rojizo.
La adrenalina no permitía que me duela nada, pero ahora mismo estaba pensando en esa frase que siempre escuchaba "eso va a doler mañana". Al menos el casco estaba intacto y en su lugar, como mi cabeza.
Mis esperanzas se habían acabado y a medida que el oficial se acercaba, yo me arrastraba hacia atrás con intención de correr por los árboles y perderlo de esa forma, pero me llevaba ventaja fisica. Él se veía en excelente forma, con sus hombros medianamente anchos y sus brazos bien trabajados. Podría decir que este sí hacía ejercicio en vez de comerse todo lo de la pastelería. Desde abajo se veía verdaderamente alto.
El uniforme se ajuataba perfectamente a su cuerpo y era la primer vez que me alcanzaba un policía. Le debía respeto, a mi nadie me alcanzaba.
Sus pasos se acercaban mientras preguntaba con voz alta si estaba bien. La oscuridad de la noche no nos permitía vernos con claridad.
Mis esperanzas volvieron a mi cuerpo cuando escuché el rugido de una moto, proveniente de la espesura de los árboles. No podía ver el aspecto facial del oficial, pero apostaba cualquier cosa a que ahora estaba incluso más enojado que antes.
—¡Alto ahí! —bramó con voz ronca y rasposa el oficial al ver mis intenciones y las de la persona que había vuelto a rescatarme.
Marco frenó a centímetros de mi pierna, extendiéndome su brazo para ayudarme a levantarme. Subí con la rapidez y destresa de un felino, ignorado una punzada de dolor que invadió en mi zona lumbar.
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~ sǝʇuǝɹǝⅎᴉp sǝsod uǝ ouᴉƃɐɯᴉ ǝʇ ɐun ɐpɐɔ uǝ ...sɐʅʅǝɹʇsǝ sɐʅ ɐʌɹǝsqO ~
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Lᴇs ᴅᴏʏ ʟᴀ ʙɪᴇɴᴠᴇɴɪᴅᴀ ᴀ ᴇsᴛᴀ ɴᴜᴇᴠᴀ ɴᴏᴠᴇʟᴀ ᴅᴇ Rᴏᴍᴀɴᴄᴇ Eʀᴏ́ᴛɪᴄᴏ. Eɴ ᴇsᴛᴇ ᴄᴏᴍɪᴇɴᴢᴏ ᴄᴏɴᴏᴄɪᴍᴏs ᴀ ᴀʟɢᴜɴᴏ ᴅᴇ ɴᴜᴇsᴛʀᴏs ᴘʀᴏᴛᴀɢᴏɴɪsᴛᴀs.
sɪ ʟᴇs ɢᴜsᴛᴏ́ ᴅᴇᴊᴇɴ ᴜɴ ᴠᴏᴛᴏ ʏ ᴀʟɢᴜɴᴏs ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴀʀɪᴏs.
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