CAPÍTULO 55
Las horas pasaban y Edmund seguía sumergido en un pasado, que al parecer, no solo lo había lastimado a él, sino que también destruyó a Natalia. Le dolía enterarse de esa manera y después de tanto tiempo, de todo lo que había pasado.
Ella había ido a visitarlo a prisión y no le permitieron verlo, era lo que decía en varios pasajes de ese diario, ahí estaba la carta que tampoco logró conseguir que le entregaran.
La abrió, estaba deteriorada por el tiempo, pero podía leerla con total claridad. En ella Natalia le pedía perdón, le suplicaba que se liberara de ahí y fuera a buscarla, que la rescatara como tantas veces se lo había prometido, porque en ese momento estaba viviendo un infierno, que el mundo se había puesto en su contra y la única persona que podía comprenderla era él.
Leer eso solo aumentaba la impotencia en Edmund, tanto, que hasta le dolía el pecho. Las lágrimas empezaron a nublarle la vista y dejó de lado la carta.
Era duro enterarse precisamente en ese momento de todo lo que le había pasado Natalia, pero hubiese sido mucho más difícil si lo hubiese sabido trece años atrás. Posiblemente habría cometido más de una locura, tratando de escapar de prisión por ir a rescatarla.
No sabía qué hacer con tanta información, ni con los sentimientos que le generaban. Necesitaba tiempo para calmarse y analizar con claridad sobre todo eso.
Quería saber quiénes habían sido los malditos que intentaron violarla, quiénes la humillaron de una manera tan cruel, usando su nombre como excusa.
Después de varios cigarros y un trago de whisky, logró canalizar las emociones; se permitió pensar con calma y darse el beneficio de la duda. No sabía si todo eso era totalmente cierto o si solo era una trampa muy bien elaborada por parte de Natalia, para tratar de lastimarlo. No sabía por qué precisamente ahora.
Sabía que la única manera de aclarar todo era enfrentarla, que le dijera si todo eso era cierto, pero temía que todo fuese una emboscada, y que precisamente quería que él fuera a buscarla para exponerlo con la policía.
Otro trago de whisky le dio el valor para arriesgarse, agarró una bocanada de aire, sintiendo el aliento caliente por el alcohol. Guardó la carta de renuncia en uno de los cajones del mueble que tenía al lado del escritorio, y salió con todo lo demás.
La jornada laboral casi terminaba, se despidió de Judith, y se dio prisa para ir al Departamento de Recursos Humanos, donde le solicitó a Katrina López la dirección de Mirgaeva. Tenía como excusa perfecta ir a darle el pésame por la muerte de su madre.
Le dijo a Pedro la dirección y se pusieron en marcha, al llegar al edificio, se encontró con el mayor obstáculo, porque no podía entrar sin anunciarse; necesitaba que ella le diera el acceso.
Caminó de un lado a otro justo en la entrada, como si fuese un perro perdido; como un acto reflejo, se acercó al hombre de seguridad.
—Buenas noches, con la señorita Natalia Mirgaeva.
—Buenas noches, ¿quién desea verla?
—Erich Worsley.
El hombre asintió y levantó el teléfono, después de casi un minuto, colgó.
—Lo siento, al parecer no está.
—Debe estar, por favor, inténtelo de nuevo —pidió, porque no pretendía darse por vencido tan pronto.
Levka se levantó de la mesa, dejando de lado su cena, y atendió el intercomunicador.
—Buenas noches.
—Buenas noches señor Mirgaeva. —De manera inmediata, a Edmund se le instaló el corazón en la garganta, e intentó hacerle señas al hombre de seguridad para que no lo anunciara, pero no le dio tiempo—. El señor Erich Worsley solicita a su hermana.
A Levka le extrañó que el jefe de su hermana fuera precisamente a buscarla a su apartamento.
—Un minuto —solicitó, dejó el teléfono a un lado y fue hasta la habitación de su hermana, quien se había pasado toda la tarde encerrada—. Natalia. —Tocó a la puerta un par de veces y ella lo mandó a pasar—. Tu jefe te busca.
—¿Está aquí? —Se incorporó, asombrada.
—No, está abajo... ¿Lo mando a pasar? —preguntó, percatándose de que su hermana seguía llorando.
—No, no... Dile a Joseph que le diga que no estoy, no quiero verlo.
—Está bien, creo que mejor bajo y lo despido yo mismo, será un placer.
—No..., no. —Natalia se alteró, Levka no podía verlo. Si lo hacía iba a reconocerlo y lo denunciaría, de eso estaba totalmente segura—. Yo iré, voy a recibirlo.
—Natalia, estás de licencia, deja que yo vaya...
Salió de la cama, se calzó las pantuflas y se puso la bata de seda rosa por encima del pijama que llevaba puesto.
—Sé perfectamente porqué quieres ir. Por favor Levka, es mi jefe.
—Pero también es quien hizo mierda mi casa, puede que sea tu jefe, pero eso es dentro de la compañía, aquí, en tu edificio, no es nadie.
Corrió al intercomunicador ante la mirada sorpresiva de Zoe, quien seguía cenando.
—Joseph, infórmele que ya bajo.
—Está bien señorita.
—¿Cómo es que bajas así? ¿Acaso tienes algo con tu jefe? —preguntó Levka, siguiéndola, con los celos de hermano en el punto más alto.
—Ya Levka, por favor... Zoe, encárgate de tu marido —pidió Natalia y salió del apartamento, temerosa de que su hermano la siguiera y viera a Edmund.
Al mirarse en el espejo del ascensor, se dio cuenta de que era un completo desastre. Tenía la cara horriblemente hinchada y sonrojada de tanto llorar, y el cabello desordenado. Inmediatamente empezó a peinárselo con los dedos y se hizo una coleta con la liga que tenía en la muñeca derecha.
No sabía qué le daba más miedo, que Levka la siguiera o lo que Edmund quería decirle; realmente le aterraba que se expusiera y que también la lastimara. No imaginó que fuera a buscarla, solo pensó que las cosas terminarían así, que nunca más volverían a verse.
Caminó lo más rápido que pudo a la salida y vio el auto estacionado en el frente.
—¿Me puedes abrir Joseph? —pidió Natalia al hombre de seguridad, quien se sorprendió de verla en ese estado.
Edmund miró por el retrovisor del auto, la vio salir, no había nadie más; y cuando estuvo lo suficientemente cerca, él bajó.
—No debiste venir... —Estaba hablando cuando él la sujetó por un brazo y la metió dentro del auto, después subió él—. ¿Qué sucede? Déjame bajar —suplicó con los ojos a punto de salírseles de las órbitas, y con el corazón retumbándole. Estaba segura de que Edmund iba a lastimarla.
—Ahora no hables —exigió con voz áspera—. Pedro, a donde te dije. —Le pidió al chofer.
Natalia, quien iba a decir algo más, quedó con la boca abierta, y después la cerró, sin poder contener el miedo que se le aferraba a cada molécula.
Se hundió en el asiento y se alejó al otro extremo, evitando todo contacto, mientras juraba que su corazón hacía eco dentro del vehículo. Lo miró, lo miró y lo miró, reconociéndolo, descubriéndose todavía enamorada.
No podía descifrar lo que Edmund pensaba, evidentemente había leído sus cuadernos, los cuales tenía a un lado. Él iba mirando al frente, con la mirada brillante; juraba que estaba reteniendo las lágrimas; entonces ella desvió la mirada al otro lado, a la calle que poco a poco se fue tornando borrosa por las lágrimas que ya no pudo contener.
Entraron a una lujosa propiedad, y el auto se detuvo frente a una casa de dos pisos, de arquitectura minimalista, con una elegancia sobria y austera, de líneas rectas y bloques de vidrio en formas puras y simples, con altas palmeras al frente, iluminadas desde abajo por reflectores.
—Bájate —pidió con un tono impersonal, que la hizo dudar si debía obedecer a sus exigencias—. Por favor. —Bajó un poco la voz, abrió la puerta y descendió, llevando consigo los cuadernos.
Ante la mejora de la petición de Edmund, decidió bajarse; por la inmensidad de la casa y del miedo que le provocaba estar al lado del hombre que injustamente su padre había enviado a la cárcel, se abrazó a sí misma, en busca de valor para afrontar un momento que la hacía sentir como en una densa nube de consternación.
Edmund la sujetó por el codo y la guio por los escalones hacia la entrada, mientras ella no podía evitar tensarse, porque se mezclaba miedo e ilusión. No podía simplemente obviar que estaba con el chico que había amado durante toda su vida, ese amor adolescente que había sido truncado por otras personas, y no le permitieron vivirlo como ella tanto lo había anhelado, pero también recordaba que ya Edmund no era el mismo, que ahora parecía ser un hombre completamente distinto, un hombre como ella no lo imaginó, porque a su novio siempre lo vislumbró como el mejor jugador de la NFL, no un magnate de la industria inmobiliaria, que sentía debilidad por las mujeres libertinas. Su chico era correcto, era amable, era respetuoso, pero sobre todo, no tenía hijo ni una posible mujer.
Edmund puso el dedo pulgar de su mano derecha sobre la pantalla y acercó su rostro para que el lector de retina completara el proceso de identificación.
Una voz computarizada le dio el acceso y las puertas de madera y vidrio se abrieron; apenas entraron, las luces se encendieron.
No había muebles en el lugar, ellos se veían reflejados en el piso de mármol blanco, y también en los cristales de las paredes.
Edmund estaba a menos de un metro de distancia de ella, dándole la espalda, tragándose las lágrimas y conteniendo otras tantas al apretar los dientes; tanto, que le dolían las sientes. No sabía cómo empezar, qué se suponía que debía decirle. Tal vez si ella hablara las cosas fuesen un tanto más fáciles, pero Natalia tampoco abría la boca.
—Lo siento... —Natalia sollozó, interrumpiendo sus pensamientos—. Edmund, lo siento, lo siento tanto —dijo ahogada.
Él se dio vuelta, impulsado por la irrefrenable necesidad de exigir explicaciones, sabía que era ahora o nunca.
—¿Es cierto lo que dice aquí o solo es una más de tus elaboradas mentiras? —interrogó a quemarropa, mostrándole los cuadernos que mantenía en una mano. Natalia se quedó muda con el corazón imposibilitándole expresarse—. ¡¿Es cierto?! —Le gritó, tirándole los cuadernos a los pies, al tiempo que se obligaba a retener las lágrimas, no quería que ella lo viera llorar.
Natalia se sobresaltó y fijó su mirada en el cuaderno que quedó abierto, sintiendo que Edmund no le había dado ninguna importancia a todo el dolor y sufrimiento que ella había volcado en esas hojas, pero menos tomó en cuenta que todo el tiempo mantuvo sus esperanzas puestas en él.
—¡Lo es! —gritó enfurecida, clavando sus ojos en él, porque sí, él había sufrido, pero ella también lo había hecho. Fue su culpa, porque en medio del pánico, pronunció aquellas malditas palabras, pero aunque no las hubiese dicho, estaba segura de que Levka habría actuado de la misma forma, y su padre habría hecho exactamente lo mismo—. Todo es cierto. —Bajó la voz al obtener la atención de Edmund—. Fui una cruel víctima de tu popularidad, no tienes idea de lo que viví, no te haces una maldita idea... —No se preocupaba por limpiarse las lágrimas, las dejaba correr libremente, mientras se ahogaba con la saliva—. Sé que para ti no debió ser fácil, para mí tampoco lo fue, aun así, siempre creí en ti... A ti de dijeron que yo te había culpado, a mí me dijeron que tú habías enviado a tres de tu amigos a violarme, pero a pesar de eso, siempre creí en ti... Me duele saber que saliste en libertad y no me buscaste, me duele aún más saber que me has usado, creyéndome estúpida...
—¿Cómo crees que me sentí cuando confirmé que no me reconocías? ¿Cómo crees que me sentí? —reprochó, avanzando un paso más hacia ella, quien se mantuvo en silencio y bajó la mirada—. ¿No tienes nada que decir?
—Lo siento, imaginé en todo momento que seguías en prisión..., pero más allá de eso, temía seguir dándole rienda suelta a una esperanza que solo aguardaba en el tiempo. Yo..., yo... No sé qué decir, solo que no quería seguir idealizándote en cada hombre que poseía tus rasgos físicos...
—No puedo creer en eso, no voy a creer en eso, porque aunque hubiesen pasado cien años, aunque no esperara verte, podría reconocerte inmediatamente.
—Pues yo no, yo no quería reconocerte, porque estaba agotada de hacerlo en otros, ya no quería... Solo te quería a ti...
—¿Me querías a mí? ¿Me querías a mí? —preguntó con amargura—. ¿Y te casaste con otro? Yo en tu caso, te habría esperado... Lo habría hecho.
—Pero no lo hiciste, aún con la ventaja de que sabías que podíamos vernos nuevamente, no lo hiciste, no soy yo la que tiene un hijo... Mitchell solo me ayudó a salir de casa, fue como una tabla de salvación a la que me aferré para liberarme de los maltratos de mi padre. —Se cubrió la cara con las manos, mientras su cuerpo temblaba por el llanto—. ¿Por qué no me buscaste? —Lo miró a los ojos, casi exigiendo una explicación.
—Porque no puedo acercarme a ti, porque cuando salí de prisión lo único que deseaba era rehacer mi vida, y no quería verte, realmente no deseaba verte nunca más, quería ignorarte tanto como tú lo hiciste conmigo.
—¡No te ignoré! No te olvidé y no dejé de amarte... Como una estúpida sigo aferrada a ese chico que me besó por primera vez en el pasillo del supermercado, del chico que me salvó de los cocodrilos, el que juró que me llevaría lejos.
—Día a día, golpe tras golpe, humillaciones, abusos, todo eso acabó con ese chico que tanto recuerdas; así que ya no lo esperes más.
Natalia jadeó en medio de un sollozo, era algo que ya sabía, pero que no quería aceptar.
—Sé que me odias, sé que solo deseas hacerme daño...
—No. —Empezó a negar con la cabeza—. No te odio, lo intenté, sí..., durante años era lo que más deseaba, y hacerte daño. Quería destruirte, pero lo cierto es que no puedo hacerlo, no podría, no te odio Natalia... Pero tampoco te amo. —Esas últimas palabras las dijo en voz baja, porque como había dicho, no deseaba herirla.
—Nunca lo hiciste —chilló, limpiándose debajo de la nariz, donde se le acumulaban las lágrimas—. Todos tenían razón, no me amabas, solo querías a otra chica que sumar a tu lista de trofeos.
—Te amé de verdad Natalia, lo hice tanto y por tanto tiempo, que jamás creí que pudiera arrancarte de mi corazón, y lo cierto es que yo no lo conseguí, no pude hacerlo, fue otra mujer quien lo hizo.
—La madre del niño —dijo en un hilo de voz, sintiendo que se caía a pedazos, y Edmund no se daba cuenta.
—Sí, la madre de Santiago.
—Entonces, ¿por qué te acostaste conmigo? ¿Por qué tienes sexo con prostitutas? Si amas a esa mujer, ¿por qué le haces eso? —reprochó.
—Es difícil de explicar mi relación con April, estábamos separados..., por así decirlo. —A Natalia le dolió saber el nombre de la mujer que consiguió erradicarla del corazón de Edmund—. Contigo deseaba hacerlo, solo eso.
—Terminar el trabajo que Levka interrumpió... —dijo con amargura—. Y como siempre, yo de estúpida, termino cayendo en tu juego.
—Ya no sigas definiéndote de esa manera, tampoco malinterpretes la situación...
—¿Que no la malinterprete? —preguntó indignada.
—No te hagas la víctima que no te obligué.
—No, no me obligaste, me usaste. No estoy diciendo que no haya sido consensuado, lo que digo es que jugaste con ventaja... Que tú sabías que ibas a tener sexo con la chica a la que le juraste cientos de cosas... —Seguía llorando, sintiéndose molesta e impotente—, mientras que yo solo pensaba que mi apuesto jefe, solo pretendía cobrarme por adelantado lo que pagaría en los gastos médicos de mi madre.
—No fue así, te has convertido en una mujer muy atractiva, y a pesar del rencor que sentía por ti, deseaba con las mismas fuerzas tener sexo contigo, solo eso...
—Mejor no sigas hablando Edmund... Es mejor que me vaya. —Se acuclilló para recoger los cuadernos, pero terminó por dejarse caer sentada sobre sus talones, mientras lloraba, sintiéndose totalmente destrozada. No conseguía la fuerza para levantarse—. No sé qué hice mal, no lo sé —balbuceaba—. Tal vez fue aspirar a algo que no merecía.
Edmund avanzó un poco más, hasta quedar junto a ella; también se sentó sobre sus talones y la sujetó por los brazos.
»No me toques, no lo hagas por favor —suplicó casi sin voz, pero Edmund no atendió a su petición; por el contrario, llevó sus manos hasta el cuello de ella, subió hasta la cabeza y la instó a que lo mirara a los ojos.
—Lo siento.
—No, no lo sientes. —Movió la cabeza negando—. No entiendes que mi vida quedó marcada por lo que pasó, que no ha habido un día en que no te piense y no me sienta culpable por lo que te hizo mi padre... —Sorbió las lágrimas y se aferró a los cuadernos, los apretó hasta que los dedos le dolieron y los nudillos se le tornaron blancos—. Solo quiero alejarme de ti para no seguir causándote más daño... Estar muy lejos..., muy lejos... Hoy Levka estuvo a punto de descubrirte, si lo hace estarás en problemas, y no quiero que algo malo te suceda, a pesar de que tú me odias, yo nunca te he deseado mal...
—Natalia, entiéndelo, no te odio, juro que no te odio, ya te lo he dicho...
—Entonces, ¿por qué me has hecho tanto daño?
—No lo sé. —Edmund no pudo seguir reteniendo sus lágrimas—. Hasta hace unas horas creía que tú me habías culpado, que el infierno que viví en prisión fue gracias a ti, a tu declaración...
—No lo hice, nunca lo hice, fue un momento de pánico... Aun así, por primera vez enfrenté a mi hermano por defenderte, ¿acaso no recuerdas que te defendí?
Edmund viajó al pasado por un instante, pensando todo con más calma, con Natalia en frente.
—Sí, eso creo... Solo recuerdo que él te golpeó, y en ese momento perdí el control. Nunca antes había tenido instintos asesinos como los tuve en ese instante... En serio Natalia, te quise como a nadie, fuiste mi primer amor. Y si querer que no te pase nada malo, si darte oportunidades para que crezcas de manera profesional, si querer apoyarte con la enfermedad de tu madre y tratar de evitarte el dolor que estás sintiendo ahora significa que aún te quiero, posiblemente es así, te quiero... Pero nuestra historia de amor ya no puede ser, ya su tiempo pasó. Sería absurdo, sórdido, al menos intentar algo, porque...
—Porque otra ya tiene tu corazón, la otra es la madre de tu hijo... Las cosas casi nunca salen como se planean —interrumpió con una verdad que le incineraba el alma—. Sé que en algún momento lograré superar este amor que he idealizado, que también encontraré al padre de mis hijos, lo sé...
—¿Es normal que sienta celos de ese hombre? —comentó, limpiándole las lágrimas con los pulgares.
—Eres un egoísta si lo haces. —Trató de sonreír, pero más lágrimas brotaron.
—Lo soy, pero quiero que seas feliz, que encuentres a un hombre que verdaderamente te merezca, que te ame con la misma fuerza que yo lo hice. No menos, no te mereces menos. Necesitas a un hombre que logre hacerme polvo en tu corazón... Ya no te aferres al pasado, perdóname por todo el daño que te causé y perdónate tú... Libérate de todo lo que fue y lo que pudo ser, y date una nueva oportunidad, una de verdad.
Natalia empezó a asentir con la cabeza, queriendo convencerse de las palabras de Edmund, pero era tan difícil decirle adiós a un pasado que vivió con ella durante todos esos años; sin embargo, de pronto a su mente venían poderosas imágenes de Burak, la potencia de su voz, sus hermosos ojos, su sonrisa, el color de su piel, su aire elegante y misterioso. Y debía reconocer que pocos hombres harían lo que hizo por ella el día anterior, solo cruzar el continente para venir a darle consuelo, para apoyarla en el momento más difícil de su vida; en cambio ella, lo dejó esperando en el hotel, y dejó que se marchara sin siquiera agradecerle el gesto personalmente.
—Estoy dispuesto a ayudarte como lo prometí, quiero seguir manteniendo mi palabra... No voy a aceptar tu renuncia. Tómate el tiempo que desees y después regresas, que tu puesto en Worsley Homes te estará esperando.
—No voy a volver Edmund, entiéndelo... No me haría bien estar cerca de ti, tampoco quiero que corramos la mala suerte de que mi padre o hermano descubran quién es mi jefe y te regresen a prisión. Es mejor que nos alejemos.
—Puedes mantener tu puesto desde otra sucursal, ¿quieres irte a Nueva York? Aunque no sé si deseas alejarte de tu familia, sé que ejercen un gran poder sobre ti.
—Creo que me iré mucho más lejos. Es hora de nuevos horizontes, y si verdaderamente quiero dejar el pasado atrás, debo desligarme de todo, pero no sé por dónde empezar.
—Natalia, quiero ayudarte...
—No es tu obligación.
—No, es una promesa que te hice, y voy a cumplirla. Si decides que quieres dejar la vida de abusos de tu padre y hermano, te felicito por ello, aunque debiste hacerlo hace mucho tiempo. ¿Qué te parece Panamá? Dijiste que te gustó ese país, tendrías el puesto de gerente general.
—Igualmente tendría que estar relacionándome contigo, y por ahora no lo creo conveniente... Mejor no Edmund.
—Entonces te ayudaré de otra manera, porque no puedes quedarte sin trabajo, sé que económicamente no estás en condiciones de empezar una vida en otro lado, debes ser realista... ¿Tienes algo en mente?
—Bueno..., el señor Burak Öztürk me ofreció trabajo... Creo que lo aceptaré.
—¿El turco? ¿En qué momento? Ese día te eché de mi oficina, porque él estaba más interesado en ti que en mí, y necesitaba cerrar ese negocio... Aunque admito que también hervía de celos, suelo ser territorial —dijo extrañado, y le agradaba que pudieran hablar sin recriminaciones, solo conversar como amigos, aunque bien sabía que Natalia estaba haciendo un gran esfuerzo para estar bien.
—Coincidimos al salir —comentó sin querer contarle mucho más.
—Öztürk parece ser un hombre correcto, al menos eso arrojaron los informes de las investigaciones que le mandé a realizar, y como empresario es sumamente exitoso. ¿Te irías a Estambul?
—Posiblemente.
—Creo que es demasiado lejos, pero es tu decisión y te apoyaré. Necesitarás dinero para comprar una propiedad allá y un auto, también para que puedas mantenerte por lo menos un año...
—Edmund, no quiero tu dinero.
—No es mi dinero, será tu liquidación, la remuneración por tu esfuerzo laboral, y no acepto una negativa, punto.
—De acuerdo, pero solo si decido irme... —pensó aceptarlo, porque no estaba tan loca como para irse a un país donde no conocía nada ni a nadie, sin los medios para estar segura y estable por un tiempo.
—Bueno..., es hora de llevarte a casa, cualquier decisión que tomes me informas, o me obligarás a comunicarme directamente con Öztürk.
—Ni se te ocurra Edmund Broderick.
—Todo depende de ti Mirgaeva. —Ella hizo un gesto de frustración, pero enseguida afirmó con la cabeza—. Es hora, debemos irnos. Tengo que llegar al hospital antes de que Santi se quede dormido.
—¿Está enfermo? —preguntó sorprendida, porque le pareció que el niño estaba muy bien.
—Ese día estaba de permiso, hace un mes que lo operaron del corazón...
—No lo sabía, lo siento. Pero está bien, ¿verdad?
—Sí, está bien.
—Es lindo, se parece a ti, aunque algo me dice que la madre es rubia.
—Lo es —confirmó Edmund—. Lo admito, siento debilidad por las rubias —dijo, sujetándole un mechón de cabello.
—¿Esa chimenea funciona? —preguntó, alargando la mirada hacia la chimenea eléctrica que estaba al final del salón.
—Supongo que sí. —Se levantó y caminó hasta el moderno sistema. Al hacer el intento, las hileras de fuego cobraron vida.
Natalia también se levantó y llevó consigo los cuadernos, los cuales lanzó al fuego, anhelando que el pasado se convirtiera en cenizas. No era fácil dejarlo ir, porque hacerlo era despedirse de su chico del fútbol americano. Una vez más se echó a llorar, y Edmund la abrazó.
—No me arrepiento de lo que tengo, amo a mi hijo y a April, pero me hubiese gustado que las cosas entre los dos hubiesen sido distintas. Estoy seguro de que sin tanto dolor ni rencor, sin tantas injusticias, lo nuestro habría funcionado.
—Sí lo creo, yo me hubiese esforzado...
—Creo que no hubiésemos tenido que esforzarnos demasiado, todo se nos hubiese dado de manera natural... —Le pasó un brazo por encima de los hombros—. Vamos, te llevaré de vuelta. —La guio a la salida, mientras Natalia no se atrevía a corresponder al abrazo, solo se aferraba a sí misma.
Durante el trayecto al apartamento de Natalia, se mantuvieron en silencio, mientras que Pedro los miraba de vez en cuando a través del espejo retrovisor, siendo totalmente prudente.
Volvieron a hablar cuando por fin se detuvieron frente al apartamento.
—Recuerda informarme si decides irte, y si las cosas no salen bien con el turco, tienes mi correo y mi número de teléfono. Espero que por ahora solo sea candidato a jefe, y no creo que sea mejor que yo.
—Estoy segura de que como jefe será mucho mejor que tú, porque si nadie te lo ha dicho antes, ahora que ya no soy tu empleada, estoy en la libertad de decirte que eres un tirano.
—¿En serio lo soy?
—Sí —asintió.
—Trataré de mejorar mi comportamiento.
—Adiós Edmund —susurró.
—Adiós Natalia. —Le sujetó la cabeza y le dio un suave beso en los labios, el que poco a poco fue haciéndose más intenso, pero sin dejar de ser tierno. Era igual a ese que le dio por primera vez—. Recuérdame siempre como el chico que te dio tu primer beso en aquel pasillo de supermercado, y olvida todo lo malo.
—Lo intentaré... Espero que me recuerdes como a esa niña tonta que no sabía besar, porque nunca he dejado de serlo —dijo, sin poder evitar que las lágrimas se le derramaran.
—Así lo haré... Te atesoraré como la primera chica que amé de verdad —confesó, tragándose las lágrimas.
Natalia bajó del auto y se marchó sin mirar atrás.
—Vamos al hospital. —Le pidió Edmund al chofer, quien puso en marcha el auto, dejando atrás a Natalia.
Después de haber cerrado definitivamente ese círculo en su vida, estaba destrozado, ni él mismo se comprendía, pero por encima de todo, estaba tranquilo.
NOTA: Agradezco enormemente todos los comentarios que me dejan, porque me alientan a seguir publicando. Me encantaría poder responderlos todos, pero el tiempo no me ayuda, entre tantas obligaciones; sin embargo, leo cada una de sus opiniones y como disfrutan la historia. GRACIAS!
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