CAPÍTULO 9
Después de pasar casi toda la noche pensando, llegó a la conclusión de que tal vez la agencia de Bienes Raíces donde trabajaba April, quedaba relativamente cerca de Truluck's, y no se limitó en investigar cuáles quedaban en la zona.
A primera hora la mañana salió de su casa, completamente resuelto a llegar a todos esos lugares y preguntar por alguna agente de ventas llamada April, pero en un segundo de autocontrol y raciocinio desistió de la absurda y desesperada idea.
Ni siquiera había salido de la propiedad cuando decidió regresar y pensar en otros métodos de búsqueda, estaba seguro de que un poco de ejercicio le ayudaría a pensar con mayor lucidez, por lo que dejó el auto frente a la mansión y entró por la puerta principal.
—¿Ha olvidado algo señor Worsley? —le preguntó extrañada una de las mujeres que se encargaban de limpiar y organizar la casa. Aunque realmente él no era un hombre desordenado, ya habían pasado tres años desde que había salido de prisión, aun así los hábitos aprendidos tras las rejas no los había abandonado, por lo que el orden y la prudencia gobernaban su vida.
—No, he cambiado de planes —respondió, pero realmente sentía que estaba olvidando el orgullo.
Decidió subir por las escaleras y no hacerlo por el ascensor; entró al vestidor de su habitación y reemplazó el traje que llevaba puesto por un chándal completamente negro y los zapatos de vestir por unas cómodas zapatillas deportivas.
La amenaza de huracán no había pasado, según las noticias, Kate, podría llegar a la ciudad ese fin de semana; sin embargo, los vientos eran menos fuertes y apenas una suave llovizna caía sobre la ciudad, era como un momento de calma después de que la noche anterior una tormenta eléctrica provocara alarma en algunas zonas.
Al salir de la casa se levantó la capucha del chándal, se puso los audífonos y salió a correr, lo haría por lo menos una hora, para ver si con eso se despejaba la mente, suponía que no debía darle tanta importancia a la situación con April, que no debía angustiarse por las acciones cometidas. Sí, él había sido impulsivo, pero ella tampoco hizo nada para aclarar la situación.
Inevitablemente empezaba a desesperarse porque sentía que le estaba dando a una mujer esa importancia que se juró nunca darle, no podía permitir que April siguiera presente en sus pensamientos, ya le había dado más de la cuenta al permitirle ser su amiga, cuando sabía que en el género femenino no podía confiar, porque siempre terminaban manipulando todo a su favor.
La constante llovizna empezaba a empaparlo y el viento le refrescaba la cara, aun así, la espalda le sudaba profundamente, pero no dejaba de correr por esas calles que le daban la sensación de ser el único habitante en el planeta, mientras en su cabeza se mezclaba música y estúpidos pensamientos.
Casi dos horas después regresaba a su casa, con el buzo abierto para refrescar su torso sudado y mojado por la llovizna que empezaba a intensificar, caminó hasta la cocina y agarró del refrigerador una botella con agua, la que bebió casi de un trago y subió a su habitación.
A las nueve de la mañana llegó a Worsley Homes, para empezar con sus labores diarias, las que no se hacían esperar. Pasó sumido toda la mañana en importantes negociaciones.
Sin embargo, por primera vez en dos años, desde que había iniciado el negocio que lo había catapultado al éxito, le solicitó a su secretaria que cancelara todos los pendientes para esa tarde, porque necesitaba salir un poco más temprano.
Llegó a Truluck's y se sentó en una mesa junto al ventanal, pidió un café para esperar a que April pasara, confiando en que ella hacía el mismo recorrido todos los días.
Esperó y esperó hasta que fue hora de la cena, pero ella no pasó, estaba seguro, porque en ningún momento dejó de mirar hacia la calle. Cansado, decepcionado y molesto, pagó la cuenta y se fue al Club, no acostumbraba a ir los días de semana ni mucho menos tan temprano, pero ese miércoles necesitaba la compañía exclusivamente sexual de una de sus putas.
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Natalia tuvo que tomarse dos días de vacaciones obligatorias por exigencias de su jefe, el viernes llegó después de la hora de almuerzo, porque aprovechó la mañana para entregar las órdenes de embargo que hacían falta.
También aprovechó los días libres para visitar a sus padres, pasó mucho tiempo con su madre y le alegró mucho verle un mejor semblante, en una reunión privada que tuvo con la enfermera que ella pagaba, le dijo que dentro de poco ya no serían necesarios sus cuidados, porque ya Natasha Mirgaeva había superado totalmente la enfermedad.
Inevitablemente las lágrimas de emoción y alivió volvieron a rodar por sus mejillas, como lo hicieron cuando el doctor le entregó los últimos estudios realizados.
Apenas encendía el computador cuando vio a Olga, su supervisora pasar frente a ella, con dirección hacia los ascensores, sin siquiera pensarlo salió de su pequeño cubículo y la alcanzó justo antes de que entrara.
—Olga, disculpa... necesito hablar contigo. —Se permitía tutearla porque así lo había solicitado desde el día en que le dieron la bienvenida a Worsley Homes y se la presentaron.
—Hola Natalia, veo que estás mucho mejor. —Se alegró al ver que los hematomas eran apenas visibles y el tono de voz era totalmente claro y entendible.
—Sí, ya estoy mucho mejor, realmente nunca me sentí tan mal como para que me suspendieran.
—Las órdenes del jefe no se discuten. —Negó ligeramente con la cabeza—. ¿Dime qué necesitas? —preguntó para agilizar la pequeña reunión con Natalia, porque necesitaba de su tiempo.
—Olga, realmente no quiero perder el bono de fin de mes... —suplicó mirando a la cara de la mujer de llamativo cabello cobrizo que casi llegaba al rojo—. No falté al trabajo por voluntad propia, puedo trabajar doble turno para recuperar las horas perdidas.
—Natalia. —Chasqueó los labios demostrando pesar—. Eso es algo que escapa de mis manos, no está permitido. Sabes que no puedo faltar a las reglas de la empresa...
—Pero no fue mi culpa —intervino sintiendo una mezcla de impotencia, rabia, tristeza y desesperación—. Fue el señor Worsley, háblalo con él por favor.
—Está bien, hablaré con él sobre tu caso, pero no puedo asegurarte nada.
—Gracias Olga, realmente te lo agradezco, cuento con ese dinero porque tengo que pagar unas cuentas.
—Está bien, sé que eres una empleada comprometida con la empresa. —Le sonrió con sinceridad, porque ciertamente Natalia Mirgaeva no había faltado un solo día al trabajo, era responsable con los horarios y realmente colaboradora cuando se le necesitaba.
—Gracias, gracias... Ahora regreso a mi puesto.
—Regresa.
Natalia asintió y volvió a su cubículo donde empezó a trabajar, tenía en su maletín las cedulas de embargo, cuatro de ellas firmadas, pero no había tenido resultados positivos con dos, entre ellas la de su hermano, a quién no había vuelto a ver ni mucho menos a llamar, porque sabía que debía estar molesto y no quería convertirse en ese blanco en el que liberaría su furia.
No quería apresurarse a llevárselas a su jefe, porque imaginaba que él deseaba que todo fuese más fácil y no ponerle sobre el escritorio dos embargos con acciones legales por delante, que despertaran su mal humor.
Con mucha pasión atendía cada llamada que entraba, necesitaba algo tangible que equilibrara su caótica semana, concretar al menos una cita con algún cliente antes de que terminara la tarde.
Hablaba por teléfono cuando vio que Olga entraba en su cubículo y le hizo señas para que esperara un minuto, miró su reloj y se daba cuenta de que habían pasado más de dos horas desde que se había marchado.
Terminó la llamada en la que no concretó nada y le llevó más tiempo del esperado, con la garganta seca, por lo que agarró la botella de agua que siempre mantenía sobre su escritorio.
—¿Qué te dijo el señor Worsley? —preguntó mientras destapa la botella.
—Me dijo... Lo siento Natalia, no podrás trabajar dobles turnos ni mucho menos tendrás el bono.
La garganta seca de Natalia se inundó en lágrimas y la molestia empezaba a calarla.
—¿Eso fue lo que dijo? ¿Fue exactamente eso? —preguntó con la voz ronca por las lágrimas que se obligaba a no derramar.
—No fue precisamente de esa manera, pero es mejor que no lo sepas, porque quiere que vayas inmediatamente a su oficina, quiere saber si tienes firmadas las cédulas de embargo.
—Olga, por favor. ¿Qué dijo? No le veo nada de malo en trabajar dobles turnos, lo he hecho antes... Claro que solo me lo piden cuando les conviene. —No pudo evitar dejar en evidencia la molestia que la embargaba y que empezaba a convertirse en ira.
—Dijo que las leyes de la empresa no se habían estipulado para que solo sirvieran de adorno, que nadie iba a burlarlas, ni siquiera él mismo. No me dejó decir nada más —confesó sintiéndose totalmente apenada—. Intercedí por ti, pero fue imposible conseguir algo, no hay quien pueda hacer cambiar de parecer al señor Worsley.
—Gracias Olga. —Se tragó las lágrimas y tensó la mandíbula. Mientras en su cabeza ardían miles de ideas, su jefe con esa actitud solo le confirmaba que había sido él responsable de elegir las cedulas de embargo que le entregaron y seguramente investigó y confirmó que Levka era su hermano, juraba que estaba poniéndola a prueba.
Erich Worsley quería que le mostrara de qué madera estaba hecha. Bien, si quería saber quién era Natalia Mirgaeva, ella se lo demostraría, haría lo que fuera con tal de estrellarle en la cara que contaba con la capacidad suficiente para ser la gerente contable, iba a quedarse con ese puesto, aunque su propio jefe no lo quisiera.
Se levantó y buscó en su maletín las carpetas que contenían las cédulas de embargo. Las puso sobre el escritorio y bebió un gran trago de agua para pasar las lágrimas y encontrar valor.
—Voy a llevarle las cédulas de embargo, esto es lo que está esperando —dijo agarrando nuevamente las carpetas.
—Te sugiero que no vuelvas a tocarle el tema del doble turno, no está de muy buen humor.
—Puedes estar tranquila, no voy a seguir suplicándole a Worsley —confesó, pensando que ya encontraría la manera de mostrar su cuota de orgullo cuando necesitaran de ella.
Olga le hizo espacio para que pasara y Natalia caminó con decisión hacia los ascensores, ganándose la admiración de más de un compañero que suspiraba por ella, pero siempre había sido tan cortante con todos que ninguno se atrevió a insistir con sus galanteos.
Se anunció con la secretaria y como sabía que el señor Worsley la estaba esperando no dudó en hacerla pasar.
Natalia caminó con el corazón latiéndole a mil por minuto, cada latido era mitad miedo, mitad ira; sin embargo, trató de serenarse y mostrarse totalmente tranquila.
—Buenas tardes, señorita Mirgaeva —le dijo apenas se asomó en la gran oficina.
Estaba sentado detrás del escritorio, vestido con traje negro y camisa en el mismo color, sin corbata y con la chaqueta abierta, llevaba el cabello peinado hacia atrás con ese gel que usaba que siempre daba la impresión de estar húmedo, haciéndolo lucir como si acabara de ducharse. El aroma de su colonia danzaba en el lugar, mezclado con el de la nicotina y el café.
—Buenas tardes, señor Worsley —correspondió al saludo de su jefe acercándose al escritorio, sin esperar a que él le pidiera que lo hiciera.
—¿Se siente mejor? —preguntó pegando su espalda al respaldo del sillón, mostrándose tan relajado, sin sentir ningún tipo de culpa por haberle dicho a Olga, que no iba a aceptar los dobles turnos de Mirgaeva, ni mucho menos iba a ofrecerle ninguna bonificación.
—Realmente nunca me sentí mal, eso lo decidió usted —dijo cortante.
—No fue mi decisión, su apariencia simplemente la dejaba en evidencia, espero que consiga el valor para denunciar a su marido.
—No tengo marido señor Worsley —siseó molesta por las conjeturas que él había hecho.
—Tampoco fue un accidente automovilístico.
—No, tampoco fue un accidente, pero son cosas personales que a Worsley Homes no le interesan —confesó elevando la barbilla, al derrochar orgullo.
—A Worsley Homes le interesa la apariencia de sus empleados, y por muchas razones personales que pueda tener, no aceptaré que venga con hematomas todo el tiempo y mucho menos si aspira ser la gerente del departamento contable. —Se levantó de su puesto, intimidándola con su altura.
Natalia no se amilanó, solo levantó un poco más la mirada para seguir enfrentando a esos ojos con el color de los cielos de tormenta.
—Supongo que no me ha mandado a llamar porque le interese verdaderamente mi salud, aquí tiene las cédulas de embargo. —Las dejó caer sobre el escritorio y las facciones de él se endurecieron, estaba segura que eso lo había molestado, aunque intentara ocultarlo tras el falso estoicismo, pero si él estaba molesto, ella estaba furiosa—. De las seis dos se negaron a firmar.
Edmund no miró a las carpetas, en ningún momento captaron su atención, lo único que lo tenía verdaderamente sorprendido era la altanería con la que se estaba comportando Natalia, e iba a disfrutar de tirarle por tierra todo su estúpido orgullo ruso del que tanto presumía.
Sin tener que revisar las carpetas, casi podía adivinar que uno de los que se había rehusado a firmar había sido Levka.
—Llévelo al departamento legal e informé que hoy mismo se procede al embargo, necesito sacar cuanto antes a esas personas de mis propiedades porque esta semana se van a demoler las construcciones.
Eso sí que había sido un golpe bajo para Natalia, tanto que todo empezó a darle vueltas y a tornarse borroso.
Worsley estaba totalmente loco, no podía demoler la casa de Lekva, era propiedad valorada en muchos millones, pero más allá de eso, esa casa era demasiado importante para su hermano, porque era lo único que le quedaba de cuando el fútbol americano le ofrecía la gloria.
—Señorita Mirgaeva, no pierda el tiempo —volvió a hablar llamándole la atención.
Ella luchaba contra las emociones que la hacían sentir pequeña, estaba a punto de ponerse a llorar y a suplicarle porque no demoliera la casa, sabía que ya nada podía hacer para que Levka la recuperara, pero no tenía por qué destruirla.
Recordó que no se condolió con su situación y no le concedió trabajar mucho tiempo extra, que tal vez el corazón de Erich Worsley era tan gris como el color de sus ojos y no iba a replantearse sus decisiones, solo porque ella se lo suplicara.
Con un gran nudo haciendo estragos en su garganta agarró las carpetas que él ni siquiera se había molestado en mirar.
—Está bien, enseguida las llevo —dijo conteniendo sus emociones—. ¿Necesita algo más? —preguntó con las lágrimas picándole en los ojos.
—No por ahora, espero el lunes poder reunirme nuevamente con usted para su contrato de periodo de prueba por un mes como gerente del departamento contable.
—Está bien. —Se dio media vuelta y se obligó a caminar porque verdaderamente quería salir corriendo.
—Que tenga buena tarde señorita Mirgaeva. —La detuvo en su huida, pero ella no se volvió, solo asintió y salió de su oficina.
Apenas Natalia salió él levantó el teléfono y marcó a Walter.
Natalia caminó lo más rápido que pudo, quiso parar el ascensor para ponerse a llorar, porque sentía que era la única manera de liberar todo lo que se la estaba consumiendo, pero no podía permitírselo, no podía llorar.
Descendió dos pisos y en contra de su voluntad entregó las carpetas en el departamento legal, no pensaba informar que era con carácter de urgencia, al final sería su palabra contra la de la secretaria de uno de los abogados, pero para su mala suerte, el abogado de mayor confianza de Erich Worsley, salía en ese momento, no le quedó más que entregarle a él las carpetas que inmediatamente empezó a revisar.
—Gracias señorita Mirgaeva. —Desvió la mirada hacia la secretaria—. Amanda pide una comisión policial a la dirección de esta notificación de embargo, que se presente en media hora... Solo espero por el señor Worsley que irá personalmente.
Natalia sabía que debía marcharse pero las piernas no le respondían, al ver que la carpeta que le había pasado era la que correspondía a la orden de embargo de la casa de Levka.
Sabía exactamente cuál era el proceso de embargo, pero nunca antes lo había vivido con tanta agonía, porque nunca antes había estado involucrada de manera personal.
—¿Necesita algo más abogado? —preguntó casi sin voz.
—No, muchas gracias señorita Mirgaeva.
Natalia se marchó, regresó al ascensor y cuando llegó a su piso corrió hasta su cubículo, con manos temblorosas empezó a buscar su teléfono, al encontrarlo marcó al número de su hermano.
Necesitaba decirle que esa misma tarde iban a sacarlo de la casa y que no había nada que pudiera hacer, solo le suplicaría que no fuese a cometer una locura, que se comportara porque podían llevárselo a prisión.
Pero por más que intentó comunicarse con su hermano, él no respondió. Solo le quedaba una última opción para hacer las cosas menos difíciles para Levka, por lo que decidió que acompañaría al señor Worsley.
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