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CAPÍTULO 7


Natalia abrió la puerta de su departamento e inmediatamente la recibía el canto de sus canarios, no pudo evitar sonreír ante el recibimiento tan agradable que siempre le daban sus adorables mascotas.

Dejó su cartera y su maletín de trabajo sobre el sofá blanco de la sala y caminó hasta la terraza que tenía la puerta de cristal a medio abrir y a cada paso que daba el par de canarios hacían el canto más enérgico.

—Hola... hola —saludaba emocionada a los revoltosos pajaritos blanco y amarillo—. ¿Cómo han pasado el día? Siento haber llegado un poco tarde. —Buscó en el mueble al lado de la jaula, mientras la brisa tropical le agitaba el pelo.

Se dedicó a ponerles alimento en los recipientes y les cambió el agua sin dejar de conversar con ellos, les contaba el giro de ciento ochenta grados que había dado su vida en un solo día. Apenas podía creer que volvería a trabajar como contable; esta vez pasara lo que pasara no iba a permitir que interfiriera en su vida laboral e iba a esforzarse lo suficiente para ser un eslabón sumamente importante dentro de Worsley Homes.

Finalizó la conversación con sus más fieles amigos y se fue a su habitación, donde se dejó caer en la cama sin cambiarse, cerró los ojos y descansó por media hora, consideraba que era tiempo suficiente antes de preparar la cena y revisar los embargos que su jefe le había entregado, con la pereza a cuesta se quitó los zapatos y caminó descalza hacia el baño, frente al espejo del lavabo empezó a desmaquillarse e inevitablemente unos ojos grises de mirada penetrante aparecieron de la nada, interrumpiendo en su caótica rutina.

Nunca antes había pensado en su jefe, siempre le pareció un hombre atractivo y admirable, lo respetaba y lo creía realmente inalcanzable, tanto que consiguió verlo personalmente después de estar trabajando casi seis meses para él.

Se obligó a mandar a volar a Erich Worsley de sus pensamientos, porque lo que menos deseaba era empezar a fantasear con su jefe, no quería involucrar sentimentalismos que la arruinaran emocionalmente; definitivamente ese hombre nunca se fijaría en ella y no porque tuviese la autoestima por el suelo como para no valorar su belleza, sino porque no era del tipo de mujer con las que él se relacionaba.

Lanzó la toalla usada a la basura, se desvistió y entró a la ducha, donde el agua tibia se llevó todo rastro de cansancio y renovó sus energías.

Tan solo con el albornoz se fue a la cocina, permaneció por lo menos un minuto con la puerta del refrigerador abierta, mientras pensaba qué se prepararía para cenar.

Al final eligió pescado y unos vegetales, dejó los alimentos sobre la encimera y se fue hasta la sala donde tenía el reproductor de sonido, no le gustaba el silencio porque le hacía sentirse sola y toda su vida había vivido acompañada, cuando se fue de la casa de sus padres para vivir en ese lugar junto a Mitchell, jamás pensó que la eternidad del amor que sentían, tan solo duraría ocho meses.

Cuando por fin decidieron separarse, ella regresó con sus padres, pero tan solo ocupó su habitación por quince días; no le gustaba despertar lástima y justo las miradas de su madre estaban cargadas de ese sentimiento que hundía al ser humano, entonces se armó de valor para madurar lo suficiente y afrontar vivir sola.

Eligió la lista de reproducción más reciente, le dio un poco más del volumen que ya tenía y de regreso a la cocina empezó a cantar.

I found myself dreaming

In silver and gold

Like a scene from a movie

That every broken heart knows...

Con música el tiempo pasaba mucho más rápido y relajado, mientras el pescado se cocinaba picaba los vegetales para la ensalada.

Después de cenar y lavar los pocos utensilios que había usado, por fin le dio rienda suelta a su curiosidad y buscó en su maletín de trabajo el portátil y las carpetas, a través del control le bajó un poco el volumen a la música y salió a la terraza para estar más cómoda.

Se ubicó en un sofá de mimbre con cojines de lino blanco y subió los pies para estar mucho más relajada, mientras cargaba el sistema, sonrió al ver a los canarios saltando de un lado a otro dentro de la gran jaula.

Eligió una de las seis carpetas que su jefe le había entregado y empezó a hojear los documentos, ingresó algunos datos al sistema para obtener más información.

Inevitablemente hizo algunos cálculos para saber cuánto ganaría con las comisiones de cada propiedad y cada dígito aceleraba los latidos de su corazón, sin duda alguna eso le ayudaría a pagar las deudas que traía a cuesta y que lamentablemente seguían en aumento, pero estaba dispuesta a empeñar su alma con tal de mantener al ser que más quería con vida.

Su sonrisa de gloria se esfumó justo en el momento en que reconoció la dirección de una de las propiedades a las que debía llevar la orden de embargo, e inmediatamente sus ojos en un acto masoquista buscaron a nombre de quién estaba la propiedad y simplemente no lo podía creer.

Las hojas empezaron a temblar en sus manos y varias sensaciones empezaron a golpearla sin piedad, estaba confundida y molesta, mientras la impotencia la convertía en su marioneta.

Soltó las hojas e hizo a un lado el portátil, se levantó y empezó a caminar por la terraza, de un lado a otro, sin poder creerlo.

—Esto no puede ser, tiene que haber un error... —Se fue hasta la sala en busca del teléfono y resuelta a llamarlo para que le dijera que Worsley Homes no iba a quitarle la casa.

Necesitaba una maldita explicación, para que ella pudiera abogar con su jefe, pero al marcar los números desistió de la llamada porque no quería discutir y eso pasaría si le exigía alguna explicación.

Eso era mejor tratarlo personalmente y era muy tarde como para ir a la casa, regresó a la terraza y recogió las cosas, las dejó sobre el sofá de la sala y fue por un poco de agua.

Pasó mucho tiempo para que decidiera ir a dormir, aun así estaba segura de que aunque se metiera a la cama no conseguiría dormir porque la preocupación no se lo permitiría.

Ya no sabía qué hipótesis darle a la situación que estaba viviendo, ni siquiera estaba segura si el señor Worsley estaba al tanto de a quiénes pertenecían esas órdenes de embargo que ella debía entregar y liquidar, o sí lo sabía, y tan solo estaba poniéndola a prueba para poder darle el puesto como gerente contable, si era así, le parecía que era realmente ruin que su jefe hiciera eso.

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La mirada gris de Edmund se paseaba por el techo de la habitación, necesitaba dormir, pero no conseguía hacerlo. Los pensamientos de pasado y presente lo atormentaban, dependía de ellos en todo momento, Natalia había regresado a su vida para joderlo todo, para acabar con la tranquilidad que había conseguido.

Se juraba que no iba a darle la mínima importancia, pero lo estaba haciendo al ofrecerle un mejor puesto dentro de su compañía. Debió despedirla sin sentir un mínimo de remordimiento, sin permitirse forjar estúpidas ideas que seguramente no lo llevarían a ningún lado.

Pensó que el único eslabón de su pasado era Walter, que todo lo demás había desaparecido, que había un antes y un después con una brecha de diez años en el tiempo que le arrebató todo, pero que también le dio una nueva oportunidad para ser el hombre exitoso que seguramente no hubiese sido si la vida no lo hubiese golpeado tan fuerte.

Si al salir de prisión no se interesó por saber qué había sido de ella, si no quiso enfrentarla y pedirle explicaciones ¿para qué hacerlo ahora? No tenía ningún sentido.

Lo mejor que podía hacer era no darle ningún beneficio y poner la mayor distancia posible entre ambos, solo esperaba que su plan diera resultado y que cuando se diera cuenta de a quién debía llevarle la orden de embargo, no pudiera cumplir con el trabajo y eso sería suficiente para un despido justificado.

Se sentó al borde de la cama y agarró de la mesita de noche un cigarrillo y el encendedor, necesitaba relajarse un poco y una buena dosis de nicotina le ayudaría.

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Natalia tocaba insistentemente la corneta de su auto frente al portón de la hermosa mansión de tres pisos de arquitectura minimalista, una verdadera obra de arte valorada en más de doce millones de dólares, rodeada por el panorama de la bahía de Biscayne y el océano atlántico.

Era una propiedad que no duraría más de quince días en el mercado porque se vendería por sí sola y el muy estúpido de su hermano la había dejado perder, lo peor de todo era que no le había informado nada y se enteró a través de una orden de embargo que a ella misma le tocaba entregar.

El hombre de seguridad al reconocer el Mercedes SL le permitió el paso, entonces pisó el acelerador, sintiéndose presa de la rabia y angustia que no le dejó pegar ojo en toda la noche.

Estacionó cerca de la puerta principal, agarró la carpeta que tenía en el asiento del copiloto y bajó del auto, lanzando sin ningún cuidado la puerta. Sintiendo que la energía producto de la rabia la rebasaba, caminó con decisión sobre sus tacones que resonaban en el suelo de laja pulida.

Tocó al timbre varias veces seguidas, mientras intenta ver a alguien a través de la puerta de cristal, pero solo notaba que la sala estaba algo desordenada, como nadie atendía al llamado del timbre, empezó a golpear la puerta con la palma de la mano, seguía sin ver a nadie, pero estaba segura de que Levka estaba en la casa porque si no el hombre de seguridad no le habría dado acceso.

Caminó bordeando la casa, encontrándose con el agua de la piscina sucia y la fuente apagada, tocó al timbre de una de las puertas laterales, pero nadie aparecía.

Regresó al frente para buscar en el auto su teléfono que estaba en la cartera, pero antes de que pudiese llegar al Mercedes vio a su hermano bajando las escaleras aéreas y solo llevaba puesto un bóxer negro, exponiendo su mayor orgullo, todos esos tatuajes que solo lo hacían lucir como a un delincuente y opacaban al gran deportista que había sido.

No debió mirarlo mucho a través del cristal para darse cuenta de que lo había despertado y de que no parecía estar de muy buen ánimo, pero eso a ella no le interesaba, iba a escucharla sí o sí.

—¿Por qué tanto escándalo? —preguntó al tiempo que abrió la puerta y vio a su hermana entrar como una tromba a su casa—. Podrías tener un poco de respeto por el descanso de las demás personas —pidió rascándose la nuca, mientras que con la otra mano cerraba la puerta.

—No sé cómo puedes estar tan tranquilo Levka... son las nueve de la mañana y sigues durmiendo, cuando deberías estar buscando las maneras de no perder la casa. Seguramente llegaste hace una horas de quién sabe qué casino.

—Natalia... Natalia no estoy para reclamos, lárgate —dijo casi sin animo y caminó hasta donde estaba su hermana.

—No, no me voy a ir... Levka te van a quitar la casa.

—Eso no va a pasar.

—¿No va a pasar? Ya pasó... —Levantó la carpeta que tenía en la mano y se la plantó en el pecho tatuado de su hermano—. Esto es una cédula de notificación, contiene orden de embargo, notificación de demanda y copia del acta de desalojo.

—¿Qué haces con esto? —preguntó con los ojos muy abiertos mientras sus latidos se alteraban al revisar los documentos.

—Estoy haciendo mi trabajo, pero eso no importa ahora, lo que importa es qué has hecho con el dinero que te presté y que supongo perdí.

—No es tu problema lo que hice con el dinero.

—Sí es mi problema porque era mi dinero, eran mis ahorros y te los di para que salvaras esta casa, que ni siquiera es mía —dijo furiosa—. ¿Te lo gastaste en apuestas? —Las ganas de llorar por la impotencia empezaban a ganarle la partida y su hermano no poseía la hombría suficiente para decirle a la cara que había apostado el dinero que con tanto esfuerzo ella le había prestado.

Levka se frotó la cara con una de las manos, ya lo sabía, estaba al tanto, pero no quería creerlo, no podía mirar la realidad que estuvo hasta hace unos días pisándole los talones.

—Voy a arreglarlo —murmuró con la mirada verde anclada en las letras que cada vez se hacían más borrosas, pero no por lágrimas sino por la ira y la impotencia.

Lo único que le quedaba de su época de gloria que duró muy poco, no pudo dar todo lo que tenía, todo por la maldita lesión que le jodió la vida.

—No, ya no puedes arreglarlo, no puedes. —Su furia explotó y las lágrimas se derramaron—. Solo firma la maldita orden de embargo...

Sus palabras fueron interrumpidas de manera brusca cuando una fuerte bofetada la mandó de culo al suelo y la dejó totalmente aturdida y adolorida, no había terminado de asimilar que su hermano, como era costumbre le pegaba cada vez que le daba la gana, cuando lo vio acuclillado frente a ella y con una mano le empuñaba los cabellos y con la otra le cerraba el cuello.

—No voy a firmar nada porque voy a arreglarlo... solo quieres presionarme para que te den tu jodida comisión —dijo con dientes apretados y cada vez imponía más fuerza a su ataque—. Solo eres una puta ambiciosa, eres una egoísta que solo piensa su propio bienestar.

Natalia sentía el rostro caliente, adolorido y casi no podía respirar, lanzaba manotazos para quitarse a su hermano de encima, pero no alcanzaba más que hacerle algunos rasguños por los que él ni se inmutaba.

Solo consiguió que volviera a darle otra bofetada para que se tranquilizara y dejara de agredirlo.

—¡Levka suéltala! Déjala tranquila —Pidió con precaución Zoe, la mujer con la que llevaba varios meses saliendo.

—¡No te metas Zoe! —le gritó con toda la ira y la impotencia que sentía—. Ve a la habitación.

La chica morena de ojos rasgados que solo llevaba puesta una camiseta de él, se quedó parada a mitad de las escaleras, mientras todo el cuerpo le temblaba.

—¡Regresa a la habitación! —le gritó mientras zarandeaba a su hermana y terminó por soltarla.

Natalia agarró una bocanada de aire para llenar los pulmones y eso le provocó un ataque de tos, mientras se arrastraba por el suelo para distanciarse de su agresor y pudo ver como varias gotas de sangre se estrellaron contra el mármol blanco.

Levka recogió la carpeta del suelo a donde la había lanzado y se la tiró a su hermana.

—No voy a firmar nada...

—Ni siquiera es necesario que lo hagas, ya no tienes ningún poder sobre la propiedad. —Se limpió con el dorso de la mano la comisura de la boca y sentía que la cara se le explotaría o ardería, porque le dolía como los mil demonios y estaba demasiado caliente.

Levka se dejó caer en el suelo y se cubrió la cara con la manos, ocultando el llanto que explotó como consecuencia de sentirse perdido.

—Lo siento Levka —dijo conmovida por él, sabía que la vida de su hermano se había convertido en un infierno, lamentablemente él siempre terminaba jodiendo todo por decisión propia, seguía tejiendo una cadena de errores sin parar y no conseguía recapacitar sobre ellos.

—Tienes que ayudarme Natalia, Nati... tienes que ayudarme... tú trabajas ahí, pide más tiempo... haz lo que sea, cógete a un directivo, haz algo... —le suplicó descubriéndose el rostro, que lo tenía sonrojado por las lágrimas.

Natalia se sintió indignada ante la petición de su hermano, cómo si ya no tuviese suficiente con todos los gastos que le acarreaba la enfermedad de su madre y de la que él también se había desentendido, con la maldita excusa de que ver a su madre casi muriendo le partía el alma.

—Levka no puedo hacer nada... Lo único que puedo hacer es darte un poco de dinero para que te vayas a un hotel o arriendes un apartamento.

—¡No voy a irme a un lugar de mala muerte! No Levka Mirgaeva —Volvió a gritar—. Haz algo maldita sea.

—Yo hice lo que pude, te di para que pagaras las cuotas...

—Crees que es fácil para mí.

—Sé que no es fácil, pero ya debes superarlo y dejar de hacerte la victima porque una lesión no es el final, puedes buscar un trabajo, no todo se resume a fútbol americano.

—No quieres ayudarme, ahora no quieres ayudarme... yo te di todo, eres lo que eres gracias a mí, te pagué la universidad, te pagué el maldito postgrado... te di ropa, viajes... te di una maldita vida de lujos y ahora me das la espalda.

—¿Hasta cuándo tengo que pagar por todo lo que me diste? Nunca me dijiste que fuese un préstamo, pensé que te nacía hacerme esos regalos, que tenías tanto dinero que darle un poco a tu hermana no representaba molestia, pero ahora tengo que pagarlo con creces —reprochó sintiendo su rostro cada vez más grande y adolorido.

—Si no vas ayudarme es mejor que te largues Natalia.

Ella siguió sentada en el suelo sintiendo una mezcla de rabia y lástima hacia su hermano, las piernas le temblaban y sabía que no conseguiría ponerse en pie tan fácilmente.

—Quiero ayudarte, pero no sé cómo... puedes venir a mi departamento, no creo que puedas quedarte por mucho tiempo aquí.

—No voy a ir a ningún lado —Se levantó y con fuerza la sujetó por un brazo, la puso en pie y la arrastró fuera de la casa—. Lárgate —La empujó y aunque Natalia intentó mantenerse en pie no pudo hacerlo, cayó golpeándose fuertemente la rodilla, no pudo evitar que un jadeo de dolor se le escapara y con gran esfuerzo se levantó.

Una vez más Levka le lanzaba la carpeta que ya tenía las hojas algo arrugadas.

—Dile a tu jefe que se meta la orden de embargo por el culo, de aquí solo me saca muerto.

Natalia con el cuerpo tembloroso y adolorido subió a su auto, lo puso en marcha, se limpió las lágrimas y se fue.

Estaba segura de que lo último que haría Erich Worsley, sería meterse por el culo la orden de embargo, simplemente enviaría a alguien más en compañía del abogado y la policía. Su hermano no saldría de ahí muerto, pero sí esposado.   

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