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CAPÍTULO 59


Natalia llevaba dos semanas de haber llegado a Estambul, una ciudad que la tenía fascinada, sobre todo porque era una combinación total de antigüedad, pues encerraba siglos de historia, y modernismo cargado de excentricidad. Oriente y Occidente, un país entre dos continentes, por lo que la diversidad vibrante se hacía sentir.

Agradecía que las cosas al lado de Burak fueran fáciles, eso le ayudaba a sobrellevar la nostalgia que le provocaba estar lejos de su país y de su familia, aunque cuando fue a despedirse de su padre, las cosas no habían terminado para nada bien; de hecho, según él, ya no era más su hija.

Eso le había dolido, pero con los días, comprendió que Sergey solo había actuado de forma egoísta, y solo intentaba imponerle un método de presión, para que desistiera de su viaje.

Con Levka todo fue distinto, le sorprendió que le deseara suerte, aunque no le agradó mucho el país de destino para empezar una nueva vida. Pero sin dudas, lo más difícil y doloroso fue abandonar a Jerry y Skipy, sus adorados canarios. Solo esperaba que Zoe los cuidara como se lo había prometido.

Durante la primera semana, Burak la había llevado a conocer algunos lugares de la ciudad, los más históricos y los más imponentes, como lo era la Mezquita Azul, una joya arquitectónica que la dejó pasmada.

Así mismo se sintió, cuando la tercera mañana de estar en Turquía, se le dio por revisar su cuenta bancaria, para saldar sus tarjetas de crédito, y se encontró con que diez millones de dólares habían sido transferidos desde la cuenta empresarial de Worsley Homes.

Debido a esa exageración, se vio obligada a romper su promesa de no contactar más a Edmund, y le envió un correo, diciéndole que debía haber un error, que era demasiado dinero.

Él le respondió un día después, expresándole que no había ningún error. Le dijo que era preciso que los aceptara, por si las cosas con «el turco» no salían bien, aunque deseaba con total sinceridad lo mejor para ella.

Burak le había prometido un puesto de trabajo, y lo había cumplido. Ella laboraba en la sede principal de la administración de los hoteles, donde estaba siendo capacitada para poder desarrollarse en su área con total seguridad.

Estuvo unos días viviendo en el pent-house que Burak tenía en Nisantasi, un sector muy cosmopolita, rodeado de tiendas de las mejores firmas internacionales, centros comerciales y restaurantes de lujo. El barrio era conocido como los Campos Elíseos.

Burak le mostraba respeto en todo momento y le agradaba compartir con él, pero necesitaba su propio espacio, sobre todo para no ser traicionada por la pasión, y terminar siendo arrastrarla a la cama de un hombre tan atractivo y seductor.

Quería darse tiempo, pensar bien las cosas, conocer mejor a ese hombre, antes de entregarle su única esperanza de amor. No quería que las cosas volvieran a salirle mal, ya estaba cansada de fallar.

Después se mudó a un apartamento que alquiló, a dos calles del edificio donde vivía Burak, y antes de poder tener su primer mueble, él apareció con un majestuoso gato blanco de ojos dispares. Le dijo que su raza era angora turco.

Al ver que el gato se paseaba por el apartamento, le dijo con seguridad que en ese nuevo lugar tendría felicidad y paz.

No fue hasta ese momento que le preguntó por algo que le rondaba la cabeza desde que había llegado, tenía curiosidad por saber si era normal que hubiese tantos gatos en Estambul.

—Es la mascota por preferencia, por encima de los perros —explicó con total naturalidad—. Según nuestra religión, el gato era el animal favorito de Mahoma, quien le otorgó la gracia de caer de pie y de entrar en el paraíso. Es un deber cuidarlos y adorarlos.

—Bueno, mis mascotas en Miami son un par de canarios, no creo que se lleven muy bien, si algún día logro traérmelos —comentó Natalia sonriente, mientas cargaba al hermoso y peludo gato, que tenía un ojo azul y el otro verde.

—Se harán amigos, si lo alimentas bien y lo educas, podrá convivir con los canarios.

—Gracias, espero hacerlo muy bien —dijo, mientras le regalaba mimos al animal.

Desde ese entonces, se había hecho muy amiga de su nueva mascota, que le hacía compañía en todo momento, porque hasta dormía con ella.

Después de que llegó de la oficina, se duchó y se acostó a ver televisión, pero recibió una llamada de Burak, invitándola a cenar fuera.

Ni siquiera lo pensó, en unos cuarenta minutos se encontraron en la entrada de un restaurante, que estaba ubicado a la misma distancia de ambos.

Disfrutaron de la comida, mientras conversaban de trabajo, historia, arte, geografía. Sobre todo por petición de Natalia, quien estaba totalmente interesada en saber más de la ciudad que estaba habitando.

Sin darse cuenta, las horas pasaban mientras bebían vino y hablaban. Incluso, hubiesen permanecido más tiempo en el lugar, si el horario de atención al público no hubiese finalizado hacía más de veinte minutos.

Apenados, se levantaron de la mesa, cuando el mesero les dijo que lo disculparan, pero que ya debían cerrar.

Salieron del restaurante riendo y tomados de la mano.

—Bueno, creo que aquí debemos despedirnos, tú vas hacia aquel lado —dijo Natalia, señalando al otro lado de la calle.

—Permíteme acompañarte —pidió él—. Es de madrugada y no quiero que estés sola por la calle.

—Está bien, no voy a negarme al placer de tu compañía —concedió.

Caminaron por las calles de adoquines, alumbradas por los faroles y las luces de neón de los excéntricos escaparates de las tiendas de las firmas más importantes y reconocidas a nivel mundial.

—¿Quieres ir mañana de turismo? —preguntó, con toda la intención de aprovechar el día libre.

—Sí, me encantaría... Hay tanto que quiero conocer. He visto algunos lugares por internet —confesó Natalia.

—Iremos a donde quieras.

—Por cierto Burak..., tengo otra duda.

—Adelante, pregunta.

—¿En serio no te canso con mis preguntas? —curioseó riendo, esas dos semanas en Estambul habían sido maravillosas. Nunca había reído tanto ni se había sentido tan libre, aunque vivía sus momentos de tristeza cada vez que recordaba a su madre y terminaba llorándola.

—Para nada, me gusta responder a tus dudas.

Llegaron al edificio donde ella vivía y Natalia no le preguntó si quería acompañarla arriba; simplemente, siguió al ascensor y él continuó a su lado.

—Tengo más vino en casa, ¿quieres?

—Por supuesto, así aprovecho y saludo a Umut.

Natalia había bautizado al gato con ese nombre, lo que significaba «esperanza» en turco. A él le pareció muy apropiado para esa raza animal tan respetada y querida en su país.

Cuando llegaron al apartamento, el gato se mantuvo escondido por varios minutos, hasta que salió maullando, exigiendo la atención de Natalia, quien le regaló unos mimos, y después se fue a la cocina, en busca del vino y dos copas.

Burak la alcanzó para ayudarle, y se fueron al balcón, a disfrutar de las vistas de la ciudad titilante por las luces y de la brisa fría de la madrugada.

Se sentaron en el suelo, se sirvieron las copas y fijaron sus ojos en el cielo sumamente estrellado.

—No me has dicho cuál es la duda. —Le recordó Burak, rompiendo el silencio, desviando sus ojos negros del cielo y posándolo en el hermoso rostro de Natalia.

—¿Me darás visa de trabajo? Es decir, no quiero esperar a que se termine mi tiempo de permanencia legal, sin antes haber solucionado eso. No creo que te convenga tener a una ilegal trabajando en tu empresa —explicó y observó cómo Burak se acercó más a ella.

Él le dio un sorbo a su vino y dejó la copa sobre el suelo, para llevar sus manos hasta el cuello de Natalia. No quería que le desviara la mirada, quería que pusiera toda su atención en él.

—Ya había pensado en eso, y más que una visa de trabajo, quiero darte mi nacionalidad.

Natalia parpadeó rápidamente, mostrándose aturdida.

—Bu... Burak... No entiendo lo que intentas decirme —tartamudeó, aferrándose con las dos manos a la copa de vino.

—Cásate conmigo Natalia —pidió, mirándola a los ojos, suplicando internamente que ella le diera la respuesta que él anhelaba escuchar.

Natalia no encontraba palabras que expresaran cómo se sentía.

—Burak... Apenas nos estamos conociendo.

—Por lo mismo te estoy pidiendo que te cases conmigo, para que nos conozcamos mejor. ¿Para qué perder tiempo en noviazgo?... La mejor forma de conocernos es compartiendo nuestros días y nuestras noches.

Natalia se quedó mirándolo a los ojos, tenía miedo de equivocarse, no quería volver a fallar, pero qué más daba si se arriesgaba, podía ganar o perder, no había más opciones, la que fuera le dejaría una enseñanza.

Movió la cabeza afirmando, iba a darse esa oportunidad, iba a darse una oportunidad lejos de todo el mundo, lejos de su padre, quien ya no podría interferir en sus decisiones ni manipular su vida.

—Sí... Sí —repitió y buscó la boca de Burak.

Él correspondió con mucho entusiasmo, el beso se hizo cada vez más intenso, más pasional, hasta robarse el aliento el uno al otro.

En medio de besos y demandantes caricias, empezaron a quitarse las ropas, a dejarle rienda suelta al deseo que tanto habían contenido.

En el suelo de ese balcón, con la ciudad y el cielo como testigo, Natalia se entregó totalmente a Burak, permitiéndole a su cuerpo disfrutar del placer que el sexo le proporcionaba.

Una sola entrega no bastaba para saciar las ganas que ambos se tenían, por lo que aún jadeantes y temblorosos, buscaron la comodidad de la cama, donde siguieron amándose sin ningún tipo de barrera.

Ella disfrutó de ese hombre que contaba con gran habilidad para hacerla gozar; por lo menos, comprobó que en el plano sexual, no la defraudaría. Esos ojos negros que se fijaban en ella mientras entraba en su cuerpo la hipnotizaban, esos labios que nos desatendían los suyos y le brindaban aliento.

Como esposo tendría a un muy buen amante y un atento amigo, porque después de alcanzar el orgasmo, siguieron conversando. Con Burak ella siempre tenía de qué hablar, con él descubría una parte locuaz que ni ella misma conocía que tenía.

Esa mañana fue interminable, tuvieron sexo en varias oportunidades, tomaron mucho vino y comieron algunos bocadillos que él preparó, y volvieron a tener sexo hasta que se quedaron rendidos.

Natalia despertó sintiendo todo su cuerpo adolorido, pero estaba extasiada y desnuda. Se removió entre las sábanas, encontrándose sola, pero antes de que pudiera salir de la cama, vio cómo Umut subió, en busca de mimos, como ya lo había acostumbrado.

—Ven aquí bonito... Seguro que debes tener hambre. —Le hablaba al gato, mientras le acariciaba el suave y largo pelaje blanco—. ¿Qué tienes aquí? —Le preguntó, tentándole por el collar que se escondía entre la melena.

La emoción la impulsó a llevarse una mano a la boca, mientras que con la otra sostenía el hermoso anillo de platino con un considerable diamante, que colgaba del collar de Umut.

—Es mi «taki»... —La voz de Burak interrumpió en la emoción de Natalia—. Anillo de compromiso —aclaró, acercándose a la cama.

Natalia de pronto sintió pudor y se cubrió los pechos con la sábana, mientras que él estaba vestido; evidentemente, se había levantado antes que ella y había salido de compra.

—Pensé que todo había sido producto del exceso de vino.

—Estaba con todos mis sentidos puestos en la petición que te hice anoche Natalia Mirgaeva —dijo, mientras desabrochaba el collar del gato y sacaba el anillo—. ¿Me concederías el honor de ser mi esposa? —preguntó una vez más, ahora más que nunca dispuesto a unir su vida esa mujer con la que había compartido maravillosos momentos de amor y placer.

—Sí Burak Öztürk, sí quiero ser tu esposa, tu mujer, tu mejor amiga, tu compañera en todos los sentidos... Para siempre. —Observó cómo él le ponía el anillo, y toda ella estaba temblorosa—. Ya tendremos tiempo de conocernos.

—Ahora, sería bueno que me prepararas un café. —Él le guiñó un ojo de una forma tan seductora, que ella no pudo comprender que esa petición era parte de su tradición.

La mano de Natalia, en la que Burak le había puesto el anillo, buscó la de él y le acarició el dorso; siguió con la yema de sus dedos, paseándose lentamente por los vellos de sus brazos, rindiéndose al placer de tocarlos, como tanto lo había deseado.

Ese mismo brazo que ella tocaba, él lo extendió hasta pasarlo por detrás de la diminuta cintura y halarla hacia él.

—Olvida lo del café y mejor ofréceme besos, ofréceme tu cuerpo una vez más —pidió con su mirada perdida en los ojos verdes.

Natalia volvió a besarlo, al tiempo que le desabotonaba la camisa.

—¿Te parece si te ofrezco mi cuerpo en la bañera? —propuso, bajándole la camisa.

Burak, sin dejar de besarla, y en medio de tirones, le quitó la sábana; después la levantó en vilo y la llevó al baño, donde en medio de caricias, besos y sugerentes miradas, esperaron a que la bañera se llenara.

Por la noche, Burak la sorprendió con una cena de celebración en su yate, mientras navegaban por el Bósforo que divide a los dos continentes.

Desde ese momento, Natalia se sintió enamorada definitivamente de Estambul, al ver desde ahí las cúpulas de las mezquitas, los suntuosos palacios, pero también las excéntricas casas, donde se mezclaban el lujo oriental y el sofisticado y moderno estilo europeo.

Al día siguiente, después de salir del trabajo, Burak volvió a invitarla a cenar. La llevó al restaurante en la torre de la Doncella, ubicado en un pequeño islote. La torre encerraba varias leyendas, pero sobre todo, les ofrecía unas magníficas vistas de la ciudad. Antes de marcharse, él la sorprendió con una hermosa pulsera de oro con incrustaciones de piedras preciosas.

—Burak, no era necesario...

—No me rechaces, ¿no te gusta? Porque si no es de tu agrado, podemos cambiarla por otra.

—Sí me gusta, es preciosa, solo que ayer me diste este anillo de compromiso, no era necesaria la pulsera.

—Es muestra de mi amor.

—Sabes que puedes demostrarme tu amor de otras maneras.

—Lo haré de todas las maneras posibles.

De manera inevitable, eran el centro de algunas miradas, que aún no aceptaban la mezcla de culturas, mucho menos de nacionalidades. Según su ideología, Burak debió unirse a una mujer con sus propias costumbres. Si su padre hubiese estado vivo, posiblemente casarse con una mujer por compromiso habría sido su destino, pero había tenido la posibilidad de elegir su propia vida y unirse a la mujer que tanto le gustaba.

Por encima de la mesa, Natalia le ofreció su mano, para que le pusiera la pulsera, la cual lucía hermosa en su muñeca. En un estudiado gesto de seducción, Burak le volteó la mano y empezó a repartirle suaves besos en la palma.

A ella no le quedó más que entregarse a esa placentera muestra de afecto, que le arrancaba gemidos que ella intentaba disimular en medio de suspiros.

Inevitablemente, volvieron a terminar entre las sábanas, donde Natalia no solo estaba entregando los sentidos, sino también su corazón. Empezaba a sentir que ese hombre estaba ganando demasiada importancia en su vida, con sus gestos y su manera de amarla.

—Quiero pedir el consentimiento de tu padre o de tu hermano —comentó Burak, mientras la abrazaba, y su corazón todavía estaba agitado por la reciente entrega.

—Mejor no.

—¿Por qué?

—Porque te dirán que no, y no quiero que intervengan. Lo único que importa es mi decisión de querer estar a tu lado. Sé que en tu cultura es muy importante tener el consentimiento de mi familia, pero ellos no te aceptarán... ¿Puedes dejar de lado las costumbres y solo amarme? —preguntó, acariciándole los vellos del pecho y mirándolo a los ojos.

—Puedo dejar todo, hasta mi vida, con tal de poder amarte.

En agradecimiento de una confesión tan hermosa, Natalia lo besó.

Sus días en Estambul pasaban en medio del trabajo y la pasión, de momentos que se le estaban aferrando al alma.

Burak era el hombre soñado de cualquier mujer, no solo era atractivo y buen amante, sino que también era muy atento. Todos los días tenía algún presente o detalle para ella.

No conseguía comprender por qué todos los días la sorprendía con alguna joya, que por más que le dijera que apreciaba el gesto, pero que no era necesario, él no desistía.

—No lo rechaces, solo acéptalo con agradecimiento. —Le dijo Elma, la personal shopper de Natalia.

Caminaban por un centro comercial, en busca de unos hiyab, que Natalia quería comprar para ponérselo cuando fuera a la mezquita. Burak no le pedía que lo acompañara ni le imponía su religión, pero ella quería comprenderlo, interesarse más por sus asuntos personales, por lo que lo acompañaba a todos lados.

—Es que me hace sentir incómoda, no quiero que piense que tiene que darme joyas para que se gane mi amor.

—Te aseguro que él no lo ve de esa manera, es normal que quiera darte algunos obsequios, no lo rechaces, porque le pone mucho empeño a eso. Seguro se pasa gran parte del día pensando en qué comprarte.

—Entonces yo también le obsequiaré algo —dijo convencida.

Al final de la tarde, no solo había comprado varios hiyab, que amablemente le enseñaron en la tienda las varias maneras de cómo ponérselo, sino que también compró algunas prendas más acordes, para sus visitas a la mezquita; además de una corbata para Burak.

Natalia guardó el obsequio para el fin de semana, pues él le había informado que visitaría su hotel en la ciudad de Denizli e irían juntos.

A cada lugar que llegaban, él la presentaba como su prometida, y lo decía con tanto orgullo, que ella terminaba admirándolo cada vez más. Estaba feliz de estar a su lado, pero también le hacía feliz visitar los hoteles, ver más de cerca lo que era el negocio que se coordinaba desde las oficinas centrales en Estambul.

Burak tuvo varias reuniones a las que por supuesto, la llevó. Por la noche ella le dio doble regalo, no solo la corbata sino también una noche de ardiente pasión. Con Mitchell nunca actuó así, siempre fue mucho más mesurada a la hora de la intimidad. Con él nunca existió ese descontrol de estar en un mismo lugar y morir por tocarlo, de comérselo con la mirada, de estar con él a solas y no poder contener las ganas de arrancarle la ropa.

Él decidió no regresar a Estambul hasta no llevarla a Pamukkale, fuentes y lagunas de aguas termales, que atraía las miradas de todo el mundo, por su maravillosa y misteriosa formación, debido a fallas tectónicas.

Su nombre: «castillo de algodón» en turco, le hacía justicia, porque era impresionantemente blanco, con aguas turquesas, que aumentaban su temperatura a medida que se subía en la montaña.

Ellos fueron hasta el final, y desde la laguna que decidieron pasar un rato, podían observar las demás que habían dejado abajo, pero al otro lado, se maravillaban con las ruinas de la ciudad Hierápolis.

Pasearon entre las ruinas y Natalia quedó maravillada con el teatro romano, el Templo de Apolo y la famosa «entrada al inframundo», que era como denominaban a la grieta en la zona de Plutonio.

De regreso al hotel, Burak volvió a hacerle sentir que haberse venido con él y aceptar ser su esposa, era la mejor decisión que había tomado en toda su vida. 

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