CAPÍTULO 56
Edmund entró sin tocar, encontrándose a April acariciándole con las yemas de los dedos la pancita a Santiago, quien al parecer, acababa de quedarse dormido. Esa era la manera en que ella conseguía rendirlo, porque su hijo era un completo chantajista, que buscaba toda la atención de la madre.
Caminó hasta ella y se inclinó para darle un beso, al que la rubia con gusto correspondió.
—Buenas noches —susurró contra sus labios, después se alejó un poco para regalarle una sonrisa, pero notó que April estaba inusualmente seria. Sabía que era porque había llegado más tarde de lo normal y no le había avisado, posiblemente también estaba percatándose de que había llorado.
—Buenas noches. —April le posó la mano libre en la mejilla y le acarició el pómulo con el pulgar, mientras con la otra seguía brindándole caricias al niño—. Estaba preocupada. —También hablaba en susurros para no despertar al niño.
—Lo siento, debí llamarte, se me hizo tarde...
—Papi. —Santiago interrumpió lo que iba a decirle.
—¡Ay no! —Se quejó April entre divertida y derrotada—. Con lo que me costó que se durmiera.
—Seguro que no estaba totalmente dormido —comentó Edmund sonriente—. Ven aquí pequeño, ¿cómo te sientes? —Desvió su atención al niño, y lo cargó.
—Bien —dijo sonriente, recibiendo un beso del padre.
Santiago le preguntó que cuándo lo llevaría otra vez al trabajo, con su lenguaje de palabras cortas, y que Edmund poco a poco estaba logrando comprender.
Con el niño cargado, caminó por la habitación, mientras conversaba con él, y de vez en cuando miraba a April, quien le sonreía, pero no era una sonrisa que le llegara a la mirada.
Él sabía que era porque estaba desconfiando de su llegada tarde. Caminó hasta el sofá, donde se sentó, abrazando a su hijo. Le gustaba demasiado esa sensación de sentir ese ser pequeño y suave entre sus brazos, mientras admiraba su carita. Estaba total e irremediablemente enamorado de su hijo, no se cansaba de besarlo; se había convertido en una necesidad.
—Ven aquí —pidió, tanteando el lado libre en el sofá.
April obedeció y se ubicó al lado de Edmund, quien le pasó el brazo por encima de los hombros, acercándola, hasta dejar la cabeza contra su pecho.
—Vas a ahorcar a papá —dijo April sonriente, quitándole la corbata—. Ya es hora de dormir.
—No quiero.
—Santi, pero si ya estabas casi dormido. —Le acarició la mejilla—. Creo que papá te está consintiendo mucho.
Edmund le dio un beso en los cabellos a su chica, y le susurró al oído:
—Déjalo que pase tiempo conmigo, casi no me ve. Prometo que me encargaré de dormirlo.
—Son un par de chantajistas —protestó April.
—Te toca acostumbrarte, ¿a qué hora se fue tu madre? —preguntó, mientras le acariciaba un brazo.
—Hace un rato, no quería irse sin que llegaras, pero le dije que debía ir a descansar.
—Parece que nunca se cansa, no sé cómo hace para tener tanta energía a su edad... ¿Cómo te has sentido hoy?
—Bien, cansada, siempre estoy cansada, pero en general, muy bien.
Siguieron conversando de las situaciones del día a día, hasta que por fin Santiago quedó rendido en los brazos de su padre, quien aprovechó para llevarlo a la cama, y April se fue al baño, a prepararse para dormir.
Cuando ella regresó, ya Edmund había convertido el sofá en cama, y acomodado las almohadas y sábanas.
—También voy a prepararme. —Se fue al baño, donde se lavó la cara y cepilló sus dientes, al salir se fue hasta el sofá, donde ya April estaba acostada.
Él se sentó al borde y empezó a quitarse los zapatos; mientras lo hacía, le dio un par de besos en la boca a su mujer.
—Llegué tarde porque estaba con Natalia —comentó, pues sabía que April necesitaba una explicación de su demora.
Ella no dijo nada, solo se enserió. Los ojos se le llenaron de lágrimas, y para que él no la viera llorar, se volvió, dándole la espalda. Su más terrible pesadilla se estaba convirtiendo en realidad.
Edmund intuía que April iba a tomarlo mal, pero también sabía que ella necesitaba que él fuera más específico, porque con eso que le había dicho, podía pensar cualquier cosa.
Él se acostó y la abrazó por detrás, la sentía tensa, no quería que la tocara, mucho menos que la abrazara, pero él en ese momento necesitaba sentirla más cerca que nunca.
»Necesito que hablemos —susurró y le dio un beso justo debajo del lóbulo.
—No creo que tenga algo que decir.
—Si no tienes nada que decir, por lo menos escúchame, no me ignores.
—No te estoy ignorando —dijo con la voz quebrara, dejando en evidencia que no podía controlar su llanto.
—Entonces date la vuelta y mírame a los ojos.
Le tomó por lo menos un minuto que April lo complaciera.
—Habla, estoy preparada —dijo, limpiándose las lágrimas con los nudillos.
Él se acercó y dejó caerle varios besos en los labios, a los que ella casi no correspondía.
—No dudes de mis sentimientos, por favor... Estoy aquí contigo porque te quiero, porque no hay otro lugar ni nadie más en el mundo con la que quiera estar. Tú eres el mejor lugar, mi mejor opción, eres... mi más sensata decisión. —Le limpió las lágrimas con el pulgar.
—No dudo de tu cariño.
—Mentirosa, eres mala mintiendo. —Sonrió y le dio varios golpecitos en la punta de la nariz con la yema del dedo índice—. Pero haré que creas en lo que siento por ti, en mi amor. Esa es la idea, demostrártelo.
April se obligó a sonreír, pero no podía evitar sentirse mortificada.
—Adelante, cuéntame, ¿por qué esa mujer te retuvo tanto tiempo?
—No sé por dónde empezar... Supuse que lo sabría. —Le acariciaba con delicadeza y ternura la mejilla—. Ella trabajaba para mí, pero no me reconocía...
—Pues, no lo creo... No es que no te crea a ti, sino a ella. No creo que teniéndote cerca, no pudiera reconocerte —comentó. Natalia no le caía bien, así que no podía justificarla.
—Yo sí, en ningún momento dio indicio de que me conociera. Cuando me vio por primera vez, no hizo ningún gesto de sorpresa.
—Quizás ya lo sabía, y solo buscó que la contrataras.
—No lo hice yo, ya trabajaba para mí cuando lo supe. El puesto de gerente de contabilidad estuvo disponible, la encargada de Recursos Humanos me sugirió darles la oportunidad a las personas que ya eran parte de Worsley Homes, y que contaban con experiencia en esa área. Natalia resultó ser la mejor candidata, y fue allí cuando la vi.
April quiso preguntarle que por qué simplemente no la había despedido, que por qué no la alejó de su vida inmediatamente, pero prefirió callar.
»La ascendí porque la necesitaba, porque quería vengarme, destruirla, convertir su vida en un infierno, así como ella hizo conmigo... Lo cierto es que no sé por qué se me cruzó por la mente hacerle daño, ya que nunca fue esa mi intención al salir de prisión. Pero cuando la tuve frente a mí, a mi merced, abusé de mi poder y de la ventaja de saber quién era, para... Hacerla sentir que valía muy poco como mujer.
—Edmund, ¿te...?
—Me avergüenzo, siento todo lo que hice, porque un hombre jamás debe valerse de esas artimañas...
—Ella te hizo daño.
—Ya no estoy tan seguro de eso... Creo que Natalia también fue víctima, sobre todo de su padre.
—Sí, me contaste que la maltrataba.
—Lo sigue haciendo.
—¿Por qué lo permite? —intervino—. Ya es una mujer, no debe consentirlo.
—Supongo que cada quien enfrenta sus problemas según su tiempo. A algunos les cuesta más que a otros... ¿Ves? Me gusta hablar contigo. —Le besó la frente—. Su madre murió hace tres días, de cáncer. Yo le ayudé a pagar el tratamiento...
—No entiendo Edmund, dices que querías hacerle daño, pero le ayudaste con los gastos de su madre...
—Lo hubiese hecho por cualquiera de mis empleados, no es justo que alguien se deje vencer por esa enfermedad, solo porque no posee los medios económicos para hacerle frente.
—Lo entiendo..., lo entiendo. Perdona si parecí inhumana con mi comentario, solo que no logro entender...
—No te preocupes, ni yo conseguía hacerlo. Hoy ella descubrió mi identidad, encontró mi expediente en casa de sus padres.
—¿Qué va a pasar ahora? —inquirió, sintiendo que el corazón se le detenía de golpe ante el miedo—. ¿Te va a denunciar...?
—Creo que después de todo, Natalia no es una mala mujer. Creo que la juzgué de manera injusta...
—¿Y qué hará? ¿Qué hará su familia cuando se entere?
—Se va del país, quiere alejarse... Aún me quiere, y... Me lastima que sea así, porque ya no puedo corresponderle. No quiero que sufra, porque sabes cuánto la amé.
—Lo sé —dijo en un hilo de voz. Se quedó en silencio por más de un minuto, mientras le acariciaba el pecho—. Edmund... —susurró—, si no resisto la operación... Puedes buscarla, darle una oportunidad... ¿Crees que podría ser buena madre para Santi? —habló con un nudo de lágrimas haciendo estragos en su garganta.
—April, eso no va a suceder... Tú vas a salir bien de esa operación, nadie será mejor madre para Santiago que tú. No vas a dejarme... No te lo permito, ¿entendido? —Le preguntó, acunándole el rostro—. ¿Lo entiendes? —Volvió a repetir su pregunta, al tiempo que le limpiaba las lágrimas y se tragaba las de él—. Abrázame —suplicó—. Hazlo muy fuerte.
April atendió su demanda y se aferró a él con fuerza, escondiendo su cara en el pecho masculino. Mientras pensaba, que sería buena idea reunirse con Natalia. Necesitaba asegurarse de qué tan buena mujer era, si verdaderamente merecía al hombre que tenía entre sus brazos y a su hijo.
Quería entrar a ese quirófano estando segura de que si no salía con vida, alguien más rescataría a los amores de su vida y los ayudaría a sobreponerse del dolor.
Se quedó abrazándolo, robándose el calor y olor de su pecho, escuchando los latidos de ese corazón desesperado, que poco a poco se fue calmando.
********
Después de que Levka la interrogara e insinuara en varias oportunidades que se estaba acostando con su jefe, en medio de sus regaños de hermano mayor, mientras ella contenía las lágrimas, y no producto de las acusaciones de su hermano, sino de todo lo vivido.
Cuando por fin consiguió liberarse e irse a su habitación, al cerrar la puerta se echó a llorar, se deslizó por la madera hasta que terminó sentada en el suelo; ahí se quedó por mucho tiempo, tanto, que no pudo contar.
Lloraba porque extrañaba a su madre, lloraba porque le había dicho adiós de manera definitiva a Edmund, y con él a todas las esperanzas de que lo de ellos pudiera funcionar. Lo hacía porque su corazón estaba totalmente roto, sentía que una vez más, estaba en el fondo del pozo.
Casi sin fuerza, por haber llorado tanto, se fue a la cama, a seguir desahogándose, sacando todo lo que llevaba por dentro y que la estaba consumiendo. Otra noche que se quedaba dormida llorando y volvía a despertar con la cabeza a punto de explotar.
Se quedó pensando en la cama y con la mirada en el techo, tratando de encontrar en el blanco de la pintura alguna señal, algún consejo de lo que debía hacer con su vida.
Tenía muchas ganas de darle un gran cambio, de descubrir a otra Natalia, pero solo lo conseguiría si se arriesgaba, si salía de su zona segura a enfrentar sus miedos e inseguridades, pero sobre todo, si reventaba las cadenas que la mantenían unida a su padre y a su hermano. A pesar de todo, los quería, principalmente a Levka, pero era hora de hacer su vida, alejada de la sombra que ellos representaban.
Como si algo la impulsara, se levantó y corrió al baño, pues recordó que Burak le dijo que permanecería un día más en el país. Se duchó rápidamente y trató de no mirarse en el espejo, porque temía encontrar a la Natalia miedosa en el reflejo, y que esta le aniquilara la decisión.
Sabía que primero debía ordenar sus ideas, por lo que buscó su teléfono y lo llamó, pero no le contestó. Era tarde, por lo que ya no debía estar durmiendo, pero no seguiría insistiendo con la llamada.
Corrió al vestidor y se puso lo primero que encontró, unos jeans negros, una blusa blanca y una chaqueta turquesa, se calzó una zapatillas estilo bailarina, se hizo una coleta y agarró su cartera Chanel.
Justo al abrir la puerta de su habitación, se encontró a su padre, quien estaba parado con toda la intención de tocar, por lo que se quedó con la mano levantada, y le dio una mirada de arriba abajo, claramente con desaprobación.
—¿Dónde está tu luto? —preguntó al verla vestida de esa manera y no de un negro cerrado.
—Estoy bien papá, muchas gracias —saludó con ironía, al tiempo que avanzaba, tratando de ocultar la sorpresa que le causaba ver a su padre ahí, porque nunca había ido a su apartamento.
—¿A dónde vas? —La sujetó por el codo, reteniéndola.
—Necesito salir, tengo algo importante que hacer —dijo, tironeando del agarre, pero él no la soltaba.
—Ve a cambiarte, estás de luto.
—Papá, estoy apresurada; además, no son colores fuertes... El color de ropa que lleve, no define lo que siento.
—Es una regla Natalia, regresa a la habitación y cámbiate. —La haló, intentando llevarla dentro.
—No voy a cambiarme, lo siento... Ahora no puedo. —Dio un fuerte tirón, suponiendo que las cosas con su padre se pondrían peor. Ya que no tenía a su madre, necesitaba a alguien a quien controlar, por eso estaba ahí.
Logró liberarse y caminó rápidamente, antes de que volviera a capturarla; estaba temblando de miedo, pero sabía que sería peor si se detenía y acataba las órdenes del señor Mirgaeva.
—¿Qué sucede? —preguntó Levka, quien al parecer, también estaba listo para salir.
—Se me presentó una emergencia. —Fue lo único que dijo, agarró las llaves de su auto, que estaban en la mesa junto a la entrada, y huyó de su apartamento.
Sergey no se alteraba, siempre contaba con la paciencia y sutileza de un león que domina a la presa. No necesitaba de gritos ni de arrebatos para hacerse respetar, por lo que dejó que Natalia se marchara, porque sabía que tenía que regresar.
—Yo me tengo que ir, si quieres te llevo a casa —dijo Levka, al ver que su padre aparecía en la sala. Aunque habían tratado de llevarse bien en los últimos días, lo cierto era que ambos estaban resentidos, por lo ocurrido cuando discutieron acerca de su relación con Zoe.
—No necesito de tu caridad, aún puedo valerme por mi propia cuenta —declaró con aspereza, caminó a la salida para regresar a su casa, la cual se le hacía cada vez más grande y solitaria. Empezaba a darse cuenta de que no era fácil vivir solo con tantos recuerdos, pero era demasiado orgulloso como para pedirle a Levka que regresara.
De camino al hotel Dolano, donde sabía que se estaba hospedando Burak, fue que se dio cuenta de que había dejado el teléfono en su habitación.
Se recriminó por ser tan tonta, pero no podía regresar, pues suponía que su padre seguía en su apartamento, así que decidió seguir con su camino. Aprovechó el tiempo que le daba un semáforo en rojo para mirarse en el espejo retrovisor, y al darse cuenta de las profundas ojeras y los hinchados párpados, estuvo segura de que si Burak la veía así, se espantaría.
No perdió el tiempo para buscar su estuche de maquillaje en la cartera, con la inminente necesidad de disimular su desastrosa apariencia.
El minuto que le dio la luz roja no fue suficiente, pero terminó de hacerlo en el estacionamiento del hotel. No fue mucho lo que consiguió disimular, pero se veía considerablemente mejor.
Salió del auto y fue hasta la recepción, para anunciarse.
—Buenos días señorita, vengo a ver al señor Burak Öztürk.
—Buenas tardes. —La corrigió la recepcionista, con una amable y servicial sonrisa—. El señor Öztürk ya no está con nosotros, hace aproximadamente cinco minutos que se marchó.
Natalia suspiró ante la impotencia que le daba tener tan mala suerte.
—Gracias —dijo totalmente desilusionada. Caminó lentamente por el vestíbulo, sin saber qué hacer; pensó en regresar a recepción y preguntar si ellos tenían algún número a donde pudiera comunicarse con él, pero casi de manera inmediata otra idea surgió—. Debe estar de camino al aeropuerto.
Corrió por el vestíbulo, se fue al estacionamiento, subió a su auto y lo puso en marcha, con destino al único lugar donde suponía podía estar.
Pisó el acelerador hasta que la aguja marcó en el velocímetro el máximo permitido por la ley, trató de tomar las vías alternas menos transitadas, para llegar al aeropuerto cuanto antes, mientras sentía que su sangre era invadida por la adrenalina, como nunca antes. Iba tan concentrada en conducir de prisa, que no podía pensar en nada, solo estar atenta al tráfico, tratando de encontrar la mínima oportunidad para rebasar los autos que le impedían avanzar.
Lo difícil no fue llegar al aeropuerto, la obra titánica iba a ser encontrarlo entre tantas personas. Corrió a las pantallas, para ver qué líneas aéreas tenían en las próximas horas destino a Estambul.
—¡Oh mierda! —dijo con desesperación, no era una mujer de malas palabras, pero ante esa situación, no pudo evitar dejarse llevar por esa invasiva emoción.
Había más de diez vuelos programados para ese destino en las próximas tres horas. Confiaba en que había llegado antes de que hiciera el chequeo del equipaje, si era que había llevado uno; de no ser así, todo se le complicaría.
Parecía una loca corriendo por el aeropuerto, pero no iba a ponerse a pensar en lo que las personas concluyeran de ella. Si hubiese llevado su teléfono no estaría en semejante situación, no podía evitar lamentarse a cada momento por haberlo olvidado.
Decidió no buscar más y dirigirse hasta algún punto de información, para pedir que lo llamaran por los altavoces.
Agradeció que no estuviera muy alejado de donde estaba y siguió corriendo; ya estaba sin aliento, pero seguía. Estaba por pedirle a la mujer que se lo llamara, cuando lo vio justo en el momento que se chequeaba.
—Olvídelo, muchas gracias —dijo emocionada y corrió una vez más. No respetó el cordón de seguimiento de fila y fue directo hasta él—. ¡Burak! —dijo, captando su atención, y no supo por qué ni de dónde salió el descarado impulso que la llevó a lanzarse contra él. Le cerró el cuello con los brazos y lo besó, justo en frente del mostrador, mientras el hombre de la aerolínea los miraba, entre divertido y sorprendido.
Burak correspondió al beso, dejó caer su maletín de mano, sin pensar en las cosas delicadas que llevaba dentro, y se abrazó a su cintura.
»Quiero irme contigo —dijo casi sin aliento, y en ese momento algunas personas empezaron a aplaudir—. Aceptaré tu oferta. Ya renuncié a Worsley —confesó contra los labios de él.
Burak no le dio ninguna respuesta, solo volvió la cara al mostrador.
—Joven, verifique si hay un par de asientos disponibles —pidió.
—No señor... Están agotados, pero puedo hacerle una reserva para el próximo vuelo.
—No, en ese caso cancele el mío —dijo, agarrando la maleta que seguía sobre la balanza, también el maletín, y se lo colgó del hombro.
—Espera Burak, no lo canceles. Puedes irte —dijo Natalia, divertida y fascinada ante su reacción—. Prometo alcanzarte.
—De ninguna manera, a Estambul llegarás de mi mano. Es mi deber guiarte y protegerte —dijo, tomándole la mano para alejarse de ahí y permitir que los demás pasajeros pudiera chequear sus equipajes.
—Señor, sus documentos. —Lo detuvo el operador de la aerolínea.
—Gracias. —Extendió la mano, agarró los documentos y los guardó en el bolsillo interno de la chaqueta que llevaba puesta; después le sujetó la mano a Natalia y caminaron hasta el asiento más cercano.
Ahí, él no pudo contener las ganas de volver a besarla.
—¿En qué estabas pensando cuando pediste otro boleto para mí? No he traído mi pasaporte ni equipaje. Solo quería verte y darte mi respuesta —dijo, una vez que él le liberó la boca.
—Me sorprendiste, no supe cómo reaccionar, y lo que menos deseo es perder la oportunidad que me has dado. ¿Estás segura? ¿En serio quieres irte conmigo?—preguntó, porque necesitaba asegurarse de que Natalia tomara la decisión que fuera conveniente para ella.
—Sí. —Movió la cabeza afirmando, para darle peso a su respuesta—. Como te dije, ya renuncié a Worsley Homes, creo que es hora de que busque nuevos horizontes, de arriesgarme a lo desconocido...
—Te prometo que todo lo que te espera será bueno —aseguró, dispuesto a enamorarla—, y muy placentero.
—Gracias —dijo en voz baja, embelesada por sus ojos, que brillaban como si fueran un par de diamantes negros—. ¿Qué se supone que harás ahora? Te llevaría a mi apartamento, pero tengo hospedado a mi hermano. —Se disculpó, porque había arruinado los planes que posiblemente Burak se había trazado.
—No te preocupes, regresaré al hotel, seguro que encontraré una habitación.
—Entonces déjame llevarte. —Se ofreció, suponiendo que era lo menos que podía hacer por él.
—Encantado —aseguró, sonriente.
Se levantaron y se fueron al estacionamiento, donde Natalia había dejado el auto. De ahí partieron rumbo al hotel, disfrutando de una agradable conversación.
Burak era un excelente conversador, pero eso era algo que ya Natalia sabía, pues junto a él el tiempo se le pasaba volando, además de que cada vez le parecía más apuesto.
Cuando él se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa hasta los codos, ella no pudo evitar mirarlo, y reconoció para sí misma, que empezaba a sentir cierta debilidad por los oscuros vellos en sus brazos, los que tenía hasta en los dorsos de las manos. Se moría por acariciarlos, pero prefería apretar el volante, para retener sus impulsos y poner atención al camino.
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